Hunt había logrado salir de la cama y demostrarle a Ruhn Danaan que estaba suficientemente vivo como para que se fuera. No tenía duda de que el príncipe hada le había hablado a su prima para informarle, pero no le importaba: Bryce llegó a casa en quince minutos.
Tenía el rostro pálido como la muerte, tanto que sus pecas resaltaban como sangre salpicada. No había otra señal de algo que estuviera mal, no tenía ni un hilo de su vestido negro fuera de lugar.
—Qué —dijo.
Llegó a la puerta al instante, con una mueca por el dolor de salir tan rápido de donde había estado en el sillón viendo las noticias de la noche en las cuales Rigelus, la Mano Brillante de los asteri, estaba dando un discurso emotivo sobre el conflicto rebelde en Pangera. Todavía le quedaban un par de días más antes de caminar sin dolor. Y varias semanas más antes de que le volvieran a crecer las alas. Y unos días después de eso para intentar volar. Mañana, tal vez, empezaría la comezón insufrible.
Recordaba cada miserable segundo de la primera vez que le habían cortado las alas. Todos los Caídos que habían sobrevivido tuvieron que sufrirlo. Junto con el insulto de que expusieran sus alas en el palacio de cristal de los asteri como trofeos y advertencias.
Pero ella preguntó primero:
—¿Cómo te sientes?
—Bien —mentira. Syrinx daba saltos a sus pies y le daba besos en las manos—. ¿Qué pasa?
Bryce cerró la puerta sin decir palabra. Cerró las cortinas. Sacó el teléfono del bolsillo de su chamarra, abrió un correo electrónico, de ella para ella, y abrió el archivo adjunto.
—Danika tenía una memoria oculta en el forro de su chamarra —dijo Bryce con voz temblorosa y lo llevó al sillón.
Le ayudó a sentarse mientras el video cargaba. Syrinx saltó sobre los cojines y se acurrucó junto al ángel. Bryce se sentó al otro lado, tan cerca que sus muslos se tocaban. Ella no parecía darse cuenta. Después de un momento, Hunt tampoco.
Era una grabación borrosa y sin sonido de una celda acojinada.
En la parte inferior del video, había un listón que decía: Amplificación artificial para disfunción de poder, sujeto de prueba 7.
Una mujer humana demasiado delgada estaba sentada en la habitación, vestida con una bata médica.
—¿Qué carajos es esto? —preguntó Hunt. Pero ya lo sabía.
Sinte. Eran las pruebas realizadas en la investigación del sinte.
Bryce refunfuñó… sigue viendo.
Un joven draki con bata de laboratorio entró a la habitación con una bandeja de cosas. El video se aceleró, como si alguien hubiera acelerado la velocidad de la grabación por urgencia. El draki tomó los signos vitales de la paciente y luego le inyectó algo en el brazo.
Luego se fue. Cerró la puerta con llave.
—Acaso… —Hunt tragó saliva—. ¿Le acaban de inyectar sinte?
Bryce emitió un sonido apenas audible con la garganta para confirmarlo.
La cámara siguió filmando. Pasó un minuto. Cinco. Diez.
Dos vanir entraron a la habitación. Dos metamorfos grandes y serpentinos que vieron a la humana encerrada sola con ellos. Hunt sintió que se le revolvía el estómago. Más cuando vio los tatuajes de esclavos en sus brazos y supo que eran prisioneros. Supo, por la manera en que le sonreían a la humana que se encogía contra la pared, por qué los habían encerrado.
Ellos se le abalanzaron.
Pero la humana también.
Sucedió tan rápido que Hunt apenas lo logró ver. La persona que había editado la grabación también regresó y repitió la escena más despacio.
Así que él vio, paso por paso, cómo la humana se lanzaba contra los dos hombres vanir.
Y los hacía pedazos.
Era imposible. Completamente imposible. A menos…
Tharion había dicho que el sinte podía dar a los humanos más poderes que los de la mayoría de los vanir, de forma temporal. Poderes suficientes para matar.
—¿Sabes cuánto darían los rebeldes humanos por esto? —dijo Hunt.
Bryce apuntó la barbilla a la pantalla. Donde la grabación continuaba.
Enviaron a otros dos hombres. Más grandes que los anteriores. Y ellos, también, terminaron hechos pedazos.
Montones.
Oh dioses.
Luego otros dos. Luego tres. Luego cinco.
Hasta que toda la habitación estaba roja. Hasta que los vanir estaban arañando las puertas, suplicando que los dejaran salir. Suplicando mientras sus compañeros, y luego ellos mismos, eran masacrados.
La humana gritaba, con la cabeza inclinada hacia el techo. Gritaba con rabia o dolor o algo, no se sabía sin el sonido.
Hunt sabía lo que seguiría. Sabía, pero no podía evitar verlo.
Se atacó a ella misma. Se hizo pedazos. Hasta que ella también terminó hecha un montón de carne sobre el piso.
La grabación se cortó.
Bryce dijo con voz suave:
—Danika debe haber averiguado lo que estaban haciendo en los laboratorios. Creo que alguien que participó en estas pruebas… ¿Podría haberle vendido la fórmula a algún narcotraficante? Quien sea que haya matado a Danika y la jauría y a los demás debe haber estado usando sinte. O inyectó a alguien con la sustancia y lo lanzó sobre las víctimas.
Hunt movió la cabeza.
—Tal vez, ¿pero eso cómo está vinculado con los demonios y el Cuerno?
—Tal vez invocaron al kristallos por el antídoto de su veneno y nada más. Querían intentar producir un antídoto, en caso de que el sinte se volviera en su contra. Tal vez esto no tiene nada que ver con el Cuerno a fin de cuentas —dijo Bryce—. Tal vez esto es lo que debíamos hallar. Hay otros dos videos como éste, de otros dos humanos con los que se hicieron pruebas. Danika los dejó para mí. Debe haber sabido que alguien la estaría buscando. Debió haber sabido cuando estaba en ese barco del Aux, confiscando la caja de sinte, que irían tras ella pronto. No había otro tipo de demonio cazando junto con el kristallos. Era una persona… de este mundo. Alguien que estaba usando sinte y que se valió de su poder para romper los encantamientos de nuestro departamento. Y que luego tuvo la fuerza para matar a Danika y toda la jauría.
Hunt consideró sus siguientes palabras con mucho cuidado, esforzándose por luchar contra su mente acelerada.
—Podría ser, Bryce. Pero el Cuerno sigue perdido, con una droga que podría repararlo, coincidencia o no. Y no estamos más cerca de encontrarlo —no, esto sólo los acercaba mucho más al peligro. Añadió—: Micah ya demostró lo que significa salirnos del camino. Debemos ir despacio en la cacería del sinte. Estar por completo seguros esta vez. Y cuidadosos.
—Ninguno de ustedes pudo encontrar nada parecido a esto. ¿Por qué debería ir más lento con la única clave que tengo sobre quién mató a Danika y a la Jauría de Diablos? Esto tiene que ver, Hunt. Sé que así es.
Y porque estaba abriendo la boca para volver a objetar, él dijo lo que sabía la detendría.
—Bryce, si seguimos con esto y estamos mal, si Micah se entera de otra metida de pata, olvida su oferta. Es posible que yo no salga vivo de su siguiente castigo.
Ella se encogió un poco.
Todo su cuerpo protestó, pero él estiró una mano para tocarle la rodilla.
—Este sinte es horrible, Bryce. Yo… yo nunca había visto nada parecido —lo cambiaba todo. Todo. Ni siquiera sabía cómo empezar a darle sentido a todo lo que había visto. Debía hacer unas llamadas… necesitaba hacer unas llamadas—. Pero para encontrar al asesino y tal vez el Cuerno, y para asegurarnos de que haya algo en el futuro para ti y para mí —porque habría un tú y yo para ellos, de eso se encargaría él—, necesitamos ser inteligentes —asintió en dirección a la grabación—. Envíame eso. Yo me aseguraré de que le llegue a Vik en nuestro servidor encriptado. Veremos qué puede investigar sobre estas pruebas.
Bryce estudió su rostro. La apertura en su expresión casi hizo que él cayera de rodillas frente a ella. Hunt esperó que ella discutiera, que lo desafiara. Que le dijera que era un idiota.
Pero dijo «Está bien». Exhaló profundo y volvió a recargarse en los cojines.
Era tan pinche hermosa que él apenas lograba soportarlo. Apenas podía soportar escucharla preguntando en voz baja:
—¿Qué tipo de futuro para ti y para mí tienes en mente, Athalar?
Él no retrocedió de su mirada inquisitiva.
—Del bueno —dijo él con la misma voz baja.
Pero ella no preguntó. Cómo sería posible. Cómo sería eso posible para él, para ellos. Qué haría para que lo fuera.
Empezó a esbozar una sonrisa.
—Me parece un buen plan.
Por un momento, por una eternidad, se quedaron mirando.
Y a pesar de lo que acababan de ver, lo que se ocultaba en el mundo fuera de ese departamento, Hunt dijo:
—¿Sí?
—Sí —ella se puso a jugar con las puntas de su cabello—. Hunt. Me besaste… en el consultorio de la medibruja.
Él sabía que no debía, sabía que era una estupidez, pero dijo:
—¿Y qué tiene?
—¿Fue en serio?
—Sí —nunca había dicho algo más cierto—. ¿Querías que lo fuera?
A él empezó a acelerársele el pulso tanto que casi olvidó el dolor en su espalda. Ella dijo:
—Ya sabes la respuesta a eso, Athalar.
—¿Quieres que lo haga otra vez?
Carajo, su voz estaba una octava más grave.
Bryce tenía la mirada despejada y reluciente. Sin miedo, esperanzada, y todo lo que siempre le impedía pensar en otra cosa si ella estaba alrededor.
—Yo quiero hacerlo —agregó—. Si te parece bien.
Carajo, sí. Él se obligó a sonreírle una media sonrisa.
—Haz lo que puedas, Quinlan.
Ella rio un poco y volteó a verlo a la cara. Hunt apenas se atrevía a inhalar profundamente por miedo a asustarla. Syrinx se fue a su jaula, parecía haber entendido.
A Bryce le temblaban las manos cuando las levantó hacia el cabello del ángel, hizo hacia atrás un mechón y luego tocó la banda del halo.
Hunt tomó sus dedos temblorosos.
—¿Qué pasa? —murmuró.
No pudo evitar presionar su boca contra las uñas crepusculares. ¿Cuántas veces había pensado en estas manos sobre él? ¿Acariciando su cara, recorriendo su pecho, alrededor de su pene?
Bryce tragó saliva. Él le dio otro beso en los dedos.
—Esto no debía pasar… entre nosotros —susurró.
—Lo sé —dijo él y le volvió a besar los dedos temblorosos. Los estiró con suavidad y expuso la palma de su mano. Ahí también presionó su boca—. Pero gracias a la puta Urd que sí sucedió.
A ella le dejaron de temblar las manos. Hunt levantó la vista y vio que sus ojos estaban delineados con plateado… y llenos de fuego. Entrelazó sus dedos.
—Carajo, sólo bésame, Quinlan.
Lo hizo. Averno oscuro, lo hizo. Sus palabras apenas habían terminado de sonar cuando ella le pasó la mano por la mandíbula, alrededor del cuello y acercó sus labios a los de ella.
En el momento que los labios de Hunt hicieron contacto con los de ella, Bryce hizo erupción.
No sabía si serían las semanas sin sexo o el mismo Hunt, pero se desató. Era la única manera de describirlo mientras ella le pasaba las manos por el cabello y ladeaba la boca contra la de él.
No fueron besos suaves y cuidadosos. No para ellos. Nunca para ellos.
Ella abrió la boca en ese primer contacto y la lengua de él entró, probándola con movimientos salvajes e implacables. Hunt gimió con ese primer contacto y el sonido fue como avivar la leña de una fogata.
Ella se puso de rodillas, tomó el suave pelo del ángel con los dedos. Nada era suficiente, no podía probarlo demasiado: lluvia y cedro y sal y relámpagos puros. Él pasó su mano sobre sus caderas, despacio y con firmeza a pesar de la boca que atacaba la de ella con besos feroces y profundos.
Su lengua bailaba con la de ella. Ella gimió un poco y él rio con una risa oscura cuando su mano recorrió la parte trasera de su vestido, a lo largo de su columna, le raspaba con sus callos. Ella se arqueó al sentirlo y él apartó su boca.
Antes de que pudiera volver a acercar la cara del ángel a la de ella, los labios de él encontraron su cuello. Le dio besos con la boca abierta y mordiscos en la piel sensible debajo de sus orejas.
—Dime lo que quieres, Quinlan.
—Todo.
No había duda en ella. Ninguna.
Hunt le recorrió el cuello con los dientes y ella jadeó, toda su conciencia enfocada en esa sensación.
—¿Todo?
Ella bajó la mano por el frente de su cuerpo. A sus pantalones, la longitud dura y considerable que estiraba la tela. Que Urd la salvara. Sintió su pene con la palma de la mano y él gimió.
—Todo, Athalar.
—Qué bueno, carajo —exhaló él contra su cuello y ella rio.
Su risa desapareció cuando él le puso la boca sobre la de ella de nuevo, como si también quisiera probar el sonido.
Lenguas y dientes y aliento, sus manos le desabrocharon el brasier debajo del vestido con habilidad. Ella terminó montada en su regazo, moviéndose contra esa hermosa y perfecta dureza. Terminó con el vestido hasta la cintura, sin sostén y luego la boca y dientes de Hunt estaban alrededor de su seno, succionando y mordiendo y besando y nada, nada, nada se había sentido nunca así de bien, así de correcto.
A Bryce no le importó estar gimiendo tan fuerte que todos los demonios en el Foso la podrían escuchar. No le importó cuando Hunt cambió a su otro seno y succionó su pezón profundamente a su boca. Ella movió su cadera sobre la de él, la liberación ya ascendiendo en ella como una ola.
—Carajo, Bryce —murmuró él hacia su seno.
Ella metió la mano debajo de la cintura de sus pantalones. Pero él le sostuvo la muñeca. La detuvo a milímetros de lo que ella llevaba semanas de querer en sus manos, en su boca, en su cuerpo.
—Todavía no —gruñó él y arrastró la lengua por la parte inferior de su seno. Satisfecho saboreándola—. No hasta que me haya tocado a mí.
Las palabras hicieron corto circuito en todos sus pensamientos lógicos. Y cualquier objeción desapareció cuando él subió la mano por abajo de su vestido, acariciando su muslo. Más arriba. De nuevo encontró su cuello con la boca y con un dedo exploró el frente de encaje de su ropa interior.
Volvió a gemir al darse cuenta de que estaba empapada y el encaje no hacía nada por ocultar la prueba de cuánto quería ella esto, cuánto lo quería a él. La recorrió con el dedo de un lado al otro, y de regreso.
Luego ese dedo aterrizó en ese punto en la cúspide de sus muslos. Su pulgar presionó suavemente sobre la tela y le provocó un gemido a Bryce que salió de lo más profundo de su garganta.
Ella sintió que él sonreía en su cuello. Su pulgar empezó a hacer círculos lentos, cada roce una bendición tortuosa.
—Hunt.
Ella no sabía si su nombre era una súplica o una pregunta.
Él apartó su ropa interior y puso los dedos directamente en ella.
Ella volvió a gemir y Hunt la acarició, dos dedos hacia arriba y hacia abajo con una ligereza que a ella le hacía apretar los dientes. Le lamió el costado del cuello y sus dedos continuaron jugando con ella sin misericordia. Él le susurró contra la piel:
—¿Sabes tan bien como te sientes, Bryce?
—Por favor averígualo ya —logró jadear ella.
La risa de Hunt retumbó por todo su cuerpo, pero los dedos no se detuvieron en su pausada exploración.
—Todavía no, Quinlan.
Uno de sus dedos encontró su entrada y se quedó ahí, haciendo círculos.
—Hazlo —dijo ella.
Si no lo sentía dentro de ella, sus dedos, su pene, lo que fuera, podría empezar a suplicar.
—Qué mandona —ronroneó Hunt contra su cuello y luego regresó a tomar su boca. Y cuando sus labios se posaron sobre los de ella, mordiendo y provocando, metió ese dedo profundamente en ella.
Ambos gimieron.
—Carajo, Bryce —dijo él otra vez—. Carajo.
Ella puso los ojos en blanco al sentir ese dedo. Empezó a mover la cadera, desesperada por hacer qué él la penetrara más profundo, y él la complació, sacó su dedo casi por completo, agregó un segundo y los metió de regreso en su cuerpo.
Ella se movió con violencia y le clavó las uñas en el pecho. Sentía el latido del corazón del ángel en sus palmas. Ella le enterró la cara en el cuello, mordiendo y lamiendo, desesperada por probarlo mientras él movía la mano dentro de ella otra vez.
Hunt le susurró al oído.
—Te voy a coger hasta que se te olvide tu maldito nombre.
Dioses, sí.
—Igualmente —gimió ella.
Empezó a sentir la descarga, era un canto salvaje e intrépido, y montó su mano para alcanzarla. Él le sostuvo el trasero con la otra mano.
—No creas que he olvidado este atributo en particular —murmuró él y la apretó para hacer énfasis—. Tengo planes para estas nalgas deliciosas, Bryce. Planes muy, muy sucios.
Ella volvió a gemir y él movió los dedos dentro de ella, una y otra vez.
—Vente para mí, corazón —le ronroneó en el seno, lamiéndole el pezón justo cuando dobló un poco uno de sus dedos dentro de ella y tocó ese maldito punto.
Bryce lo hizo. Con el nombre de Hunt en los labios, inclinó la cabeza hacia atrás y se dejó ir, montando su mano con abandono, empujándolos a ambos hacia los cojines del sillón.
Él gimió y ella se tragó el sonido con un beso con la boca abierta cuando cada uno de los nervios de su cuerpo explotó en gloriosa luz astral.
Luego hubo respiración, y él… su cuerpo, su olor, esa fuerza.
La luzastral empezó a apagarse y ella abrió los ojos y lo vio con la cabeza inclinada hacia atrás, enseñando los dientes.
No por placer. Por dolor.
Lo había empujado contra los cojines. Había empujado su espalda lastimada contra el sillón.
El horror la recorrió como agua helada y apagó todo el calor que estaba en sus venas.
—Oh, dioses. Perdón…
Él abrió los ojos. Ese gemido que había hecho cuando ella se vino había sido de dolor y ella estaba tan enloquecida que no se había dado cuenta…
—¿Te duele? —exigió saber ella. Se levantó de sus piernas y le buscó la mano con los dedos todavía dentro de ella.
Él la detuvo con la otra mano en su muñeca.
—Sobreviviré —sus ojos ensombrecieron cuando vio sus senos desnudos, a centímetros de su boca. El vestido a medio cuerpo—. Tengo en qué distraerme —murmuró y se agachó hacia su pezón.
O lo intentó. Una mueca de dolor le recorrió la cara.
—Averno oscuro, Hunt —ladró ella, se apartó bruscamente de sus dedos y casi se cayó de sus regazo. Él ni siquiera se resistió cuando ella lo tomó del hombro para asomarse a su espalda.
Había sangre fresca en los vendajes.
—¿Estás loco? —gritó ella y empezó a buscar algo para detener el sangrado—. ¿Por qué no me dijiste?
—Como te gusta decir a ti —jadeó él temblando un poco—, es mi cuerpo. Yo decido sus límites.
Ella controló el deseo de estrangularlo y buscó su teléfono.
—Voy a llamar a una medibruja.
Él la tomó de nuevo de la muñeca.
—No hemos terminado.
—Claro, sí, carajo. Ya terminamos —dijo ella furiosa—. No voy a tener sexo contigo si te brota sangre como una fuente.
Era una exageración, pero de todas maneras.
La mirada de Hunt era ardiente. Así que Bryce le tocó la espalda, a unos quince centímetros de distancia de la herida. Su mueca de dolor cerró la discusión.
Ella se acomodó la ropa interior y se puso el vestido de nuevo sobre el pecho y brazos y marcó el número de una medibruja pública.
La medibruja llegó y se fue en cuestión de una hora. La herida de Hunt estaba bien, declaró, para el gran alivio de Bryce.
Luego Hunt tuvo el atrevimiento de preguntar si podía tener sexo.
La bruja, había que reconocérselo, no rio. Solamente dijo, Cuando puedas volar otra vez, entonces diría que ya puedes ser sexualmente activo de nuevo. Asintió hacia los cojines del sillón, la mancha de sangre que requeriría un hechizo para limpiarse. Sugeriría que cualquier… interacción que haya causado la lesión de esta noche también se posponga hasta que hayan sanado tus alas.
Hunt parecía listo para discutir, pero Bryce se apresuró a acompañar a la bruja a la puerta del departamento. Luego lo ayudó a meterse a su cama. A pesar de todas sus preguntas, él se tambaleaba con cada paso. Casi colapsó en su cama. Contestó unos cuantos mensajes en su teléfono y se quedó dormido antes de que ella apagara las luces.
Listo para tener sexo, claro.
Bryce durmió profundo en su propia cama, a pesar de todo lo que había aprendido y visto sobre el sinte.
Pero despertó a las tres. Y supo lo que tenía que hacer.
Escribió un correo electrónico con su petición y sin importar la hora recibió una respuesta en veinte minutos: necesitaría esperar a que la 33ª le autorizara su petición. Bryce frunció el ceño. No tenía tiempo para eso.
Salió de su recámara. La puerta de Hunt estaba cerrada, su habitación a oscuras. Él no salió a investigar cuando ella se salió del departamento.
Y se dirigió a su antiguo departamento.
No había estado en esta cuadra en dos años.
Pero cuando dio la vuelta en la esquina y vio las luces y las multitudes aterradas, lo supo.
Supo qué edificio estaba ardiendo a mitad de la cuadra.
Alguien debió haberse dado cuenta de que había entrado a la cuenta de Danika en Industrias Redner. O tal vez alguien había monitoreado su correo electrónico y había visto el mensaje que le había enviado al casero del edificio. Quien hubiera hecho esto, debió actuar rápido al descubrir que vendría a buscar otras pistas que Danika pudiera haber dejado en el departamento.
Tenía que haber más. Danika era inteligente y no habría puesto todos sus descubrimientos en un solo sitio.
En la calle vio a gente aterrorizada y llorando, sus antiguos vecinos, abrazándose y mirando hacia las llamas con incredulidad. El fuego salía de todas las ventanas.
Ella había provocado esto, por su culpa esta gente veía sus casas arder. Se le comprimió el pecho, el dolor no se le quitó al escuchar una ninfa acuática anunciar a su grupo de bomberos que todos los residentes estaban afuera.
Era su culpa.
Pero… eso significaba que se estaba acercando. Busca donde duela más le había dicho la Reina Víbora hacía unas semanas. Había creído que la metamorfa se refería a lo que la había lastimado a ella. Pero tal vez se había referido al asesino.
Y al empezar a acercarse a la verdad sobre el sinte… había molestado a alguien.
Bryce iba a medio camino de regreso a su casa cuando vibró su teléfono. Lo sacó de su chamarra reparada con prisas, el ópalo blanco chocó contra la pantalla, y se preparó para las preguntas de Hunt.
Pero era un mensaje de Tharion.
Hay un intercambio en el río en este momento. Hay un barco acá, haciendo señales. Justo después del Muelle Negro. Llega en cinco minutos y te puedo llevar a verlo.
Ella apretó el ópalo blanco en su puño y respondió, ¿Tráfico de sinte?
Tharion respondió, No, de algodón de azúcar.
Ella hizo un gesto de fastidio. Estaré ahí en tres.
Y se echó a correr. No llamó a Hunt. Ni a Ruhn.
Sabía lo que le dirían. No vayas allá sin mí, Bryce. Espera.
Pero ella no tenía tiempo que perder.