Bryce y Ruhn habían esperado a Hunt en las afueras del Parque del Oráculo. Los minutos goteaban lento. Y cuando salió por fin, sus ojos buscaron en cada centímetro de su rostro… Bryce sabía que había sido algo malo. Lo que fuera que le hubiera dicho.
Hunt esperó hasta que iban caminando por una calle residencial silenciosa al lado del parque antes de decirles lo que el Oráculo había dicho sobre el Cuerno.
Sus palabras seguían colgando en el aire brillante de la mañana a su alrededor. Bryce exhaló y Hunt hizo lo mismo a su lado. Luego dijo:
—Si alguien aprendió a reparar el Cuerno después de tanto tiempo, entonces pueden hacer lo opuesto a lo que hizo el príncipe Pelias. Pueden abrir la Fisura Septentrional. Parece como un excelente motivo para matar a alguien que los pudiera delatar.
Ruhn se pasó la mano por la parte la cabeza con el cabello corto.
—Como la acólita del templo: una advertencia para que nosotros mantengamos nuestra puta distancia del Cuerno o para evitar que ella dijera algo, en caso de que hubiera averiguado algo.
Hunt asintió.
—Isaiah le preguntó a otras en el templo. Dijeron que la niña era la única acólita de guardia la noche que se robaron el Cuerno y la entrevistaron entonces pero ella dijo que no sabía nada al respecto.
La culpa se retorció y se enroscó dentro de Bryce.
Ruhn dijo:
—Tal vez tenía miedo de decir algo. Y cuando aparecimos…
Hunt terminó la idea:
—Quien sea que esté buscando el Cuerno no quiere que nosotros estemos cerca. Pudieron averiguar que ella había estado de guardia esa noche e intentaron extraerle información. Habrían querido asegurarse de que ella no revelara lo que sabía a nadie más, asegurarse de que se mantuviera en silencio. Para siempre.
Bryce agregó la muerte de la niña a la lista de otras que debía pagar antes de que esto terminara.
Luego preguntó:
—Si esa marca en la caja en realidad era el Cuerno, tal vez el Ophion, o incluso sólo la secta Keres, está buscando el Cuerno como apoyo para su rebelión. Abrir un portal al Averno y traer de vuelta a los príncipes demonios aquí con una especie de alianza para derrocar a los asteri —sintió un escalofrío—. Morirían millones —ante el silencio helado, continuó—. Tal vez Danika se enteró de sus planes sobre el Cuerno y por eso la mataron. Y también a la acólita.
Hunt se frotó la nuca. Tenía el rostro cenizo.
—Necesitarían ayuda de un vanir para invocar un demonio así, pero es una posibilidad. Hay algunos vanir comprometidos con su causa. O tal vez una de las brujas lo invocó. La nueva reina bruja podría estar probando su poder o algo así.
—Es poco probable que esté involucrada una bruja —dijo Ruhn un poco seco. Los piercings de su oreja brillaron bajo el sol—. Las brujas obedecen a los asteri, han mostrado una lealtad ininterrumpida durante milenios.
Bryce dijo:
—Pero sólo un hada Astrogénita puede utilizar el Cuerno… por ti, Ruhn.
Las alas de Hunt hicieron ruido.
—Entonces tal vez están buscando alguna forma de evadir esto del Astrogénito.
—Para ser honesto —dijo Ruhn—, no estoy seguro de que yo pudiera usar el Cuerno. En sentido estricto, el príncipe Pelias tenía un mar de luzastral a su disposición.
El hermano de Bryce frunció el ceño y un punto del tamaño de la punta de un alfiler apareció en su dedo:
—Esto es todo lo que yo puedo producir.
—Bueno, tú no vas a usar el Cuerno, aunque lo encontremos, así que no importará —dijo Bryce.
Ruhn se cruzó de brazos.
—Si alguien puede reparar el Cuerno… Ni siquiera sé cómo sería eso posible. En algunos de los textos que leí mencionaban que tenía una especie de conciencia, casi como si estuviera vivo. ¿Tal vez una especie de poder de sanación funcionaría? Una medibruja podría saber algo al respecto.
Bryce agregó:
—Ellas sanan a la gente, no objetos. Y el libro que encontraste en la biblioteca de la galería decía que el Cuerno nada más podía repararse con luz que no es luz y magia y que no es magia.
—Leyendas —dijo Hunt—. Eso no es verdad.
—Vale la pena investigar —dijo Ruhn.
Se detuvo y miró a Bryce y luego a Hunt, que estaba observándola con cuidado por el rabillo del ojo. Sepan los dioses qué carajos quería decir eso. Ruhn agregó:
—Buscaré algunas medibrujas y haré unas cuantas visitas discretas.
—Bien —dijo ella. Cuando vio que él se tensaba, agregó—: Eso suena bien.
Aunque nada de este caso sonaba bien.
Bryce se desconectó del sonido de Lehabah viendo uno de sus dramas e intentó concentrarse en el mapa de los lugares donde había estado Danika. Lo intentaba, aunque sin éxito, porque podía sentir la mirada de Hunt sobre ella desde el otro lado de la mesa de la biblioteca. Por centésima vez en esta hora. Lo miró a los ojos y él apartó la mirada de prisa.
—¿Qué?
Él negó con la cabeza y regresó a su investigación.
—Me has estado viendo así toda la tarde, con esa cara tan pinche rara.
Él golpeó la mesa con los dedos y luego dijo:
—¿Quieres decirme por qué el Oráculo me advirtió que me mantuviera lejos de ti?
Bryce rio una risa corta.
—¿Por eso estabas todo asustado cuando saliste del templo?
—Me dijo que revelaría lo que vio para ti, como si estuviera molesta contigo.
Un escalofrío le recorrió la espalda a Bryce al escuchar eso.
—No la culpo si sigue enojada.
Hunt palideció pero Bryce dijo:
—En la cultura hada, hay una costumbre: cuando las niñas tienen su primer ciclo menstrual, o cuando cumplen trece años, van a un Oráculo. La visita les da un vistazo del tipo de poder al que podrían ascender cuando maduren y así sus padres pueden planear uniones años antes de que hagan el Descenso. Los niños también van a los trece. En la actualidad, si los padres son progresistas, es sólo una vieja tradición para averiguar qué carrera es mejor para sus hijos. Soldados o sanadores o lo que sea que hagan las hadas si no pueden darse el lujo de estar echadas comiendo uvas todo el día.
—Las hadas y los malakim tal vez se odien entre sí, pero tienen mucha mierda en común.
Bryce hizo un sonido para indicar que estaba de acuerdo.
—Mi ciclo empezó cuando me faltaban unas semanas para cumplir trece años. Y mi madre estaba pasando por esta… no sé. ¿Crisis? Un miedo repentino de haberme separado de parte de mi linaje. Se puso en contacto con mi padre biológico. Dos semanas después, aparecieron los documentos que me declaraban una civitas completa. Pero llegaron con un precio. Tenía que aceptar a Cielo y Aliento como mi casa. Yo me negué, pero mi mamá insistió que lo hiciera. Lo veía como una especie de… protección. No sé. Al parecer, ella estaba convencida de las intenciones de mi padre de protegerme y le preguntó si quería conocerme. Por primera vez. Al final me tranquilicé sobre todo el asunto de lealtad a la Casa para darme cuenta de que también quería conocerlo.
Hunt leyó el silencio que siguió.
—Las cosas no salieron bien.
—No. Esa visita fue la primera vez que conocí a Ruhn también. Vine aquí… me quedé en CiRo durante el verano. Conocí al Rey del Otoño —la mentira era sencilla—. Conocí también a mi padre —agregó—. En los primeros días, la visita no fue tan mala como mi madre había temido. Me gustaba lo que veía. Aunque algunos de los otros niños hada susurraban que yo era una mestiza, yo sabía lo que era. Nunca me he avergonzado de ello, de ser humana, digo. Y sabía que mi padre me había invitado, así que al menos él sí me quería ahí. No me importaba lo que los demás pensaran. Hasta que conocí al Oráculo.
Él se encogió un poco.
—Esto me da mala espina.
—Fue catastrófico —ella tragó saliva al recordar—. Cuando el Oráculo vio entre su humo, gritó. Se arañó los ojos —no tenía sentido ocultarlo. El acontecimiento se había comentado en algunos círculos—. Luego me enteré de que se quedó ciega durante una semana.
—Santo cielo.
Bryce rio para sí misma.
—Al parecer, mi futuro es así de malo.
Hunt no sonrió.
—¿Qué pasó?
—Regresé a la antecámara de los solicitantes. Lo único que se podía escuchar era al Oráculo gritando y maldiciéndome… las acólitas entraron corriendo.
—Quise decir, con tu padre.
—Él me dijo que era una desgracia sin valor, se fue por la salida VIP del templo para que nadie pudiera saber qué vínculo tenía conmigo y cuando lo alcancé, ya se había subido a su coche y se había ido. Cuando regresé a la casa encontré mis maletas en la acera.
—Imbécil. ¿Danaan no dijo nada de que hubiera lanzado a su prima a la calle?
—El rey le prohibió a Ruhn interferir —se examinó las uñas—. Créeme, Ruhn intentó pelear. Pero el rey lo ató. Así que tomé un taxi a la estación de trenes. Ruhn logró darme el dinero para los boletos.
—Tu madre debe haberse puesto como loca.
—Sí —Bryce pausó un momento. Luego dijo—: Parece que el Oráculo sigue enojada.
Él le sonrió sonrisa medias.
—Yo lo consideraría como una marca de honor.
Bryce, a pesar de no querer, sonrió.
—Creo eres el único que piensa eso.
Los ojos de él se volvieron a detener en su cara y ella supo que no tenía nada que ver con lo que había dicho el Oráculo.
Bryce se aclaró la garganta.
—¿Averiguaste algo?
Él entendió que ella quería cambiar de tema, así que giró la laptop hacia ella.
—He estado viendo estas porquerías de antigüedades por días y esto es todo lo que he encontrado.
El jarrón de terracota era de hace casi quince mil años. Después de la época del príncipe Pelias por alrededor de un siglo, pero el kristallos todavía no desaparecía de la memoria colectiva. Ella leyó la breve copia del catálogo y dijo:
—Está en una galería en Mirsia.
Esto quería decir un océano y más de tres mil kilómetros de distancia de Lunathion. Bryce acercó la computadora y presionó el cursor en la imagen pequeña.
—Pero estas fotografías deberían ser suficiente.
—Tal vez nací antes de que existieran las computadoras, Quinlan, pero sí sé cómo usarlas.
—Sólo estoy intentando evitar que arruines más tu imagen ruda como el Umbra Mortis. No podemos dejar que se sepa que eres un nerd de computadoras.
—Gracias por tu preocupación —la miró a los ojos y la comisura de sus labios tiró hacia arriba.
A ella tal vez se le enroscaron los dedos de los pies dentro de sus tacones. Un poco.
Bryce se enderezó.
—Está bien. Dime qué es lo que estoy viendo.
—Una buena señal.
Hunt señaló la imagen de color negro sobre el fondo de terracota naranja, del demonio kristallos rugiendo mientras un guerrero con casco le enterraba una espada en la cabeza.
Ella se acercó a la pantalla.
—¿Por qué lo dices?
—Podemos ver que el kristallos se puede matar a la antigua. Por lo que alcanzo a distinguir en la imagen, no hay magia ni ningún artefacto especial que se esté usando para matarlo. Pura fuerza bruta.
Ella sintió un hueco en el estómago.
—Este jarrón podría ser la interpretación artística. Esa cosa mató a Danika y a la Jauría de Diablos y también derribó a Micah. ¿Y tú me estás diciendo que un guerrero antiguo lo mató nada más enterrándole una espada en la cabeza?
Aunque el programa de Lehabah seguía encendido, Bryce sabía que la duendecilla estaba escuchando cada una de las palabras.
Hunt dijo:
—Tal vez el kristallos tuvo la ventaja de la sorpresa esa noche.
Ella hizo un intento fallido por bloquear las masas rojas, las salpicaduras de sangre en las paredes, la manera en que todo su cuerpo parecía desplomarse a pesar de seguir de pie cuando vio lo que quedaba de sus amigos.
—O tal vez esto es una representación equivocada hecha por un artista que escuchó una canción exagerada alrededor de la fogata y lo interpretó como quiso.
Empezó a mover el pie debajo de la mesa, como si eso fuera a tranquilizar de alguna manera su corazón acelerado.
Él la vio con una mirada dura y honesta en sus ojos negros.
—Está bien.
Ella esperó a que él presionara, que insistiera, pero Hunt tomó la computadora y la jaló de nuevo hacia su lado de la mesa. Entrecerró los ojos.
—Es raro. Aquí dice que el jarrón es originario de Parthos —ladeó la cabeza—. Pensé que Parthos era un mito. Un cuento de hadas de los humanos.
—¿Porque los humanos no sabían usar herramientas hasta que llegaron los asteri?
—Dime que no crees en esa mierda de teorías conspiratorias sobre una antigua biblioteca en el corazón de una civilización humana preexistente —dijo Hunt. Como ella no contestó, agregó en tono desafiante—: Si algo así existiera, ¿dónde está la evidencia?
Bryce movió su amuleto a lo largo de la cadena y asintió hacia la imagen en la pantalla.
—Este jarrón lo hizo una ninfa —dijo él—. No un humano mítico e iluminado.
—Tal vez en ese momento Parthos no había sido eliminado por completo del mapa.
Hunt la miró con el ceño fruncido.
—¿En serio, Quinlan? —ella volvió a guardar silencio y él hizo un gesto hacia la tableta en sus manos—. ¿Cómo vas con los datos sobre los lugares donde estuvo Danika?
El teléfono de Hunt vibró antes de que ella pudiera responder, pero, recuperándose de la imagen del kristallos muerto mezclada con el asesinato de Danika, Bryce dijo lo que había quedado de ella.
—Todavía estoy eliminando las cosas que tal vez no tenían relación, pero… En realidad, lo único atípico es el hecho de que Danika estaba de guardia en el Templo de Luna. A veces estaba en el área en general, pero nunca dentro del templo. ¿Y, de alguna manera, días antes de su muerte, le ordenaron vigilar ese sitio? Además, los datos indican que ella estaba justo ahí cuando robaron el Cuerno. La acólita también estaba ahí esa noche. Todo tiene que estar relacionado.
Hunt dejó su teléfono.
—Tal vez Philip Briggs nos pueda aclarar algo esta noche.
Ella levantó la cabeza muy rápido.
—¿Esta noche?
Lehabah dejó de ver el programa en ese momento.
—Acabo de recibir el mensaje de Viktoria. Lo transfirieron de Adrestia. Nos reuniremos con él en una hora en la celda de detención debajo del Comitium —miró los datos frente a ellos—. Será difícil.
—Lo sé.
Él se recargó en la silla.
—No va a tener cosas lindas que decir sobre Danika. ¿Estás segura de que puedes manejar que escupa ese tipo de veneno?
—Estaré bien.
—¿De verdad? Porque ese jarrón acaba de afectarte y dudo que estar cara a cara con este tipo sea más sencillo.
Las paredes empezaron a cerrarse a su alrededor.
—Vete —las palabras cortaron el espacio entre ellos—. Que trabajemos juntos no significa que tengas derecho a meterte en mis asuntos personales.
Hunt la miró. Vio todo eso. Pero dijo con voz áspera.
—Quiero ir al Comitium en veinte minutos. Te espero afuera.
Bryce siguió a Hunt al exterior para asegurarse de que no tocara ninguno de los libros y que ellos no lo tocaran a él, luego cerró la puerta antes de que él estuviera del todo afuera.
Se recargó contra el hierro y se deslizó hasta la alfombra. Recargó los antebrazos en las rodillas.
Se habían ido, todos ellos. Gracias a ese demonio representado en un jarrón antiguo. Ya no estaban y no habría más lobos en su vida. Ya no estarían juntos en su departamento. Ya no bailarían borrachos en las esquinas de la ciudad ni tocarían música a todo volumen a las tres de la mañana hasta que los vecinos amenazaran con llamar a la 33ª.
No más amigos que le dijeran te amo y fuera en serio. Syrinx y Lele entraron con cautela. La quimera se acurrucó debajo de sus piernas dobladas y la duendecilla se acostó boca abajo en el antebrazo de Bryce.
—No culpes a Athie. Creo que quiere ser nuestro amigo.
—Me importa una mierda lo que quiera Hunt Athalar.
—June está ocupada con el ballet, Fury es como si no existiera. Tal vez es momento de más amigos, BB. Pareces triste otra vez. Como estabas hace dos inviernos. Bien un momento y luego no bien. No bailas, no sales con nadie, no…
—Déjalo, Lehabah.
—Hunt es agradable. Y el príncipe Ruhn es agradable. Pero Danika nunca fue amable conmigo. Siempre estaba mordiendo y enojada. O me ignoraba.
—Cuidado con lo que dices.
La duendecilla se bajó de su brazo y flotó frente a ella con los brazos cruzados frente a su vientre redondo.
—Puedes ser tan fría como un segador, Bryce.
Luego se fue volando para detener un libro grueso empastado en cuero que iba subiendo las escaleras.
Bryce exhaló e intentó reconstruir el agujero que tenía en el pecho.
Veinte minutos, había dicho Hunt. Tenía veinte minutos antes de ir a interrogar a Briggs. Veinte minutos para reponerse. O al menos fingirlo.