Mira hacia donde duela más.
Bryce no le dijo a Hunt lo acertado de la pista de la Reina Víbora. Ya le había dado su lista de sospechosos, pero aún no recibía la otra petición que le habían hecho.
Así que eso fue lo que decidió hacer: redactar una lista que detallara cada uno de los movimientos de Danika la semana previa a su muerte. Pero cuando terminó de abrir la galería para iniciar el día, en el momento que bajó a la biblioteca para hacer la lista… Las náuseas llegaron.
Entonces, encendió su laptop y empezó a buscar sus correos con Maximus Tertian desde hacía seis semanas. Tal vez podría encontrar alguna especie de conexión ahí, o al menos una pista de sus planes para esa noche.
Sin embargo, con cada correo electrónico profesional y aburrido que releía, los recuerdos de los últimos días de Danika arañaban la puerta que había soldado para que se quedara cerrada en su mente. Como espectros amenazantes, refunfuñaban y susurraban, y ella intentaba ignorarlos, intentaba concentrarse en los correos de Tertian pero…
Lehabah se asomó desde donde estaba recostada en el diminuto diván que Bryce le había dado hacía años, cortesía de una casa de muñecas de su niñez, y desde donde veía en su tableta su drama vanir favorito. Su domo de vidrio estaba detrás de ella, colocado sobre un montón de libros con los pétalos largos de una orquídea morada colgando sobre él.
—Podrías dejar que el ángel bajara aquí y trabajar juntos en lo que sea que te esté costando tanta dificultad.
Bryce puso los ojos en blanco.
—Tu fascinación con Athalar está alcanzando niveles de acosadora.
Lehabah suspiró.
—¿Sabes cómo se ve Hunt Athalar?
—Considerando que está viviendo en la azotea enfrente de mi departamento, diría que sí.
Lehabah presionó el botón de pausa en su programa y recargó la cabeza contra el respaldo de su silloncito.
—Es hermoso.
—Sí, pregúntale a él.
Bryce cerró el correo que había estado leyendo, uno de unos cien que había intercambiado con Tertian, y el primero en el que él se le había un poco.
—Hunt es suficientemente apuesto como para salir en este programa —dijo Lehabah y señaló con uno de los dedos de su pie hacia la tableta frente a ella.
—Por desgracia, no creo que las diferencias de tamaño entre tú y Athalar permitieran que eso funcionara en la cama. Tú apenas tienes el tamaño para abrazarle el pene.
Lehabah soltó una nubecilla de humo por la vergüenza. La duendecilla ondeó la mano para despejarla.
—¡BB!
Bryce rio y luego hizo un ademán hacia la tableta.
—Yo no soy la que está viendo un programa que en el fondo es pornografía con una historia. ¿Cómo dices que se llama? ¿Fajes salvajes?
Lehabah se puso morada.
—¡No se llama así y lo sabes! Y es artístico. Hacen el amor. No… —se ahogó.
—¿Cogen? —sugirió Bryce sin tapujos.
—Exacto —asintió Lehabah con propiedad.
Bryce rio y dejó que eso ahuyentara a los fantasmas del pasado que se acumulaban. La duendecilla, a pesar de ser mojigata, también rio. Bryce dijo:
—Dudo que Hunt Athalar sea del tipo de hacer el amor.
Lehabah ocultó la cara detrás de sus manos y empezó a tararear con mortificación.
Sólo para torturarla un poco más, Bryce agregó:
—Es el tipo de doblarte sobre un escritorio y…
El teléfono sonó.
Ella miró hacia el techo, preguntándose si Athalar había oído de alguna manera, pero… no. Era peor.
—Hola, Jesiba —dijo haciendo un movimiento para indicarle a Lehabah que regresara a su percha de guardiana en caso de que la hechicera estuviera monitoreándolas a través de las cámaras de la biblioteca.
—Bryce. Me da gusto ver a Lehabah trabajando con tanto ahínco.
Lehabah cerró rápido la tableta e hizo su mejor esfuerzo por verse alerta. Bryce dijo:
—Era su descanso de media mañana. Tiene derecho a uno.
Lehabah la miró con profundo agradecimiento.
Jesiba se limitó a soltar una lista de órdenes.
Treinta minutos después, en el escritorio de la sala de exhibición de la galería, Bryce miraba hacia la puerta principal cerrada. El tic-tac del reloj llenaba todo el espacio, un recordatorio constante de cada segundo perdido. Cada segundo que el asesino de Danika y la jauría estaba libre por las calles mientras ella estaba aquí sentada, revisando documentos de mierda.
Era inaceptable. Sin embargo, la idea de abrir la puerta a aquellos recuerdos…
Sabía que se arrepentiría. Sabía que era muy, muy estúpido. Pero marcó el número antes de poder arrepentirse.
—Qué pasa —dijo la voz de Hunt ya alerta, llena de tormentas.
—¿Por qué asumes que algo está mal?
—Porque nunca me has hablado, Quinlan.
Esto era estúpido, de verdad muy estúpido. Se aclaró la garganta para inventar una excusa sobre ordenar comida pero él dijo:
—¿Encontraste algo?
Por Danika, por la Jauría de Diablos, podía hacer esto. Lo haría. El orgullo no tenía lugar aquí.
—Necesito… necesito que me ayudes con algo.
—¿Con qué?
Pero antes de que terminara de pronunciar las palabras, un puño tocaba a la puerta. Sabía que era él sin tener que ver la imagen de la cámara.
Abrió la puerta. Las alas y su perfume de cedro con lluvia chocaron con su cara. Hunt preguntó con ironía:
—¿Me vas a poner peros para entrar o podemos ahorrarnos esa escenita?
—Ya métete.
Bryce dejó a Hunt en el umbral de la puerta y caminó hacia su escritorio. Abrió el cajón inferior para sacar una botella reutilizable. Bebió directo de ella.
Hunt cerró la puerta después de entrar.
—Es un poco temprano para beber, ¿no?
Ella no se molestó en corregirlo, sólo dio otro trago y se sentó en su silla.
Él la miró.
—¿Me vas a decir qué quieres?
Un golpeteo cortés pero insistente, pum-pum-pum venía de la puerta de hierro que daba hacia la biblioteca de abajo. Las alas de Hunt se cerraron y volteó hacia la placa pesada de metal.
Otro tap-tap-tap llenó el atrio de la sala de exhibición.
—BB —dijo Lehabah con voz triste desde el otro lado de la puerta—. ¿BB, estás bien?
Bryce volteó a ver hacia arriba con fastidio. Que Cthona la salvara.
Hunt preguntó con demasiado desinterés:
—¿Quién es?
Un tercer toc-toc-toc.
—¿BB? BB, por favor dime que estás bien.
—Estoy bien —gritó Bryce—. Regresa abajo y ponte a trabajar.
—Quiero verte con mis propios ojos —dijo Lehabah y sonaba para cualquiera como una tía preocupada—. No me puedo concentrar en el trabajo sin verte.
Las cejas de Hunt se juntaron un poco, incluso sus labios se estiraron hacia afuera.
Bryce le dijo:
—Uno: la hipérbole es una forma de arte para ella.
—Oh, BB, puedes ser tan terriblemente cruel…
—Dos: muy pocas personas tienen permitido ir abajo, así que si le informas de esto a Micah, esto se terminó.
—Lo prometo —dijo Hunt con cautela—. Aunque Micah puede hacerme hablar si insiste.
—Entonces no le des motivos para sentirse curioso sobre esto.
Colocó la botella en su escritorio y se sorprendió al darse cuenta de que sus piernas estaban muy sólidas. Hunt seguía parado frente a ella. Las horribles espinas retorcidas que tenía tatuadas en la frente parecían succionar la luz de la habitación.
Pero Hunt se frotó la mandíbula.
—Muchas de las cosas que están aquí son contrabando, ¿no?
—Seguro habrás notado que la mayoría de las porquerías que hay aquí son contrabando. Algunos de esos libros y pergaminos son las últimas copias conocidas en existencia —apretó los labios y luego agregó en voz baja—. Mucha gente sufrió y murió para preservar lo que está en la biblioteca de abajo.
Más que eso, no podía decir. No había podido leer la mayoría de los libros porque estaban escritos en lenguas muertas hacía mucho tiempo o en códigos tan inteligentes que sólo un lingüista bien entrenado o un historiador podría descifrarlos, pero ella al fin había aprendido el año pasado dónde estaba cada uno. Sabía que los asteri y el senado ordenarían que fueran destruidos. Habían destruido el resto de copias. También había ahí libros normales que Jesiba adquiría sobre todo para su propio uso, quizá incluso para el Rey del Inframundo. Pero los que vigilaba Lehabah… esos eran por los cuales la gente mataría. Por los cuales había matado.
Hunt asintió.
—No diré una palabra.
Ella lo evaluó por un momento y luego se dirigió a la puerta de hierro.
—Considera esto tu regalo de cumpleaños, Lele —dijo entre dientes frente a la puerta de metal.
La puerta se abrió con un suspiro y dejó a la vista la escalera con alfombra color verde pino que llevaba directamente a la biblioteca del piso de abajo. Hunt casi chocó con ella cuando Lehabah flotó entre ambos, su fuego brillando con fuerza, y ronroneó:
—Hola.
El ángel examinó a la duendecilla de fuego que flotaba a unos centímetros de su cara. No era más grande que la mano de Bryce y su cabello como flamas se retorcía sobre su cabeza.
—Vaya, si no serás hermosa —dijo Hunt con voz grave y suave de una manera que hizo que todos los instintos de Bryce se pusieran en alerta.
Lehabah se iluminó más, se abrazó a sí misma e inclinó la cabeza.
Bryce se sacudió los efectos de la voz de Hunt.
—Deja de hacerte la tímida.
Lehabah la miró con furia, pero Hunt levantó un dedo para que ella se parara en él.
—¿Vamos?
Lehabah brillaba con un color rojo rubí, pero flotó hasta el dedo lleno de cicatrices de Hunt y se sentó, sonriéndole con una mirada coqueta.
—Es muy amable, BB —observó Lehabah mientras Bryce avanzaba por las escaleras. El candelabro de sol se volvió a encender—. No veo por qué te quejas tanto de él.
Bryce volteó a verla por encima del hombro y le frunció el entrecejo. Pero Lehabah, que estaba haciéndole ojos de vaca al ángel, le sonrió a Bryce mientras Hunt la seguía hacia el corazón de la biblioteca.
Bryce miró al frente rápido.
Tal vez Lehabah tenía razón sobre el aspecto de Athalar.
Bryce estaba muy consciente de cada paso que daba, de cada sonido provocado por el movimiento de las alas de Hunt a unos pasos detrás de ella. Cada gota de aire que llenaba sus pulmones, su poder, su voluntad.
Aparte de Jesiba, Syrinx y Lehabah, sólo Danika había bajado con ella a este lugar antes.
Syrinx acababa de despertar de su siesta para ver que tenían un invitado y su pequeña cola de león dio golpes contra el sofá de terciopelo.
—Syrie dice que puedes cepillarlo ahora —le dijo Lehabah a Hunt.
—Hunt está ocupado —dijo Bryce y se dirigió a la mesa donde había dejado el libro abierto.
—¿Syrie habla?
—Según ella, sí —dijo Bryce entre dientes mientras buscaba en la mesa su… sí, había puesto la lista en la mesa de Lehabah. Se dirigió hacia allá. Con cada paso que daba sus tacones se hundían cada vez en la alfombra.
—Debe haber miles de libros aquí abajo —dijo Hunt estudiando las repisas altas.
—Oh, sí —contestó Lehabah—. Pero la mitad de esto también es la colección privada de Jesiba. Algunos de los libros son de hace…
—Ahem —dijo Bryce.
Lehabah le sacó la lengua y le dijo con un susurro de cómplice a Hunt:
—BB está de mal humor porque no ha podido hacer su lista.
—Estoy de mal humor porque tengo hambre y has sido un fastidio toda la mañana.
Lehabah flotó para separarse del dedo de Hunt y se dirigió a la mesa, donde se dejó caer en el silloncito de muñecas y le dijo al ángel, que se veía indeciso entre hacer una mueca y reír:
—BB finge ser mala pero es un bombón. Compró a Syrie porque Jesiba lo quería regalar a un cliente militar en las montañas Farkaan…
—Lehabah…
—Es cierto.
Hunt examinó los diversos tanques que había en la habitación y la variedad de reptiles que contenían, luego las aguas vacías del acuario gigante.
—Pensé que era una especie de mascota de diseñador.
—Oh, lo es —dijo Lehabah—. Syrinx fue separado de su madre cuando era un cachorro, pasó diez años entre compras y ventas por todo el mundo, después Jesiba lo compró como mascota, y luego Bryce le compró… su libertad, digo. Incluso hizo que la prueba de su libertad se certificara. Nadie puede volver a comprarlo —señaló a la quimera—. No puedes verlo porque está acostado así, pero tiene la marca de liberado en su pata delantera derecha. La C oficial y todo.
Hunt volteó de las aguas oscuras para observar a Bryce.
Ella se cruzó de brazos.
—¿Qué? Tú fuiste el que asumió cosas.
Los ojos de Hunt centellearon. Lo que fuera que eso quisiera decir.
Sin embargo, ella intentó no mirar la muñeca del ángel… el SPQM tatuado ahí. Se preguntó si él estaba resistiéndose al mismo impulso; si estaba contemplando si alguna vez conseguiría esa C.
Pero entonces Lehabah le dijo a Hunt:
—¿Cuánto cuesta comprarte a ti, Athie?
Bryce interrumpió.
—Lele, eso es grosero. Y no lo llames Athie.
Ella soltó una nube de humo.
—Él y yo somos de la misma casa y los dos somos esclavos. Mi bisabuela peleó en su Legión 18ª durante su rebelión. Tengo permiso de preguntar.
La cara de Hunt se cerró por completo ante la mención de la rebelión, pero se acercó al sillón y dejó que Syrinx le oliera los dedos para luego rascar a la bestia detrás de sus orejas sedosas. Syrinx gruñó con placer y su cola de león colgó sin fuerzas.
Bryce intentó bloquear la sensación de presión en su pecho al ver esa escena.
Las alas de Hunt se movieron.
—A mí me vendieron a Micah por ochenta y cinco millones de marcos de oro.
Los tacones de Bryce se atoraron en la alfombra cuando estaba por llegar a la pequeña estación de Lehabah para tomar la tableta. Lehabah de nuevo flotó hacia el ángel.
—Yo costé noventa mil marcos de oro —le confió Lehabah—. Syrie costó doscientos treinta y tres mil marcos de oro.
Hunt volteó a ver a Bryce.
—¿Tú pagaste eso?
Bryce estaba sentada en la mesa de trabajo y apuntó hacia la silla vacía a su lado. Hunt se acercó al instante, por una vez.
—Me dieron el quince por ciento de descuento de empleada. Y llegamos a un acuerdo.
Que así quedara.
Hasta que Lehabah declaró:
—Jesiba le quita un poco de cada cheque —Bryce gruñó y trató de controlar el instinto que sentía de ahogar a la duendecilla con una almohada—. BB lo estará pagando hasta que tenga trescientos años. A menos que no haga el Descenso. En ese caso morirá antes.
Hunt se dejó caer en su asiento y su ala rozó el brazo de Bryce. Más suave que el terciopelo, más tersa que la seda. Él guardó el ala al sentirla, como si no pudiera soportar el contacto.
—¿Por qué?
Bryce dijo:
—Porque ese militar quería lastimarlo y quebrarlo hasta que se convirtiera en una bestia de pelea y Syrinx es mi amigo y ya estaba harta de perder amigos.
—Siempre pensé que tenías mucho dinero.
—Nop —dijo Bryce enfatizando el sonido de la p como un chasquido.
Hunt frunció el entrecejo.
—Pero tu departamento…
—El departamento es de Danika —Bryce no podía verlo a los ojos—. Lo compró como una inversión. Hizo que se escriturara a nuestros nombres. Yo ni siquiera sabía que existía hasta que ella murió. Y lo hubiera vendido, pero tenía excelente seguridad y encantamientos grado A…
—Entiendo —dijo él de nuevo y ella sintió que se encogía al notar la amabilidad en sus ojos. La lástima.
Danika había muerto y ella estaba sola y… Bryce no podía respirar.
Se negó a ir a terapia. Su madre le había conseguido cita tras cita durante el primer año y Bryce no había ido a ninguna. Se compró su difusor de aromaterapia, leyó sobre técnicas de respiración y eso fue todo.
Sabía que debería haber ido. La terapia ayudaba a tanta gente, salvaba tantas vidas. Juniper había ido con una terapeuta desde que era adolescente y le decía a quien estuviera dispuesto a escucharla lo vital y brillante que era ir a consulta.
Pero Bryce no se había presentado, no porque no creyera que funcionara. No, sabía que sí funcionaría, y ayudaría, y tal vez la haría sentir mejor. O al menos le daría las herramientas para intentarlo.
Eso era justo el motivo por el cual no había ido.
Por la manera en que Hunt la miraba, se preguntó si él sabría, si se daría cuenta de por qué había soltado una larga exhalación.
Mira hacia donde duela más.
Maldita. La Reina Víbora se podía ir al Averno con sus consejos.
Encendió la tableta de Lehabah. La pantalla se iluminó con un vampiro y un lobo enredados juntos, gimiendo, desnudos…
Bryce rio.
—¿Dejaste de ver esto para venir a molestarme, Lele?
El aire de la habitación se sintió más ligero, como si la tristeza de Bryce se hubiera resquebrajado al ver un lobo metiéndosela con fuerza a la vampiro que gemía.
Lehabah ardió color rojo rubí.
—Quería conocer a Athie —dijo en voz baja y regresó a su sillón.
Hunt, como contra su voluntad, rio.
—¿Ves Fajes Salvajes?
Lehabah se enderezó.
—¡Así no se llama! ¿Tú le dijiste que dijera eso, Bryce?
Bryce se mordió el labio para evitar soltar la carcajada y tomó su laptop para abrir sus correos con Tertian en la pantalla.
—No, no lo hice.
Hunt arqueó la ceja con diversión cautelosa.
—Voy a tomar una siesta con Syrie —declaró Lehabah a nadie en particular.
Casi en cuanto lo dijo, algo pesado golpeó en el entrepiso.
La mano de Hunt se fue hacia su costado, tal vez para buscar la pistola que tenía ahí, pero Lehabah refunfuñó hacia el barandal:
—No interrumpan mi siesta.
Un sonido fuerte de algo que se arrastraba llenó la biblioteca, seguido por un golpe y un crujido. No provenía del tanque de Miss Poppy.
Lehabah le dijo a Hunt:
—No dejes que los libros te convenzan de que te los lleves a tu casa.
Él le sonrió a medias.
—Tú estás haciendo un buen trabajo para asegurarte de que no suceda.
Lehabah se veía muy orgullosa cuando se acurrucó junto a Syrinx. Él ronroneó encantado por su calor.
—Harán cualquier cosa para escaparse de aquí: se meterán a tu bolsa, al bolsillo de tu abrigo, incluso saltarán por las escaleras. Están desesperados por salir de nuevo al mundo.
Se acercó a las repisas detrás de ellos, donde un libro había aterrizado en los escalones.
—¡Malo! —dijo furiosa.
La mano de Hunt se deslizó cerca del cuchillo que cargaba en el muslo mientras el libro, como si lo cargaran manos invisibles, flotaba hacia arriba de las escaleras, luego flotaba hacia la repisa y después encontraba su lugar otra vez. Después vibró una vez con luz dorada, como si estuviera molesto.
Lehabah le lanzó una mirada de advertencia y luego se envolvió en la cola de Syrinx como un chal de piel.
Bryce sacudió la cabeza pero alcanzó a ver por el rabillo del ojo que Hunt ahora la estaba mirando. No de la manera en que los hombres solían mirarla. Le dijo:
—¿Por qué están aquí todos estos animalitos?
—Son los antiguos amantes y rivales de Jesiba —susurró Lehabah desde su manta de piel.
Las alas de Hunt se agitaron.
—Había escuchado los rumores.
—Yo nunca la he visto transformar a nadie en animal —dijo Bryce—, pero trato de no hacerla enojar. De verdad preferiría no terminar convertida en cerdo si Jesiba se enoja conmigo por cagarla en un negocio.
Los labios de Hunt se movieron un poco hacia arriba, como si estuvieran atrapados entre la diversión y el horror.
Lehabah abrió la boca, quizá para decirle a Hunt todos los nombres que le había puesto a las criaturas de la biblioteca, pero Bryce la interrumpió y le dijo a Hunt:
—Te llamé porque empecé a hacer la lista de todos los movimientos de Danika durante sus últimos días.
Le dio un golpecito a la página donde estaba escribiendo.
—¿Sí? —dijo Hunt y sus ojos oscuros permanecieron en el rostro de ella.
Bryce se aclaró la garganta y admitió:
—Es, eh, difícil. Obligarme a recordar. Pensé… que tal vez tú podrías hacerme algunas preguntas. Ayudarme a… que fluyan los recuerdos.
—Ah. Está bien.
El silencio volvió a expandirse mientras ella esperaba que él le recordara que el tiempo no estaba de su parte, que él tenía un puto trabajo que hacer y que ella no debía ser tan cobarde, bla, bla.
Pero Hunt veía los libros, los tanques, la puerta al baño en la parte trasera, las luces disfrazadas de estrellas pintadas en el techo. Y luego, en vez de preguntarle sobre Danika, dijo:
—¿Estudiaste antigüedades en la escuela?
—Sí, tomé algunas clases. Me gustaba aprender sobre porquerías viejas. Mi especialidad era la literatura clásica —agregó—. Aprendí la Vieja Lengua de las hadas cuando era niña.
Había aprendido sola por puro interés en saber más sobre su linaje. Cuando fue a la casa de su padre un año después, por primera vez en su vida, esperaba usar ese conocimiento para impresionarlo. Después de que todo se fuera a la mierda, se negó a aprender otro idioma. Era infantil pero no le importaba.
Aunque era cierto que conocer la lengua más antigua de las hadas había sido útil para este trabajo. Por las pocas antigüedades hada que no estaban acumuladas en sus bóvedas brillantes.
Hunt volvió a estudiar el espacio.
—¿Cómo conseguiste este trabajo?
—Después de graduarme no podía conseguir empleo en ninguna parte. Los museos no me querían porque no tenía suficiente experiencia y las otras galerías de arte de la ciudad son administradas por patanes que pensaban que yo era… apetitosa.
Los ojos del ángel se oscurecieron y ella se obligó a ignorar la rabia que vio formarse ahí por ella.
—Pero mi amiga Fury…
Hunt se tensó un poco al escuchar el nombre; era obvio que estaba al tanto de su reputación.
—Bueno, en algún momento ella y Jesiba trabajaron juntas en Pangera. Y cuando Jesiba mencionó que necesitaba una nueva asistente, Fury casi… casi la obligó a aceptar mi currículum —Bryce rio al recordarlo—. Jesiba me ofreció el trabajo porque no quería una persona mojigata. El trabajo es demasiado sucio, los clientes de dudosa reputación. Ella necesitaba alguien con buenas habilidades sociales y un poco de experiencia en el arte antiguo. Y eso fue todo.
Hunt pensó un momento y luego preguntó:
—¿Cuál es tu relación con Fury Axtar?
—Ella está en Pangera. Haciendo lo que Fury hace mejor.
No fue una respuesta en realidad.
—¿Axtar te dijo alguna vez qué hace allá?
—No. Y me gustaría seguir así. Mi padre me contó suficientes historias sobre cómo están las cosas allá. No me gusta imaginarme lo que Fury ve y con lo que tiene que tratar.
Sangre, lodo y muerte, la ciencia contra la magia, máquinas contra vanir, bombas de químicos y luzprístina, balas y colmillos.
El servicio del propio Randall había sido obligatorio, una condición de vida para cualquier no-inferior en la clase peregrini: todos los humanos tenían que cubrir tres años de servicio militar. Randall nunca lo dijo, pero ella siempre supo que los años en el frente le habían dejado cicatrices profundas más allá de las que tenía visibles en su cuerpo. Ser forzado a matar a tu propia gente no era algo sencillo. Pero la amenaza de los asteri seguía existiendo: si alguien se negaba, renunciaban a sus vidas. Y luego las vidas de sus familias. Todos los que sobrevivieran serían esclavos y sus muñecas portarían la tinta con las mismas letras que marcaban la piel de Hunt para siempre.
—No existe la posibilidad de que el asesino de Danika esté conectado con…
—No —gruñó Bryce.
Tal vez ella y Fury estuvieran pasando por una etapa muy jodida, pero estaba segura de eso.
—Los enemigos de Fury no eran los enemigos de Danika. Cuando Briggs regresó a la cárcel, se fue.
Bryce no la había vuelto a ver desde entonces.
Con tal de cambiar el tema, Bryce preguntó:
—¿Cuántos años tienes?
—Doscientos treinta y tres.
Ella hizo el cálculo y frunció el ceño.
—¿Así de joven eras cuando te rebelaste? ¿Y ya estabas al mando de una legión?
La rebelión fallida de los ángeles había sido hacía doscientos años; él debió ser muy muy joven, conforme a los estándares de los vanir, para ser un líder en el movimiento.
—Mis dones me hacían muy valioso para la gente —levantó la mano y los relámpagos se retorcieron alrededor de sus dedos—. Demasiado bueno para matar —ella gruñó para indicar que estaba de acuerdo. Hunt la miró—. ¿Has matado alguna vez?
—Sí.
La sorpresa iluminó sus ojos. Pero ella no quería profundizar en eso, lo que había sucedido con Danika en el último año de la universidad que las había dejado a ambas en el hospital, ella con el brazo destrozado y una motocicleta robada que quedó hecha poco más que chatarra.
Lehabah los interrumpió desde el otro lado de la biblioteca.
—¡BB, deja de ser críptica! Yo he querido saberlo desde hace años, Athie, pero nunca me cuenta nada bueno…
—Déjalo, Lehabah.
Los recuerdos de ese viaje la asaltaron. La cara sonriente de Danika en la cama de hospital junto a la suya. Cómo a pesar de sus protestas, Thorne cargó a Danika por las escaleras de su dormitorio cuando llegaron a casa. Cómo la jauría las había mimado durante una semana. Nathalie y Zelda corrieron a los hombres una noche para poder tener un maratón de películas sólo para chicas. Pero nada se había comparado con lo que había cambiado entre ella y Danika en ese viaje. Había caído la última barrera, la verdad estaba ahí desnuda.
Te amo, Bryce. Lo siento tanto.
Cierra los ojos, Danika.
Un agujero se le abrió en el pecho, profundo y aullante.
Lehabah seguía quejándose. Pero Hunt observaba la cara de Bryce. Preguntó:
—¿Cuál es un recuerdo feliz que tengas con Danika de la última semana de su vida?
La sangre se agolpaba por todo su cuerpo.
—Te-tengo muchos de esa semana.
—Elige una y empezaremos con eso.
—¿Así es como consigues que hablen los testigos?
Él se recargó en su silla y acomodó sus alas alrededor de la parte baja del respaldo.
—Así es como tú y yo vamos a hacer esta lista.
Ella consideró su mirada, su presencia sólida y vibrante. Tragó saliva.
—El tatuaje que tengo en la espalda… nos lo hicimos esa semana. Una noche bebimos demasiado y yo estaba tan perdida que ni siquiera supe qué carajos me había puesto en la espalda hasta que se me pasó la resaca.
A él se le movieron un poco los labios como si quisiera reír.
—Espero que al menos haya sido algo bueno.
A ella le dolía el pecho pero sonrió.
—Lo fue.
Hunt se inclinó hacia adelante y le dio unos golpecitos al papel.
—Escríbelo.
Ella lo hizo. Él preguntó:
—¿Qué hizo Danika durante ese día antes de que fueran a hacerse el tatuaje?
La pregunta era tranquila, pero él estuvo sopesando cada uno de sus movimientos. Como si estuviera leyendo algo, evaluando algo que ella no podía ver.
Ansiosa por evadir esa mirada demasiado intensa, Bryce tomó la pluma y empezó a escribir, un recuerdo tras otro. Continuó escribiendo sus recuerdos sobre dónde había estado Danika esa semana: el tonto deseo en la Puerta de la Vieja Plaza; la pizza que ella y Danika se terminaron paradas en el mostrador de la tienda mientras bebían botellas de cerveza y hablaban de tonterías; el salón de belleza donde Bryce veía revistas de chismes mientras Danika se retocaba las mechas moradas, azules y rosadas; la tienda de abarrotes a dos cuadras donde ella y Thorne encontraron a Danika terminándose una bolsa de papas que todavía no había pagado y la molestaron por horas después de eso;, la arena de solbol de la UCM donde ella y Danika habían disfrutado al ver a los jugadores sexys del equipo de Ithan durante el entrenamiento y peleaban por decidir quién se quedaría con cuál… Siguió escribiendo y escribiendo hasta que las paredes empezaron a cerrarse sobre ella otra vez.
No dejaba de rebotar la rodilla debajo de la mesa.
—Creo que podemos detenernos aquí por hoy.
Hunt abrió la boca y miró la lista, pero el teléfono de Bryce vibró.
Le agradeció a Urd por la intervención tan oportuna. Bryce miró el mensaje que apareció en la pantalla y frunció el ceño. Al parecer la expresión le intrigó tanto a Hunt que se asomó por encima de su hombro.
Ruhn había escrito: Nos vemos en el Templo de Luna en treinta minutos.
Hunt preguntó:
—¿Crees que tenga que ver con lo de anoche?
Bryce no le respondió pero escribió: ¿Por qué?
Ruhn respondió: Porque es uno de los pocos lugares en esta ciudad sin cámaras.
—Interesante —murmuró ella—. ¿Crees que debería advertirle que tú vas a ir?
La sonrisa de Hunt fue maldad pura.
—Ni se te ocurra.
Bryce no pudo evitar sonreír.