C79

Las aguas heladas amenazaron con robarle el poco aire de los pulmones.

Bryce se negó a pensar en el frío, en el dolor que todavía sentía en la pierna recién sanada, o en los dos monstruos que estaban en la biblioteca con ella. Uno, al menos, estaba contenido detrás de la puerta del baño.

El otro…

Bryce se concentró en Syrinx y se negó a permitir que el terror la controlara, que le robara el aliento mientras avanzaba hacia el cuerpo inmóvil de la quimera.

No aceptaría esto. No por un momento.

Los pulmones empezaron a quemarle, una tensión creciente contra la cual luchó mientras nadaba de regreso con Syrinx hacia la plataforma de alimentación, su salvación para salir del agua, para alejarse del nøkk. Sus dedos se aferraron a los eslabones de la cadena y la plataforma empezó a ascender hacia la superficie.

Con los pulmones constreñidos, Bryce sostuvo a Syrinx en la plataforma y permitió que los impulsara hacia arriba, arriba…

Desde las sombras en las rocas del fondo, el nøkk salió disparado. Ya estaba sonriendo.

El nøkk sabía que ella iría por Syrinx. La había estado observando en la biblioteca semanas.

Pero la plataforma de alimentación llegó a la superficie, con Bryce a bordo, y respiró el dulce aire vital mientras empujaba a Syrinx por la orilla y le decía a Lehabah entre jadeos:

—Compresiones en el pecho…

Unas manos con garras se envolvieron alrededor de sus tobillos y le cortaron la piel cuando tiraron de ella y la sumergieron en el agua. Su frente se golpeó contra la orilla de metal de la plataforma antes de que el agua fría se la volviera a tragar.


Hunt no podía respirar al ver al nøkk azotar a Bryce contra el vidrio del tanque con tanta fuerza que se cuarteó.

El impacto la sacudió de su estupor, justo cuando el nøkk tiró una mordida hacia su cara.

Ella lo esquivó hacia la izquierda, pero todavía tenía las garras en los hombros y le cortaban la piel. Buscó el cuchillo que traía atado al muslo…

El nøkk le arrebató el cuchillo y lo lanzó a la oscuridad del agua.

Ya no había remedio. Así moriría. No a manos de Micah, no por el sinte en su cuerpo, sino hecha trizas por un nøkk.

Hunt no podía hacer nada, nada, nada mientras veía a la bestia tirar otra mordida a su cara.

Bryce volvió a moverse. No buscó otra arma oculta sino recurrió a otro tipo de ataque.

Golpeó con la mano derecha a la parte inferior del abdomen del nøkk, y buscó dentro del doblez delantero casi invisible que formaba su piel. Sucedió tan rápido que Hunt no estaba seguro de qué estaba haciendo. Hasta que torció la mano y el nøkk se arqueó de dolor.

Unas burbujas salieron de la boca de Bryce mientras ella le retorcía los testículos con más fuerza…

Todos los hombres de la sala se encogieron un poco.

El nøkk la soltó y cayó al fondo. Era la oportunidad que necesitaba Bryce. Flotó de regreso hacia el vidrio roto, apoyó las piernas y empujó.

Eso la impulsó hacia el agua. La sangre de la herida en su cabeza formó una estela en su camino a pesar de que el sinte estaba sanando la herida y había evitado que el golpe la dejara inconsciente.

La plataforma volvió a bajar al agua. Lehabah la había vuelto a enviar hacia abajo. Un último salvavidas. Bryce pateó como delfín hacia la plataforma, apuntando los brazos frente a ella. La sangre se podía ver con cada patada.

En el fondo rocoso del tanque el nøkk ya se había recuperado y le enseñó los dientes a la mujer que huía. Una rabia fundida relucía en sus ojos blanquecinos.

Nada, Bryce —dijo Tharion para sí—. No mires atrás.

La plataforma llegó al nivel más bajo. Bryce nadó con los dientes apretados. El instinto de respirar debió ser horrendo.

Vamos rezó Hunt. Vamos.

Bryce se aferró el fondo de la plataforma, luego de la orilla. El nøkk avanzó desde las profundidades, la furia y la muerte brillaban en su rostro monstruoso.

—No te detengas, Bryce —le advirtió Fury Axtar a la pantalla.

Bryce no se detuvo. Una mano tras otra, fue escalando la cadena ascendente, luchando por cada tramo que avanzaba hacia la superficie.

Tres metros de la superficie. El nøkk llegó a la base de la plataforma.

Dos. El nøkk subió por la cadena y se acercó a sus tobillos.

Bryce llegó a la superficie con un jadeo intenso, sus brazos luchaban, tiraban, tiraban…

Sacó el pecho. El abdomen. Las piernas.

Las manos del nøkk salieron del agua, intentando alcanzarla.

Pero Bryce estaba fuera de su alcance. Y ahora jadeaba, goteando hacia el agua agitada bajo la plataforma. La cabeza le había sanado sin dejar huella.

El nøkk, incapaz de soportar el aire, se dejó caer bajo la superficie justo cuando la plataforma se detuvo y selló el acceso al agua debajo.

—Carajo —susurró Fury y se pasó las manos temblorosas por la cara—. Carajo.

Bryce se apresuró a ver a Syrinx que no respondía y le preguntó a Lehabah:

—¿Algo?

—No, está…

Bryce empezó a hacerle compresiones en el pecho, con dos dedos en el centro del pecho empapado de la quimera. Cerró la mandíbula de la bestia y le sopló en las fosas nasales. Lo hizo de nuevo. De nuevo. De nuevo.

No hablaba. No le suplicaba a los dioses mientras trataba de resucitarlo.

Una de las cámaras que veían al otro lado de la habitación mostraba que la puerta del baño colapsaba bajo los ataques de Micah. Tenía que salir de ahí. Tenía que correr o quedaría destrozada y hecha astillas de hueso.

Bryce se quedó. Siguió luchando por la vida de la quimera.

—¿Puedes hablar a través del audio? —le preguntó Ruhn a Declan y Jesiba—. ¿Nos podemos conectar? —señaló la pantalla—. Dile que tiene que salirse de una puta vez.

Jesiba dijo en voz baja, con el rostro pálido:

—Es sólo en un sentido.

Bryce continuó con las compresiones al pecho, con el pelo empapado, la piel azulada por la luz del tanque, como si ella misma fuera un cadáver. Y escrito en su espalda, cortado sólo por su sostén deportivo negro… el Cuerno.

Aunque saliera de la galería, si de alguna manera sobrevivía al sinte, Micah…

Syrinx se movió y vomitó agua. Bryce dejó escapar un sollozo, pero volteó a la quimera para permitirle que tosiera el resto del agua. La bestia se convulsionaba, vomitaba, jadeaba para respirar.

Lehabah había llevado una camisa de uno de los cajones del escritorio. Se la dio a Bryce y ella envolvió a la quimera en la camisa, la cargó entre sus brazos e intentó ponerse de pie.

Gimió de dolor y casi dejó caer a Syrinx porque la pierna le sangraba hacia el charco bajo sus pies.

Hunt había estado tan concentrado en la herida de la cabeza que no había visto al nøkk abrirle la pantorrilla, donde se alcanzaba a ver la carne a través de sus mallas que seguía destrozada. Seguía sanando poco a poco. El nøkk seguramente le había clavado las garras hasta el hueso si la herida era tan grave que el sinte seguía sanándola.

—Tenemos que correr. Ahora. Antes de que salga.

No esperó a que Lehabah respondiera y se logró poner de pie, cargando a Syrinx.

Cojeaba… mucho. Y se movía tan, tan despacio hacia las escaleras.

La puerta del baño volvió a calentarse, el metal al rojo vivo porque Micah estaba intentando fundirla para salir.

Bryce jadeó entre dientes, un suspiro controlado con cada uno de sus pasos. Estaba intentando controlar el dolor que el sinte todavía no le quitaba. Intentaba cargar a la quimera de quince kilogramos por las escaleras con la pierna destrozada.

La puerta del baño pulsaba con luz y salían chispas por algunas cuarteaduras. Bryce llegó a las escaleras de la biblioteca, dio un paso para subir a la sala de exhibición y gimió de dolor.

—Déjalo —gruñó el Rey del Otoño—. Deja a la quimera.

Hunt sabía, desde antes de que Bryce diera el siguiente paso, que ella no lo haría. Que preferiría que un arcángel le arrancara la espalda que dejar a Syrinx.

Y alcanzaba a ver que Lehabah también lo sabía.


Bryce iba a una tercera parte del camino subiendo las escaleras, las chispas volaban desde las uniones de la puerta del baño al otro lado, cuando se dio cuenta de que Lehabah no iba a su lado.

Se detuvo, jadeó por el dolor en la pantorrilla que ni siquiera el sinte lograba controlar, y volteó hacia la base de las escaleras de la biblioteca.

—Olvida los libros, Lehabah —le suplicó.

Si sobrevivían, mataría a Jesiba por siquiera hacer que la duendecilla titubeara. La mataría.

Pero Lehabah no se movió.

—Lehabah —dijo Bryce, el nombre era una orden.

Lehabah dijo con suavidad, con tristeza:

—No llegarás a tiempo, BB.

Bryce dio otro paso hacia arriba y sintió el dolor recorrerle la pantorrilla. Cada movimiento la volvía a abrir, una batalla cuesta arriba contra el sinte que intentaba sanarla. Antes de que destrozara su cordura. Se tragó el grito y dijo:

—Tenemos que intentarlo.

—No ambas —susurró Lehabah—. Tú.

Bryce sintió que el color se le escapaba del rostro.

—No puedes —dijo con la voz entrecortada.

—Sí puedo —dijo Lehabah—. Los encantamientos no lo van a sostener mucho tiempo más. Déjame ayudarte.

Bryce siguió moviéndose con los dientes apretados.

—Podemos resolver esto. Podemos escapar juntas…

—No.

Bryce miró atrás y vio que Lehabah sonreía suavemente. Seguía en la base de las escaleras.

—Déjame hacer esto por ti, BB. Por ti y por Syrinx.

Bryce no pudo controlar el sollozo que salió con violencia de sugarganta.

—Eres libre, Lehabah.

Las palabras se abrieron paso por la biblioteca y Bryce lloró.

—Yo le compré tu libertad a Jesiba la semana pasada. Tengo los documentos en mi escritorio. Quería hacerte una fiesta, para darte la sorpresa —la puerta del baño empezó a deformarse, a doblarse. Bryce sollozó—. Te compré y ahora te libero, Lehabah.

La sonrisa de Lehabah no cambió.

—Lo sé —dijo ella—. Me asomé a tu cajón.

Y a pesar del monstruo que intentaba liberarse detrás de ellas, Bryce reprimió una risa antes de suplicar:

—Eres una persona libre, no tienes que hacer esto. Eres libre, Lehabah.

Pero Lehabah permaneció en el pie de las escaleras.

—Entonces permite que el mundo sepa que mi primer acto de libertad fue ayudar a mis amigos.

Syrinx se movió en los brazos de Bryce y dejó escapar un sonido grave y de dolor. Bryce pensó que podría ser el sonido de su propia alma y dijo, en un susurro, incapaz de soportar esta decisión, este momento.

—Te amo, Lehabah.

Las únicas palabras que importaban.

—Y yo siempre te amaré, BB —exhaló la duendecilla—. Ve.

Así que Bryce se fue. Apretando los dientes, gritando, Bryce cargó a Syrinx por las escaleras. Hacia la puerta de hierro de la parte superior. Y el tiempo que les comprara si el sinte no la destrozaba antes.

La puerta del baño crujió.

Bryce volteó hacia atrás, sólo una vez. A la amiga que se había quedado a su lado cuando nadie más lo había hecho. La que se había negado a ser nada salvo alegre, incluso al enfrentar la oscuridad que se había tragado a Bryce entera.

Lehabah ardía de un tono rubí profundo e intenso y empezó a moverse.

Primero, un movimiento del brazo hacia arriba. Luego un arco hacia abajo. Un giro que hizo que su cabello formara una espiral arriba de su cabeza. Un baile, para invocar su poder. La chispa de poder que podría tener una duendecilla de fuego.

Un resplandor se extendió por todo el cuerpo de Lehabah.

Así que Bryce siguió subiendo. Y con cada paso doloroso que daba, podía escuchar a Lehabah susurrar, casi cantando:

—Soy descendiente de Ranthia Drahl, Reina de las Brasas. Ella está conmigo ahora y no tengo miedo.

Bryce llegó a la parte superior de las escaleras.

Lehabah continuaba:

—Mis amigos están detrás de mí y los protegeré.

Con un grito, Bryce abrió la puerta de la biblioteca. Hasta que sonó al cerrarse y los encantamientos la sellaron e interrumpieron la voz de Lehabah. Bryce se recargó contra la puerta y se dejó caer al piso, llorando entre dientes.


Bryce había logrado llegar a la sala de exhibición y había cerrado la puerta de hierro a sus espaldas. Gracias a los dioses por eso, gracias a los putos dioses.

Pero Hunt no podía apartar la vista de las cámaras dentro de la biblioteca, donde Lehabah seguía moviéndose, seguía invocando su poder y repitiendo las palabras una y otra vez:

Soy descendiente de Ranthia Drahl, Reina de las Brasas. Ella está conmigo ahora y no tengo miedo.

Lehabah resplandecía, ardía como el corazón de una estrella.

Mis amigos están detrás de mí y yo los protegeré.

La parte superior de la puerta del baño empezó a enroscarse y abrirse.

Y Lehabah soltó su poder. Tres descargas. Perfectamente dirigidas.

No a la puerta del baño ni al arcángel detrás de ella. No, Lehabah no podía detener a Micah.

Pero cien mil galones de agua podían.

Las brillantes descargas de poder de Lehabah chocaron contra el tanque de vidrio. Justo en la cuarteadura que Bryce había hecho cuando el nøkk la azotó contra el vidrio.

La criatura, al sentir el movimiento, se levantó de las rocas. Y retrocedió horrorizado cuando Lehabah volvió a golpear. Otra vez. El vidrio se cuarteó más.

Y entonces Lehabah se lanzó contra el vidrio. Presionó su cuerpo diminuto contra la cuarteadura.

Ella siguió murmurando las palabras una y otra vez. Se mezclaban todas para formar una oración, una plegaria, un desafío.

Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.

Hunt consiguió controlar su cuerpo lo suficiente para ponerse la mano sobre el corazón. El único homenaje que podía dedicarle a Lehabah que seguía sonando a través de las bocinas.

Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.

Uno por uno, los ángeles de la 33ª se pusieron de pie. Luego Ruhn y sus amigos. Y ellos, también se pusieron la mano sobre el corazón mientras la más pequeña de su Casa empujaba y empujaba contra el muro de vidrio. Brillaba de color dorado mientras el nøkk intentaba escapar a cualquier sitio que pudiera sobrevivir lo que venía.

Una y otra vez, Lehabah murmuró:

Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.

El vidrio se cuarteó como tela de araña.

Todos en la sala de conferencias se pusieron de pie. Sólo Sandriel, que tenía la atención fija en la pantalla, no se dio cuenta. Todos estaban de pie y fueron testigos de la duendecilla que dio su vida, y la del nøkk, para salvar a sus amigos. Era todo lo que le podían ofrecer, este respeto y honor final.

Lehabah seguía empujando. Seguía temblando de terror. Pero no se detuvo. Ni un instante.

Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.

La puerta del baño se abrió, el metal se enroscó hacia uno de los lados y apareció Micah, iluminado como si estuviera recién forjado, como si estuviera listo para destrozar este mundo. Vio la biblioteca y su mirada aterrizó en Lehabah y la pared resquebrajada del tanque.

La duendecilla se dio la vuelta y presionó la espalda contra el vidrio. Le gritó a Micah:

—Esto es por Syrinx.

Y golpeó el vidrio con sus pequeñas palmas ardientes.

Y quinientos mil litros de agua explotaron en la biblioteca.