C38

—Tiene sentido —dijo Hunt con tacto mientras veía a Bryce sentada en el brazo de su sofá, mordiéndose el labio inferior. Ella apenas le dijo gracias a Declan antes de colgar.

Hunt continuó:

—El demonio se ha mantenido fuera de la vista de las cámaras de la ciudad. Sabine sabría dónde están esas cámaras, en especial si ella tenía la autoridad de supervisar las grabaciones para casos penales.

El comportamiento de Sabine esa noche… Él la había querido matar.

Había visto a Bryce reírse en la cara de la Reina Víbora, enfrentarse de frente a Philip Briggs y retar a tres de los guerreros hada más letales de la ciudad, pero había temblado al ver a Sabine.

Él no había podido soportarlo, su miedo y miseria y culpa.

Cuando Bryce no respondió, volvió a decir:

—Tiene sentido que Sabine sea responsable.

Se sentó junto a ella en el sillón. Acababa de ponerse una camisa aunque había disfrutado la mirada de admiración pura en la cara de Bryce cuando lo vio.

—Sabine no hubiera matado a su propia hija.

—¿De verdad crees eso?

Bryce se abrazó las rodillas con los brazos.

—No.

Estaba usando unos shorts para dormir y una camiseta grande y vieja y se veía joven. Pequeña. Cansada.

Hunt dijo:

—Todos saben que el Premier estaba considerando saltarse a Sabine para que Danika fuera su heredera. Eso me parece un buen puto motivo —lo reconsideró cuando un viejo recuerdo atrajo su atención. Sacó su teléfono y dijo—: Espera.

Isaiah respondió al tercer timbrazo.

—¿Sí?

—¿Qué tan fácil es que consigas acceso a tus notas de la sala de observación de la noche que murió Danika? —no le permitió a Isaiah responder y siguió hablando—. En específico, ¿escribiste lo que nos dijo Sabine?

La pausa que hizo Isaiah estaba llena de tensión.

—Dime que no piensas que Sabine la mató.

—¿Puedes conseguir las notas? —presionó Hunt.

Isaiah dijo una mala palabra pero después de un momento, respondió:

—Está bien, lo tengo.

Hunt se acercó a Quinlan para que ella pudiera escuchar la voz del comandante cuando decía:

—¿Quieres que recite todo?

—Sólo lo que dijo sobre Danika. ¿Lo tienes?

Sabía que Isaiah lo tenía. El ángel tomaba notas extensas sobre todo.

—Sabine dijo, Danika no podía mantenerse fuera de problemas.

Bryce se puso tensa y Hunt le puso la mano libre en la rodilla y apretó una vez.

—Nunca pudo mantener la boca cerrada y saber cuándo quedarse en silencio alrededor de sus enemigos. Y mira lo que le pasó. Esa perra estúpida de allá adentro sigue respirando y Danika no. Danika debería haber sido más inteligente. Hunt, luego tú le preguntaste sobre qué debería haber sido más inteligente y Sabine dijo, Sobre todo. Empezando por esa puta de compañera de departamento.

Bryce se encogió un poco ante lo que escuchaba y Hunt le frotó el pulgar en la rodilla.

—Gracias, Isaiah.

Isaiah se aclaró la garganta.

—Ten cuidado.

La llamada terminó.

Los ojos de Bryce brillaban.

—Lo que dijo Sabine se puede interpretar de muchas maneras —admitió—. Pero…

—Suena como que Sabine quería que Danika mantuviera la boca cerrada sobre algo. Tal vez Danika amenazó con hablar sobre el robo del Cuerno y Sabine la mató por eso.

Bryce tragó saliva y asintió.

—Pero, ¿por qué esperar dos años?

—Supongo que eso lo averiguaremos de ella.

—¿Qué podría querer Sabine con un artefacto roto? Y aunque supiera cómo repararlo, ¿qué haría con él?

—No lo sé. Y no sé si alguien más lo tiene y ella lo quiere, pero…

—Si Danika vio a Sabine robarlo, tendría sentido que Danika nunca dijera nada. Sería lo mismo con el guardia y la acólita. Es probable que estuvieran demasiado asustados como para declarar.

—Eso explicaría por qué Sabine cambió las grabaciones. Y por qué la asustó cuando nos presentamos en el templo, lo que la obligó a matar a quien pudiera haber visto algo aquella noche. Tal vez la bomba en el club era una manera de intimidarnos o de matarnos haciéndolo parecer como que los humanos estaban detrás del atentado.

—Pero… no creo que ella lo tenga —dijo Bryce pensativa y jugando con los dedos de sus pies.

Tenía las uñas pintadas de un color rubí oscuro. Ridículo, se dijo a sí mismo. No la alternativa. La que lo tenía imaginándose el sabor de cada uno de sus dedos para luego empezar a avanzar por esas piernas suaves y desnudas. Piernas desnudas que estaban a centímetros de él, la piel dorada brillando bajo las lucesprístinas. Se obligó a quitar la mano de su rodilla aunque sus dedos le rogaban que se moviera, que le acariciara el muslo. Más arriba.

Bryce continuó, sin saber el verdadero curso de sus pensamientos:

—No veo por qué Sabine pudiera tener el Cuerno y de todas maneras invocar al kristallos.

Hunt se aclaró la garganta. Había sido un puto día muy largo. Un día extraño, si es que era ahí el lugar donde sus pensamientos habían terminado. Para ser honesto, habían estado flotando en esa dirección desde el campo de tiro. Desde que la vio sosteniendo el rifle como una maldita profesional.

Se obligó a poner atención. A considerar la conversación presente y no a contemplar si las piernas de Quinlan se sentirían tan suaves bajo su boca como se veían.

—No olvides que Sabine odia a Micah a muerte. Además de silenciar a las víctimas, los asesinatos ahora también servirían para restarle poder. Ya viste lo nervioso que está para que esto quede resuelto antes de la Cumbre. ¿Este tipo de asesinatos, causados por un demonio desconocido, cuando Sandriel está aquí? Lo convertiría en una burla. El perfil de Maximus Tertian era tan alto como para provocarle un dolor de cabeza político a Micah. La muerte de Tertian podría ser sólo para joder la posición de Micah. Carajo, ella y Sandriel podrían estar coludidas con la esperanza de debilitarlo a los ojos de los asteri para que así designaran a Sandriel en Valbara. Con bastante facilidad ella podría hacer que Sabine fuera la Premier de todos los metamorfos de Valbara, no sólo de los lobos.

El rostro de Bryce palideció. No existía ese título, pero los gobernadores estaban en su derecho de crearlo.

—Sabine no es de ese tipo. Le gusta el poder, pero no a esa escala. Ella piensa en pequeño… es pequeña. La escuchaste pelear sobre la espada perdida de Danika.

Bryce se empezó a trenzar su cabello de manera distraída.

—No deberíamos gastar nuestro aliento adivinando sus motivos. Podría ser cualquier cosa.

—Tienes razón. Tenemos una razón muy buena para pensar que ella mató a Danika pero nada sólido como para explicar estos nuevos asesinatos.

Hunt observó los dedos largos y delicados de Bryce enredados en su cabello. Se obligó a ver la pantalla oscura de la televisión.

—Atraparla con el demonio podría comprobar su intervención —terminó de decir Hunt.

—¿Crees que Viktoria pueda encontrar los videos que le pedimos?

—Espero que sí —dijo él.

Hunt lo pensó. Sabine… puta madre si había sido ella…

Bryce se levantó del sillón.

—Voy a correr.

—Es la una de la mañana.

—Necesito correr un poco o no podré dormir.

Hunt se puso de pie de un salto.

—Acabamos de regresar de la escena de un asesinato y Sabine quiere ver sangre. Bryce…

Ella se dirigió a su recámara sin voltear atrás.

Salió dos minutos después con su ropa para hacer ejercicio y lo encontró en la puerta también vestido para correr. Ella frunció el ceño.

—Quiero correr sola.

Hunt abrió la puerta y salió al pasillo.

—Qué puta mala suerte.


Ahí estaba su respiración y el golpeteo de sus pies en las calles mojadas y la música sonando a todo volumen en sus oídos. Ella la había puesto tan fuerte que casi era puro ruido. Ruido ensordecedor con ritmo. Nunca ponía la música tan fuerte cuando corría en las mañanas, pero con Hunt corriendo a paso estable a su lado, podía poner la música alta y no preocuparse de que algún depredador se aprovechara de ello.

Así que corrió. Por las avenidas anchas, los callejones y las calles secundarias. Hunt se movía con ella, cada movimiento agraciado y vibrando de poder. Ella podría haber jurado que iba dejando relámpagos a su paso.

Sabine. ¿Ella había matado a Danika?

Bryce no lograba hacerse a la idea. Cada respiración se sentía como astillas de vidrio.

Necesitaban encontrarla en el acto. Encontrar evidencias en su contra.

La pierna le empezó a doler, como si le quemara un ácido en el hueso del muslo. No le hizo caso.

Bryce cortó hacia Prados de Asfódelo, una ruta tan familiar que le sorprendía que no estuvieran marcadas sus huellas en las piedras. Dio la vuelta en una esquina tratando de controlar el gemido de dolor cuando su pierna objetó al movimiento. La mirada de Hunt se dirigió a ella de inmediato pero ella no volteó.

Sabine. Sabine. Sabine.

La pierna le quemaba pero siguió adelante. Por los Prados. Por CiRo.

Siguió corriendo. Siguió respirando. No se atrevió a detenerse.


Bryce sabía que Hunt estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener la boca cerrada cuando al fin regresaron a su departamento una hora después. Tuvo que sostenerse en la puerta para no caer.

Él entrecerró los ojos pero no dijo nada. No mencionó que su cojeo había sido tan obvio al final que casi no había podido correr las últimas diez cuadras. Bryce sabía que el cojeo y el dolor estarían peor en la mañana. Cada paso le provocaba un grito en la garganta que tenía que tragarse y enviar hacia abajo, abajo, abajo.

—¿Estás bien? —le preguntó él con seriedad y se levantó la camisa para limpiarse el sudor de la cara.

Ella alcanzó a echar un vistazo demasiado breve a esos músculos ridículos de su abdomen que brillaban con el sudor. Él se había mantenido a su lado todo el tiempo, no se había quejado ni había hablado. Sólo le siguió el paso.

Bryce se concentró en no recargarse en la pared al ir hacia su recámara.

—Estoy bien —dijo sin aliento—. Necesitaba correr para despejarme.

Él intentó tocar su pierna y un músculo se movió en su mandíbula.

—¿Eso te pasa con frecuencia?

—No —mintió ella.

Hunt la miró.

Ella no pudo evitar cojear al dar el siguiente paso.

—A veces —admitió con una mueca de dolor—. Me voy a poner hielo. Mañana estaré bien.

Si tuviera sangre pura de hada hubiera sanado en una hora o dos. Pero, si tuviera sangre pura hada, la herida no hubiera permanecido así durante tanto tiempo.

La voz de él estaba ronca cuando le preguntó:

—¿Alguna vez te revisaron la herida?

—Sí —mintió ella de nuevo y se frotó el cuello sudoroso. Antes de que él pudiera decirle que estaba mintiendo, agregó—: Gracias por acompañarme.

—Sí.

No fue una respuesta real, pero por fortuna Hunt no dijo nada más cuando ella se fue cojeando por el pasillo y cerró la puerta de su recámara.