Bryce intentó no concentrarse en el hecho de que ahora Hunt y el mundo sabían quién era ella. Al menos la prensa no se había enterado todavía, pequeña bendición.
Como si ser una princesa bastarda importara. Como si eso revelara algo sobre ella como persona. La sorpresa de Hunt era la razón por la cual no le había dicho.
Había roto el cheque de Jesiba, y con él los siglos de deudas.
Ya nada importaba de todas maneras. Hunt se había ido.
Ella sabía que estaba vivo. Había visto las noticias de la procesión de apertura de la Cumbre. Hunt se veía igual que antes de que todo se fuera al carajo. Otra pequeña bendición.
Ella apenas había visto a los demás cuando llegaron: Jesiba, Tharion, su padre, su hermano… No, mantuvo la vista en ese punto en la multitud, en esas alas grises que ya habían vuelto a crecer.
Patética. Era completamente patética.
Ella lo habría hecho. Gustosa habría intercambiado lugares con Hunt, incluso a sabiendas de lo que Sandriel le haría. Lo que Pollux le haría.
Tal vez eso la convertía en una idiota, como dijo Ruhn. Ingenua.
Tal vez tenía suerte de haber salido caminando del vestíbulo del Comitium y todavía respirando.
Tal vez el ataque del kristallos era el precio que tuvo que pagar por sus metidas de pata.
Había pasado los últimos días buscando entre las leyes para ver si se podía hacer algo por Hunt. No encontró nada. Había hecho las únicas dos cosas que podrían haberle conseguido la libertad: ofreció comprarlo y se ofreció a ella misma en su lugar.
No había creído las últimas palabras que le había dicho Hunt. Ella hubiera hecho lo mismo en su lugar. Hubiera sido lo más horrible posible si eso lo hubiera mantenido a salvo.
Bryce se sentó ante el escritorio de la recepción de la sala de exhibición, mirando el monitor de su computadora en blanco. La ciudad estaba callada estos días. Como si la atención de todos estuviera en la Cumbre, aunque sólo unos cuantos de los líderes de Ciudad Medialuna y algunos ciudadanos habían asistido.
Vio las noticias y los resúmenes por si notaba a Hunt, sin suerte.
Durmió en su recámara todas las noches. Se puso una de sus camisetas y se metió entre sus mantas que olían a él y fingió que él estaba acostado en la oscuridad a su lado.
Un sobre con remitente del Comitium había llegado a la galería hacía tres días. Su corazón latía desbocado cuando lo abrió, preguntándose si él habría logrado enviar un mensaje…
El ópalo blanco cayó en su escritorio. Isaiah le había escrito una nota reservada, como si estuviera consciente de que todos los correos eran leídos:
Naomi encontró esto en la embarcación. Pensé que tal vez lo querrías.
Luego agregó, como si lo hubiera pensado después, Él lo siente.
Ella puso la piedra en el cajón de su escritorio.
Con un suspiro, Bryce abrió ahora el cajón para ver la gema lechosa. Recorrió su superficie fresca con los dedos.
—Athie se ve miserable —dijo Lehabah flotando al lado de la cabeza de Bryce. Señaló la tableta, donde Bryce había pausado su grabación de la procesión de entrada donde se veía la cara de Hunt—. Tú también, BB.
—Gracias.
A sus pies, Syrinx se estiró y bostezó. Le brillaban las garras curvas.
—¿Qué hacemos ahora?
Bryce frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
Lehabah se abrazó y flotó en el aire.
—¿Regresamos a la normalidad?
—Sí.
Sus ojos relucientes miraron los de Bryce.
—¿Qué es normal, a fin de cuentas?
—A mí me suena aburrido.
Lehabah sonrió un poco y se puso color rosa claro.
Bryce sonrió.
—Eres buena amiga, Lele. Una verdadera buena amiga —suspiró de nuevo eso hizo parpadear a la flama de la duendecilla—. Siento no haber sido tan buena amiga contigo a veces.
Lehabah movió una mano y se puso color escarlata.
—Superaremos esto, BB —se paró en el hombro de Bryce y su calidez se filtró a la piel de Bryce que no estaba consciente de tener tanto frío—. Tú, yo y Syrie. Juntos, superaremos esto.
Bryce extendió un dedo y permitió que Lehabah lo tomara entre sus dos manitas brillantes.
—Trato.