Bryce acababa de lograr que Hunt se bajara de la acera cuando él preguntó:
—¿Me vas a explicar por qué he tenido que seguirte como perro toda la noche?
Bryce se metió la mano al bolsillo de sus jeans y sacó un trozo de papel. Luego se lo dio a Hunt en silencio.
Él frunció el ceño.
—¿Qué es esto?
—Mi lista de sospechosos —dijo ella y le permitió dar un vistazo a los nombres antes de quitarle el papel.
—¿Cuándo hiciste esto?
Ella le dijo con dulzura:
—Anoche, en el sillón.
Un músculo de la mandíbula de Hunt empezó a vibrar.
—¿Y cuándo me lo ibas a decir?
—Después de que pasaras todo el día asumiendo que era una mujer tonta y superficial más interesada en arreglarse las uñas que en resolver el caso.
—Sí te arreglaste las uñas.
Ella movió sus lindas uñas en tonalidades degradadas frente a su cara. Él se veía como si las quisiera morder.
—¿Sabes qué más hice anoche? —el silencio de Hunt era delicioso—. Busqué un poco más a Maximus Tertian. Porque a pesar de lo que dijo el gobernador, no había una puta manera de que Danika lo conociera. ¿Y sabes qué? Yo tenía razón. ¿Y quieres saber cómo sé que tenía razón?
—Que Cthona me pinche salve —murmuró Hunt.
—Porque busqué su perfil en Spark.
—¿El sitio de citas?
—El sitio de citas. Resulta que incluso los vamps nefastos están buscando amor en el fondo. Y decía que él estaba en una relación. Lo que al parecer no evitó que intentara intimar conmigo, pero eso es aparte. Así que investigué más. Y encontré a su novia.
—Carajo.
—¿No se supone que la gente de la 33ª debería estar haciendo esta mierda?
Cuando él se negó a responder, ella sonrió.
—Adivina dónde trabaja la novia de Tertian.
Los ojos de Hunt hervían. Dijo entre dientes:
—En el salón de uñas de Samson.
—¿Y adivina quién me arregló las uñas y platicó conmigo sobre la terrible pérdida de su novio millonario?
Él se pasó las manos por el cabello y se veía tan incrédulo que ella rio. Él gruñó:
—Deja de hacer putas preguntas y dime ya, Quinlan.
Ella se estudió las nuevas uñas preciosas.
—La novia de Tertian no sabía nada sobre quién podría haber querido asesinarlo. Dijo que la 33ª le había hecho algunas preguntas, pero eso era todo. Ahí le dije que yo también había perdido a alguien.
Le costó mucho mantener la voz tranquila al recordar ese departamento sangriento.
—Ella me preguntó a quién había perdido, se lo dije y ella se veía tan sorprendida que le pregunté si Tertian era amigo de Danika. Me dijo que no. Dijo que ella hubiera sabido si Maximus era su amigo porque Danika era tan famosa como para que él le hubiera presumido que la conocía. Lo más cerca que ella o Tertian estuvieron de Danika fue a dos grados de separación, a través de la Reina Víbora. A quien le arregla las uñas los domingos.
—¿Danika conocía a la Reina Víbora?
Bryce levantó la lista.
—El trabajo de Danika en el Aux la hacía amiga y enemiga de mucha gente. La Reina Víbora era una de ellas.
Hunt palideció.
—Sé honesta. ¿Crees que la Reina Víbora mató a Danika?
—Tertian apareció muerto justo al lado de sus fronteras. Ruhn dijo que ella retiró a su gente anoche. Y nadie sabe qué tipo de poder tiene. Ella podría haber invocado ese demonio.
—Ésa es una puta acusación muy fuerte.
—Por lo cual necesitamos que tú intentes averiguar algo. Ésta es la única clave que tenemos.
Hunt hizo un movimiento negativo con la cabeza.
—Está bien. Puedo creer la posibilidad. Pero tenemos que recurrir a los canales adecuados para ponernos en contacto con ella. Podrían pasar días o semanas antes de que ella se digne a reunirse con nosotros. Más tiempo aún, si se entera de que sospechamos.
Con alguien como la Reina Víbora, incluso la ley era flexible.
Bryce rio.
—No seas tan apegado a las reglas.
—Las reglas están ahí para mantenernos vivos. Las seguimos o no la vamos a buscar.
Ella ondeó la mano.
—Está bien.
De nuevo el músculo de su mandíbula se movió.
—¿Y qué hay de Ruhn? Acabas de meter a tu primo en nuestros asuntos.
—Mi primo —dijo ella con voz tensa— no podrá resistir la tentación de informarle a su padre que un miembro de la raza hada está dentro de una investigación imperial. Cómo reaccione, a quién contacte, podría ser algo digno de observar.
—¿Qué? ¿Crees que el Rey del Otoño podría haber hecho esto?
—No. Pero Ruhn recibió órdenes de advertirme que me mantuviera fuera de problemas la noche del asesinato de Maximus, tal vez el viejo bastardo también sabía algo. Yo sugeriría que le dijeras a tu gente que lo observe. Que vean qué hace y a dónde va.
—Dioses —exhaló Hunt mientras caminaba entre peatones sorprendidos—. ¿Quieres que mande a alguien a seguir al Rey del Otoño como si no fuera una violación de unas diez leyes diferentes?
—Micah dijo que hiciéramos lo que fuera necesario.
—El Rey del Otoño tiene libertad de matar a quien sea que lo esté siguiendo así.
—Entonces será mejor que les digas a tus espías que se mantengan escondidos.
Hunt movió sus alas.
—No estés jugando jueguitos conmigo otra vez. Si sabes algo, dímelo.
—Te iba a decir todo cuando terminara en el salón de uñas en la mañana —se puso las manos en la cadera—. Pero entonces empezaste a regañarme.
—Como sea, Quinlan. No lo vuelvas a hacer. Dime antes de hacer un movimiento.
—Me estoy aburriendo mucho de que me des órdenes y me prohíbas que haga cosas.
—Como sea —repitió.
Ella puso los ojos en blanco, pero ya habían llegado a su edificio. Ninguno de los dos se molestó en despedirse antes de que Hunt saliera volando por los aires en dirección de la azotea vecina con el teléfono ya al oído.
Bryce se subió al elevador hasta su piso, pensando todo en silencio. Era verdad lo que le había dicho a Hunt, no creía que su padre estuviera detrás de las muertes de Danika y de la jauría. Pero no dudaba que hubiera matado a otros. Y que haría lo que fuera por conservar su corona.
El Rey del Otoño era un título de cortesía además del rol de su padre como Líder de la Ciudad, al igual que para todos los siete reyes hada. En sentido estricto, ningún reino era de ellos. Incluso Avallen, la isla verde gobernada por el Rey Ciervo, obedecía a la República.
Las hadas coexistían con la República desde su fundación, respondían a sus leyes pero en última instancia se gobernaban a sí mismas, conservaron sus antiguos títulos de reyes y príncipes y demás. Seguían siendo respetados por todos, y temidos. No tanto como los ángeles, con sus poderes destructivos y horribles de tormenta y cielo, pero podían causar dolor si así lo deseaban. Sacarte todo el aire de los pulmones o congelarte o quemarte desde adentro. El mismísimo Solas sabía que Ruhn y sus dos amigos podían causar problemas infernales si los provocaban.
Pero ella no estaba buscando causar problemas infernales esta noche. Estaba buscando adentrarse con discreción en su equivalente en Midgard.
Era el motivo por el cual esperó treinta minutos antes de meter un cuchillo en sus botines de cuero negro y algo un poco más fuerte en la parte trasera de sus jeans oscuros, oculto debajo de la chamarra de cuero. Dejó encendidas las luces y la televisión, con las cortinas cerradas a medias, sólo lo suficiente para bloquearle a Hunt la vista de su puerta al salir.
Bryce se escabulló por la escalera trasera de su edificio hacia el pequeño callejón donde tenía encadenada su motoneta. Se preparó con una respiración profunda y luego se puso el casco.
El tráfico estaba detenido cuando le quitó la cadena a su motoneta color marfil Firebright 3500 que estaba atada al poste de alumbrado. Se subió y avanzó caminando por el empedrado. Esperó a que pasaran otras motonetas, bicitaxis y motocicletas y luego se lanzó al flujo de vehículos; el mundo adquiría un aspecto más crudo a través del visor de su casco.
Su madre seguía quejándose de la motoneta, rogándole que usara un automóvil hasta después de hacer el Descenso, pero Randall siempre había insistido en que Bryce no corría peligro. Por supuesto, nunca les dijo de los diversos incidentes que había tenido con la motoneta pero… su madre tenía una expectativa de vida mortal. Bryce no tenía por qué quitarle más años de los necesarios.
Avanzó por una de las principales arterias de la ciudad y se perdió en el ritmo de zigzaguear entre los automóviles y esquivar peatones. El mundo era un borrón de luz dorada y sombras profundas, con neón brillando encima, todo acentuado por los pequeños tronidos y chispazos de la magia de la calle. Incluso los pequeños puentes que cruzaba, había varios por los incontables afluentes del Istros, estaban decorados con luces brillantes que bailaban en el agua opaca y en movimiento.
Muy por arriba de la Calle Principal, un brillo plateado llenaba el cielo nocturno y delineaba las nubes pasajeras donde los malakim festejaban y cenaban. Sólo un chispazo de rojo interrumpía el brillo claro, cortesía del letrero gigante de Industrias Redner en la parte superior de su rascacielos en el corazón del distrito.
Pocas personas caminaban en las calles del DCN a esta hora, y Bryce se aseguró de atravesar sus cañones y edificios tan rápido como pudo. Reconoció que había entrado al Mercado de Carne no por la calle o alguna señal, sino por el cambio en la oscuridad.
Ninguna luz manchaba el cielo que coronaba los edificios bajos de ladrillo construidos muy cerca uno de otro. Y aquí las sombras se volvían permanentes, escondidas en callejones y debajo de los automóviles; las luces de la calle estaban casi todas rotas y nunca se reparaban.
Bryce se metió en una calle llena de vehículos donde estaban descargando algunos camiones repartidores maltratados. Cargaban cajas de fruta verde con espinas y paquetes de criaturas con aspecto de crustáceos que parecían demasiado conscientes de su cautiverio y de su muerte inminente en ollas hirvientes en alguno de los puestos de comida.
Bryce intentó no ver a las criaturas a los ojos negros para no toparse con su mirada de súplica a través de las barras de madera. Se estacionó a unos metros de distancia de una bodega sin ningún rasgo distintivo, se quitó el casco y esperó.
Tanto los vendedores como los compradores la observaban para deducir si estaba vendiendo algo o vendiéndose a sí misma. En las madrigueras de abajo, talladas muy adentro del vientre de Midgard, había tres diferentes niveles sólo para carne. Sobre todo humana, la mayoría viva, aunque había escuchado de ciertos lugares que se especializaban en gustos particulares. Cualquier fetiche podía comprarse, no había ningún tabú demasiado perverso. Se valoraba a las criaturas mestizas: podían sanar con más rapidez y mejor que los humanos puros. Una mejor inversión a largo plazo. Uno que otro vanir estaba esclavizado y atado con tantos hechizos que no tenía esperanza de escapatoria. Sólo los más ricos podían darse el lujo de comprar unas cuantas horas con ellos.
Bryce confirmó la hora en el reloj del tablero de su motoneta. Se cruzó de brazos y se recargó en el asiento de cuero negro.
El Umbra Mortis llegó con un golpe al suelo y las piedras de la calle tronaron formando un círculo de ondas.
Los ojos de Hunt casi brillaban con luz propia cuando dijo, a la vista de todos los que se escondían en la calle:
—Te mataré.