C56

Una mujer hermosa de cuarenta y tantos años apareció en la pantalla. Las canas aún no tocaban su cortina de cabello negro y su rostro pecoso apenas empezaba a mostrar señales de su ciclo de vida mortal.

Por lo que alcanzaba a ver Hunt, Ember Quinlan estaba sentada en un sillón verde y desgastado situado frente a una pared cubierta con paneles de roble. Tenía las piernas largas enfundadas en jeans dobladas debajo de ella.

Bryce puso los ojos en blanco.

—Yo diría que la mayoría de la gente necesita valor líquido al tratar contigo, mamá —dijo, pero sonrió. Una de esas sonrisas amplias que le hacían cosas raras al sentido de equilibrio de Hunt.

Ember clavó sus ojos oscuros en Hunt.

—Creo que Bryce me está confundiendo con ella misma.

Bryce hizo un ademán para desestimar el comentario.

—¿Dónde está papá?

—Tuvo un día largo en el trabajo y está haciendo café para no quedarse dormido.

Incluso a través de la videollamada, Ember tenía una presencia sólida que obligaba a prestar atención. Dijo:

—Tú debes ser Athie.

Antes de que él pudiera responder, un hombre se sentó en el sofá al lado de Ember.

Bryce sonrió de una manera que Hunt no había visto antes.

—Hola, papá.

Randall Silago tenía dos cafés, le dio uno a Ember y le sonrió a su hija. A diferencia de su esposa, los años de guerra habían dejado su huella en él: su cabello negro trenzado tenía mechones blancos, su piel morena estaba marcada con varias cicatrices brutales. Pero sus ojos oscuros lucían amistosos mientras daba un sorbo a su café… en una taza vieja y desportillada que decía Inserte mal chiste de papá aquí.

—Sigo asustado de esa cafetera elegante que nos compraste para el Solsticio de Invierno —dijo a modo de saludo.

—Te he enseñado a usarla literalmente tres veces.

Su madre rio y se puso a jugar con el dije de plata que colgaba de su cuello.

—Él es de la vieja escuela.

Hunt había investigado cuánto costaba la cafetera del departamento. Si Bryce había comprado algo remotamente similar, seguro le había costado una porción considerable de su salario. Dinero que no tenía. No con su deuda con Jesiba.

Él dudaba que sus padres lo supieran, dudaba que hubieran aceptado esa cafetera si hubieran sabido que el dinero se podría haber destinado a pagar sus deudas con la hechicera.

Randall miró a Hunt y la calidez se enfrió y se convirtió en algo más duro. Los ojos del famoso francotirador, el hombre que le había enseñado a su hija cómo defenderse.

—Tú debes ser el especie-de-compañero-de-departamento de Bryce.

Hunt vio que el hombre notó sus tatuajes, el de la frente y el de la muñeca. Randall pareció reconocerlo.

Pero no lo miró con desdén. Tampoco se estremeció.

Bryce le dio un codazo a Hunt en las costillas para recordarle que debía hablar.

—Yo soy Hunt Athalar —dijo mirando a Bryce—. O Athie, como me llaman ella y Lehabah.

Randall dejó su café despacio en la mesa. Sí, lo que había notado en su expresión instantes antes había sido reconocimiento. Pero Randall miró a su hija con los ojos entrecerrados.

—¿Cuándo ibas a contarnos?

Bryce buscó en la bolsa de pan que tenía sobre el mueble de la cocina y sacó un cuernito de chocolate. Lo mordió y dijo con la boca llena:

—No es tan cool como piensas, papá.

Hunt rio.

—Gracias.

Ember no dijo nada. Ni siquiera se movió. Pero observó cada bocado que dio Bryce.

Randall miró a Hunt a los ojos a través de la cámara.

—Estabas apostado en Meridan cuando yo estuve allá. Estaba haciendo labores de reconocimiento el día que tú enfrentaste ese batallón.

—Fue una batalla difícil —fue lo único que dijo Hunt.

Las sombras oscurecieron los ojos de Randall.

—Sí, lo fue.

Hunt reprimió el recuerdo de la masacre unilateral, cómo muchos humanos y sus pocos aliados vanir no se habían salvado de su espada o sus relámpagos. Entonces le servía a Sandriel y sus órdenes habían sido brutales: acaben con todos. Ella los había enviado a él y a Pollux ese día al frente de la legión, para interceptar la pequeña fuerza rebelde que estaba acampando en el paso de la montaña.

Hunt hizo lo posible por cumplir la orden haciendo el menor daño. Había procurado que las muertes fueran rápidas.

Pollux se había tomado su tiempo. Y había disfrutado cada segundo.

Y cuando Hunt ya no podía escuchar a la gente que gritaba pidiendo piedad a Pollux, también los mataba. Pollux se puso furioso y el pleito entre ambos los dejó escupiendo sangre en el suelo rocoso. Sandriel estaba encantada, aunque echó a Hunt a los calabozos unos días como castigo por ponerle fin a la diversión de Pollux antes de tiempo.

Debajo del mueble, Bryce rozó su mano cubierta de migajas sobre la de Hunt. No había habido nadie, después de esa batalla, que le ayudara a lavarse la sangre y que lo acostara. ¿Hubiera sido mejor o peor haber conocido a Bryce entonces? ¿Haber peleado sabiendo que regresaría con ella?

Bryce le apretó los dedos, le dejó un rastro de hojuelas mantequillosas y luego abrió la bolsa para sacar un segundo cuernito.

Ember vio a su hija comerse el pan y de nuevo se puso a jugar con el dije de plata, un círculo sobre dos triángulos. El abrazo, se dio cuenta Hunt. La unión de Solas y Cthona. Ember frunció el ceño.

—¿Por qué —le preguntó a Bryce— es Hunt Athalar tu compañero de departamento?

—Lo echaron de la 33ª por su cuestionable sentido de la moda —dijo ella con la boca llena de cuernito—. Le dije que su ropa negra aburrida no me importa y le di permiso de quedarse aquí.

Ember puso los ojos en blanco. La misma expresión que él había visto en la cara de Bryce momentos antes.

—¿Alguna vez logras sacarle una respuesta directa, Hunt? Porque yo tengo veinticinco años de conocerla y nunca lo he logrado.

Bryce miró a su madre molesta y luego volteó a ver a Hunt.

—No te sientas obligado a responder.

Ember chasqueó la lengua.

—Desearía poder decir que la gran ciudad corrompió a mi hermosa hija, pero ella ya era así de grosera desde antes de la universidad.

Hunt no pudo evitar su risa grave. Randall se recargó en el sofá.

—Es cierto —dijo Randall—. Deberías haber visto cómo peleaban. Creo que no había una sola persona en Nidaros que no alcanzara a escuchar sus gritos. Hacían eco en las malditas montañas.

Las dos mujeres Quinlan lo miraron molestas. Esa expresión también era la misma.

Ember pareció asomarse detrás de sus hombros.

—¿Cuándo fue la última vez que limpiaste, Bryce Adelaide Quinlan?

Bryce se puso tensa.

Hace veinte minutos.

—Se ve polvo en esa mesa de centro.

—Claro. Que. No.

La mirada de Ember era pícara.

—¿Athie sabe sobre JJ?

Hunt no pudo evitar tensarse. JJ… ¿un ex? Ella nunca había mencionado… Ah, cierto. Hunt sonrió.

—Jelly Jubilee y yo somos buenos amigos.

Bryce murmuró algo que él decidió no escuchar.

Ember se acercó a la pantalla.

—Muy bien, Hunt. Si te mostró a JJ entonces debes agradarle —Bryce, por suerte, no les mencionó a sus padres cómo había descubierto él su colección de juguetes. Ember continuó—: Cuéntame de ti.

Randall le dijo a su esposa con tono llano:

—Es Hunt Athalar.

—Ya lo sé —dijo Ember—. Pero lo único que he escuchado de él son terribles historias de guerra. Quiero conocer al hombre real. Y que me des una respuesta directa sobre por qué estás viviendo en el cuarto de visitas de mi hija.

Bryce le había advertido mientras limpiaban: No digas ni una palabra sobre los asesinatos.

Pero él tenía la sensación de que Ember Quinlan podía detectar mentiras como un sabueso, así que le dijo una verdad a medias.

—Jesiba está trabajando con mi jefe para encontrar una reliquia robada. La Cumbre está a dos semanas y las barracas están llenas de invitados, así que Bryce fue muy generosa y me ofreció una habitación para que fuera más fácil trabajar juntos.

—Seguro —dijo Ember—. Mi hija que jamás compartió sus preciados juguetes de Fantasía de Luzastral con un solo niño en Nidaros y que sólo los dejaba verlos, ofreció toda una recámara por su propia voluntad.

Randall le dio un suave rodillazo a su esposa, una advertencia silenciosa tal vez de un hombre acostumbrado a mantener la paz entre dos mujeres de opiniones fuertes.

Bryce dijo:

—Por eso le dije que tomara algo antes de hablarles.

Ember dio un sorbo a su café. Randall tomó un periódico de la mesa y empezó a hojearlo. Ember preguntó:

—¿Entonces no podemos ir a visitarte este fin de semana por este caso?

Bryce hizo una mueca de sufrimiento.

—Sí. No es el tipo de actividad en la que nos puedan acompañar.

Un destello del guerrero alcanzó a brillar cuando Randall enfocó la mirada.

—¿Es peligrosa?

—No —mintió Bryce—. Pero necesitamos ser un poco sigilosos.

—¿E ir acompañados de dos humanos —dijo Ember irritada— es lo opuesto a eso?

Bryce suspiró mirando el techo.

—Ir acompañados de mis papás —dijo— sería malo para mi imagen como vendedora de antigüedades sensacional.

Asistente de vendedora de antigüedades —la corrigió su madre.

—Ember —advirtió Randall.

Bryce apretó los labios. Al parecer ya habían hablado de esto. Él se preguntó si Ember alcanzaría a ver el destello de dolor en los ojos de su hija.

Fue suficiente para invitar a Hunt a decir:

—Bryce conoce a más gente en esta ciudad que yo, es una verdadera profesional para navegar en todo este asunto. Ha sido de gran valor para la 33ª.

Ember lo miró con ojos francos.

—Micah es tu jefe, ¿no es así?

Una manera cortés de describir lo que era Micah para él.

—Sí —dijo Hunt. Randall lo estaba observando ahora—. El mejor que he tenido.

La mirada de Ember se detuvo en el tatuaje de su frente.

—Eso no dice mucho.

—Mamá, ¿podemos no hacer esto? —suspiró Bryce—. ¿Qué tal va el negocio de la alfarería?

Ember abrió la boca pero Randall le volvió a dar un golpe con la rodilla, una petición silenciosa de que dejara el tema por la paz.

—El negocio —dijo Ember con seriedad— va de maravilla.


Bryce sabía que su mamá siempre era una tempestad a punto de estallar.

Hunt fue amable con ellos, incluso amistoso, muy consciente de que su madre estaba decidida a averiguar por qué estaba él ahí y qué sucedía entre ambos. Pero le preguntó a Randall sobre su trabajo como codirector de una organización para ayudar a los humanos traumatizados por su servicio militar y le preguntó a su mamá sobre su puesto de alfarería que vendía piezas en formas de bebés rollizos tumbados entre vegetales.

Su mamá y Hunt estaban discutiendo cuáles jugadores de solbol eran mejores esta temporada y Randall seguía hojeando el periódico y participaba de vez en cuando.

Ella se había sentido muy mal de saber lo que le había sucedido a la madre de Hunt. Permitió que la llamada fuera más larga que lo normal por ese motivo. Porque él tenía razón. Se frotó la pierna adolorida debajo de la mesa, se la había lastimado en algún momento mientras limpiaban, y empezó a comerse el tercer cuernito. Le dijo a Randall:

—De todas maneras no están igual de buenos que los tuyos.

—Múdate para acá —dijo su padre— y puedes comerlos todos los días.

—Sí, sí —dijo ella y dio otro bocado. Se masajeó el muslo—. Pensé que eras el papá buena onda. Ya estás atosigando peor que mamá.

—Siempre he sido peor que tu madre —dijo él con suavidad—. Era mejor para ocultarlo.

Bryce le dijo a Hunt:

—Por eso mis padres tienen que tenderme emboscadas si me quieren visitar. Nunca los dejaría pasar por la puerta.

Hunt miró su regazo, su muslo, antes de preguntarle a Ember:

—¿Has intentado que vaya a una medibruja a revisarse esa pierna?

Bryce se congeló en el mismo instante que su madre.

—¿Qué le pasa a su pierna? —la mirada de Ember bajó hacia la mitad inferior de la pantalla, como si de alguna manera pudiera ver la pierna de Bryce debajo de lo que alcanzaba a ver la cámara. Randall hizo lo mismo.

—Nada —dijo Bryce y miró a Hunt molesta—. Un ángel entrometido, eso es todo.

—Es la herida de hace dos años —contestó Hunt—. Sigue doliéndole —esponjó las alas, como si no pudiera evitar el gesto de impaciencia—. Pero sigue insistiendo en correr.

Ember parecía alarmada.

—¿Por qué harías eso, Bryce?

Bryce dejó su cuernito.

—No es asunto de ninguno de ustedes.

—Bryce —dijo Randall—. Si te molesta, deberías ir con una medibruja.

—No me molesta —dijo Bryce entre dientes.

—¿Entonces por qué te estás masajeándolo debajo de la mesa? —dijo Hunt con voz lenta.

—Porque estaba intentando convencer a mi pierna de no patearte la cara, pendejo —le gritó Bryce.

Bryce —dijo su madre ahogando el grito. Los ojos de Randall se abrieron como platos.

Pero Hunt rio. Se puso de pie, tomó la bolsa vacía de los cuernitos y la hizo una bola para lanzarla hacia el cubo de basura con la habilidad de uno de sus amados jugadores de solbol.

—Creo que la herida todavía tiene veneno de ese demonio que la atacó. Si no se lo revisa antes del Descenso, le va a doler durante siglos.

Bryce se puso de pie de un salto y trató de ocultar la mueca por la onda de dolor que le recorrió el muslo. Nunca lo habían discutido, que el veneno del kristallos podía seguir en su pierna.

—No necesito que decidas lo que me conviene…

—¿Alfadejo? —sugirió Hunt y se dirigió al fregadero para abrir el agua—. Somos compañeros. Los compañeros se cuidan entre sí. Si no me haces caso a mí sobre tu maldita pierna, tal vez les hagas caso a tus padres.

—¿Qué tan mal está? —preguntó Randall en voz baja.

Bryce volteó a ver la computadora.

—Está bien.

Randall señaló el piso detrás de ella.

—Párate sobre esa pierna y repite lo que me estás diciendo.

Bryce se negó a moverse. Hunt llenó un vaso con agua y sonrió con pura satisfacción masculina.

Ember buscó su teléfono, que había aventado entre los cojines a su lado.

—Voy a buscar la medibruja más cercana para ver si puede atenderte mañana…

—No iré con una medibruja —gruñó Bryce y tomó el borde de su laptop—. Fue un placer platicar con ustedes. Estoy cansada. Buenas noches.

Randall empezó a objetar y miró furioso a Ember pero Bryce cerró la laptop de un golpe.

En el fregadero, Hunt era el vivo retrato de la arrogancia angelical. Ella se dirigió a su recámara.

Ember, al menos, esperó dos minutos antes de hacer una videollamada al teléfono de Bryce.

—¿Tu padre está al tanto de este caso? —preguntó Ember con veneno en cada una de las palabras. Incluso a través de la cámara, su rabia era evidente.

—Randall no está al tanto de esto —respondió Bryce a secas y se dejó caer en la cama.

—Tu otro padre —dijo Ember molesta—. Este trato apesta a él.

Bryce mantuvo el rostro neutro.

—No. Jesiba y Micah están trabajando juntos. Hunt y yo somos meros peones.

—Micah Domitus es un monstruo —exhaló Ember.

—Todos los arcángeles lo son. Es un idiota arrogante pero no tan malo.

Ember la vio controlando sus emociones.

—¿Estás siendo cuidadosa?

—Sigo tomando anticonceptivos, sí.

—Bryce Adelaide Quinlan, ya sabes a qué me refiero.

—Hunt me apoya.

Aunque la hubiera delatado con lo de la pierna.

Su madre no se conformaría con eso.

—No me queda ninguna duda de que esa hechicera te pondría en peligro si así ganara más dinero. Micah es igual. Hunt tal vez te apoye pero no olvides que estos vanir sólo se preocupan por ellos. Él es el asesino personal de Micah, carajo. Y es uno de los Caídos. Los asteri lo odian. Es esclavo por eso.

—Es esclavo porque vivimos en un mundo jodido.

Una ira turbadora empezó a nublarle la vista, pero parpadeó para intentar disiparla.

Su padre gritó desde la cocina, preguntando dónde estaban las palomitas de maíz para el microondas. Ember respondió a gritos que estaban en el mismo lugar donde siempre sin apartar la vista de la cámara del teléfono ni un segundo.

—Ya sé que me vas a odiar por esto pero lo voy a decir…

—Dioses, mamá…

—Tal vez Hunt sea un buen compañero de departamento y tal vez sea agradable a la vista, pero recuerda que es un hombre vanir. Un hombre vanir muy, muy poderoso, a pesar de los tatuajes que lo controlan. Él y todos los hombres como él son letales.

—Sí, y tú nunca me dejarás olvidarlo.

Le costaba mucho no fijarse en la pequeña cicatriz que su madre tenía en el pómulo.

Una recuerdo apagó la luz de los ojos de su madre y Bryce se arrepintió un poco.

—Verte con un hombre vanir mayor…

—No estoy con él, mamá…

—Me hace recordar eso, Bryce —se pasó la mano por el cabello oscuro—. Lo siento.

Su mamá podría haberle dado un puñetazo en el corazón.

Bryce deseó poder meterse a la cámara para abrazarla, oler su aroma a madreselva y nuez moscada.

Luego Ember dijo:

—Haré unas llamadas y te conseguiré la cita con la medibruja.

Bryce frunció el ceño.

—No, gracias.

—Vas a ir a esa cita, Bryce.

Bryce volteó el teléfono y estiró la pierna sobre la cama para que su madre la pudiera ver. Rotó su pie.

—¿Ves? No tengo nada.

El rostro de su madre se endureció tanto como el acero de su anillo de bodas.

—Sólo porque Danika murió no significa que tú también tengas que sufrir.

Bryce se quedó viendo a su madre, que siempre era tan buena para llegar al meollo de todo, para hacerla polvo con unas palabras.

—No tiene nada que ver.

Mentiras, Bryce —a su mamá se le humedecieron los ojos—. ¿Crees que Danika hubiera querido que pasaras el resto de tu existencia cojeando y adolorida? ¿Crees que hubiera querido que dejaras de bailar?

—No quiero hablar de Danika —dijo ella con voz temblorosa.

Ember negó con la cabeza en señal rechazo.

—Te enviaré la dirección de la medibruja y su teléfono por mensaje cuando consiga la cita. Buenas noches.

Colgó sin decir otra palabra.