C21

Ruhn Danaan se recargó contra uno de los pilares de mármol del santuario interior del Templo de Luna y esperó a que llegara su hermana. Los turistas pasaban a su lado, tomando fotos pero sin percatarse de su presencia gracias al velo de sombra con el que se había cubierto.

La cámara era larga con un techo alto. Debía tener esta forma para que pudiera caber la estatua sobre el trono al fondo.

La estatua de Luna, de diez metros de alto, la representaba sentada en un trono dorado tallado. La diosa estaba moldeada con gran devoción en piedra lunar brillante. Una tiara de plata de la luna llena sostenida por dos lunas crecientes le adornaba el cabello rizado recogido. A sus pies, que estaban adornados con sandalias, yacían lobos gemelos cuyos ojos siniestros desafiaban a los peregrinos a acercarse. En el respaldo del trono colgaba un arco de oro sólido con la aljaba llena de flechas de plata. Los pliegues de su túnica, que llegaba a los muslos, colgaban en su regazo y ocultaban los dedos delgados que ahí descansaban.

Tanto lobos como hadas sostenían que Luna era su diosa patronal e incluso habían tenido una guerra para decidir a quién favorecía más hacía milenios. Y mientras que la conexión de los lobos con ella estaba tallada en la estatua con impresionante detalle, el reconocimiento a las hadas tenía dos años de haber desaparecido. Tal vez el Rey del Otoño tenía algo de razón sobre restaurar la gloria de las hadas. No de la manera altiva y burlona que pretendía su padre, pero… la falta del linaje hada en la estatua le irritaba a Ruhn.

Escuchó pasos arrastrarse por el patio detrás de las puertas del santuario, seguidos por susurros emocionados y el clic de las cámaras.

—El patio en sí es una copia del de la Ciudad Eterna —dijo una voz femenina a un nuevo grupo de turistas que entraron al templo e iban siguiendo a su guía como patitos.

Y al final de ese grupo, una cabeza con el cabello color rojo vino.

Y un par de alas grises demasiado reconocibles.

Ruhn apretó los dientes y permaneció oculto en las sombras. Al menos sí se había presentado.

El grupo de turistas se detuvo al centro del santuario y su guía empezó a hablar más fuerte mientras el grupo se comenzaba a separar y los flashes de las cámaras parecían los relámpagos de Athalar en la penumbra.

—Y aquí está, señoras y señores: la estatua de Luna misma. La diosa patronal de Lunathion fue construida a partir de un solo bloque de mármol extraído de las famosas Canteras Caliprian junto al río Melanthos en el norte. Este templo fue lo primero que se construyó tras la fundación de la ciudad hace quinientos años. La ubicación de esta ciudad fue seleccionada justo por la manera en que el río Istros serpentea por la tierra. ¿Alguien puede decirme qué figura forma el río?

—¡Una luna creciente! —gritó alguien y el eco de sus palabras rebotó en los pilares de marfil y avanzó por el humo serpenteante que se elevaba del tazón de incienso colocado entre los lobos, a los pies de la diosa.

Ruhn vio a Bryce y a Hunt buscarlo por todo el santuario y permitió que las sombras desaparecieran apenas el tiempo suficiente para que ellos lo localizaran. La cara de Bryce no reveló nada. Athalar se limitó a sonreír.

Fanta-putá-stico.

Con todos los turistas concentrados en su guía, nadie se dio cuenta del par extraño que cruzaba el espacio. Ruhn mantuvo las sombras alejadas hasta que Bryce y Hunt llegaron y luego hizo que también los cubrieran a ellos.

Hunt sólo dijo:

—Un truco elegante.

Bryce permaneció en silencio. Ruhn intentó no recordar cuánto disfrutaba cada vez que él le demostraba cómo funcionaban sus sombras y su luzastral, ambas mitades de su poder funcionando como uno solo.

Ruhn le dijo:

—Te pedí que vinieras. No a él.

Bryce tomó a Athalar del brazo. La estampa que presentaban era risible: Bryce con su vestido elegante del trabajo y tacones, el ángel con su traje negro de batalla.

—Ahora estamos pegados, por desgracia para ti. Mejores, mejores amigos.

—Los mejores —repitió Hunt sin dejar de sonreír.

Que Luna lo matara de una vez. Esto no terminaría bien.

Bryce asintió en dirección del grupo de turistas que todavía iban siguiendo a su líder por todo el templo.

—Este lugar tal vez no tenga cámaras, pero ellos sí.

—Ellos están concentrados en su guía —dijo Ruhn—. Y el ruido que hacen ocultará la conversación que tengamos.

Las sombras lo podían ocultar de la vista, mas no del sonido.

A través de pequeñas ondas en las sombras alcanzaban a ver una pareja joven que le daba la vuelta a la estatua, tan ocupados tomando fotos que no notaron la oscuridad un poco más densa en una esquina lejana. Pero Ruhn guardó silencio y Bryce y Athalar hicieron lo mismo.

Mientras esperaban a que pasara la pareja, la guía de turistas continuó:

—Hablaremos más sobre las maravillas arquitectónicas del santuario en un minuto, pero primero fijémonos en la estatua. La aljaba, por supuesto, está hecha de oro real, las flechas son de plata pura con puntas de diamante.

Alguien silbó con admiración.

—Así es —concordó la guía de turistas—. Las donó el arcángel Micah, quien es patrón e inversionista de varias instituciones caritativas, fundaciones y compañías innovadoras —la guía continuó—. Por desgracia, hace dos años, el tercero de los tesoros de Luna fue robado de este templo. ¿Alguien me puede decir qué era?

—El Cuerno —repuso alguien—. Estuvo en todos los noticieros.

—Fue un robo terrible. Un artefacto que no se puede reemplazar con facilidad.

La pareja avanzó y Ruhn estiró los brazos.

Hunt dijo:

—Está bien, Danaan. Al punto. ¿Por qué le pediste a Bryce que viniera?

Ruhn hizo un ademán en dirección de los turistas tomando fotografías de la mano de la diosa. En especial, los dedos que ahora se curvaban en el aire, donde antes había un cuerno de caza de marfil resquebrajado.

—Porque el Rey del Otoño me pidió que encontrara el Cuerno de Luna.

Athalar ladeó la cabeza pero Bryce rio.

—¿Por eso preguntaste por él anoche?

La guía de turistas los volvió a interrumpir cuando, avanzando hacia la parte trasera de la habitación, dijo:

—Si me siguen, nos han dado autorización especial para ver la cámara donde se preparan para cremación los sacrificios de ciervo en honor a Luna.

Entre las sombras, Bryce pudo distinguir una pequeña puerta que se abría en la pared.

Cuando salieron todos los turistas, Hunt preguntó con los ojos entrecerrados:

—¿Qué es el Cuerno, exactamente?

—Es un montón de mierda de cuentos de hadas —murmuró Bryce—. ¿De verdad me trajiste hasta acá por esto? ¿Para qué, para ayudarte a impresionar a tu papi?

Con un gruñido, Ruhn sacó su teléfono, no sin antes asegurarse de que las sombras estaban firmes a su alrededor, y abrió las fotografías que había tomado en los Archivos de las Hadas la noche anterior.

Pero no las compartió de inmediato, primero le dijo a Athalar:

—El Cuerno de Luna era un arma que usaba Pelias, el primer Príncipe Astrogénito durante las Primeras Guerras. Las hadas lo forjaron en su mundo natal, le pusieron el nombre de la diosa de su mundo nuevo, y lo usaron para luchar contra las hordas de demonios después de hacer el Cruce. Pelias usó el Cuerno hasta el día que murió —Ruhn se puso una mano en el pecho—. Mi ancestro, cuyo poder fluye por mis venas. No sé cómo funcionaba, cómo usaba Pelias su magia, pero el Cuerno se volvió suficiente molestia para los príncipes demonio que hicieron todo lo posible por quitárselo.

Ruhn les mostró el teléfono, la fotografía del manuscrito iluminado se veía muy brillante en las sombras espesas. La ilustración del cuerno tallado que un guerrero hada con casco sostenía frente a sus labios era tan nítida como cuando se pintó hacía miles de años. Por encima de la figura brillaba una estrella de ocho picos, el emblema de los Astrogénitos.

Bryce se quedó paralizada. La quietud de las hadas, como un ciervo que se detiene en el bosque.

Ruhn continuó:

—El Astrófago en persona creó un nuevo horror sólo para cazar el Cuerno. Usó su propia esencia terrible y un poco de sangre que logró derramar del príncipe Pelias en un campo de batalla. Una bestia se retorció para emerger de la colisión de la luz y la oscuridad.

Ruhn pasó a la siguiente ilustración de su teléfono. La razón por la cual le había pedido a ella que viniera, por la cual se había arriesgado a esto.

Bryce retrocedió un poco al ver el cuerpo pálido y grotesco, los dientes transparentes visibles por el rugido.

—Lo reconoces —dijo Ruhn con suavidad.

Bryce se sacudió, como para volver a la realidad, y se frotó el muslo distraída.

—Ése es el demonio que encontré atacando al ángel en el callejón aquella noche.

Hunt la miró con severidad.

—¿Es el que te atacó a ti también?

Bryce asintió de manera casi imperceptible.

—¿Qué es?

—Vive en las profundidades más oscuras del Foso —respondió Ruhn—. Tan falto de luz que el Astrófago lo llamó el kristallos, por su sangre y dientes transparentes.

Athalar dijo:

—Nunca había escuchado de él.

Bryce miró la ilustración.

—Esto… Nunca hubo mención de un puto demonio en la investigación que hice del Cuerno —miró a Hunt a los ojos—. ¿Nadie se fijó en esto hace dos años?

—Creo que nos ha tomado dos años fijarnos —dijo Ruhn con cuidado—. Este volumen estaba al fondo de los Archivos de Hadas, con las cosas que no se permite escanear. Ninguna de tus investigaciones lo habría arrojado como resultado. Toda la maldita cosa estaba escrita en la Vieja Lengua de las hadas.

Y a él le había tomado casi toda la noche traducirlo. No le había ayudado tampoco que le quedaba algo de aturdimiento por el risarizoma.

Bryce frunció el entrecejo.

—Pero el Cuerno estaba roto, está casi inservible, ¿no?

—Es verdad —dijo Ruhn—. Durante la batalla final de las Primeras Guerras el príncipe Pelias y el príncipe del Foso se enfrentaron. Los dos lucharon como por tres putos días hasta que el Astrófago dio el golpe mortal. Pero no sin que Pelias antes lograra invocar toda la fuerza del Cuerno y exiliara al príncipe del Foso, a sus compañeros y a sus ejércitos de regreso al Averno. Selló la Fisura Septentrional para siempre, de manera que sólo las pequeñas cuarteaduras o invocaciones con sal pudieran traerlos aquí.

Athalar frunció el ceño.

—¿Entonces me estás diciendo que este artefacto mortífero, para el cual el príncipe del Foso literalmente crio una nueva especie de demonio, estaba nada más aquí en exhibición? ¿En este templo? ¿Y nadie de este mundo ni del Averno intentó robarlo hasta ese apagón? ¿Por qué?

Bryce miró a Hunt que tenía una expresión de absoluta incredulidad.

—El Cuerno se rompió en dos cuando Pelias selló la Fisura Septentrional. Su poder estaba roto. Las hadas y los asteri intentaron durante años renovarlo con magia y hechizos y toda esa mierda, pero no tuvieron suerte. Se le dio un sitio de honor en los Archivos asteri, pero cuando establecieron Lunathion unos milenios después, lo dedicaron a este templo.

Ruhn negó con la cabeza.

—Que las hadas hayan permitido que este artefacto fuera entregado sugiere que ya no lo consideraban valioso… que incluso mi padre pudiera haber olvidado su importancia.

Hasta que lo robaron y se le metió a la cabeza que sería un símbolo de poder durante una posible guerra.

Bryce agregó:

—Yo pensé que era una réplica hasta que Jesiba me pidió buscarlo —volteó a ver a Ruhn—. ¿Entonces piensas que alguien ha estado invocando a este demonio para buscar el Cuerno? Pero, ¿por qué si ya no tiene ningún poder? ¿Y cómo explica alguna de las muertes? ¿Crees que las víctimas de alguna manera… tuvieron contacto con el Cuerno y eso hizo que el kristallos llegara directamente con ellos? —antes de que los otros dos pudieran responder, continuó—: ¿Y por qué los dos años de distancia?

Hunt dijo pensativo:

—Tal vez el asesino esperó hasta que las cosas se calmaran lo suficiente para empezar a buscar de nuevo.

—Cualquier opción sería viable en este momento —admitió Ruhn—. Sin embargo, no parece ser una coincidencia que el Cuerno desapareciera justo antes de que apareciera este demonio y que los asesinatos empezaran otra vez…

—Podría significar que alguien está buscando el cuerno otra vez —terminó de decir Bryce con gesto preocupado.

Hunt dijo:

—La presencia del kristallos en Lunathion sugiere que el Cuerno sigue estando dentro de los muros de la ciudad.

Bryce miró fijamente a Ruhn.

—¿Por qué lo quiere de repente el Rey del Otoño?

Ruhn eligió sus palabras con cuidado.

—Digamos que es orgullo. Quiere que devolverlo a las hadas. Y quiere que lo encuentre con discreción.

Athalar le preguntó:

—¿Pero por qué te pidió a ti que buscaras el Cuerno?

Las sombras que los ocultaban ondearon.

—Porque el poder de Astrogénito del príncipe Pelias estaba entretejido con el Cuerno en sí. Y está en mi sangre. Mi padre piensa que yo podría tener algún don sobrenatural para encontrarlo —dijo.

Luego admitió:

—Cuando anoche buscaba en los archivos, este libro… saltó hacia mí.

—¿Tal cual? —preguntó Bryce con las cejas muy arqueadas.

Ruhn respondió:

—Sólo sentí como que… brillaba. No tengo ni puta idea. Lo único que sé es que estuve allá abajo por horas y luego sentí el libro y cuando vi esa ilustración del Cuerno… Ahí estaba. La mierda que traduje lo confirmó.

—Entonces el kristallos puede rastrear el Cuerno —dijo Bryce con los ojos brillantes—. Pero también.

La boca de Athalar se curvó para formar una sonrisa asimétrica al entender qué era lo que estaba diciendo Bryce.

—Encontramos al demonio y encontramos al responsable. Y si tenemos el Cuerno…

Ruhn hizo una mueca.

—El kristallos vendrá tras nosotros.

Bryce miró la estatua con las manos vacías que estaba detrás de ellos.

—Será mejor que pongamos manos a la obra, Ruhn.


Con el teléfono al oído, Hunt se recargó contra los pilares de la entrada en la cima de la escalinata que llevaba al Templo de Luna. Había dejado dentro a Quinlan con su primo porque tenía que hacer esta llamada antes de que pudieran decidir la logística. Hubiera hecho la llamada desde dentro, pero en el momento que abrió su lista de contactos, Bryce le dijo algo sobre teléfonos móviles en espacios sagrados.

Que Cthona lo salvara. Decidió no mandarla al carajo y ahorrarse la escena en público y salió al patio bordeado de cipreses y hacia la escalinata de entrada.

Cinco acólitas del templo emergieron de la enorme villa detrás del templo en sí, con escobas y mangueras para limpiar las escaleras y pisos del templo para su lavado de mediodía.

Era innecesario, quería decirles a las jóvenes. Con la lluvia fina que había descendido de nueva cuenta sobre la ciudad, las mangueras eran superfluas.

Con los dientes apretados, escuchó cómo sonaba y sonaba el teléfono del otro lado de la línea.

—Contesta de una puta vez —dijo molesto.

Una acólita de piel morena, cabello negro, túnica blanca y no más de doce años de edad, se quedó con la boca abierta al pasar a su lado y apretó más la escoba contra su pecho. Él casi hizo una mueca de arrepentimiento al darse cuenta del retrato de ira que debía presentar en ese momento y rectificó su expresión.

La niña hada permaneció alejada. La luna creciente dorada que colgaba de una cadena delicada en su frente brillaba bajo la luz grisácea. Una luna creciente… hasta que al alcanzar la madurez se convirtiera en una sacerdotisa por completo, cuando cambiaría esa creciente por el círculo completo de Luna. Y cuando su cuerpo inmortal empezara a envejecer y a desvanecerse, su ciclo desapareciendo con él, otra vez cambiaría de luna, pero en esta ocasión por una luna menguante.

Todas las sacerdotisas tenían sus propias razones para ofrecerse a Luna. Para abandonar sus vidas más allá de los terrenos del templo y adoptar la virginidad eterna de la diosa. Así como Luna no había tenido pareja o amante, ellas también vivirían de esa manera.

Hunt siempre había pensado que el celibato parecía muy aburrido. Hasta que Shahar lo había arruinado para cualquier otra persona.

Hunt le ofreció a la acólita asustada su mejor intento de sonrisa. Para su sorpresa, la niña hada le contestó con otra igual. Esa niña era valiente.

Justinian Gelos respondió al sexto timbrazo.

—¿Cómo va tu trabajo de nana?

Hunt se paró más erguido.

—No suenes tan divertido.

Justinian trató de disimular su carcajada.

—¿Estás seguro de que Micah no te está castigando?

Hunt había considerado eso muchas veces a lo largo de los últimos dos días. Del otro lado de la calle, las palmeras que crecían entre el pasto suave por la lluvia del Parque Oráculo brillaban bajo la luz grisácea. El domo de ónix del Templo del Oráculo se veía envuelto en la niebla que había descendido desde el río.

Incluso a medio día, el Parque Oráculo estaba casi vacío con excepción de las figuras encorvadas y adormecidas de los vanir y humanos desesperados que caminaban por sus senderos y jardines, esperando su turno para entrar a los pasillos llenos de incienso.

Y si las respuestas que les daban no eran lo que esperaban… Bueno, el templo de piedras blancas en donde estaba ahora Hunt podía ofrecer un poco de consuelo.

Hunt miró por encima de su hombro hacia el interior en penumbras del templo apenas visible a través de las enormes puertas de bronce. En la luzprístina de una fila de braseros brillantes, alcanzaba apenas a distinguir el brillo del cabello rojo en la oscuridad silenciosa del santuario, brillando como metal fundido mientras Bryce platicaba animadamente con Ruhn.

—No —respondió Hunt al fin—. No pienso que esta misión haya sido un castigo. Ya no tenía opciones y sabía que yo causaría más problemas si me dejaba apostado como guardia a la llegada de Sandriel.

Y Pollux.

No mencionó el trato al que había llegado con Micah. No porque Justinian también tenía el halo y Micah nunca había mostrado mucho interés en él más allá de su popularidad con los grupos de soldados de infantería de la 33ª. Si Justinian tenía algún tipo de trato para alcanzar su libertad, nunca lo había mencionado.

Justinian exhaló.

—Sí, las cosas se están poniendo intensas por acá. La gente está nerviosa y eso que ella todavía no llega. Estás mejor donde estás.

Un hombre hada con los ojos vidriosos subió la escalera del templo dando traspiés, vio quién estaba bloqueando la entrada al templo en sí y se dirigió de nuevo hacia la calle, tropezando en dirección al Parque Oráculo y el edificio del domo que estaba a su centro. Otra alma perdida en busca de respuestas entre el humo y los susurros.

—No estoy tan seguro de eso —dijo Hunt—. Necesito que me busques algo, un demonio de vieja escuela. El kristallos. Nada más búscalo en las bases de datos y dime si algo sale.

Tendría que preguntarle a Vik, pero ella ya estaba ocupada estudiando los videos de las coartadas de la Reina Víbora.

—Buscaré —le respondió Justinian—. Te mandaré los resultados por mensaje —dijo. Luego añadió—: Buena suerte.

—La necesitaré —admitió Hunt. De mil putas maneras.

Justinian agregó con malicia:

—Aunque no estorba que tu compañera no sea de mal ver.

—Tengo que irme.

—A nadie le dan una medalla por sufrir más, sabes —insistió Justinian y su voz adquirió una seriedad poco característica—. Han pasado ya dos siglos desde la muerte de Shahar, Hunt.

—Como sea.

No quería tener esta conversación. Ni con Justinian ni con nadie más.

—Es admirable que sigas aguantando por ella, pero seamos realistas sobre…

Hunt terminó la llamada. Consideró la posibilidad de lanzar el teléfono contra un pilar.

Debía llamar a Isaiah y a Micah para decirles sobre el Cuerno. Carajo. Cuando desapareció hace dos años, los inspectores principales de la 33ª y el Aux revisaron a fondo este templo. No encontraron nada. Y como no se permitían cámaras dentro de los muros del templo, no había ni una pista sobre quién lo podría haber tomado. Todos dijeron que había sido sólo una broma.

Todos menos el Rey del Otoño, al parecer.

Hunt no había prestado mucha atención al hurto del Cuerno y ciertamente no había puesto ninguna puta atención durante las clases de historia cuando era niño sobre las Primeras Guerras. Y después de los asesinatos de Danika y la Jauría de Diablos, tenían cosas más importantes de las cuales preocuparse.

No sabía qué era peor: que el Cuerno fuera quizá una pieza vital de este caso o el hecho de que ahora se vería obligado a trabajar con Ruhn Danaan para encontrarlo.