Hunt se mantuvo a una distancia prudente de Bryce mientras caminaban por el vestíbulo del Comitium hacia los elevadores que los llevarían a las barracas de la 33ª. Había otros conjuntos de elevadores repartidos por el atrio central de cristal que llevaban a las otras cuatro torres del complejo: una para las salas de juntas de los Líderes de la Ciudad y la administración de Lunathion, una para Micah que era al mismo tiempo residencia y despacho oficial, una para cuestiones administrativas generales y otra para reuniones públicas y eventos. Miles y miles de personas vivían y trabajaban dentro de este lugar, pero a pesar de esto, Quinlan lograba llamar la atención en el vestíbulo lleno de gente.
Traía zapatos planos de gamuza roja y una blusa blanca con jeans ajustados. Su cabello sedoso recogido en forma de una coleta alta se mecía impertinente con cada paso que daba siguiendo a Hunt.
Él colocó la palma de la mano en el disco junto a las puertas de los elevadores y para tener acceso a su piso, treinta niveles más arriba. Por lo general, volaba directo al balcón de aterrizaje de las barracas, un poco por comodidad y un poco para evitar a la gente entrometida que los miró con la boca abierta en el vestíbulo, sin duda preguntándose si Hunt traía a Quinlan para interrogarla o para acostarse con ella.
El legionario que estaba descansando en un sillón no fue muy hábil para disimular las miradas que le lanzó a su trasero. Bryce miró por encima de su hombro, como si un sentido adicional le hubiera dicho que alguien la estaba viendo y le sonrió al soldado.
El legionario se quedó inmóvil. Bryce se mordió el labio y bajó un poco las pestañas.
Hunt presionó el botón del elevador con fuerza, mientras el hombre le sonreía un poco a Bryce. Hunt estaba seguro de que el soldado usaba esa sonrisa con todas las mujeres que se le acercaban. Como soldados de infantería en una maquinaria muy grande, los legionarios, inclusive los que pertenecían a la famosa 33ª, no podían ser selectivos.
Las puertas del elevador se abrieron y salieron legionarios y hombres de negocios. Los que no tenían alas tenían cuidado de no pisarle las plumas a nadie. Y todos evitaron ver a Hunt a los ojos.
No era que él fuera poco amistoso. Si alguien le sonreía, él casi siempre intentaba corresponder el gesto. Pero todos habían oído las historias. Todos sabían para quién trabajaba, cada uno de sus dueños, y lo que hacía por ellos.
Estarían mucho más cómodos subiéndose a un elevador con un tigre hambriento.
Así que Hunt se mantuvo en la parte trasera intentando minimizar cualquier contacto. Bryce volteó para ver el elevador y la coleta de caballo casi lo golpeó en la cara.
—Cuidado con esa cosa —dijo Hunt cuando el elevador al fin se vació y ellos entraron—. Me sacarás un ojo.
Ella se apoyó despreocupada en la pared de cristal del elevador. Por suerte nadie más entró con ellos. Hunt no era tan tonto como para pensar que eso se debía a una mera casualidad.
Habían hecho sólo una parada en el camino para comprar un repuesto del teléfono que Bryce había perdido en el club. Ella incluso pagó unos marcos extra por el paquete adicional de hechizos protectores.
La tienda de vidrio y cromo estaba casi vacía pero él pudo notar cuántos clientes potenciales lo veían por la ventana y se mantenían alejados. Bryce no pareció darse cuenta y, mientras esperaban a que el empleado le trajera un nuevo teléfono, ella le pidió el suyo para buscar en las noticias si había alguna novedad sobre el atentado en el club. Por alguna razón terminó viendo sus fotografías. O la falta de ellas.
—Hay treinta y seis fotos en este teléfono —dijo ella con sequedad.
Hunt frunció el ceño.
—¿Y?
Ella vio la mísera colección.
—En cuatro años.
Databa de la época en que llegó a Lunathion, cuando compró su primer teléfono y empezó a conocer la vida lejos del monstruo que le daba órdenes. Bryce hizo el sonido de una arcada al abrir la fotografía de una pierna cercenada sobre una alfombra ensangrentada.
—¿Qué carajos?
—A veces me llaman a escenas de crímenes y tengo que tomar algunas fotografías como evidencia.
—¿Algunas de estas son personas de tu trato con…?
—No —dijo él—. No les tomo fotografías.
—Hay treinta y seis fotos en tu teléfono de cuatro años y todas son de cuerpos desmembrados —dijo ella.
Alguien ahogó un grito en la tienda.
Hunt apretó los dientes.
—Dilo un poco más fuerte, Quinlan.
Ella frunció el entrecejo.
—¿Nunca tomas más?
—¿De qué?
—No sé… ¿de la vida? ¿Una flor bonita o una buena comida o algo?
—¿Qué caso tiene?
Ella parpadeó y luego sacudió la cabeza.
—Eres raro.
Y antes de que él pudiera detenerla, ella tomó el teléfono, sonrió de oreja a oreja y se tomó una fotografía. Luego le devolvió el aparato.
—Ahí tienes. Una fotografía de no-cadáver.
Hunt hizo un gesto de hartazgo pero se guardó el teléfono.
El elevador vibró a su alrededor durante su ascenso rápido. Bryce vio cómo los números iban aumentando.
—¿Sabes quién era ese legionario? —preguntó sin darle importancia.
—¿Cuál? ¿El que estaba babeando en la alfombra traskiana, el que tenía la lengua en el piso, o el que veía tu trasero como si fuera a platicar con él?
Ella rio.
—Deben tenerlos hambreados de sexo en estas barracas para que la presencia de una mujer los ponga tan locos. Entonces, ¿sabes su nombre? El que quería platicar con mi trasero.
—No. Somos como tres mil nada más en la 33ª —la miró de lado mientras ella veía los números de los pisos—. Tal vez un tipo que se fija en tu trasero antes de saludar no es alguien que valga la pena conocer.
Ella arqueó las cejas justo cuando el elevador se detuvo y se abrieron las puertas.
—Ése es precisamente el tipo de persona que estoy buscando.
Bryce salió hacia el sobrio pasillo y él la siguió. Luego, cuando ella se detuvo, se dio cuenta de que era él quien sabía a dónde iban y ella simulaba.
Hunt dio vuelta a la izquierda. Sus pasos hicieron eco en las losetas de granito color café claro del corredor largo. La piedra estaba cuarteada y rota en algunos lugares por armas que se habían caído, competencias de magia, peleas, pero de todas maneras estaban tan pulidas que podían ver sus reflejos.
Quinlan miró el pasillo y los nombres en cada puerta.
—Son sólo hombres o están mezclados.
—Mezclados —le respondió él—. Aunque hay más hombres que mujeres en la 33ª.
—¿Tienes novia? ¿Novio? ¿Alguien cuyo trasero tú admires?
Él movió la cabeza para indicar que no mientras hacía un esfuerzo por luchar contra el hielo que sentía en sus venas. Se detuvo frente a su puerta, la abrió y la dejó pasar. Seguía intentando bloquear la imagen de Shahar cayendo a la tierra, la espada de Sandriel clavada en su esternón, las alas blancas de ambas ángeles salpicadas de sangre. Ambas hermanas gritando, casi como si sus rostros fueran el reflejo de la otra.
—Yo nací un bastardo.
Cerró la puerta detrás de ellos y vio cómo ella observaba la pequeña habitación. En la cama le cabían sus alas, pero no había espacio para mucho más aparte de un armario y un vestidor, un escritorio lleno de libros y papeles y armas descartadas.
—¿Entonces?
—Entonces, mi madre no tenía dinero ni tampoco un linaje distinguido que pudiera compensarlo. A pesar de esta cara, no es que haya una fila de mujeres formadas esperándome.
Su risa fue amarga mientras abría el armario de pino barato y sacaba un bolso grande de viaje.
—Alguna vez tuve a alguien, una persona a quien no le importaba el estatus, pero no terminó bien.
Cada una de las palabras que dijo le quemó la lengua.
Bryce se abrazó y sus uñas se clavaron en la delgada seda de su blusa. Ella pareció darse cuenta de a quién se refería. Miró a su alrededor, como si estuviera buscando algo que decir, y por alguna razón decidió preguntar:
—¿Cuándo hiciste el Descenso?
—Tenía veintiocho años.
—¿Por qué entonces?
—Mi madre acababa de morir —el dolor le llenó los ojos a ella y él no pudo soportar la mirada. No podía soportar abrir la herida, así que agregó—: yo estaba muy impactado. Así que conseguí un Ancla pública e hice el Descenso. Pero no hizo ninguna diferencia. Si hubiera heredado el poder de un arcángel o de un lirón, cuando me pusieron los tatuajes cinco años después fue como si me hubieran cortado las piernas.
La pudo escuchar acariciando su manta.
—¿Alguna vez te has arrepentido de la rebelión de los ángeles?
Hunt miró por encima de su hombro y vio que ella estaba recargada en la cama.
—Nadie me ha preguntado eso —nadie se atrevía. Pero ella le sostuvo la mirada y él lo admitió—. No sé qué pienso al respecto.
Dejaría que su mirada transmitiera lo demás. Y no diré una puta palabra más sobre este tema en este sitio.
Ella asintió. Luego miró las paredes… no había arte ni carteles.
—¿No te gusta decorar?
Él metió su ropa en la bolsa y recordó que ella tenía lavadora en el departamento.
—Micah puede intercambiarme cuando quiera. Es de mala suerte echar raíces así.
Ella se frotó los brazos. A pesar de que la habitación estaba cálida, casi encerrada.
—Si él hubiera muerto esa noche, ¿qué habría sucedido contigo? ¿Con todos los caídos que posee?
—Nuestro título de propiedad pasaría a quien lo hubiera reemplazado —odiaba cada palabra que salía de su boca—. Si no hay nadie listado, los bienes se dividen entre los otros arcángeles.
—Que no respetarían el trato que tenías con él.
—Definitivamente no.
Hunt empezó con las armas guardadas en los cajones de su escritorio.
Podía sentirla observando todos sus movimientos, como si estuviera contando cada cuchillo y pistola que sacaba. Bryce preguntó:
—Si consiguieras tu libertad, ¿qué harías?
Hunt buscó balas para las pistolas que tenía en su escritorio y ella se acercó a ver. Él echó unas cuantas en su bolso. Ella levantó un cuchillo largo como si se tratara de una calceta sucia.
—Escuché que tus relámpagos son únicos entre los ángeles, ni siquiera los arcángeles los pueden producir.
Él guardó las alas.
—¿Ah, sí?
Ella se encogió de hombros.
—¿Entonces por qué Isaiah es el Comandante de la 33ª?
Él le quitó el cuchillo y lo metió a su bolso.
—Porque yo encabrono a demasiada gente y no me importa un carajo si lo hago.
Así había sido desde antes de monte Hermon. Sin embargo, Shahar había notado su fuerza. Lo había convertido en su general. Él había intentado estar a la altura de ese honor pero había fallado.
Bryce esbozó una sonrisa conspiradora.
—Tenemos algo en común después de todo, Athalar.
Bien. El ángel no era tan malo. La había curado después del atentado sin portarse como macho arrogante y posesivo. Y tenía un motivo muy razonable para desear que el caso se resolviera. Además molestaba muchísimo a Ruhn.
Mientras terminaba de empacar, recibió una llamada de Isaiah, quien le dijo que su solicitud de reunirse con Briggs había sido aprobada pero que se tardarían unos días en tener listo a Briggs y en transportarlo de la Prisión Adrestia. Bryce prefirió no pensar qué, exactamente, implicaba eso acerca del estado actual de Briggs.
Lo único bueno fue que Isaiah le informó a Hunt que el Oráculo había abierto un espacio para él en su agenda a primera hora el día siguiente.
Bryce miró a Hunt cuando volvieron a abordar el elevador. Sintió cómo se le hacía un hueco en el estómago mientras bajaban a toda velocidad al vestíbulo central del Comitium. No sabía qué tipo de autoridad tendría Hunt, pero de alguna manera podía evitar que el elevador se detuviera en otros pisos. Bien.
Aparte de ver a los legionarios patrullando o a su rica élite caminando como pavorreales por la ciudad, ella nunca había conocido a ninguno de los malakim. La mayoría prefería los clubes en las azoteas del DCN. Y como las putas mestizas no podían entrar a esos lugares, ella nunca tuvo oportunidad de llevarse uno a casa.
Bueno, ahora sí se estaba llevando uno a casa aunque no de la manera que alguna vez había imaginado cuando admiraba sus músculos. Ella y Danika alguna vez pasaron dos semanas enteras del verano almorzando en una azotea adyacente al espacio de entrenamiento de una legión. Con el calor, los ángeles se quitaban toda la ropa salvo los pantalones mientras luchaban. Y estaban muy sudorosos. Muy, muy sudorosos.
Ella y Danika hubieran seguido almorzando ahí si no las hubiera descubierto el conserje del edificio, quien las calificó de pervertidas y cerró el acceso a la azotea para siempre.
El elevador frenó, se detuvo y el estómago de Bryce dio otra voltereta. Las puertas se abrieron y se enfrentaron a un muro de legionarios de aspecto impaciente, que de inmediato ajustaron sus expresiones para mostrar indiferencia cuando vieron a Hunt.
La Sombra de la Muerte. Ella pudo ver el famoso casco en su habitación, junto al escritorio. Lo había dejado, gracias a los dioses.
Más allá de los elevadores, el vestíbulo del Comitium estaba abarrotado. Lleno de alas y halos y esos atractivos cuerpos musculosos, todos mirando hacia la puerta principal, estirando el cuello para ver por encima de los demás pero nadie intentaba volar en el atrio…
Hunt se quedó inmóvil al borde de la multitud que casi bloqueaba el ingreso a los elevadores que iban a las barracas. Bryce dio un paso hacia él. Luego el elevador a su derecha se abrió y vieron salir a Isaiah corriendo. Se detuvo cuando vio a Hunt.
—Acabo de escuchar…
La onda de poder al otro lado del vestíbulo le dobló las rodillas a Bryce.
Como si ese poder hubiera derribado a la multitud, todos se hincaron y agacharon la cabeza.
Lo cual los dejó a los tres con una vista perfecta de la arcángel que estaba frente a las puertas gigantes de cristal del atrio con Micah a su lado.