A Jesiba no pareció importarle cuando Bryce le explicó que tendría que tomarse el resto del día. Sólo le exigió a Bryce estar en la galería a primera hora del día siguiente o la convertiría en un burro.
Hunt la llevó volando a casa después del consultorio de la medibruja e incluso la cargó por las escaleras desde la azotea del edificio y la metió al departamento. La depositó en el sillón donde insistió que se quedara el resto del día, acurrucada a su lado, aprovechando su calidez.
Ella se podría haber quedado ahí toda la tarde y toda la noche si no hubiera sonado el teléfono de Hunt.
Estaba haciéndole el almuerzo cuando contestó.
—Hola, Micah.
Incluso desde el otro lado de la habitación, Bryce alcanzó a escuchar la voz hermosa y fría del arcángel.
—Mi oficina. De inmediato. Trae a Bryce Quinlan.
Mientras se ponía su traje de batalla y recogía su casco y sus armas, Hunt consideró si debía decirle a Bryce que se subiera a un tren y se largara de la ciudad. Sabía que esta reunión con Micah no sería agradable.
Bryce cojeaba porque su herida todavía le dolía tanto que él le tuvo que ayudar a ponerse unos pantalones deportivos holgados en la sala. Ella había hecho una cita para seguimiento en un mes y en ese momento se le ocurrió a Hunt que era posible que él no estuviera ahí para acompañarla.
Ya fuera porque este caso cerrara o por lo que fuera a suceder en el Comitium entonces.
Bryce intentó dar un paso antes de que Hunt la levantara y la sacara del departamento y hacia los cielos. Ella apenas habló y él tampoco. Después de esa mañana, ¿para qué servían las palabras? Ese beso demasiado breve que él le había dado había dicho suficiente. Al igual que la luz que él podría haber jurado brilló en sus ojos cuando él se apartó.
Habían cruzado una línea, y no había manera de dar marcha atrás.
Hunt aterrizó en un balcón del capitel del gobernador, el central de los cinco del Comitium. El pasillo que por lo general estaba lleno de gente, estaba silencioso. Eso era mala señal. Llevó a Bryce a la oficina. Si la gente había huido, o si Micah les había ordenado que se fueran…
Si veía a Sandriel, si se daba cuenta de que Bryce estaba herida…
El temperamento de Hunt se convirtió en una cosa viviente y mortífera. Sus relámpagos empezaron a presionarle la piel, enrollándose por todo su cuerpo, como una cobra lista para atacar.
Colocó a Bryce en el piso con cuidado frente a las puertas con vidrio esmerilado de la oficina. Se aseguró de que estuviera estable sobre sus pies antes de soltarla para separarse un poco y estudiar cada centímetro de su cara.
Se le veía preocupada, tanto que él se acercó y le dio un beso suave en la sien.
—Ánimo, Quinlan —murmuró hacia su piel suave—. Quiero verte hacer ese truco donde puedes ver para abajo a gente que es treinta centímetros más alta que tú.
Ella rio y le dio un manotazo en el brazo. Hunt se alejó con una media sonrisa antes de abrir la puerta y guiar a Bryce al interior con la mano en su espalda. Sabía que probablemente sería su última sonrisa en mucho tiempo. Pero no permitiría que Quinlan lo supiera. Ni siquiera cuando vieron quién estaba en la oficina de Micah.
A la izquierda del escritorio del gobernador estaba Sabine, con los brazos cruzados y la columna rígida, el vivo retrato de la ira helada. Amelie estaba a su lado con el rostro serio.
Él sabía muy bien de qué se trataba esta junta.
Micah estaba parado frente a la ventana, con el rostro gélido y disgustado. Isaiah y Viktoria estaban a los lados de su escritorio. Los ojos del primero indicaban una advertencia.
Bryce los miró a todos y titubeó.
Hunt le dijo en voz baja a Micah, a Sabine:
—Quinlan no tiene nada que hacer aquí.
El cabello rubio platinado de Sabine brilló bajo las lámparas de luzprístina cuando dijo:
—Ah, claro que sí. La quiero aquí cada segundo.
—No voy a molestarme con preguntar si es verdad —le dijo Micah a Hunt cuando él y Bryce se detuvieron en el centro de la habitación. Las puertas se cerraron a sus espaldas. Con llave.
Hunt se preparó.
Micah dijo:
—Había seis cámaras en el bar. Todas capturaron lo que hiciste y lo que le dijiste a Amelie Ravenscroft. Ella le reportó tu comportamiento a Sabine y Sabine me lo informó directamente a mí.
Amelie se sonrojó.
—Sólo lo mencioné —corrigió—. No lloriqueé como un cachorro.
—Es inaceptable —le gritó Sabine a Micah—. ¿Crees que puedes echar a tu asesino sobre un miembro de mis jaurías? ¿Mi heredera?
—Te lo diré de nuevo, Sabine —dijo Micah aburrido—. No envié a Hunt Athalar a atacarla. Él actuó por su propia voluntad —miró a Bryce—. Actuó en nombre de su compañera.
Hunt respondió de prisa:
—Bryce no tuvo nada que ver con esto. Amelie le hizo una broma de pésimo gusto y decidí visitarla.
Le enseñó los dientes a la joven Alfa, quien tragó saliva.
Sabine dijo con brusquedad:
—Atacaste a mi capitana.
—Le dije a Amelie que no se le acercara —ladró Hunt—. Que la dejara en paz —ladeó la cabeza, incapaz de detener sus palabras—. ¿O no sabes que Amelie ha estado atacando a Bryce desde que murió tu hija? ¿Provocándola? ¿Llamándola basura?
Sabine no reaccionó para nada.
—¿Qué importa si es verdad?
A Hunt estalló la cabeza. Pero Bryce se quedó parada. Y bajó la mirada.
Sabine le dijo a Micah:
—Esto no puede quedar sin castigo. Hiciste mal la investigación del asesinato de mi hija. Le permitiste a estos dos meter sus narices y acusarme a mí de matarla. Y ahora esto. Estoy a nada de decirle a esta ciudad que ni siquiera puedes controlar a tus esclavos. Estoy segura de que a tu invitada le interesaría mucho esta información.
El poder de Micah retumbó ante la mención de Sandriel.
—Athalar será castigado.
—Aquí. Ahora —dijo Sabine con rostro francamente lupino—. Quiero verlo.
—Sabine —murmuró Amelie. Sabine le gruñó a su joven capitana.
Sabine había anhelado este momento y usó a Amelie como pretexto. Sin duda había arrastrado a la loba aquí. Había jurado que pagarían por haberla acusado de asesinar a Danika. Y Hunt supuso que era una mujer de palabra.
—Tu posición entre los lobos —dijo Micah con tranquilidad aterradora— no te da derecho a decirle a un gobernador de la República qué hacer.
Sabine no se retractó. Ni un milímetro.
Micah exhaló. Miró a Hunt a los ojos, decepcionado.
—Actuaste con imprudencia. Hubiera pensado que tú, por lo menos, te sabrías comportar.
Bryce temblaba. Pero Hunt no se atrevió a tocarla.
—La historia nos indica que si un esclavo ataca a un ciudadano libre, renuncia a su vida en el acto —dijo Sabine.
Hunt reprimió la risa amarga ante sus palabras. ¿No era eso lo que llevaba siglos haciendo para los arcángeles?
—Por favor —susurró Bryce.
Y tal vez fue lástima lo que suavizó el rostro del arcángel. Micah dijo:
—Esas son tradiciones antiguas. Para Pangera, no Valbara.
Sabine abrió la boca para protestar, pero Micah levantó una mano.
—Hunt Athalar será castigado. Y morirá… de la manera que mueren los ángeles.
Bryce dio un paso cojeando hacia Micah. Hunt la tomó del hombro, deteniéndola.
Micah dijo:
—La Muerte Viviente.
La sangre de Hunt se heló. Pero inclinó la cabeza. Había estado preparado para las consecuencias desde el momento en que salió volando por los aires con la caja de pan en las manos el día de ayer.
Bryce miró a Isaiah, que estaba muy serio, para que le explicara. El comandante le dijo a ella y a la confundida Amelie:
—La Muerte Viviente es cuando le cortan las alas a un ángel.
Bryce negó con la cabeza.
—No, por favor…
Pero Hunt miró a los ojos a Micah, leyó la justicia de su mirada. Se arrodilló y se quitó la chamarra, luego la camisa.
—No necesito levantar cargos —insistió Amelie—. Sabine, yo no quiero esto. Déjalo.
Micah caminó hacia Hunt y una espada de doble filo apareció en su mano.
Bryce se aventó frente al arcángel.
—Por favor… por favor…
El olor de sus lágrimas llenó la oficina.
Viktoria apareció a su lado. La detuvo. El susurro de la espectro fue tan bajo que Hunt apenas lo alcanzó a oír.
—Van a volverle a crecer. En varias semanas, sus alas le van a volver a crecer.
Pero le dolería muchísimo. Le dolería tanto que Hunt empezó a respirar para prepararse. Se adentró en sí mismo, en ese sitio donde soportaba todo lo que le habían hecho, cada tarea que le habían asignado, cada vida que le habían ordenado tomar.
—Sabine, no —insistió Amelie—. Esto ya fue demasiado lejos.
Sabine no dijo nada. Sólo se quedó ahí parada.
Hunt extendió las alas y las levantó, manteniéndolas altas sobre su espalda para que el corte pudiera ser limpio.
Bryce empezó a gritar, pero Hunt miró a Micah.
—Hazlo.
Micah ni siquiera asintió antes de mover la espada.
Un dolor que Hunt no había experimentado en doscientos años le recorrió el cuerpo, le hizo corto circuito en todo…
Hunt recuperó la conciencia y oyó los gritos de Bryce.
Fue suficiente motivo para forzarse a aclarar su mente a pesar de la agonía que sentía en la espalda, en su alma.
Seguro había perdido la conciencia sólo un momento, porque la sangre todavía brotaba de sus alas donde habían caído como dos ramas en el piso de la oficina de Micah.
Parecía que Amelie iba a vomitar; Sabine sonreía burlona y Bryce estaba ahora a su lado. La sangre le empapaba los pantalones, las manos, mientras sollozaba.
—Oh dioses, oh dioses…
—Estamos a mano —le dijo Sabine a Micah, quien presionó un botón en su teléfono para llamar a una medibruja.
Había pagado por sus actos, ya había pasado y se podría ir a casa con Bryce.
—Eres una desgracia, Sabine —las palabras de Bryce se abrieron camino como una lanza en la habitación y le enseñó los dientes a la Premier Heredera—. Eres una desgracia para todos los lobos que han pisado el planeta.
Sabine dijo:
—No me importa lo que una mestiza piense de mí.
—No te merecías a Danika —gritó Bryce, temblando—. No la mereciste ni un segundo.
Sabine se detuvo.
—No me merecía una niña mimada, egoísta y cobarde como hija, pero no fue así como salieron las cosas, ¿o sí?
Apagados y distantes, los gritos de Bryce sortearon el dolor de Hunt. Pero no la alcanzó a detener cuando se puso de pie, con una mueca de agonía por la pierna que aún estaba sanando.
Micah dio un paso frente a ella. Bryce jadeaba, sollozando entre dientes. Pero Micah se quedó ahí parado, inamovible como una montaña.
—Llévate a Athalar —dijo el arcángel tranquilamente, la orden de irse era clara—. A tu casa, a las barracas, me da igual.
Pero Sabine, por lo visto, había decidido quedarse. Para darle su opinión a Bryce.
Sabine le dijo, en tono bajo y venenoso:
—Busqué al Rey del Inframundo el invierno pasado, ¿lo sabías? Para que me diera respuestas sobre mi hija, con cualquier pizca de su energía que viva en la Ciudad Durmiente.
Bryce se quedó quieta. La inmovilidad pura de las hadas. Su mirada era de terror.
—¿Sabes qué me dijo? —la cara de Sabine era inhumana—. Dijo que Danika no vendría. Que no obedecería mis invocaciones. Mi patética hija ni siquiera se dignaría a reunirse conmigo en la otra vida. Por la vergüenza de lo que hizo. Cómo murió, indefensa y gritando, rogando como una de ustedes —Sabine parecía vibrar de rabia— ¿Y sabes qué me dijo el Rey del Inframundo cuando de nuevo le exigí que la invocara?
Nadie más se atrevió a hablar.
—Me dijo que tú, tú pedazo de basura, habías hecho un trato con él. Por ella. Que tú habías acudido con él después de su muerte y habías intercambiado tu sitio en el Sector de los Huesos a cambio del pasaje de Danika. Que te preocupaba que no se le diera acceso por su muerte cobarde y que le rogaste que se la llevara a ella en tu lugar.
Incluso el dolor de Hunt se detuvo un momento.
—¡No fui por eso! —gritó Bryce—. ¡Danika no fue cobarde ni por un puto segundo de su vida! —la voz se le quebró al gritar las últimas palabras.
—No tenías derecho —explotó Sabine—. ¡Era una cobarde y murió como tal y merecía que la tiraran al río! —la Alfa estaba gritando—. ¡Y ahora está condenada a eones de vergüenza por tu culpa! Porque ella no debería estar ahí, puta estúpida. ¡Y ahora ella debe sufrir por eso!
—Es suficiente —dijo Micah y sus palabras transmitieron su orden. Fuera.
Sabine dejó escapar una risa muerta y fría y se dio la media vuelta.
Bryce seguía sollozando cuando Sabine salió caminando con Amelie asombrada detrás de ella. La segunda murmuró al cerrar la puerta:
—Lo siento.
Bryce le escupió.
Fue lo último que vio Hunt antes de que volviera a reinar la oscuridad.
Ella nunca los perdonaría. A ninguno de ellos.
Hunt permaneció inconsciente mientras las medibrujas lo curaban en la oficina de Micah, cosiéndolo para que los muñones donde habían estado sus alas dejaran de sangrar en el piso y luego le curaron las heridas con vendajes que promoverían un crecimiento rápido. No usaron luzprístina. Al parecer su ayuda para sanar no se permitía en la Muerte Viviente. Deslegitimaba el castigo.
Bryce se arrodilló con Hunt todo el tiempo, con su cabeza en el regazo. No escuchó a Micah decirle cómo la alternativa era que Hunt muriera, una muerte oficial e irrevocable.
Ella le acarició el cabello a Hunt cuando estuvieron en su cama una hora después, su respiración era profunda y regular. Dale la poción de sanación cada seis horas le ordenó la medibruja. Le ayudará a mitigar el dolor también.
Isaiah y Naomi los habían llevado a casa y ella apenas les permitió que pusieran a Hunt boca abajo en su colchón antes de ordenarles que se fueran.
Ella no esperaba que Sabine entendiera por qué había renunciado a su lugar en el Sector de los Huesos por Danika. Sabine nunca escuchaba cuando Danika hablaba sobre cómo un día estaría ahí enterrada, con todos los honores, con todos los grandes héroes de su Casa. Seguir viviendo, como esa pizca de energía, por toda la eternidad. Seguir siendo una parte de la ciudad que tanto amaba.
Bryce había visto cómo se volteaban los barcos de la gente. Nunca olvidaría cómo Danika suplicaba en el audio de la cámara del pasillo del edificio.
Bryce no estaba dispuesta a arriesgarse a que ese barco no llegara a la otra orilla. No por Danika.
Así que lanzó un Marco de la Muerte al Istros, el pago para el Rey del Inframundo, una moneda de hierro puro de un antiguo reino extinto hacía mucho al otro lado del mar. El pasaje para un mortal en el barco.
Y luego se arrodilló en los escalones derruidos de piedra, el río a unos metros detrás, los arcos de las puertas de hueso por encima, y esperó.
El Rey del Inframundo apareció momentos después, con sus velos negros y silencioso como la muerte.
Ha pasado una eternidad desde la última vez que un mortal se atrevió a pisar mi isla.
La voz había sido al mismo tiempo vieja y joven, masculina y femenina, amable y llena de odio. Ella nunca había escuchado algo tan horrible, y tan seductor.
Deseo intercambiar mi lugar.
Sé por qué estás aquí, Bryce Quinlan. Qué pasaje quieres negociar. Una pausa divertida. ¿No deseas un día vivir aquí entre los muertos honrados? Tu saldo se sigue inclinado hacia la aceptación, continúa por tu camino y serás bienvenida cuando llegue tu momento.
Deseo intercambiar mi lugar. Por Danika Fendyr.
Si haces esto debes saber que ningún otro de los Reinos Silenciosos de Midgard estará abierto para ti. No el Sector de los Huesos, no las Catacumbas de la Ciudad Eterna, no las Islas Verano del norte. Ninguno, Bryce Quinlan. Negociar con el sitio de tu descanso aquí es negociar con tu lugar en todas partes.
Deseo intercambiar mi lugar.
Eres joven y estás apesadumbrada por el dolor. Considera que tu vida puede parecer larga, pero es sólo un parpadeo de eternidad.
Deseo intercambiar mi lugar.
¿Estás tan segura de que a Danika Fendyr se le negará la bienvenida? ¿Tienes tan poca fe en sus acciones y hechos que debes hacer esta oferta?
Deseo intercambiar mi lugar. Dijo las palabras sollozando.
No hay manera de revertirlo.
Deseo intercambiar mi lugar.
Entonces dilo, Bryce Quinlan, y que el intercambio se haga. Dilo una séptima y última vez y que los dioses y los muertos y todos los que estén en medio escuchen tu juramento. Dilo y así será.
Ella no titubeó, sabía que era el antiguo rito. Lo había buscado en los archivos de la galería. Se había robado el Marco de la Muerte de ahí también. Se lo había dado el mismo Rey del Inframundo a Jesiba, le había dicho la hechicera, cuando ella juró lealtad a la Casa de Flama y Sombra.
Deseo intercambiar mi lugar.
Y así se hizo.
Bryce no se había sentido nada distinta después, cuando regresó al otro lado del río. Ni los días siguientes. Ni siquiera su madre había podido detectarlo, no había notado que Bryce se había salido de la habitación del hotel en la madrugada.
En los siguientes dos años, Bryce a veces se había preguntado si lo habría soñado, pero luego buscaba en el cajón de la galería donde estaban todas las monedas viejas y veía el espacio vacío y oscuro donde había estado el Marco de la Muerte. Jesiba nunca se había dado cuenta de que ya no estaba.
A Bryce le gustaba pensar que su oportunidad de alcanzar el descanso eterno había desaparecido, al igual que la moneda. Se imaginaba que las monedas descansaban en sus compartimentos de terciopelo en el cajón como si fueran las almas de sus seres amados, vivían todos juntos para siempre. Y ahí estaba la suya, faltante y a la deriva, eliminada en el momento de su muerte.
Pero lo que Sabine había dicho sobre Danika sufriendo en el Sector de los Huesos… Bryce se negaba a creerlo. Porque la alternativa… No. Danika merecía ir al Sector de los Huesos, no tenía nada de qué avergonzarse, estuvieran o no de acuerdo Sabine y otros idiotas. Aunque el Rey del Inframundo, o quien fuera que no considerara merecedoras sus almas, estuviera en desacuerdo.
Bryce pasó la mano por el cabello sedoso de Hunt, los sonidos de su respiración llenaban la habitación.
Era horrible. Este estúpido puto mundo en el que vivían.
Era horrible y estaba lleno de gente horrible. Y los buenos siempre terminaban pagando.
Tomó su teléfono del buró y empezó a escribir un mensaje.
Lo envió un momento después, sin siquiera reconsiderar lo que le había escrito a Ithan. Era el primer mensaje que le enviaba en dos años. Sus mensajes frenéticos de aquella noche fatídica y luego su fría petición de que no lo buscara, seguían siendo los últimos en una conversación que había iniciado hacía cinco años.
Dile a tu Alfa que Connor nunca se molestó en hacerle caso porque siempre supo que era una mierda. Y dile a Sabine que, si la vuelvo a ver, la mataré.
Bryce se recostó junto a Hunt sin atreverse a tocar su espalda destrozada.
Su teléfono vibró. Ithan había respondido, No tuve nada que ver en lo que sucedió hoy.
Bryce escribió de nuevo, Me dan asco. Todos ustedes.
Ithan no respondió y ella puso el teléfono en silencio antes de exhalar y recargar su frente contra el hombro de Hunt.
Encontraría cómo arreglar esto. De alguna manera. Algún día.
Hunt abrió los ojos y sintió que el dolor constante le pulsaba en el cuerpo. No era tan agudo, quizá por alguna especie de poción o conjunto de drogas.
El contrapeso estable que debía estar a sus espaldas ya no existía. El vacío lo golpeó como un tráiler. Pero una respiración suave y femenina llenaba la oscuridad. Un aroma a paraíso le llenaba la nariz, lo tranquilizaba. Le ayudaba a aliviar el dolor.
Sus ojos se ajustaron a la oscuridad lo suficiente para darse cuenta de que estaba en la recámara de Bryce. Que ella estaba recostada a su lado. Junto a la cama había artículos médicos y frascos. Todos para él, muchos usados. El reloj marcaba las cuatro de la mañana. ¿Cuántas horas se habría quedado despierta, cuidándolo?
Ella tenía las manos juntas en el pecho, como si se hubiera quedado dormida suplicándole a los dioses.
Él movió la boca para pronunciar su nombre, pero su lengua estaba tan seca como una lija.
El dolor le recorrió todo el cuerpo, pero logró estirar un brazo. Logró pasarlo por encima de la cintura de Bryce y acercarla a él. Ella hizo un sonido suave y acercó la cabeza a su cuello.
Algo profundo dentro de él se movió y se acomodó. Lo que ella había hecho y dicho hoy, lo que había revelado al mundo mientras suplicaba por él… Era peligroso. Para ambos. Muy, muy peligroso.
Si fuera inteligente, encontraría una manera de alejarse. Antes de que esto entre ellos llegara a su final horrible e inevitable. Como todas las cosas en la República tenían un final horrible.
Y sin embargo Hunt no podía obligarse a quitar su brazo. A ignorar el instinto de respirar su olor y escuchar su suave respiración.
No se arrepentía, de lo que había hecho. Ni un poco.
Pero tal vez llegaría el día cuando eso no fuera verdad. Un día que podría llegar muy pronto.
Así que Hunt saboreó sentir a Bryce. Su olor y su respiración.
Saboreó cada segundo.