C76

Bryce había acampado en la biblioteca de la galería los últimos tres días. Se quedaba mucho después de la hora de cerrar y regresaba al amanecer. No tenía ningún sentido pasar mucho tiempo en el departamento porque su refrigerador estaba vacío y Syrinx siempre estaba con ella. Pensó que sería mejor entonces estar en la oficina hasta que dejara de sentir que su casa era un cascarón hueco.

Jesiba, que estaba ocupada en la Cumbre, no revisaba las grabaciones de video de la galería. No veía los contenedores de comida para llevar que ensuciaban todas las superficies de la biblioteca, el minirefrigerador lleno sobre todo de queso o que Bryce estaba usando ropa deportiva en la oficina. O que se había empezado a bañar en el baño de la parte trasera de la biblioteca. O que había cancelado todas las juntas con los clientes. Y había tomado otro amuleto archesiano directo de la caja fuerte de la oficina de Jesiba, el último del territorio. Uno de cinco que quedaban en todo el mundo.

Pero era cuestión de tiempo para que Jesiba se aburriera y abriera las docenas de grabaciones y lo viera todo. O que viera su calendario y viera todas las citas reprogramadas.

Bryce había recibido respuesta de dos posibles trabajos y tenía programadas entrevistas. Necesitaría inventar alguna excusa para Jesiba, por supuesto. Una cita con la medibruja o una limpieza dental o algo igual de normal pero necesario. Y si obtenía alguno de esos empleos, tendría que encontrar una manera de pagar toda su deuda por Syrinx, algo que adulara a Jesiba lo suficiente para evitar que la transformara en alguna criatura horrible sólo por pedir irse.

Bryce suspiró y pasó la mano sobre un tomo antiguo de terminología legal que requería de un título para descifrarse. Nunca había visto tantos por lo tantos y consiguientes y a lo conducentes e incluirá pero no estará limitado a. Pero seguía buscando.

Igual que Lehabah.

—¿Qué hay de esto, BB? —la duendecilla brilló y señaló una página frente a ella—. Aquí dice, Una sentencia criminal puede conmutarse por servicio si…

—Eso lo vimos hace dos días —dijo Bryce—. Nos lleva directo de regreso a la esclavitud.

Un ligero rasguño se escuchó en la habitación. Bryce miró el nøkk sin levantar la vista, cuidando que él no viera que había capturado su atención.

La criatura le estaba sonriendo de todas maneras. Como si supiera algo que ella no.

Lo averiguó un momento después.

—Hay otro caso debajo de esto —dijo Lehabah—. La mujer humana fue liberada después de…

Syrinx gruñó. No al tanque. A las escaleras de alfombra verde.

Se escucharon pasos. Bryce se puso de pie, buscando su teléfono.

Un par de botas, luego unos jeans oscuros y luego…

Alas blancas como la nieve. Una cara hermosa.

Micah.

Todos sus pensamientos hicieron corto circuito cuando él entró a la biblioteca y se puso a revisar los estantes y las escaleras que llevaban a los entrepisos y nichos de latón, el tanque y el nøkk, que seguía sonriendo, la luz de sol que explotaba en las alturas.

No podía estar aquí abajo. No podía ver estos libros…

—Su Gracia —dijo Bryce.

—La puerta principal estaba abierta —dijo él. El poder detrás de su mirada la golpeó como un ladrillazo en la cara.

Por supuesto que los cerrojos y encantamientos no lo habían mantenido fuera. Nada podía mantenerlo fuera.

Ella tranquilizó su corazón desbocado lo suficiente para decir:

—Con gusto me reuniré contigo arriba, Su Gracia, si quieres que llame a Jesiba.

Jesiba que está en la Cumbre donde se supone quedebías estar en este momento.

—Acá abajo está bien —respondió él.

Empezó a caminar hacia uno de los libreros altos.

Syrinx temblaba en el sillón; Lehabah se ocultó detrás de un pequeño montón de libros. Incluso los animales en sus diversos terrarios y tanques se escondieron. El único que seguía sonriendo era el nøkk.

—¿Por qué no tomas asiento, Su Gracia? —dijo Bryce.

Empezó a recoger los contenedores de comida y no le importó si su camiseta blanca se manchaba de aceite de chile, quería alejar a Micah de los entrepaños con esos preciados libros.

Él no le hizo caso y se puso a examinar los títulos que estaban a nivel de sus ojos.

Que Urd la salvara. Bryce tiró los contenedores al basurero de por sí lleno.

—Tenemos arte fascinante en el piso de arriba. Tal vez me puedas decir qué es lo que estás buscando.

Miró a Lehabah, que se había puesto de un sorprendente color verdiazul y movió la cabeza en señal silenciosa de que tuviera cuidado.

Micah dobló sus alas y volteó a verla.

—¿Qué estoy buscando?

—Sí —exhaló ella—. Yo…

Él la clavó con sus ojos helados.

—Estoy buscándote a ti.


La junta de ese día fue por mucho la peor. La más lenta.

Sandriel se deleitaba en hacerlos dar vueltas, de sus labios brotaron mentiras y verdades a medias, como si estuviera saboreando a su víctima que pronto caería: el momento en que ellos le cedieran todo a ella y a los deseos de los asteri.

Hunt se recargó contra la pared, entre los Guardias Asterianos vestidos de gala, y vio el reloj avanzar muy despacio hacia el cuatro. Ruhn parecía estar dormido desde hacía media hora. La mayoría de los grupos de niveles inferiores ya se habían marchado y la habitación había quedado casi vacía. Incluso Naomi había regresado a Lunathion para asegurarse de que la 33ª se mantuviera en forma. Sólo quedaba personal indispensable y sus líderes. Como si todos ahora ya supieran que esto había terminado. Que esta república era un engaño. O se gobernaba o se obedecía.

—Abrir un nuevo puerto en la costa oriental de Valbara —decía Sandriel por centésima vez— nos permitiría construir instalaciones seguras para nuestra legión acuática…

Vibró un teléfono.

Para su sorpresa, Jesiba Roga lo sacó de un bolsillo interior del saco gris que tenía sobre un vestido a juego. Se movió en su asiento para que el hombre curioso a su izquierda no pudiera ver la pantalla.

Algunos líderes también percibieron el cambio en la atención de Roga. Sandriel siguió hablando, sin darse cuenta, pero Ruhn había escuchado el sonido y estaba mirando a la mujer. También Fury, sentada dos filas detrás de ella.

Los pulgares de Jesiba volaban sobre el teléfono y tenía la boca pintada de rojo apretada. Jesiba levantó la mano. Incluso Sandriel guardó silencio.

Roga dijo:

—Lamento la interrupción, gobernadora, pero hay algo que debes, que todos debemos, ver.

Él no tenía ningún motivo racional para el terror que empezó a acumularse en su estómago. Lo que estuviera en el teléfono de la hechicera podría ser sobre cualquier cosa. Pero se le secó la boca.

—¿Qué? —exigió saber Sabine desde el otro lado de la habitación.

Jesiba no le hizo caso y miró a Declan Emmet.

—¿Puedes conectar lo que está en mi teléfono con esas pantallas? —señaló las pantallas que estaban por toda la habitación.

Declan, quien había estado medio dormido en el círculo detrás de Ruhn, se enderezó de inmediato.

—Claro, sin problema.

Tuvo la inteligencia de mirar a Sandriel primero y la arcángel hizo un gesto de hartazgo pero asintió. Un instante después la laptop de Declan ya estaba abierta. Él frunció el ceño al ver lo que aparecía en el monitor, pero presionó un botón.

Y se revelaron docenas de diferentes transmisiones de cámaras, todas de Antigüedades Griffin. En la esquina inferior derecha, en una biblioteca conocida… Hunt olvidó respirar por completo.

En especial cuando volvió a sonar el teléfono de Jesiba y un mensaje, una continuación de la conversación previa, al parecer, apareció en las pantallas. Su corazón se frenó al leer el nombre: Bryce Quinlan.

El corazón se le detuvo por completo al leer el mensaje. ¿Ya están transmitiendo las cámaras?

—¿Qué carajos? —siseó Ruhn.

Bryce estaba de pie frente a la cámara, sirviendo lo que parecía ser una copa de vino. Y detrás de ella, sentado en la mesa principal de la biblioteca, estaba Micah.

Sandriel murmuró:

—Dijo que tenía una junta…

La cámara estaba oculta en uno de los libros, justo sobre la cabeza de Bryce.

Declan presionó unas cuantas teclas en su computadora y abrió una de las transmisiones en particular. Siguió tecleando hasta que activó el audio en la sala de conferencias.

Bryce estaba diciendo por encima del hombro y sonriéndole a Micah.

—¿Quieres algo de comer con tu vino? ¿Queso?

Micah estaba relajado en la mesa, estudiando los libros ahí extendidos.

—Te lo agradecería.

Bryce tarareó y escribió algo en su teléfono mientras acomodaba cosas en el carrito de la comida.

El siguiente mensaje a Jesiba se vio en todas las pantallas de la sala de conferencias.

Una palabra que hizo que a Hunt se le helara la sangre.

Ayuda.

No era una petición en broma. Quedó claro cuando Bryce levantó la mirada hacia la cámara.

Indicaba miedo. Miedo descarnado y fresco. Todos los instintos de Hunt se pusieron en alerta.

—Gobernadora —dijo el Rey del Otoño a Sandriel—. Me gustaría una explicación.

Pero antes de que Sandriel pudiera responder, Ruhn ordenó en voz baja, con los ojos pegados a las cámaras:

—Flynn, envía una unidad del Aux a Antigüedades Griffin. Ahora.

Flynn sacó su teléfono de inmediato, moviendo los dedos a toda velocidad.

—Micah no ha hecho nada malo —le dijo Sandriel al príncipe hada—. Excepto demostrar su mal gusto en mujeres.

Hunt dejó escapar un gruñido.

Le hubiera ganado un latigazo del viento helado de Sandriel, lo sabía, de no ser porque quedó oculto por los gruñidos de Declan y Ruhn.

Tristan Flynn le gritaba a alguien.

—Vayan a Antigüedades Griffin ahora mismo. Sí, en la Vieja Plaza. No, vayan. Es una puta orden.

Ruhn gritó otra orden al lord hada, pero Micah volvió a empezar a hablar.

—Ya veo que has estado ocupada —dijo Micah y señaló la mesa—. ¿Estás buscando una solución legal?

Bryce tragó saliva mientras empezaba a preparar un plato para Micah.

—Hunt es mi amigo.

Eran… eran libros de derecho sobre la mesa. El estómago de Hunt se le fue a los pies.

—Ah, sí —dijo Micah y se recargó en la silla—. Admiro eso de ti.

—¿Qué carajos está pasando? —dijo Fury.

—Leal hasta la muerte, y más allá —continuó Micah—. Incluso con todas las pruebas del mundo, seguías sin creer que Danika era poco más que una puta drogadicta.

Sabine y varios de los lobos gruñeron. Hunt escuchó a Amelie Ravenscroft decirle a Sabine:

—Deberíamos enviar una jauría de lobos.

—Todas las jauría importantes están aquí —murmuró Sabine con los ojos fijos en la transmisión—. Todas las fuerzas de seguridad importantes están aquí. Se quedaron pocos.

Pero como un cerillo encendido, el rostro de Bryce se modificó. El miedo se transformó en una rabia brillante y alerta. Hunt por lo general se emocionaba al ver esa mirada ardiente. No ahora.

Usa la puta cabeza, le suplicó en silencio. Sé inteligente.

Bryce dejó pasar el insulto de Micah y se concentró en el platón de uvas y queso que estaba sirviendo.

—¿Quién sabe cuál es la verdad? —preguntó sin expresión.

—Los filósofos de esta biblioteca ciertamente tenían opiniones al respecto.

—¿Sobre Danika?

—No te hagas la estúpida —la sonrisa de Micah se hizo más amplia. Hizo un ademán hacia los libros a su alrededor—. ¿Sabes que poseer estos volúmenes te merece una ejecución segura?

—Parece mucho por unos libros.

—Los humanos murieron por estos libros —ronroneó Micah e hizo una señal hacia las torres a su alrededor—. Libros prohibidos, si no me equivoco. Varios que se supone existen en los Archivos Asteri. Evolución, matemáticas, teorías que refutan la superioridad de los vanir y los asteri. Algunas teorías de filósofos que según la gente ya existían antes de que llegaran los asteri —una risa suave y terrible—. Mentirosos y herejes que admitieron que estaban equivocados cuando los asteri los torturaron para conocer la verdad. Los quemaron vivos con sus obras heréticas como combustible. Y aquí están, sobreviven. Todo el conocimiento del mundo antiguo. De un mundo anterior a los asteri. Y teorías sobre un mundo donde los vanir no son los amos.

—Interesante —dijo Bryce. Seguía sin voltear a verlo.

Ruhn le dijo a Jesiba:

—¿Exactamente qué hay en esa biblioteca?

Jesiba no dijo nada. Absolutamente nada. Pero sus ojos grises prometían una muerte helada.

Micah continuó y sin saberlo respondió la pregunta del príncipe:

—¿Siquiera sabes de qué estás rodeada, Bryce Quinlan? Esta es la Gran Biblioteca de Parthos.

Las palabras resonaron por toda la habitación. Jesiba se negó a siquiera abrir la boca.

Bryce, había que reconocérselo, dijo:

—Parece una teoría de la conspiración. Parthos es una historia para niños humanos.

Micah rio.

—Lo dice la mujer con el amuleto archesiano alrededor del cuello. El amuleto de las sacerdotisas que alguna vez sirvieron y vigilaron Parthos. Creo que sabes lo que hay aquí, que pasas los días en medio de lo que queda de la biblioteca después de que la mayor parte del acervo ardió en manos de los vanir hace quince mil años.

Hunt sintió que se le revolvía el estómago. Podría jurar que sintió una brisa helada que emitía Jesiba.

Micah continuó con serenidad:

—¿Sabías que durante las Primeras Guerras, cuando los asteri dieron la orden, el ejército humano condenado peleó su última batalla contra los vanir en Parthos? Para salvar las pruebas de lo que eran antes de que se abrieran las Fisuras, para salvar los libros. Cien mil humanos marcharon ese día sabiendo que morirían y perderían la guerra —Micah sonrió más—. Todo para darle un poco de tiempo a las sacerdotisas para que rescataran los volúmenes más vitales. Los cargaron en barcos y desaparecieron. Me da curiosidad saber cómo terminaron en manos de Jesiba Roga.

La hechicera que estaba viendo cómo se revelaba su verdad en las pantallas seguía sin hablar. Sin reconocer lo que se había sugerido. ¿Tendría algo que ver con el motivo por el que había dejado a las brujas? ¿O por qué se había unido al Rey del Inframundo?

Micah se recargó de nuevo en su asiento y sus alas crujieron un poco.

—Desde hace mucho tiempo sospechaba que los restos de Parthos estaban guardados aquí, un registro de dos mil años de conocimiento humano previo a la llegada de los asteri. Vi algunos de los títulos en estos estantes y supe que era verdad.

Nadie se atrevió parpadear mientras procesaban la verdad. Pero Jesiba señaló las pantallas y le dijo a Tristan Flynn, a Sabine, con la voz temblorosa:

—Dile al Aux que se muevan ya. Que salven esos libros. Te lo ruego.

Hunt apretó los dientes. Por supuesto los libros eran más importantes para ella que Bryce.

—El Aux no hará semejante cosa —dijo Sandriel con frialdad. Le sonrió a Jesiba y la mujer se quedó rígida—. Y lo que Micah tenga en mente para tu pequeña asistente será poco comparado con lo que los asteri te harán a ti por conservar esa basura llena de mentiras…

Pero Bryce levantó la bandeja con quesos y la copa de vino.

—Mira, gobernador, yo sólo trabajo aquí.

Por fin miró a Micah. Llevaba puesta ropa deportiva: mallas y una camiseta blanca de manga larga. Sus zapatos color rosa neón brillaban como luzprístina en la biblioteca poco iluminada.

—Corre —dijo Flynn a la pantalla como si Bryce lo pudiera escuchar—. Corre, Bryce, carajo.

Sandriel miró al guerrero hada furiosa.

—¿Te atreves a acusar a un gobernador de jugar sucio?

Pero su mirada expresaba duda.

El lord hada no le hizo caso y volvió a ver las pantallas.

Hunt no podía moverse. Vio a Bryce dejar el platón de quesos, el vino y decirle a Micah:

—Viniste a buscarme y aquí estoy —una media sonrisa—. La Cumbre debe haber estado muy aburrida —cruzó los brazos detrás de la espalda, el vivo retrato de la tranquilidad. Guiñó un ojo—. ¿Vas a volver a invitarme a salir?

Micah no podía ver el ángulo que transmitía la segunda cámara que Declan abrió, cómo los dedos de Bryce empezaron a moverse tras su espalda. Apuntaban hacia las escaleras. Una orden silenciosa y desesperada para que Lehabah y Syrinx huyeran. Ninguno de los dos se movió.

—Como alguna vez me dijiste —Micah respondió sin inmutarse—. No me interesa.

—Qué mal.

Reinaba el silencio en la sala de conferencias.

Bryce volvió a hacer una señal a sus espaldas, los dedos ahora le temblaban. Por favor sus manos parecían decir. Por favor corran. Mientras yo lo distraigo.

—Siéntate —le dijo Micah e hizo una señal hacia la silla del otro lado de la mesa—. Será mejor si somos civilizados al respecto.

Bryce obedeció y parpadeó.

—¿Acerca de qué?

—Acerca de que me des el Cuerno de Luna.