C06

La mujer media hada se veía como el Averno.

No, no como el Averno, pensó Isaiah Tiberian al verla por el espejo unidireccional del centro de detención de la legión. Se veía como la misma muerte.

Se veía como los soldados que había visto arrastrándose en los ensangrentados campos de batalla de Pangera.

Estaba sentada en la mesa metálica al centro de la sala de interrogatorios, viendo a la nada. Tal como había hecho durante las últimas horas.

Estaba muy distinta a la mujer que gritaba y se sacudía cuando Isaiah y su unidad la encontraron en el callejón de la Vieja Plaza, con el vestido gris rasgado, el muslo izquierdo con un sangrado tan abundante que él se preguntó si se desmayaría. Estaba en un estado casi salvaje, ya fuera por el terror puro ante lo sucedido, por la pena que empezaba a afianzarse o por las drogas que le recorrían el cuerpo.

Tal vez una combinación de las tres cosas. Y considerando que no era tan sólo una fuente de información sobre el ataque sino que también era un peligro para sí misma, Isaiah tomó la decisión de traerla al estéril centro subterráneo de procesamiento, a unas cuantas cuadras del Comitium. Era testigo, se aseguró de que dijeran los registros. No una sospechosa.

Exhaló hondo y resistió las ganas de descansar la frente en la ventana de observación. Lo único que llenaba el espacio era el zumbido incesante de las lucesprístinas sobre su cabeza.

Era el primer momento de silencio que había tenido en horas. Estaba seguro que terminaría pronto.

Como si el mero pensamiento hubiera tentado a la mismísima Urd, una voz áspera y masculina habló desde la puerta a sus espaldas.

—¿Sigue sin hablar?

Isaiah requirió de sus dos siglos de entrenamiento en el campo de batalla y fuera de él para controlar la alerta que le provocaba esa voz. Para voltear despacio hacia el ángel que sabía estaría recargado en la puerta, con su traje negro de batalla de siempre; un ángel que la razón y la historia le recordaban debía ser un aliado a pesar de que todos sus instintos le decían lo opuesto.

Depredador. Asesino. Monstruo.

Los ojos oscuros y angulosos de Hunt Athalar, sin embargo, permanecían fijos en la ventana. En Bryce Quinlan. Ni una sola de las plumas grises de sus alas se movía. Desde sus primeros días en la Legión 17ª en el sur de Pangera, Isaiah había intentado ignorar el hecho de que Hunt parecía existir dentro de una onda permanente de quietud. Era el silencio antes del trueno, como si toda la tierra contuviera el aliento cuando él estaba cerca.

Dado lo que había visto a Hunt hacer a sus enemigos y a los objetivos que seleccionaba, no le sorprendía.

La mirada de Hunt se deslizó hacia él.

Cierto. Le había hecho una pregunta. Isaiah reacomodó sus alas blancas.

—No ha dicho una palabra desde que la trajeron.

Hunt observó a la mujer del otro lado de la ventana otra vez.

—¿Ya llegó la orden de allá arriba para moverla a otra habitación?

Isaiah sabía muy bien a qué tipo de habitación se refería Hunt. Habitaciones diseñadas para hacer que la gente hablara. Incluso los testigos.

Isaiah se acomodó la corbata de seda negra y ofreció una plegaria desganada a los cinco dioses para que su traje gris oscuro no terminara lleno de sangre antes del amanecer.

—Todavía no.

Hunt asintió una vez, pero su rostro color café dorado no dejó entrever nada.

Isaiah estudió al ángel con cuidado porque era imposible que Hunt dijera algo por su propia voluntad si nadie le preguntaba. No había señal del casco con forma de cráneo que le había ganado a Hunt el apodo susurrado en todos los corredores y calles de Ciudad Medialuna: el Umbra Mortis.

La Sombra de la Muerte.

Incapaz de decidir si debía sentirse aliviado o preocupado por la ausencia del famoso casco de Hunt, Isaiah le pasó un delgado expediente al asesino personal de Micah sin decir palabra.

Se aseguró de que sus largos dedos morenos no tocaran el guante de Hunt. Porque el cuero todavía estaba cubierto de sangre y el olor se diseminaba por toda la habitación. Reconoció el olor angelical de esa sangre, así que el otro olor debía ser de Bryce Quinlan.

Isaiah movió la barbilla hacia la sala de interrogación con sus pisos de loseta blanca.

—Bryce Quinlan, veintitrés años, mitad hada, mitad humana. Las pruebas de sangre de hace diez años confirman que tendrá una expectativa de vida inmortal. Su nivel de poder es casi inexistente. No ha hecho el Descenso. Está listada como civitas completa. La encontramos en el callejón con uno de los nuestros, intentando evitar que el corazón se le saliera del cuerpo con sus propias manos.

Las palabras sonaban tan clínicas. Pero sabía que Hunt estaba bien informado de todos los detalles. Ambos lo estaban. A final de cuentas, ambos habían estado en ese callejón. Y sabían que incluso en este lugar, en la sala de observación segura, sería una tontería decir cualquier cosa delicada en voz alta.

Tuvieron que levantar a Bryce entre los dos pero ella se colapsó de inmediato sobre Isaiah, no por el dolor emocional sino por el físico.

Hunt fue el primero en darse cuenta: su muslo estaba rasgado.

Ella estaba en un estado casi feral, se azotaba mientas la trataban de volver a recostar en el suelo. Isaiah llamó a una medibruja al ver que la sangre brotaba de su muslo. La herida había alcanzado a una arteria. Era un maldito milagro que no hubiera muerto antes de que llegaran.

Hunt había maldecido con furia mientras se arrodillaba a su lado, ella se sacudía con fuerza y casi alcanzó a patearlo en los testículos. Pero luego él se quitó el casco. La miró a los ojos.

Y le dijo que se calmara de una puta vez.

Ella se quedó en silencio total. Sólo miraba a Hunt con semblante inexpresivo y vacío. Ni siquiera reaccionaba con cada una de las grapas de la engrapadora médica que Hunt tenía en un pequeño botiquín integrado a su traje de batalla. Nada más se quedó mirando y mirando y mirando al Umbra Mortis.

Sin embargo, Hunt no se quedó en la escena después de engraparle la herida, sino que se lanzó hacia la noche para hacer lo que hacía mejor: encontrar a sus enemigos y terminar con ellos.

Como si en ese momento notara la sangre de sus guantes, Hunt soltó una grosería y se los quitó para tirarlos en el basurero de metal junto a la puerta.

Luego empezó a hojear el delgado expediente de Quinlan, su cabello negro al hombro le cubría la cara inexpresiva.

—Parece que es la típica chica fiestera mimada —dijo pasando las páginas. Una de las comisuras de la boca de Hunt se movió hacia arriba, aunque no por diversión—. Y qué sorpresa: comparte departamento con Danika Fendyr. La Princesa de la Fiesta en persona.

Nadie usaba ese término salvo la 33ª, porque nadie más en Lunathion, ni siquiera la realeza hada, se hubiera atrevido. Pero Isaiah le indicó que siguiera leyendo. Hunt se había ido del callejón antes de enterarse de la magnitud de este desastre.

Hunt continuó leyendo. Arqueó las cejas muy alto.

—Santa Urd, me lleva el carajo.

Isaiah esperó.

Los ojos oscuros de Hunt se abrieron como platos.

—¿Danika Fendyr está muerta? —leyó un poco más—. Junto con toda la Jauría de Diablos —movió la cabeza y repitió—: Santa Urd, me lleva el carajo.

Isaiah tomó el expediente.

—Todo está completa y absolutamente del carajo, mi amigo.

Hunt apretó la mandíbula.

—No encontré ni un rastro del demonio que hizo esto.

—Lo sé —respondió Isaiah y, al notar que Hunt lo miraba con escepticismo, aclaró—: si lo hubieras encontrado, tendrías su cabeza en tus manos en este momento y no el expediente.

Isaiah había estado presente varias veces para comprobar justo eso: Hunt regresando triunfante de una misión de cacería de demonios ordenada por el arcángel que en ese momento tuviera el mando.

Hunt apenas movió la boca, como si recordara la última vez que había emprendido una matanza similar, y se cruzó de brazos. Isaiah no hizo caso del dominio inherente a la posición. Había una jerarquía entre ellos, el equipo de cinco guerreros que componían a los triarii, la unidad de más élite de toda la Legión Imperial. La camarilla de Micah.

Aunque Micah había nombrado a Isaiah como Comandante de la 33ª, nunca lo había nombrado formalmente su líder. Pero Isaiah siempre había asumido que estaba en la cima, un reconocimiento tácito de que era el mejor soldado de los triarii, a pesar de su elegante traje y corbata.

Dónde quedaba Hunt en esta jerarquía, sin embargo… nadie en realidad había tomado una decisión al respecto en los dos años que tenía de arribar a Pangera. Isaiah no estaba del todo seguro de quererlo saber, tampoco.

La función oficial de Hunt consistía en rastrear y eliminar a los demonios que lograban colarse por la Fisura Septentrional o que entraban a este mundo a través de una invocación ilegal, un papel que resultaba ideal considerando el conjunto particular de sus habilidades. Los dioses sabían cuántos habría rastreado a lo largo de los siglos, empezando por la primera unidad de Pangera en la que habían estado juntos, la 17ª, dedicada a enviar criaturas a la otra vida.

Pero el trabajo que Hunt realizaba en la oscuridad para los arcángeles, para Micah, en este momento, era lo que le había ganado su sobrenombre. Hunt respondía directamente a Micah, y el resto de ellos se mantenían fuera de su camino.

—Naomi acaba de arrestar a Philip Briggs por los asesinatos —dijo Isaiah refiriéndose a la capitana de la infantería de la 33ª—. Briggs salió de la cárcel hoy y quienes lo capturaron fueron Danika y la Jauría de Diablos.

A Isaiah le molestaba mucho que ese honor no le perteneciera a la 33ª. Al menos Naomi lo aprehendió esta noche.

—Cómo demonios puede un humano como Briggs invocar a un demonio tan poderoso, no tengo idea —agregó Isaiah.

—Supongo que lo averiguaremos pronto —dijo Hunt con pesimismo.

Sí, tenía toda la puta razón.

—Briggs tendría que ser demasiado estúpido para salir de la cárcel con la idea de cometer un asesinato así de grande.

Sin embargo, el líder de los rebeldes Keres (una vertiente del movimiento rebelde mayor, el Ophion) no parecía ser tonto. Sólo era un fanático decidido a iniciar un conflicto que reflejara la guerra que continuaba del otro lado del mar.

—O tal vez Briggs actuó para aprovechar la única oportunidad que tendría antes de que encontráramos otra excusa para encarcelarlo de nuevo —propuso Hunt—. Sabía que tenía el tiempo limitado y quería asegurarse de tener un poca de ventaja con los vanir.

Isaiah negó con la cabeza.

—Qué desastre.

El comentario más moderado del siglo.

Hunt exhaló.

—¿La prensa ya sabe de esto?

—Todavía no —respondió Isaiah—. Y hace unos minutos me llegaron órdenes de mantenerlo en silencio, aunque va a estar en todos los noticieros mañana en la mañana.

Los ojos de Hunt brillaron.

—Yo no tengo nadie a quien contarle.

Era cierto, Hunt y el concepto de amigos no iban de la mano. Incluso entre los triarii, después de estar con ellos durante dos años, Hunt seguía prefiriendo su soledad. Seguía trabajando sin descanso en pro de una cosa: la libertad. O más bien, la escasa probabilidad de alcanzarla.

Isaiah suspiró.

—¿Cuánto tiempo tardará Sabine en llegar?

Hunt revisó su teléfono.

—Sabine viene bajando las escaleras en este… —la puerta se abrió de un golpe; los ojos de Hunt parpadearon— momento.

Sabine apenas se veía mayor que Bryce Quinlan, con su rostro de facciones finas y su cabello largo y de color rubio plateado, pero en sus ojos azules lo único que había era la furia de un inmortal.

—¿Dónde está esa puta mestiza? —vio a Bryce por la ventana y se pudo ver hervir la rabia en su interior—. Maldita sea, la mataré

Isaiah extendió un ala blanca para bloquear el camino de la Premier Heredera y la condujo hacia la sala de interrogatorios a unos pasos a la izquierda.

Hunt los siguió caminando al otro lado de Sabine. En sus nudillos bailaban relámpagos.

Una muestra moderada del poder que Isaiah lo había visto descargar en sus enemigos: relámpagos capaces de derribar un edificio.

Ya fuera ángel ordinario o arcángel, el poder siempre era una variación de lo mismo: lluvia, tormentas, el tornado ocasional… Isaiah mismo podía invocar un viento capaz de mantener a raya un enemigo al ataque, pero ninguno en la historia reciente tenía la habilidad de Hunt para controlar los relámpagos a voluntad. Ni la profundidad de poder para convertirlos en algo de verdad destructivo. Era la salvación y la destrucción de Hunt.

Isaiah soltó una de sus brisas heladas para que recorriera el cabello de color del maíz de Sabine y llegara hasta Hunt.

Siempre habían trabajado bien juntos. Micah lo supo en el momento que juntó a Hunt e Isaiah hacía dos años, a pesar de las espinas entrelazadas que ambos tenían tatuadas en sus frentes. La mayor parte de la marca de Hunt estaba oculta por su cabello oscuro, pero no había manera de ocultar la banda delgada y negra que decoraba su frente.

Isaiah apenas podía recordar cómo se veía su amigo antes de que esas brujas de Pangera lo marcaran, incluyendo sus hechizos infernales en la misma tinta para que sus crímenes jamás se olvidaran, para que la mayor parte de su poder estuviera controlado por la magia de las brujas.

El halo, lo llamaban, una burla de las auras divinas que los primeros humanos habían representado en los ángeles.

Tampoco había manera de ocultarlo en la frente de Isaiah. El tatuaje era igual al de Hunt y estaba también en las frentes de casi dos mil ángeles rebeldes que habían sido unos tontos tan idealistas y valientes hacía dos siglos.

Los asteri habían creado a los ángeles para que fueran sus soldados perfectos y sus sirvientes leales. Los ángeles, con el don de ese poder, habían disfrutado de su rol en el mundo. Hasta que llegó Shahar, la arcángel que alguna vez llamaron Estrella Diurna. Hasta que llegaron Hunt y los demás que volaban en la 18a Legión de élite de Shahar.

Su rebelión había fracasado, pero los humanos empezaron la propia hacía cuarenta años. Era una causa distinta, un grupo y especie de luchadores diferente, pero el sentimiento era en esencia él mismo: la República era el enemigo, las jerarquías rígidas una pendejada.

Cuando los rebeldes humanos empezaron su guerra, uno de los idiotas debería haberle preguntado a los ángeles caídos cómo había fracasado su rebelión, mucho antes de que esos humanos nacieran. Isaiah podría haberles dado sin problemas unas sugerencias sobre qué no debían hacer. Y podría haberles dado una idea sobre las consecuencias.

Porque además tampoco había forma de esconder el segundo tatuaje impreso en sus muñecas derechas: SPQM.

Adornaba cada una de las banderas y documentos de la República, las cuatro letras encerradas en un círculo de siete estrellas, y eso adornaba la muñeca de cada ser que era su propiedad. Incluso si Isaiah se cortara el brazo, la extremidad que volviera a crecer tendría la marca. Así de fuerte era el poder de la tinta de las brujas.

Un destino peor que la muerte: convertirse en un sirviente eterno de quienes habían buscado derrocar.

Isaiah decidió no someter a Sabine a los métodos de Hunt y le preguntó con calma:

—Entiendo que estás de luto pero, ¿tienes alguna razón, Sabine, para querer que Bryce esté muerta?

Sabine gruñó y señaló a Bryce.

—Ella se quedó con la espada. Esa aspirante a loba tomó la espada de Danika. Sé que lo hizo, no está en el departamento y es mía.

Isaiah había observado esos detalles: que la reliquia familiar de los Fendyr no estaba. Pero no había razón para pensar que Bryce Quinlan la tenía.

—¿Qué tiene que ver la espada con la muerte de tu hija?

La rabia y el dolor luchaban en ese rostro feroz. Sabine sacudió la cabeza e hizo caso omiso de su pregunta. Dijo:

—Danika no podía mantenerse fuera de problemas. Nunca pudo mantener la boca cerrada y saber cuándo quedarse en silencio alrededor de sus enemigos. Y mira lo que le pasó. Esa perra estúpida de allá adentro sigue respirando y Danika no —su voz casi se quebró—. Danika debió ser más inteligente.

Hunt preguntó con un poco más de amabilidad.

—¿Sobre qué debió ser más inteligente?

—Sobre todo —respondió molesta Sabine y de nuevo negó con la cabeza intentando despejar su dolor—. Empezando por esa puta de compañera de departamento —volteó rápido a ver a Isaiah, un vivo retrato de la ira—. Dímelo todo.

Hunt intervino con frialdad.

—Él no tiene que decirte ni un carajo, Fendyr.

Como Comandante de la 33ª Legión Imperial, Isaiah tenía un rango igual al de Sabine: ambos estaban en los mismos consejos de gobierno, ambos respondían a los hombres en el poder dentro de sus propios rangos y sus propias Casas.

Los colmillos de Sabine se alargaron mientras estudiaba a Hunt.

—¿Acaso te estoy dirigiendo la puta palabra a ti, Athalar?

A Hunt le brillaron los ojos. Pero Isaiah sacó su teléfono, empezó a teclear y los interrumpió con tranquilidad.

—Todavía estamos recibiendo informes. Viktoria vendrá a hablar con la señorita Quinlan en este momento.

—Yo hablaré con ella —dijo Sabine furiosa. Los dedos se le enroscaban, como si estuviera lista para arrancarle la garganta a Hunt. Hunt le sonrió a modo de invitación, como retándola a que lo intentara. Los rayos que circulaban por sus nudillos le subieron por la muñeca.

Y por suerte para Isaiah, la puerta de la sala de interrogatorios se abrió y una mujer de cabello oscuro y traje azul marino de corte inmaculado entró.

Los trajes que usaban él y Viktoria eran pura fachada. Una especie de armadura, sí, pero también un último esfuerzo por fingir que eran remotamente normales.

No era de sorprenderse que Hunt nunca se molestara con ellos.

Cuando Viktoria se acercó con elegancia, Bryce no hizo ningún movimiento que indicara que había visto a la hermosa mujer que por lo general hacía que la gente de todas las Casas la volteara a ver.

Pero Bryce ya llevaba horas en ese estado. La sangre todavía manchaba el vendaje blanco alrededor de su muslo desnudo. Viktoria olfateó con delicadeza y entrecerró sus ojos color verde claro debajo del halo del tatuaje oscuro en su frente. La espectro era una de los pocos no-malakim que se había rebelado con ellos hacía dos siglos. Fue entregada a Micah poco después y su castigo había ido más allá del tatuaje en la frente y las marcas de esclava. No tan brutal como el tipo de castigo que Isaiah y Hunt soportaron en los calabozos de los asteri y luego en los calabozos de varios arcángeles durante años, pero era su propia forma de tormento que perduraba después de que el de ellos terminara.

Viktoria dijo:

—Señorita Quinlan.

Ella no respondió.

La espectro arrastró una silla metálica desde la pared y la colocó al otro lado de la mesa. Sacó un expediente de su saco y cruzó las piernas mientras se acomodaba en el asiento.

—¿Me puedes decir quién es el responsable del derramamiento de sangre de esta noche?

Bryce ni siquiera cambió el ritmo de su respiración. Sabine gruñó con suavidad.

La espectro dobló sus manos de alabastro en su regazo. La elegancia sobrenatural era la única señal del poder antiguo que vibraba debajo de la superficie tranquila.

Vik no tenía cuerpo propio. Aunque había peleado en la 18a, Isaiah no conoció su historia hasta que llegaron aquí, hacía diez años. Cómo había adquirido Viktoria este cuerpo en particular, a quién le había pertenecido, no preguntó. Ella no se lo dijo. Los espectros usaban cuerpos de la misma manera que algunas personas usaban automóviles. Los espectros vainer cambiaban con frecuencia, por lo general a la primera señal de envejecimiento, pero Viktoria había mantenido éste más tiempo de lo normal porque le gustaba su forma y su movimiento, decía.

Ahora lo conservaba porque ya no tenía alternativa. El castigo de Micah por su rebeldía había sido éste: atraparla dentro de este cuerpo. Para siempre. No podría seguir cambiando, no podría seguir intercambiando por algo más nuevo y más elegante. Durante doscientos años, Vik había estado contenida, forzada a soportar la erosión lenta del cuerpo que ahora ya era bastante visible: las líneas delgadas empezaban a formarse alrededor de sus ojos, la arruga en su frente ya era permanente por encima de las espinas entrelazadas del tatuaje.

—Quinlan está en shock —dijo Hunt sin dejar de prestar atención a cada respiración de Bryce—. No va a hablar.

Isaiah estaba de acuerdo pero Viktoria abrió el expediente, miró un pedazo de papel y dijo:

—Me parece que en este momento no estás en control total de tu cuerpo ni de tus acciones.

Y luego leyó una lista de un coctel de drogas y alcohol que provocaría un paro cardiaco en cualquier humano. Que le daría un paro cardiaco a un vanir inferior, para el caso.

Hunt volvió a maldecir.

—¿Hay algo que no haya inhalado o fumado esta noche?

Sabine se alteró.

—Mestiza basura…

Isaiah miró a Hunt de reojo. Lo único que necesitaba era transmitir su petición.

Nunca una orden, nunca se había atrevido a darle órdenes a Hunt. No lo hacía porque el ángel poseía un temperamento voluble que había convertido en cenizas a unidades enteras de miembros de las legiones imperiales. Incluso con los hechizos del halo que controlaban esos relámpagos a una décima parte de su fuerza completa, las habilidades de Hunt como guerrero lo compensaban.

Pero la barbilla de Hunt bajó, la única señal de que estaba de acuerdo con la petición de Isaiah.

—Necesitas completar el papeleo arriba, Sabine.

Hunt exhaló como para recordar que Sabine también era una madre que había perdido a su única hija esta noche y agregó:

—Si quieres un tiempo a solas, puedes tomártelo, pero necesitas firmar…

—Al carajo con firmar cosas y al carajo con tomarme un tiempo. Crucifiquen a la perra si es necesario pero debe dar su declaración —dijo Sabine y escupió en las losetas junto a las botas de Hunt.

La lengua de Isaiah se cubrió de éter cuando Hunt le dirigió una mirada fría que servía como única advertencia a sus oponentes en el campo de batalla. Ninguno había sobrevivido jamás a lo que seguía.

Sabine pareció recordar eso y salió furiosa hacia el pasillo. Abrió y cerró la mano mientras caminaba, sacando cuatro garras afiladas como navajas que atravesaron la puerta de metal.

Hunt sonrió hacia la figura que desaparecía. Un objetivo marcado. No hoy, tampoco mañana, pero en algún momento en el futuro…

Y la gente pensaba que los metamorfos se llevaban mejor con los ángeles que las hadas.

Viktoria le decía a Bryce con suavidad:

—Tenemos videos del Cuervo Blanco que confirman dónde estabas. Tenemos videos donde apareces caminando hacia tu casa.

Todo Lunathion estaba lleno de cámaras con una cobertura sin igual en video y audio, pero el edificio de departamentos de Bryce era viejo y los monitores obligatorios en los pasillos llevaban décadas sin ser reparados. El casero recibiría una visita esta noche por las violaciones al código que habían echado a perder esta investigación. Un pequeño fragmento de audio era lo único que habían logrado capturar las cámaras del edificio, tan sólo el audio. No proporcionaba más información de lo que ya sabían. Los teléfonos de la Jauría de Diablos habían sido destruidos en el ataque. Ningún mensaje logró salir.

—De lo que no tenemos video, Bryce —continuó Viktoria—, es de lo sucedido en ese departamento. ¿Me puedes decir?

Muy lento, como si estuviera regresando a su cuerpo golpeado, Bryce volteó a ver a Viktoria con sus ojos color ámbar.

—¿Dónde está su familia? —preguntó Hunt con aspereza.

—La madre humana vive con el padrastro en un pueblo de la montaña al norte, ambos peregrini —dijo Isaiah—. El padre biológico no está registrado o se negó a reconocer la paternidad. Hada, obvio. Y es probable que se trate de alguien con buena posición porque se tomó la molestia de conseguirle estatus de civitas.

La mayoría de los hijos de madres humanas tomaban su rango de peregrini. Y aunque Bryce tenía algo de la belleza elegante de las hadas, su rostro la marcaba como humana: piel dorada, pecas sobre la nariz y pómulos, boca carnosa. Aunque el cabello rojo y sedoso y las orejas arqueadas eran completamente de hada.

—¿Les notificaron a los padres humanos?

Isaiah pasó una mano por sus rizos color castaño. Había despertado con el sonido agudo de su teléfono a las dos de la mañana, salió disparado de las barracas un minuto después de eso y ahora estaba empezando a sentir los efectos de la noche en vela. El amanecer no estaba tan lejano.

—Su madre estaba histérica. Preguntó una y otra vez si sabíamos por qué habían atacado el departamento o si sería Philip Briggs. Vio la noticia de que había salido por un tecnicismo y estaba segura de que él había hecho esto. Tengo una patrulla de la 31ª volando hacia allá en este momento; los padres llegarán en una hora.

La voz de Viktoria se deslizó por el sistema de sonido mientras continuaba con su entrevista.

—¿Puedes describir a la criatura que atacó a tus amigos?

Pero Quinlan ya se había ido de nuevo, sus ojos vacíos.

Tenían un video borroso gracias a las cámaras de la calle, pero el demonio se había movido más rápido que el viento y supo mantenerse fuera de la zona que captaban las cámaras. Había resultado imposible identificarlo todavía; ni siquiera el extenso conocimiento de Hunt ayudaba. Lo único que tenían era una imagen grisácea y borrosa que no se aclaraba aunque la vieran en cámara lenta. Y Bryce Quinlan, corriendo descalza por las calles de la ciudad.

—Esa chica no está lista para dar una declaración —dijo Hunt—. Esto es una pérdida de nuestro tiempo.

Pero Isaiah le preguntó:

—¿Por qué odia tanto Sabine a Bryce? ¿Por qué implica que ella es la culpable de todo esto?

Como Hunt no respondió, Isaiah movió la barbilla hacia los dos expedientes en el borde del escritorio y dijo:

—Mira el de Quinlan. Tan sólo tiene un delito importante antes de esto, faltas a la moral durante el desfile del Solsticio de Verano. Se inquietó un poco junto a una pared y la descubrieron en el acto. Pasó la noche en una celda, pagó la multa al día siguiente, hizo su servicio comunitario durante un mes para que le quitaran la falta de su registro permanente.

Isaiah podría jurar que el fantasma de una sonrisa apareció en la boca de Hunt.

Pero Isaiah tocó varias veces el imponente montón grueso de papeles que estaba al lado con su dedo lleno de callos.

—Esto es la primera parte del expediente de Danika Fendyr. De siete. Empieza con robo menor cuando tenía diez años, continúa hasta que alcanzó la mayoría de edad hace cinco años. Luego todo se tranquiliza extrañamente. Si me lo preguntas, fue Bryce la que se desvió hacia el camino de la ruina y luego tal vez influyó para que Danika saliera de ahí.

—No lo suficiente como para dejar de inhalar tanto buscaluz como para matar a un caballo —dijo Hunt—. Asumo que no salió sola de fiesta. ¿Estaba con otros amigos anoche?

—Otras dos. Juniper Andrómeda, una fauna que es solista del Ballet de la Ciudad y… —Isaiah abrió el expediente del caso y pronunció un rezo en voz baja—. Fury Axtar.

Hunt maldijo suavemente al escuchar el nombre de la mercenaria.

Fury Axtar tenía licencia para matar en media docena de países. Incluido éste.

Hunt preguntó:

—¿Fury estaba con Quinlan anoche?

Sus caminos se habían cruzado con la mercenaria las veces suficientes para saber que debían mantenerse lejos de ella. Micah incluso le había ordenado a Hunt que la matara. Dos veces.

Pero ella tenía demasiados aliados muy poderosos. Algunos, se murmuraba, en el Senado Imperial. Así que ambas veces, Micah decidió que las consecuencias del Umbra Mortis matando a Fury Axtar provocarían más problemas de los que solucionaría.

—Sí —dijo Isaiah—. Fury estaba con ella en el club.

Hunt frunció el entrecejo. Pero Viktoria se acercó otra vez a Bryce para hablar.

—Estamos intentando averiguar quién hizo esto. ¿Nos puedes dar la información que necesitamos?

Frente al espectro tan sólo había un cascarón.

Viktoria dijo, con ese ronroneo denso que en general fascinada a la gente:

—Quiero ayudarte. Quiero encontrar a quien hizo esto. Y castigarlo.

Viktoria se metió la mano al bolsillo, sacó su teléfono y lo colocó boca arriba sobre la mesa. Sus datos aparecieron de manera inmediata en la pequeña pantalla de la habitación donde estaban Isaiah y Hunt. Miraron primero al espectro y luego a la pantalla mientras una serie de mensajes aparecía.

—Bajamos estos datos de tu teléfono. ¿Me puedes explicar lo que está sucediendo en ellos?

Unos ojos vidriosos miraron la pequeña pantalla que salió de un compartimento oculto en el piso de linóleo. Tenía los mismos mensajes que Isaiah y Hunt estaban leyendo.

El primero, que envió Bryce, decía:

Las noches de tele son para cachorras moviendo sus colitas. Ven a jugar con las perras grandes.

Y luego un video breve y oscuro, con mucho movimiento y el sonido de unas carcajadas mientras Bryce hacía señas obscenas a la cámara, se inclinaba sobre una línea de polvo blanco (buscaluz) y lo inhalaba con la nariz pecosa. Reía, tan brillante y viva que la mujer en la habitación frente a ellos parecía un cadáver destripado, y gritaba a la cámara: «¡PRÉNDETE, DANIKAAAAA!».

La respuesta escrita de Danika era precisamente lo que Isaiah esperaría de la Premier Heredera de los lobos, a quien sólo había visto a lo lejos en eventos formales y que parecía estar lista para provocar problemas donde quiera que fuera:

TE PINCHE ODIO. DEJA DE USAR BUSCALUZ SIN MÍ. PENDEJA.

La Princesa de la Fiesta, claro que sí.

Bryce le había escrito veinte minutos después, Acabo de cogerme a alguien en el baño. No le digas a Connor.

Hunt negó con la cabeza.

Pero Bryce se quedó ahí sentada mientras Viktoria seguía leyendo los mensajes en voz alta, con el rostro inexpresivo.

Danika respondió, ¡¡¿Estuvo bien?!!

Apenas para quitarme un poco de ganas.

—Esto no es relevante —murmuró Hunt—. Dile a Viktoria que salga.

—Tenemos nuestras órdenes.

—Al carajo con las órdenes. Esta mujer está al borde del colapso y no de buena manera.

Entonces Bryce dejó de responderle a Danika.

Pero Danika continuó enviando mensajes. Uno tras otro. A lo largo de las siguientes dos horas.

Ya acabó el programa. ¿Dónde están, pendejas?

¿Por qué no estás contestando tu teléfono? Voy a hablarle a Fury.

¿Dónde CARAJOS está Fury?

Juniper nunca trae su teléfono, así que ni siquiera me voy a molestar con ella. ¿¡¡Dónde estás!!?

¿Debería ir al club? La jauría se va en diez minutos. Deja de coger con desconocidos en el baño porque voy con Connor.

BRYYYYCE. Cuando veas el teléfono, espero que las 1,000 alertas de mensaje te caguen.

Thorne me está diciendo que deje de enviarte mensajes. Le dije que no se meta en lo que no le pinches importa.

Connor dice que ya madures y dejes de estar usando drogas de dudosa procedencia porque sólo las perdedoras hacen esa mierda. No le gustó cuando le dije que no estaba segura de dejar que salieras con alguien tan santurrón.

Está bien. Saldremos en cinco minutos. Ahorita nos vemos, mamerta. Préndete.

Bryce se quedó mirando la pantalla sin parpadear y su rostro lastimado tomó un tono pálido y enfermizo bajo las luces del monitor.

—Las cámaras del edificio están casi todas descompuestas, pero la del pasillo alcanzó a grabar algo de audio, aunque el video no servía —dijo Viktoria con calma—. ¿Lo pongo?

No hubo respuesta. Así que Viktoria lo puso.

Se escuchó un gruñido apagado y gritos que llenaron las bocinas, aunque con suficiente distancia para dejar claro que la cámara del pasillo sólo había captado los ruidos más fuertes provenientes del departamento. Y luego alguien estaba rugiendo, un rugido feral de lobo. «Por favor, por favor…».

Luego las palabras se cortaron. Pero no el audio de la cámara del pasillo.

Danika Fendyr gritó. Algo se cayó y golpeó en el fondo, como si la hubieran lanzado contra algún mueble. Y la cámara del pasillo siguió grabando.

Los gritos continuaron más y más y más tiempo. Tan sólo interrumpían los sonidos del sistema descompuesto de la cámara. Los gemidos apagados y gruñidos se oían húmedos y feroces y Danika suplicaba, sollozaba y pedía clemencia; lloraba y gritaba que se detuviera…

—Apágalo —ordenó Hunt saliendo de la habitación—. Apágalo ahora.

Salió tan rápido que Isaiah no pudo detenerlo, cruzó el espacio hacia la puerta de junto y la abrió de golpe antes de que Isaiah pudiera salir de la habitación.

Pero ahí estaba Danika, con el audio entrecortado, el sonido de su voz pidiendo clemencia desde las bocinas del techo. Danika devorada y destrozada.

El silencio del asesino era tan escalofriante como los gritos sollozantes de Danika.

Viktoria giró hacia la puerta cuando Hunt entró sin previo aviso, la cara llena de furia, las alas abriéndose. La Sombra de la Muerte desatada.

Isaiah sintió el éter en la boca. Los rayos se retorcían en las puntas de los dedos de Hunt.

Los gritos interminables y medio apagados de Danika llenaban la habitación.

Isaiah entró a tiempo para ver a Bryce explotar.

Invocó un muro de viento alrededor de él y Vik. Sin duda Hunt hizo lo mismo. Bryce salió volando de su silla y volteó la mesa, que pasó cerca de la cabeza de Viktoria y chocó contra la ventana de observación.

Un gruñido feral llenó la habitación cuando tomó la silla en la que estaba sentada y la lanzó contra la pared con tal fuerza que el metal se abolló y se arrugó.

Vomitó por todo el piso. Si el muro no hubiera estado alrededor de Viktoria, habría bañado sus tacones absurdamente caros.

El audio se cortó al fin cuando la cámara volvió a fallar… y así permaneció.

Bryce jadeó, mirando el cochinero. Luego cayó de rodillas en él.

Vomitó otra vez. Y otra. Y luego adoptó una posición fetal y su cabello sedoso cayó en el vómito mientras ella se mecía en silencio atónito.

Era media hada, evaluada con un poder apenas perceptible. Lo que acababa de hacer con la mesa y la silla… Pura furia física. Hasta la más tranquila de las hadas no podía reprimir una erupción de ira primigenia cuando la invadía.

Sin alterarse, Hunt se acercó a ella. Sus alas grises estaban en una posición elevada para evitar arrastrarlas por el vómito.

—Oye —dijo Hunt y se agachó al lado de Bryce. Hizo un movimiento para tocarle el hombro pero luego bajó la mano. ¿Cuánta gente había visto las manos del Umbra Mortis acercarse a ellos sin una intención de violencia?

Hunt asintió hacia la mesa y la silla destruidas.

—Impresionante.

Bryce se contrajo aún más, sus dedos bronceados casi blancos mientras abrazaban su espalda con suficiente fuerza para dejar una marca. Su voz fue un crujido entrecortado.

—Quiero irme a casa.

Los ojos oscuros de Hunt centellearon. Pero no dijo nada más.

Viktoria frunció el ceño ante el cochinero y salió a buscar a alguien para que lo limpiara.

Isaiah dijo:

—Me temo que no puedes ir a casa. Es una escena de crimen activa —y estaba tan destrozada que aunque la limpiaran con cloro ningún vanir podría entrar y no olfatear la matanza—. No es seguro para ti regresar hasta que encontremos a quien hizo esto. Y por qué lo hicieron.

Luego Bryce dijo con una exhalación:

—S-Sabine sabe…

—Sí —respondió Isaiah suavemente—. Todos los involucrados en la vida de Danika han sido notificados.

Todo el mundo lo sabría en unas cuantas horas.

Todavía arrodillado a su lado, Hunt dijo con aspereza:

—Podemos llevarte a una habitación con un catre y un baño. Conseguirte algo de ropa.

El vestido estaba tan desgarrado que casi la totalidad de su piel estaba a la vista. Un agujero en la cintura revelaba indicios de un tatuaje oscuro en su espalda. Él había visto prostitutas del Mercado de Carne con ropa más discreta.

El teléfono del bolsillo de Isaiah vibró. Naomi. La voz de la capitana de la 33ª infantería se escuchaba tensa cuando respondió.

—Deja ir a la chica. Ahora mismo. Sácala de este edificio y, por el bien de todos, no le pidas a nadie que la siga. En especial a Hunt.

—¿Por qué? El gobernador nos dio la orden opuesta.

—Recibí una llamada —dijo Naomi—. Del pinche Ruhn Danaan. Está furioso porque no le notificamos a Cielo y Aliento al traer a la chica. Dice que queda en la jurisdicción hada y esas pendejadas. Así que al carajo con lo que quiera el gobernador, nos agradecerá después por haberle ahorrado un enorme dolor de cabeza. Deja ir a la chica ahora. Puede regresar con una escolta hada, si eso es lo que esos pendejos quieren.

Hunt, que había escuchado toda la conversación, estudió a Bryce Quinlan con la atención impávida de un depredador. Como miembro de los triarii, Naomi Boreas sólo respondía a Micah y no debía ninguna explicación, pero desobedecer su orden directa por un hada…

Naomi agregó:

—Hazlo, Isaiah —y luego colgó.

A pesar de las orejas puntiagudas de hada de Bryce, sus ojos vidriosos no dejaban entrever que hubiera escuchado.

Isaiah se guardó el teléfono en el bolsillo.

—Puedes irte.

Se puso de pie sobre sus piernas sorprendentemente estables, a pesar del vendaje en una de ellas. Pero tenía los pies cubiertos de sangre y tierra. Suficiente sangre para que Hunt le dijera:

—Tenemos una medibruja aquí.

Pero Bryce no le hizo caso y salió cojeando por la puerta hacia el pasillo.

Él se quedó con la vista fija en la puerta escuchando cómo desaparecían sus pasos arrastrados.

Ninguno de los dos habló durante un largo minuto. Luego Hunt exhaló y se puso de pie.

—¿En qué habitación va a poner Naomi a Briggs?

Isaiah no alcanzó a responder antes de que se escucharan pasos otra vez por el pasillo, acercándose a toda velocidad. En definitiva no eran los de Bryce.

Incluso en uno de los sitios más seguros de la ciudad, Isaiah y Hunt colocaron sus manos cerca de las armas. El primero se cruzó de brazos para poder sacar la pistola oculta debajo del saco de su traje, el segundo dejó la mano colgando al lado de su muslo, a unos centímetros del cuchillo de mango negro que tenía ahí guardado. Los relámpagos volvieron bailaron en las puntas de los dedos de Hunt.

Un hada de cabello oscuro entró a toda velocidad a la sala de interrogatorios. A pesar del aro que atravesaba su labio inferior, a pesar de que tenía rasurado un lado de su cabellera negra como cuervo, a pesar de las mangas de tatuajes debajo de la chamarra de cuero, no había manera de ocultar la herencia que transmitía el rostro increíblemente apuesto.

Ruhn Danaan, Príncipe Heredero de las Hadas de Valbara. Hijo del Rey del Otoño y actual poseedor de la Espadastral, la legendaria espada oscura de las antiguas Hadas Astrogénitas. Era prueba del estatus de Elegido entre las hadas, lo que fuera que eso significara.

En ese momento la espada estaba atada a la espalda de Ruhn y su mango negro devoraba las brillantes lucesprístinas. Isaiah alguna vez había escuchado a alguien decir que la espada estaba hecha de iridio minado de un meteorito, forjada en otro mundo, antes de que las hadas hubieran cruzado la Fisura Septentrional.

Los ojos azules de Danaan brillaban como el corazón del fuego, aunque Ruhn no tenía esa magia. La magia de fuego era común entre las hadas de Valbara y el mismo Rey del Otoño la blandía. Pero el rumor decía que la magia de Ruhn era más parecida a la de sus parientes que gobernaban en la isla sagrada de las hadas llamada Avallen, al otro lado del mar: poder suficiente para invocar sombras o bruma que no sólo podía velar el mundo físico sino también la mente. Tal vez incluso telepatía.

Ruhn miró el vómito y olfateó a la mujer que acababa de irse.

—¿Dónde carajos está?

Hunt se quedó inmóvil ante la fría autoridad en la orden del príncipe.

—Bryce Quinlan fue liberada —dijo Isaiah—. La enviamos arriba hace unos minutos.

Si no la había visto, Ruhn debía haber entrado por una entrada lateral y no les habían advertido desde la puerta que había llegado. Tal vez había usado esa magia para escabullirse entre las sombras.

El príncipe giró hacia la puerta, pero Hunt dijo:

—¿Por qué es importante?

Ruhn se molestó visiblemente.

—Es mi prima, pendejo. Nosotros protegemos a los nuestros.

Una prima distante, porque el Rey del Otoño no tenía hermanos, pero al parecer el príncipe conocía a Bryce lo bastante bien como para intervenir.

Hunt le sonrió a Ruhn.

—¿Dónde estabas esta noche?

—Vete a la mierda, Athalar —respondió Ruhn mostrándole los dientes—. Supongo que escuchaste que Danika y yo peleamos por Briggs en la junta de los Líderes. Vaya pista. Buen trabajo —cada una de sus palabras sonaba más cortante que la anterior—. Si hubiera querido matar a Danika no hubiera invocado a un puto demonio para hacerlo. ¿Dónde carajos está Briggs? Quiero hablar con él.

—Viene en camino —dijo Hunt todavía sonriendo. Los relámpagos seguían bailando en sus nudillos—. Y no serás el primero en hablar con él —luego añadió—. La influencia y el dinero de papi no sirven en todas partes, príncipe.

No importaba que Ruhn fuera el líder de la división hada del Aux y que estuviera tan bien entrenado como cualquiera de sus guerreros de élite. O que la espada que colgaba a sus espaldas no fuera un simple adorno.

Eso no le importaba a Hunt. No cuando se trataba de la realeza y sus jerarquías rígidas.

Ruhn dijo:

—Sigue hablando, Athalar. Veamos a dónde te lleva.

Hunt sonrió con sorna.

—Estoy temblando.

Isaiah se aclaró la garganta. Solas flamígero, lo último que necesitaba esta noche era una pelea entre uno de sus triarii y un príncipe hada. Le dijo a Ruhn:

—¿Puedes decirnos si el comportamiento de la señorita Quinlan antes del asesinato esta noche era poco común o…

—El dueño del Cuervo me dijo que estaba borracha y que había inhalado un montón de buscaluz —interrumpió Ruhn—. Pero encontrarás esa mierda en el sistema de Bryce al menos una noche a la semana.

—¿Por qué lo hace? —preguntó Isaiah.

Ruhn se cruzó de brazos.

—Ella hace lo que quiere. Siempre lo ha hecho.

Su voz tenía suficiente amargura como para sugerir que había historia. Mala historia.

Hunt dijo despacio:

—¿Exactamente qué tan cercanos son ustedes dos?

—Si me estás preguntando si estamos cogiendo —dijo Ruhn conteniendo la rabia—, la respuesta, pendejo, es no. Es familia.

—Familia distante —aclaró Hunt—. Sé que a las hadas les gusta mantener su sangre sin diluir.

Ruhn le sostuvo la mirada. Y cuando Hunt empezó a sonreír otra vez, el éter llenó la habitación, la promesa de una tormenta rebotaba por la piel de Isaiah.

Se preguntó si sería tan tonto como para meterse entre ellos cuando Ruhn intentara romper todos los dientes a Hunt y cuando Hunt convirtiera al príncipe en un montón de huesos humeantes. Isaiah se apresuró a decir:

—Sólo intentamos hacer nuestro trabajo, príncipe.

—Si ustedes, pendejos, hubieran mantenido vigilado a Briggs como se suponía que debían hacer, tal vez esto no hubiera sucedido.

Las alas grises de Hunt se abrieron un poco: la postura usual de los malakh cuando se están preparando para una pelea física. Y esos ojos oscuros… eran los ojos del guerrero temido, del ángel Caído. El responsable de destrozar los campos de batalla donde le habían ordenado pelear. Quien mataba por el capricho de un arcángel y lo hacía tan bien que lo llamaban la Sombra de la Muerte.

—Cuidado —dijo Hunt.

—Manténganse lejos de Bryce —gruñó Ruhn antes de salir por la puerta, quizá en busca de su prima. Al menos Bryce tendría una escolta.

Hunt hizo una seña obscena en dirección de la puerta vacía. Después de un momento, murmuró:

—El dispositivo de rastreo en el agua que bebió Quinlan al llegar aquí. ¿Cuál es su marco de tiempo?

—Tres días —respondió Isaiah.

Hunt estudió el cuchillo que tenía enfundado junto a su muslo.

—Danika Fendyr era una de las vanir más fuertes de la ciudad, a pesar de que todavía no hacía el Descenso. Estaba suplicando como humana al final.

Sabine nunca se recuperaría de la vergüenza.

—No conozco ningún demonio que mate así —dijo Hunt pensativo—. O que desaparezca con tanta facilidad. No pude encontrar ningún rastro. Es como si se hubiera evaporado de vuelta al Averno.

Isaiah dijo:

—Si Briggs es responsable de esto, averiguaremos pronto qué es ese demonio.

Eso si Briggs hablaba. Sin duda había permanecido callado cuando lo descubrieron en su laboratorio de bombas, a pesar de los mejores esfuerzos de los interrogadores de la 33ª y del Aux.

Isaiah agregó:

—Tendré a todas las patrullas disponibles vigilando con discreción a otras jaurías jóvenes en el Auxiliar. Si resulta que no tiene que ver con Briggs, entonces podría ser el inicio de un patrón.

Hunt preguntó con pesimismo:

—¿Si encontramos al demonio?

Isaiah se encogió de hombros.

—Entonces nos aseguraremos de que ya no sea un problema, Hunt.

Los ojos de Hunt se enfocaron con un dejo mortífero.

—¿Y Bryce Quinlan, después de que pasen los tres días?

Isaiah frunció el entrecejo al ver la mesa y la silla arrugada.

—Si es inteligente, estará oculta y no atraerá la atención de ningún otro inmortal poderoso por el resto de su vida.