Las varas fluorescentes de luzprístina vibraban en el corredor de paneles blancos impecables muy por debajo del Comitium. Hunt era una tormenta de negro y gris contra las losetas blancas y avanzaba con pasos seguros hacia una de las puertas metálicas selladas al final del pasillo largo.
Un paso detrás, Bryce veía a Hunt moverse, la manera en que surcaba el mundo, la manera en que los guardias de la entrada no habían ni siquiera revisado su identificación antes de dejarlos pasar.
Ella no se había percatado de que existía este lugar debajo de las cinco torres resplandecientes del Comitium. Que tenían celdas de interrogación.
En la que había estado la noche de la muerte de Danika estaba a cinco cuadras de ahí. Unas instalaciones gobernadas por protocolos. Sin embargo, este lugar… Intentó no pensar en la finalidad de este sitio. Qué leyes dejaban de aplicarse cuando uno pasaba el umbral.
La falta de olores salvo cloro le sugirió que lavaban el lugar con frecuencia. Las coladeras que observó estaban distribuidas cada metro…
No sabía qué era lo que sugerían las coladeras.
Llegaron a una habitación sin ventanas y Hunt presionó la palma de la mano contra el cerrojo metálico circular a su izquierda. Tras una ligera vibración y un poco de ruido abrió la puerta recargándose en ella. Se asomó antes de asentirle a Bryce.
Las lucesprístinas del techo zumbaban como avispones. ¿Hacia dónde se dirigiría su propia luzprístina, aunque fuera muy pequeña? Con Hunt, la explosión de luz llena de energía que surgió de él cuando hizo el Descenso tal vez se usó para a surtir de energía a toda una ciudad.
A veces se preguntaba: de quién será la luzprístina que tenía su teléfono, o el estéreo o la cafetera.
Y ahora no era el momento de pensar en esas tonterías, se dijo a sí misma y siguió a Hunt hacia la celda donde estaba sentado un hombre de piel pálida.
Había dos sillas frente a la mesa de metal en el centro de la habitación, donde estaba encadenado Briggs. Su overol blanco estaba impecable, pero…
Bryce miró el estado de ese rostro demacrado y hueco, y tuvo que hacer un esfuerzo por no reaccionar con horror. El cabello negro era muy corto, pegado al cuero cabelludo, y a pesar de que no tenía un moretón ni rasguño en la piel, sus ojos azules y profundos… estaban vacíos y sin esperanza.
Briggs permaneció en silencio mientras ella y Hunt ocupaban las sillas frente a la mesa. Los focos rojos de las cámaras parpadeaban en todas las esquinas y Bryce no tenía duda de que alguien escuchaba en alguna sala de control cercana.
—No te quitaremos demasiado tiempo —dijo Hunt como si leyera muy bien esos ojos turbados.
—Tiempo es lo que me sobra ahora, ángel. Y estar aquí es mejor que estar… allá.
Allá, donde estaba encerrado en la Prisión Adrestia. Donde le hacían cosas que resultaban en esos ojos rotos y terribles.
Bryce podía sentir a Hunt pidiéndole en silencio que ella hiciera la primera pregunta, así que inhaló y se preparó para llenar esta habitación resonante y demasiado pequeña con su voz.
Pero Briggs preguntó:
—¿Qué mes es? ¿Cuál es la fecha de hoy?
El horror se le arremolinó en el estómago. Tuvo que obligarse a recordar que este hombre había querido matar gente. Aunque daba la impresión de que no había matado a Danika, había planeado matar a muchos otros, planeaba generar una guerra a gran escala entre los humanos y los vanir. Derrocar a los asteri. Por eso permanecía tras las rejas.
—Es doce de abril —dijo Hunt con voz baja— del año 15035.
—¿Sólo han pasado dos años?
Bryce tragó saliva para aliviar la sequedad de su boca.
—Estamos aquí para hacerte unas preguntas sobre lo que sucedió hace dos años. Así como de otros acontecimientos recientes.
Briggs la miró. Con intensidad.
—¿Por qué?
Hunt se recargó en el respaldo de la silla, una indicación silenciosa de que ella estaba a cargo ahora.
—Hubo un atentado de bomba en el club Cuervo Blanco hace unos días. Considerando que era uno de tus principales objetivos hace unos años, la evidencia apunta a que los Keres están activos otra vez.
—¿Y piensan que yo soy responsable?
Una sonrisa amarga se dibujó en su rostro anguloso y duro. Hunt se tensó.
—No sé ni qué año es, niña. ¿Y crees que de alguna manera puedo estar en contacto con el exterior?
—¿Qué hay de tus seguidores? —preguntó Hunt con cuidado—. ¿Lo habrían hecho en tu nombre?
—¿Para qué molestarse? —dijo Briggs y se reclinó en la silla—. Yo les fallé. Le fallé a nuestra gente —hizo un movimiento hacia Bryce con la cabeza—. Y le fallé a la gente como tú, a los indeseables.
—Tú nunca me representaste —dijo Bryce en voz baja—. Aborrezco lo que intentabas hacer.
Briggs rio, un sonido resquebrajado.
—Cuando los vanir te dicen que no sirves para ningún trabajo por tu sangre humana, cuando los hombres como este pendejo junto a ti te ven nada más como un trozo de carne para coger y luego tirar a la basura, cuando a tu madre… es una madre humana en tu caso, ¿no? Siempre lo es… Cuando a tu madre la están tratando como basura, te das cuenta de que esos sentimientos tan correctos empiezan a desvanecerse muy aprisa.
Ella se negó a responder. Pensar en las veces que había visto que alguien ignoraba o se burlaba de su madre…
Hunt dijo:
—Entonces estás diciendo que no estás detrás de este atentado.
—De nuevo —dijo Briggs tirando de sus cadenas— las únicas personas que veo a diario son las que me desmembran como un cadáver y luego me vuelven a armar antes de que anochezca. Las medibrujas entonces borran todo.
Ella sintió que se le revolvía el estómago. Hunt tragó saliva y se movió su garganta.
—¿Tus seguidores no habrían considerado bombardear el club por venganza?
Briggs exigió:
—¿Contra quién?
—Contra nosotros. Por investigar el asesinato de Danika Fendyr y por buscar el Cuerno de Luna.
Los ojos azules de Briggs se cerraron.
—Entonces los pendejos de la 33ª por fin se dieron cuenta de que yo no la maté.
—No te han retirado oficialmente ningún cargo —dijo Hunt con rudeza.
Briggs negó con la cabeza y miró hacia la pared a su izquierda.
—No sé nada sobre el Cuerno de Luna y estoy jodidamente seguro de que ningún soldado de Keres sabe algo al respecto, pero me agradaba Danika Fendyr. A pesar de que ella me capturó, me agradaba.
Hunt se quedó mirando al hombre demacrado y turbado… un cascarón del adulto de complexión poderosa que había sido hace dos años. ¿Qué le estarían haciendo en esa prisión? Puto Averno.
Hunt podía adivinar cuál era el tipo de tortura. Los recuerdos de cuando lo habían sometido a él a ese tipo de cosas todavía lo despertaban en las noches.
Bryce parpadeaba a Briggs.
—¿Qué quieres decir con que te agradaba?
Briggs sonrió y saboreó la sorpresa de Quinlan.
—Durante semanas nos acechó a mí y mis agentes. Incluso se reunió conmigo dos veces. Me dijo que abandonara mis planes o se vería obligada a arrestarme. Bueno, eso fue la primera vez. La segunda vez me advirtió que tenía suficientes evidencias contra mí y tenía que arrestarme, pero que yo podría librarme fácil si admitía mis planes y les ponía fin en ese momento. Entonces tampoco la escuché. La tercera vez… Llegó con su jauría y eso fue todo.
Hunt controló sus emociones y dejó una expresión neutra en su rostro.
—¿Danika fue amable contigo?
El color había desaparecido de la cara de Bryce. Hunt tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no tocarle la mano.
—Lo intentó.
Briggs recorrió sus dedos maltratados por su overol impecable.
—Para ser vanir, era justa. No creo que en esencia estuviera en desacuerdo con nosotros. Con mis métodos, sí, pero yo incluso pensaba que podría haber sido una simpatizante.
Miró de nuevo a Bryce con una crudeza que despertó alertas en Hunt.
El ángel reprimió un reproche al escuchar el término.
—¿Tus seguidores sabían eso?
—Sí. Creo que incluso permitió que algunos escaparan esa noche.
Hunt exhaló.
—Ésa es una declaración muy fuerte contra un líder del Aux.
—¿Está muerta, no? ¿Qué importa?
Bryce reaccionó a sus palabras de manera visible. Tanto que Hunt no pudo controlar su molestia en esta ocasión.
—Danika no era simpatizante de los rebeldes —dijo entre dientes Bryce.
Briggs la miró con desprecio.
—Tal vez no todavía —dijo—, pero Danika podría haber representado el inicio de ese camino. Tal vez ella veía cómo la gente trataba a su bonita amiga mestiza y tampoco le gustaba mucho.
Sonrió al ver que Bryce parpadeaba por lo acertado de su juicio acerca de su relación con Danika. Las emociones que él quizá podía leer en su cara.
Briggs continuó:
—Mis seguidores sabían que Danika era una aliada potencial. Lo discutimos, hasta el momento de la redada. Y esa noche, Danika y su jauría fueron justos con nosotros. Peleamos, incluso logramos darle algunos buenos golpes a su segundo al rango —silbó—. Connor Holstrom —Bryce se quedó rígida—. El tipo era un matón.
La curvatura cruel de sus labios dejaba claro que había notado la reacción de Bryce cuando mencionó el nombre de Connor.
—¿Holstrom era tu novio? Qué pena.
—Eso no es de tu incumbencia —las palabras eran tan planas como los ojos de Briggs.
Eso, las palabras, hicieron que algo en el pecho de Hunt se tensara. Lo vacío de su voz.
Hunt le preguntó:
—¿Mencionaste esto cuando te arrestaron?
Briggs contestó con desdén:
—¿Por qué carajos delataría yo a una vanir simpatizante y muy poderosa como Danika Fendyr? Tal vez yo estaba encaminado a esto —hizo un ademán a la celda que los rodeaba— pero la causa sobreviviría. Tenía que sobrevivir y yo sabía que alguien como Danika podría ser un aliado poderoso a nuestro lado.
Hunt intervino.
—¿Pero por qué no lo mencionaste en tu juicio por el asesinato?
—¿Mi juicio? ¿Te refieres a la farsa de dos días que transmitieron por televisión? ¿Con ese abogado que me asignó el gobernador? —Briggs rio y rio.
Hunt tuvo que recordar que aquel era un hombre encarcelado y que estaba soportando una tortura innombrable. Y no alguien a quien podría darle un puñetazo en la cara. Ni siquiera por la manera en que su risa estaba haciendo que Quinlan se moviera en su silla.
—Sabía que me culparían de todas maneras. Sabía que aunque dijera la verdad terminaría aquí. Así que ante la posibilidad de que Danika tuviera amigos todavía vivos que compartieran sus sentimientos, guardé sus secretos.
—Ahora la estás delatando —dijo Bryce.
Pero Briggs no respondió a eso y se puso a estudiar la mesa de metal abollado.
—Lo dije hace dos años y lo repetiré ahora: Keres no mató a Danika ni a la Jauría de Diablos. El atentado del Cuervo Blanco… tal vez podrían haber hecho eso. Bien por ellos si lo hicieron.
Hunt rechinó los dientes. ¿Había estado así de desconectado de la realidad cuando siguió a Shahar? ¿Había sido este nivel de fanatismo lo que lo impulsó a guiar a los ángeles de la 18ª al monte Hermon? En esos últimos días, ¿hubiera escuchado a alguien que le aconsejara no seguir adelante?
Un recuerdo borroso surgió de su memoria, de Isaiah haciendo justo eso, gritando en la tienda de campaña de Hunt en el campo de batalla. Carajo.
Briggs preguntó:
—¿Murieron muchos vanir en el atentado?
La repugnancia cubrió el rostro de Bryce.
—No —dijo ella y se puso de pie—. No murió ninguno.
Habló con el poderío de una reina. Hunt sólo podía ponerse de pie con ella.
Briggs chasqueó la lengua.
—Qué mal.
Los dedos de Hunt se doblaron para formar puños. Él había estado locamente enamorado de Shahar, de su causa… ¿había estado igual de mal que este hombre?
Bryce dijo con seriedad:
—Gracias por responder a nuestras preguntas.
Sin esperar a que Briggs contestara, se apresuró hacia la puerta. Hunt se mantuvo un paso detrás de ella a pesar de que Briggs estaba encadenado a la mesa.
Que ella hubiera puesto fin a la junta tan pronto le demostró a Hunt que compartía su opinión: Briggs en realidad no había matado a Danika.
Casi había llegado a la puerta abierta cuando Briggs le dijo:
—¿Tú eres uno de los caídos, verdad? —Hunt se detuvo. Briggs sonrió—. Toneladas de respeto para ti, hombre —miró a Hunt de pies a cabeza—. ¿En qué parte de la 18ª serviste?
Hunt permaneció en silencio. Pero los ojos azules de Briggs brillaron.
—Un día derrocaremos a los bastardos, hermano.
Hunt miró a Bryce que ya iba a medio camino por el pasillo con pasos rápidos. Como si no soportara respirar el mismo aire que el hombre encadenado a la mesa, como si tuviera que salir de este horrible lugar. Hunt mismo había estado ahí, interrogando gente, con más frecuencia de la que quisiera recordar.
Y el asesinato de anoche… Había perdurado. Había eliminado otra deuda de vida, pero había perdurado.
Briggs seguía viéndolo fijamente, esperando a que hablara. El acuerdo que Hunt hubiera expresado hacía unas semanas ahora se le disolvió en la lengua.
No, no había sido mejor que ese hombre.
No estaba seguro de dónde lo dejaba eso.
—Entonces Briggs y sus seguidores están tachados de la lista —dijo Bryce, doblando los pies debajo de sus piernas en el sillón de su sala. Syrinx ya estaba roncando a su lado—. ¿O tú piensas que estaba mintiendo?
Hunt, sentado al otro lado del sillón, frunció el ceño ante el juego de solbol que empezaba en la televisión.
—Estaba diciendo la verdad. He lidiado con suficientes… prisioneros para darme cuenta de cuándo alguien está mintiendo.
Sus palabras eran cortantes. Había estado de mal humor desde que salieron del Comitium por la misma puerta que daba a la calle que usaron para entrar. No querían arriesgarse y encontrar de nuevo a Sandriel.
Hunt señaló los documentos que Bryce había traído de la galería y observó algunos de los movimientos y la lista de nombres que había elaborado.
—Recuérdame quién sigue en tu lista de sospechosos.
Bryce no respondió porque estaba observando su perfil, la luz de la televisión que rebotaba en sus pómulos y hacía más pronunciada la sombra debajo de su mandíbula fuerte.
En realidad era hermoso. Y en realidad parecía estar de un humor del carajo.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—Lo dice el tipo que está rechinando tanto los dientes que lo puedo oír.
Hunt la miró con molestia y extendió uno de sus brazos musculosos en el respaldo del sillón. Se había cambiado cuando llegaron al departamento, hacía media hora, después de comer en un puesto de tallarines y bolitas de masa que había en su cuadra. Ahora traía puesta una camiseta color gris claro, pantalones deportivos negros y una gorra de solbol blanca volteada hacia atrás.
La gorra era lo que le parecía más confuso… tan ordinaria y tan… masculinosa, a falta de una mejor palabra. Bryce llevaba quince minutos de no poder evitar voltear a verlo. Algunos mechones de su cabello oscuro sobresalían de las orillas, la banda ajustable casi cubría el tatuaje sobre su frente y ella no sabía por qué pero todo era… distractor, insoportable.
—¿Qué? —preguntó él al notar su mirada.
Bryce se inclinó hacia el frente y su larga trenza se deslizó por encima de su hombro. Tomó el teléfono de Hunt de la mesa de centro para fotografiarlo en esa posición y se envió una copia a ella misma, sobre todo porque dudaba que alguien creería que el mismísimo Hunt Athalar estaba sentado en su sillón, con ropa informal, una gorra de solbol al revés, viendo televisión y tomando cerveza.
Les presento a: La Sombra de la Muerte.
—Eso es molesto —dijo él entre dientes.
—Tu cara también —dijo ella con dulzura y le arrojó el teléfono.
Hunt lo atrapó, le tomó una foto a ella y luego lo volvió a dejar en la mesa para concentrarse en el partido.
Ella le permitió ver un minuto más antes de decir:
—Has estado de mal humor desde Briggs.
Él hizo una mueca con la boca.
—Perdón.
—¿Por qué te estás disculpando?
Los dedos de él trazaron un círculo en el cojín del sillón.
—Me trajo malos recuerdos. Sobre… sobre la manera en que ayudé a liderar la rebelión de Shahar.
Ella consideró lo que dijo y recordó cada palabra y comentario horrible en la celda bajo el Comitium.
Oh. Oh. Dijo con cautela:
—Tú no eres nada parecido a Briggs, Hunt.
Los ojos oscuros del ángel se deslizaron hacia ella.
—No me conoces tan bien como para decir eso.
—¿Arriesgaste vidas inocentes voluntaria y alegremente para promover tu rebelión?
Él apretó los labios.
—No.
—Ahí lo tienes.
Hunt empezó a apretar la mandíbula de nuevo. Luego dijo:
—Pero estaba cegado. Sobre muchas cosas.
—¿Cómo qué?
—Muchas cosas —respondió él, evasivo.
—Al ver a Briggs, lo que le estaban haciendo… No sé por qué me afectó esta vez. He estado ahí abajo muchas veces junto con otros prisioneros que… digo… —empezó a mover la rodilla de prisa. Luego dijo sin voltearla a ver—: Ya sabes el tipo de mierda que tengo que hacer.
Ella respondió con suavidad.
—Sí.
—Pero por alguna razón, ver a Briggs así hoy hizo que recordardara mi propio…
No terminó la frase y dio un trago a su cerveza.
Un temor helado y aceitoso le llenó el estómago a Bryce y retorció esos tallarines fritos que acababa de tragarse hacía media hora.
—¿Cuánto tiempo te hicieron eso… después de monte Hermon?
—Siete años.
Ella cerró los ojos y sintió el peso de esas palabras recorrerle el cuerpo.
Hunt dijo:
—También perdí la noción del tiempo. Los calabozos asteri están tan debajo de la tierra, tan faltos de luz, que los días son años y los años son días y… Cuando me liberaron, fui directamente con el arcángel Ramuel. Mi primer… operador. Él continuó con el patrón durante dos años, luego se aburrió y se dio cuenta de que yo sería más útil matando demonios y obedeciendo sus órdenes que pudriéndome en sus cámaras de tortura.
—Solas flamígero, Hunt —dijo ella en un susurro.
Él todavía no la miró.
—Cuando Ramuel decidió que yo sería uno de sus asesinos, ya habían pasado nueve años desde la última que vez que había visto la luz del sol. Desde que había escuchado el viento u olfateado la lluvia. Desde que había visto el pasto, o un río, o una montaña. Desde que había volado.
A ella le temblaban tanto las manos que tuvo que cruzar los brazos y apretar sus dedos contra el cuerpo.
—Lo-lo siento mucho.
La mirada de Hunt se volvió distante, vidriosa.
—El odio era lo único que me seguía impulsando. Un odio del tipo que siente Briggs. No la esperanza, no el amor. Sólo un odio implacable y furioso. Por los arcángeles. Por los asteri. Por todo —al fin la miró con ojos tan huecos como los de Briggs—. Así que, sí. Tal vez jamás estuve dispuesto a matar inocentes para ayudar a la rebelión de Shahar, pero esa es la única diferencia entre Briggs y yo. Lo sigue siendo.
Ella no se permitió pensarlo dos veces y lo tomó de la mano.
No se había percatado de cuánto más grande era la mano de Hunt comparada con la suya hasta que las vio juntas. No se había dado cuenta de cuántos callos tenía en las palmas y los dedos hasta que le rasparon la piel.
Hunt miró sus manos, sus uñas crepusculares que contrastaban con el dorado profundo de su piel. Ella contuvo el aliento, esperando que él le quitara la mano de un tirón, y preguntó:
—¿Sigues sintiendo que el odio es lo único que te ayuda a soportar el día?
—No —respondió él y levantó la mirada de sus manos para estudiar su expresión—. A veces, para algunas cosas, sí, pero… No, Quinlan.
Ella asintió pero él seguía viéndola, así que buscó las hojas de cálculo.
—¿No tienes nada más que decir? —preguntó Hunt con la boca de lado—. Tú, la persona que tiene una opinión de todo y de todos, ¿no tienes nada más que comentar sobre lo que acabo de decirte?
Ella se pasó la trenza por encima del hombro.
—Tú no eres como Briggs —dijo nada más.
Él frunció el entrecejo. Y empezó a quitarle la mano.
Bryce le apretó los dedos.
—Tal vez te veas a ti mismo así, pero yo también te veo, Athalar. Veo tu amabilidad y tu… lo que sea —le apretó la mano para enfatizar sus palabras—. Veo toda la mierda que tú prefieres olvidar. Briggs es una mala persona. Quizá alguna vez entró a la rebelión de los humanos por los motivos correctos, pero es una mala persona. Tú no. Tú nunca lo serás. Fin de la historia.
—Este trato que tengo con Micah sugiere lo opuesto…
—Tú no eres como él.
El peso de su mirada le presionó la piel, le calentó el rostro.
Ella retiró su mano con el mayor desenfado que pudo, intentando no fijarse en cómo los dedos de él parecían resistirse a soltarla. Pero se inclinó hacia él, estiró el brazo y le movió la gorra con un suave golpe.
—¿Qué es esto, por cierto?
Él le dio un manotazo para apartarla.
—Es una gorra.
—No va bien con tu imagen de depredador nocturno.
Por un instante, él se quedó mudo. Luego rio y echó la cabeza hacia atrás. La columna fuerte y bronceada de su garganta siguió al movimiento de cabeza y Bryce volvió a cruzarse de brazos.
—Ah, Quinlan —dijo él sacudiendo la cabeza. Se quitó la gorra y se la puso a ella—. Eres despiadada.
Ella sonrió, se volteó la gorra al revés como él la traía y empezó a acomodar los documentos.
—Veamos esto otra vez. Como lo de Briggs no sirvió de nada, y la Reina Víbora queda fuera… tal vez hay algo que estamos ignorando en cuanto a la presencia de Danika en el Templo de Luna la noche que robaron el Cuerno.
Él se acercó más, su muslo rozó su rodilla doblada, para asomarse a los documentos que tenía sobre las piernas. Ella notó que sus ojos la veían mientras estudiaba la lista de lugares. E intentó no pensar en el calor de ese muslo contra su pierna. El músculo sólido que había ahí.
Luego él levantó la mirada.
Estaba tan cerca que ella se dio cuenta de que sus ojos no eran negros sino una tonalidad muy oscura de marrón.
—Somos unos idiotas.
—Al menos dijiste somos.
Él rio pero no retrocedió. No movió su pierna poderosa.
—El templo tiene cámaras exteriores. Podrían haber estado grabando la noche que robaron el Cuerno.
—Lo dices como si la 33ª no hubiera revisado eso hace dos años. Dijeron que después del apagón todas las grabaciones habían quedado inservibles.
—Tal vez no hicimos las pruebas correctas en las grabaciones. Tal vez no vimos en los campos indicados. O no le pedimos a la gente indicada que las examinaran. Si Danika estaba ahí esa noche, ¿por qué nadie lo sabía? ¿Por qué ella no dijo que estaba en el templo cuando robaron el Cuerno? ¿Por qué no dijo nada la acólita sobre su presencia?
Bryce se mordisqueó el labio. Hunt se fijó en lo que hacía. Ella podría haber jurado cómo vio que sus ojos se oscurecían. Que su muslo presionaba con más fuerza contra el suyo. A manera de desafío, para ver si ella retrocedía.
No lo hizo, pero su voz se escuchó ronca cuando habló:
—¿Crees que Danika podría saber quién se llevó el Cuerno e intentó ocultarlo? —sacudió la cabeza—. Danika no hubiera hecho eso. No parecía importarle en lo absoluto que alguien robara el Cuerno.
—No lo sé —dijo él—. Pero podemos empezar por ver las grabaciones aunque sea un montón de material inútil. Y enviárselo a alguien que pueda darnos un análisis más detallado.
Le quitó la gorra de la cabeza y se la volvió a poner, hacia atrás, con esos mechones de cabello salidos por los bordes. Y para rematar, le jaló la trenza y luego se sentó con las manos detrás de la cabeza y continuó viendo su partido.
La ausencia de su pierna contra la de ella fue como una cachetada.
—¿A quién tienes en mente?
Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.