C03

La Jauría de Diablos ya estaba en su departamento cuando Bryce regresó del trabajo.

Había sido imposible ignorar las carcajadas que se oían incluso antes de llegar al descanso del segundo piso, y los ladridos de diversión. Ambos sonidos continuaron mientras ella subía el último nivel del edificio de departamentos. Bryce murmuraba de mala gana sobre cómo sus planes de pasar la noche tranquila en su sofá estaban arruinados.

Con una retahíla de maldiciones que hubieran enorgullecido a su madre, Bryce abrió la puerta de hierro pintada de azul que daba al departamento y se preparó para someterse a la oleada lupina de órdenes, arrogancia y ruido en general que estaba a punto de entrometerse a cada uno de los asuntos de su vida. Y eso era sólo Danika.

La jauría de Danika había convertido cada una de esas cosas en un arte. Sobre todo porque consideraban a Bryce como parte de la jauría, aunque ella no tuviera el tatuaje de su insignia en un lado del cuello.

A veces se sentía mal por la futura pareja de Danika, quienquiera que fuese. El pobre bastardo no sabría a qué se estaría enfrentando cuando se enlazaran. A menos que fuera lobo también, aunque Danika tenía tanto interés en acostarse con un lobo como Bryce.

Es decir, ni una maldita pizca.

Le dio un buen empujón a la puerta con el hombro; los bordes vencidos hacían que la puerta se atorara continuamente, en especial por las salvajadas de los bárbaros desparramados en varios sillones y sillas. Bryce suspiró al ver los seis pares de ojos fijos en ella. Y seis sonrisas.

—¿Cómo estuvo el partido? —preguntó a nadie en particular. Lanzó su llavero al tazón deforme que Danika había hecho de mala gana durante un curso de cerámica que tomaron de relleno en la universidad. Danika no había comentado nada sobre la reunión de Briggs más allá de un Te digo en la casa.

No pudo haber sido tan malo, si Danika había llegado al juego de solbol. Incluso había enviado a Bryce una fotografía de toda la jauría frente al campo, con la figura pequeña al fondo de Ithan portando un casco.

Más tarde le llegó un mensaje del mismísimo jugador estrella:

Más te vale estar con ellos la próxima vez, Quinlan.

Ella le contestó:

¿Me extrañó el cachorrito?

Sabes que sí, respondió Ithan.

—Ganamos —dijo Connor con voz lenta desde el lugar que ocupaba en la sala, el lugar favorito de ella en el sillón. Tenía puesta su camisa gris del equipo de solbol de la UCM, suficientemente arrugada para revelar una franja de músculo y piel dorada.

—Ithan anotó el gol ganador —dijo Bronson, que todavía traía puesto el jersey azul y plata con Holstrom en la espalda.

El hermano pequeño de Connor, Ithan, tenía una membresía no oficial en la Jauría de Diablos. Ithan también resultaba ser la segunda persona favorita de Bryce después de Danika. Su cadena de mensajes era un río eterno de bromas, sarcasmo, intercambio de fotografías y quejas bienintencionadas sobre lo mandón que era Connor.

—¿Otra vez? —preguntó Bryce, quitándose los tacones de diez centímetros color blanco aperlado—. ¿No puede compartir Ithan algo de la gloria con los demás chicos?

Por lo regular, Ithan estaría en ese sillón junto a su hermano y obligaría a Bryce a hacerse un espacio para sentarse entre ellos mientras veían algo en la televisión, pero en las noches de partido, él prefería salir de fiesta con sus compañeros de equipo.

Una media sonrisa alteró los bordes de la boca de Connor cuando Bryce lo miró más tiempo de lo que era considerado sabio. Sus cinco compañeros de jauría, dos todavía en forma de lobo y con las colas en movimiento, mantuvieron sus bocas y hocicos cerrados.

Se sabía que Connor hubiera sido el Alfa de la Jauría de Diablos si Danika no estuviera presente. Pero Connor no estaba resentido. Sus ambiciones no eran de ese tipo. A diferencia de las de Sabine.

Bryce movió el repuesto de su mochila de baile en el perchero para poder hacer lugar y acomodar su bolso. Le preguntó a los lobos:

—¿Qué van a ver esta noche?

Lo que fuera, ella ya había decidido irse a su recámara a leer una novela romántica. Con la puerta cerrada.

Nathalie, sentada en el sillón viendo revistas de chismes de celebridades, no levantó la cabeza pero respondió:

—Un programa legal sobre una jauría de leones que lucha contra una malvada corporación de hadas.

—Suena a un verdadero ganador de premios —dijo Bryce.

Bronson gruñó su desaprobación. Los gustos del enorme lobo iban más hacia las películas de arte y los documentales. No era sorpresa que nunca le permitieran seleccionar el entretenimiento para las Noches de Jauría.

Connor pasó un dedo lleno de callos por el brazo acojinado del sillón.

—Llegaste tarde a casa.

—Tengo trabajo —le respondió Bryce—. Tal vez te interesaría uno. Dejarías de ser una sanguijuela en mi sillón.

Eso no era del todo justo. Como Segundo en el rango de Danika, Connor actuaba como su ejecutor. Para mantener esta ciudad a salvo, había matado, torturado, mutilado y luego lo había hecho de nuevo antes de que se pusiera la luna.

Nunca se había quejado de eso. Ninguno lo había hecho.

¿Cuál es el sentido de quejarse, le había dicho Danika una vez cuando Bryce preguntó cómo soportaba la brutalidad, cuando no puedes elegir unirte al Auxiliar? Los metamorfos nacidos depredadores estaban destinados a ciertas jaurías Aux desde antes de nacer.

Bryce intentó no mirar hacia el lobo cornudo tatuado en el costado del cuello de Connor: la prueba de esa vida predestinada al servicio. De su lealtad eterna a Danika, a la Jauría de Diablos y al Aux.

Connor sólo miró a Bryce con una media sonrisa. Eso hizo que ella rechinara los dientes.

—Danika está en la cocina, comiéndose la mitad de las pizzas antes de que podamos darles una mordida.

¡No es cierto! —se oyó un grito con la boca llena.

La sonrisa de Connor creció.

La respiración de Bryce se volvió un poco más irregular con esa sonrisa, con esa luz malvada de sus ojos.

El resto de la jauría permaneció concentrada en la pantalla de la televisión, fingiendo que estaban viendo las noticias de la noche.

Bryce tragó saliva y le preguntó a Connor:

—¿Algo que yo deba saber?

Traducción: ¿La reunión sobre Briggs fue un desastre?

Connor sabía a qué se refería. Siempre lo sabía. Movió su cabeza en dirección a la cocina.

—Ya verás.

Traducción: No muy bien.

Bryce se estremeció un poco y logró apartar su mirada de él para acercarse a la estrecha cocina. Sentía la mirada fija de Connor con cada paso que daba.

Y tal vez ondeó un poco la cadera. Solamente un poco.

Danika, de hecho, estaba comiendo una rebanada de pizza con los ojos bien abiertos a modo de advertencia para que Bryce no dijera nada. Bryce se dio cuenta de lo que le pedía sin palabras y simplemente asintió.

La condensación de una botella de cerveza medio vacía goteaba sobre la superficie de plástico blanco donde estaba recargada Danika. La blusa de seda prestada estaba mojada de sudor alrededor del cuello. Su trenza colgaba sobre su hombro delgado y los mechones de colores estaban apagados. Incluso su piel pálida, por lo general llena de color y salud, se veía ceniza.

Claro, la mala luz de la cocina —dos mugres esferas empotradas de luzprístina— no era favorecedora para nadie pero… Cerveza. Comida. La jauría manteniendo su distancia. Y ese cansancio hueco en los ojos de su amiga… sí, algo malo había pasado en esa junta.

Bryce abrió el refrigerador y tomó una cerveza. Cada miembro de la jauría tenía preferencias distintas y solían visitar el apartamento cuando querían, así que el refrigerador estaba lleno de botellas, latas y lo que podría jurar que era una jarra de… ¿hidromiel? Seguro era de Bronson.

Bryce abrió una de las favoritas de Nathalie, una cerveza opaca con sabor cremoso y un gusto intenso a lúpulo.

—¿Briggs?

—Oficialmente libre. Micah, el Rey del Otoño, y el Oráculo revisaron cada ley y reglamento y no pudieron hallar una manera de evitar que usaran ese tecnicismo. Ruhn incluso le pidió a Declan que usara su tecnología sofisticada para hacer búsquedas y no encontró nada. Sabine ordenó que la Jauría de la Hoz de Luna vigilara a Briggs esta noche, junto con algunos de la 33ª.

Las jaurías tenían noches obligatorias de descanso una vez a la semana y esta noche le correspondía a la Jauría de Diablos, no había lugar para negociar. De otra forma, Bryce sabía que Danika estaría ahí, vigilando cada movimiento de Briggs.

—Entonces todos estuvieron de acuerdo —dijo Bryce—. Al menos eso es bueno.

—Sí, hasta que Briggs haga explotar algo o a alguien —respondió Danika y movió la cabeza con desagrado—. Es una mierda.

Bryce estudió con cuidado a su amiga. La tensión alrededor de su boca, su cuello sudoroso.

—¿Qué pasa?

—No pasa nada.

Las palabras salieron demasiado rápido para ser creíbles.

—Algo te molesta. Este tipo de estupideces como lo de Briggs es importante, pero siempre te recuperas. —Bryce entrecerró los ojos—. ¿Qué es lo que no me estás diciendo?

Los ojos de Danika brillaron.

—Nada.

Dio un trago a su cerveza. Sólo quedaba una respuesta.

—Supongo que Sabine estuvo difícil esta tarde.

Danika siguió atacando su pizza.

Bryce dio dos tragos de cerveza y observó a Danika con la mirada perdida en los gabinetes color verde azulado, la pintura que se descascaraba en las orillas.

Su amiga masticó lento y luego dijo con la boca llena de pan y queso:

—Sabine me arrinconó después de la reunión. Justo en el pasillo afuera de la oficina de Micah. Para que todos pudieran escuchar cuando me dijo que dos estudiantes investigadores de la UCM habían asesinados cerca del Templo de Luna la semana pasada durante el apagón. Durante mi turno. En mi sección. Mi culpa.

Bryce se sorprendió de la noticia.

—¿Tomó una semana enterarse de esto?

—Parece que sí.

—¿Quién los mató?

Los estudiantes de la Universidad de Ciudad Medialuna siempre estaban en la Vieja Plaza, siempre causando problemas. Incluso como exalumnas, Bryce y Danika se quejaban con frecuencia de que no hubiera una sólida cerca electrificada alrededor de la UCM para mantener a los estudiantes en su esquina de la ciudad. Sólo para evitar que estuvieran vomitando y orinando en la Vieja Plaza desde los viernes por la noche hasta los domingos en la mañana.

Danika volvió a beber.

—Ni idea de quién lo hizo —un escalofrío recorrió su cuerpo y sus ojos color caramelo se oscurecieron—. Aunque su olor los marcaba como humanos, tomó veinte minutos identificar quiénes eran. Estaban destrozados y parcialmente comidos.

Bryce intentó no imaginar la escena.

—¿Motivo?

Danika tragó saliva.

—Tampoco tenemos idea. Pero Sabine me dijo frente a todos lo que pensaba acerca de semejante carnicería pública en mi turno de vigilancia.

Bryce preguntó:

—¿Qué dijo el Premier sobre esto?

—Nada —respondió Danika—. El viejo se quedó dormido durante la junta y Sabine no se molestó en despertarlo antes de acorralarme.

Sería pronto, eso decían todos, sólo era cuestión de un año o dos para que el actual Premier de los lobos, de casi cuatrocientos años de edad, realizara su Travesía para cruzar el Istros hacia el Sector de los Huesos y llegar a su descanso final. En su caso, no había manera de que el barco negro se ladeara durante el rito final; no había manera de que su alma se considerara indigna y fuera entregada al río. Sería bienvenido en el reino del Rey del Inframundo, se le daría acceso a sus costas cubiertas por bruma… y entonces empezaría el reino de Sabine.

Que los dioses los protejan.

—No es tu culpa, sabes —dijo Bryce y abrió las cubiertas de cartón de las dos cajas de pizza más cercanas. Salchicha, peperoni y albóndigas en una. La otra tenía carnes curadas y quesos apestosos, la selección de Bronson, sin duda.

—Lo sé —murmuró Danika. Terminó lo que quedaba de cerveza para luego colocar la botella dentro del fregadero con mucho ruido. Luego se dirigió al refrigerador por otra. Todos los músculos de su cuerpo delgado parecían estar tensos, a punto de detonar. Azotó la puerta del refrigerador y se recargó contra ella. Danika no miró a Bryce a los ojos cuando exhaló y dijo:

—Yo estaba a tres cuadras de distancia esa noche. Tres. Y no escuché ni vi ni olí nada cuando los estaban destrozando.

Bryce se dio cuenta del silencio en la otra habitación. El oído agudo tanto de sus formas humanas como las de lobos significaba que los miembros de la jauría se sentían con el derecho eterno de escuchar conversaciones ajenas.

Podrían terminar esta conversación más tarde.

Bryce abrió el resto de las cajas de pizza y analizó el paisaje culinario.

—¿No deberías sacarlos de su miseria y dejarles un bocado antes de terminarte el resto?

Había tenido el gusto de atestiguar cómo Danika comía tres pizzas enteras en una sentada. Con este humor, Danika podría romper el récord y llegar a cuatro.

—Por favor, déjanos comer —suplicó Bronson con voz profunda y estridente desde la otra habitación.

Danika dio un trago a su cerveza.

—Vengan a comer, perros.

Los lobos entraron de inmediato.

Durante el atracón, Bryce casi quedó aplastada contra la pared trasera de la cocina; el calendario que colgaba ahí se arrugó en su espalda.

Maldición, le encantaba ese calendario: Los solteros más ardientes de Ciudad Medialuna: Edición con ropa opcional. Este mes mostraba al daemonaki más hermoso que jamás había visto posando con la pierna en un banco, el único impedimento para que todo quedara a la vista. Aplanó las nuevas arrugas en la piel bronceada y los músculos, en los cuernos retorcidos, y luego volteó a ver a los lobos con irritación.

A un paso de distancia, Danika sobresalía entre su jauría como una piedra en un río. Le sonrió a Bryce.

—¿Alguna noticia sobre tu búsqueda del Cuerno?

—No.

—Jesiba debe estar encantada.

Bryce hizo una mueca de desagrado.

—Fascinada.

Había visto a Jesiba un total de dos minutos esta tarde y eso bastó para que la hechicera amenazara con convertir a Bryce en un burro. Luego se marchó en un sedán con chofer hacia los dioses sabrían dónde. Tal vez a hacer algún encargo para el Rey del Inframundo y la Casa oscura que gobernaba.

Danika sonrió.

—¿No tenías esa cita con como-se-llame hoy?

La pregunta retumbó por todo el cuerpo de Bryce.

—Mierda. Mierda. Sí —miró el reloj de la cocina horrorizada—. En una hora.

Connor llevaba una caja de pizza entera para él y al escuchar eso se quedó inmóvil. Le había dejado a Bryce muy clara su opinión sobre ese noviecito ricachón desde la primera cita, hacía dos meses. Y Bryce por su parte le había dejado más que claro que a ella no le importaba un carajo la opinión de Connor sobre su vida amorosa.

Bryce notó la espalda musculosa de Connor cuando salió de la cocina intentando aflojar sus amplios hombros. Danika frunció el ceño. Nunca se le pasaba alguna jodida cosa desapercibida.

—Necesito arreglarme —dijo Bryce con expresión molesta—. Y se llama Reid y lo sabes.

Una sonrisa lupina.

—Reid es un nombre muy pinche estúpido —dijo Danika.

—Uno, yo pienso que es un nombre sexy. Y dos, Reid es sexy.

Que los dioses la ayudaran, porque Reid Redner era endemoniadamente sexy. Aunque el sexo estaba… bien. Estándar. Ella lo había disfrutado pero había tenido que trabajar mucho para lograrlo. Y no de las maneras en que a veces disfrutaba trabajar para lograrlo. Más en el sentido de más lento, pon eso acá, ¿podemos cambiar de posición? Pero sólo se habían acostado dos veces. Y ella se decía a sí misma que podía tomar algo de tiempo encontrar el ritmo correcto con un compañero. Aunque…

Danika se limitó a decir:

—Si él vuelve a sacar el teléfono para revisar sus mensajes cuando apenas está sacándote el pene, por favor ten algo de autoestima y patéale los testículos hasta el otro lado de la habitación. Luego regresas a la casa.

—¡Carajo, Danika! —refunfuñó Bryce—. ¿Por qué no lo dices un poquito más fuerte, maldita sea?

Los lobos se habían quedado en silencio. Incluso se dejó de escuchar cómo masticaban. Luego reiniciaron a un decibel por arriba de lo normal.

—Al menos tiene un buen trabajo —le dijo Bryce a Danika, quien cruzó sus brazos delgados que ocultaban una tremenda fuerza bruta, y la miró. Una mirada que decía Sí, el trabajo que el papi de Reid inventó para su hijo. Bryce agregó:

—Y al menos no es un alfadejo psicótico que exigirá un maratón sexual de tres días y luego me llamará su compañera, me encerrará en su casa y nunca me dejará salir otra vez.

Por lo cual Reid, el humano del sexo aceptable, era perfecto.

—Te vendría bien un maratón sexual de tres días —reviró Danika.

—Tú tienes la culpa de esto y lo sabes.

Danika hizo un gesto con la mano.

—Sí, sí. Mi primer y último error: presentarlos a ustedes dos.

Danika conocía a Reid sólo de pasada gracias al trabajo de seguridad de medio tiempo que hacía para la empresa de su padre: una enorme compañía mágica-tecnológica propiedad de humanos ubicada en el Distrito Central de Negocios. Danika decía que el trabajo era demasiado aburrido como para molestarse en explicarlo, pero pagaba lo suficiente como para que no dijera que no. Y más que eso, era un trabajo que ella había elegido. No la vida que le habían obligado a tener. Así que entre sus patrullajes y las obligaciones con el Aux, Danika terminaba con frecuencia en el gigante rascacielos del DCN, fingiendo que podía aspirar a una vida normal. No se sabía de ningún miembro del Aux que tuviera un segundo empleo, y menos una Alfa, pero Danika lo hacía funcionar.

Por otro lado, todo el mundo quería algo con Industrias Redner estos días. Incluso Micah Domitus era un gran inversionista en sus experimentos de vanguardia. No era nada extraordinario porque el gobernador invertía en todo, desde tecnología y viñedos hasta escuelas, pero desde que Micah estaba en la eterna lista negra de Sabine, molestar a su madre trabajando para una compañía humana donde Micah estuviera involucrado era quizá mejor para Danika que la sensación de libre albedrío y la paga generosa.

Danika y Reid habían ido a la misma presentación una tarde meses atrás, justo cuando Bryce estaba soltera y se quejaba de ello siempre. Danika le había dado a Reid el teléfono de Bryce en un esfuerzo desesperado por conservar la cordura.

Bryce se alisó el vestido con la mano.

—Necesito cambiarme. Guárdame una rebanada.

—¿No van a salir a cenar?

Bryce se encogió un poco de hombros.

—Sí. A uno de esos lugares elegantes donde te sirven un mousse de salmón en una galleta y lo llaman cena.

Danika se estremeció.

—Entonces come antes de irte.

—Una rebanada —dijo Bryce señalando a Danika—. Acuérdate de guardarme una rebanada.

Miró la única caja que quedaba y salió de la cocina.

A excepción de Zelda, todos los integrantes de la Jauría de Diablos ya estaban en su forma humana con las cajas de pizza sobre las rodillas o abiertas en la desgastada alfombra azul. Bronson, de hecho, bebía de la jarra de cerámica llena de hidromiel, con los ojos castaños fijos en el noticiero de la noche. Las noticias sobre la liberación de Briggs, junto con las imágenes difusas de la cara del humano en overol blanco escoltado al exterior de un complejo carcelario, empezaron a sonar. Quien sea que tuviera el control remoto en la mano cambió de inmediato el canal a un documental del Río Negro.

Mientras Bryce caminaba hacia su recámara al otro lado de la sala, Nathalie le lanzó una sonrisa burlona. Oh, nunca le permitirían olvidar ese detallito sobre el desempeño de Reid en la cama. En especial cuando Nathalie lo convertiría sin duda en un reflejo de las habilidades de Bryce.

—No empieces —le advirtió Bryce.

Nathalie cerró los labios con fuerza, como si apenas pudiera contener el aullido de diversión malvada. Su cabello lacio y negro parecía temblar con el esfuerzo de aguantarse la risa y sus ojos color ónix se veían encendidos.

Bryce ignoró deliberadamente la mirada dorada y pesada de Connor, quien seguía todos sus movimientos.

Lobos. Estos malditos lobos que metían sus narices en todos sus asuntos.

Nunca sería posible confundirlos con humanos, aunque sus formas eran casi idénticas. Demasiado altos, demasiado musculosos, demasiado inmóviles. Incluso la forma en la que atacaban las pizzas, cada movimiento deliberado y grácil, era un recordatorio silencioso de lo que le podrían hacer a quienquiera que los molestara.

Bryce caminó por encima de las piernas largas y extendidas de Zach teniendo cuidado de no pisar la cola color nieve de Zelda, quien estaba echada en el piso junto a su hermano. Los lobos blancos gemelos, ambos delgados y de cabello oscuro cuando estaban en su forma humana, eran aterradores cuando se transformaban. Los Fantasmas era el apodo murmurado que los seguía a todas partes.

Así que, sí. Bryce se esforzó mucho por no pisar la cola peluda de Zelda.

Thorne, con su gorra de solbol de la UCM puesta al revés, por lo menos miró a Bryce con algo de compasión desde su lugar en la silla de cuero medio apolillada, cerca de la televisión. Él era la otra persona en el departamento que entendía lo entrometida que podía ser la jauría. Y a quien también le importaban los estados de ánimo de Danika. También la crueldad de Sabine.

Era improbable que un Omega como Thorne recibiera la atención de una Alfa como Danika. Aunque Thorne jamás había siquiera insinuado algo así. Pero Bryce notaba la atracción gravitacional que parecía ocurrir cuando Danika y Thorne estaban juntos en una habitación, como si fueran dos estrellas orbitando una a la otra.

Por suerte, Bryce llegó a su recámara sin que hubiera comentarios sobre las habilidades de su casi novio y cerró la puerta con la firmeza suficiente para indicarle a todos que se fueran al carajo.

Había dado tres pasos en dirección a su viejo vestidor verde cuando se oyeron los ladridos de risa en todo el departamento. Se silenciaron un momento después, tras un gruñido feroz y no del todo humano, profundo, largo y completamente letal.

No era el gruñido de Danika, que era como la muerte encarnada, suave, ronco y frío. Éste era el de Connor. Lleno de calor y mal humor y sentimiento.

Bryce se dio una ducha para quitarse el polvo y la mugre que parecía cubrirla siempre que caminaba las quince cuadras entre el departamento y el edificio delgado de arenisca donde estaba Antigüedades Griffin.

Unos cuantos pasadores borraron la falta de cuerpo que solía afectar su espesa cabellera color vino al final del día. Se apresuró y aprovechó el tiempo para ponerse una nueva capa de rímel y así darle algo de vida a sus ojos color ámbar. Desde el momento que entró a la ducha y salió para ponerse los zapatos negros de tacón, pasaron un total de veinte minutos.

Se dio cuenta de que eso era prueba de lo poco que le importaba esta cita en realidad. Pasaba una maldita hora en su cabello y maquillaje todas las mañanas. Eso sin contar la ducha de treinta minutos para quedar brillante, afeitada y humectada. ¿Pero veinte minutos? ¿Para una cena en el Perla y Rosa?

Sí, Danika tenía algo de razón. Y Bryce sabía que la perra estaba viendo el reloj y lo más probable es que preguntaría si el poco tiempo de preparación era reflejo de cuánto, exactamente, podía durar Reid en la cama.

Bryce miró molesta hacia los lobos al otro lado de la puerta de su acogedora recámara antes de prestar atención al refugio silencioso que la rodeaba. Cada una de las paredes estaba decorada con carteles de presentaciones legendarias del Ballet de Ciudad Medialuna. Alguna vez imaginó que estaba ahí entre los flexibles vanir, explotando a través del escenario dando giro tras giro, o haciendo llorar al público con una escena de muerte agonizante. En algún momento había pensado que podría existir un sitio en ese escenario para una media humana.

Ni siquiera cuando le dijeron, una y otra vez, que tenía el tipo de cuerpo equivocado dejó de amar el baile. No le quitó esa emoción profunda que surgía al ver un baile en vivo, ni las ganas de tomar clases amateur después del trabajo; tampoco hizo que dejara de seguir a los bailarines del BCM de la misma manera que Connor, Ithan y Thorne seguían a los equipos de deportes. Nada podría detenerla de anhelar esa sensación de volar que experimentaba cuando bailaba, ya fuese en sus clases, en un club o incluso en la maldita calle.

Juniper, por lo menos, no se había dado por vencida. Había decidido que le dedicaría su vida al baile, que una fauna desafiaría las probabilidades y que pisaría un escenario construido para hadas y ninfas y sílfides… y que las dejaría a todas atrás. Y lo había logrado, además.

Bryce dejó escapar un suspiro largo. Era hora de irse. El Perla y Rosa estaba a veinte minutos caminando y con esos tacones le tomaría veinticinco. No tenía caso intentar conseguir un taxi en el caos y tráfico de una noche de jueves en la Vieja Plaza porque el auto nada más se quedaría ahí parado.

Se clavó dos aretes de perlas en las orejas con la ligera esperanza de que le agregaran un poco de clase a lo que podría considerarse un vestido escandaloso. Pero tenía veintitrés años y bien podía aprovechar su figura de curvas generosas. Sonrió un poco al ver sus piernas de tono dorado mientras se miraba en el espejo de cuerpo completo recargado en la pared y admiraba la curvatura de su trasero en el vestido gris ajustado, que dejaba ver un poco el todavía doloroso nuevo tatuaje bajo el escote pronunciado en su espalda, antes de regresar a la sala.

Danika soltó una fuerte carcajada que resonó por encima del programa sobre naturaleza que estaban viendo los lobos.

—Apuesto cincuenta marcos de plata que los cadeneros no te dejan pasar con ese aspecto.

Bryce le hizo una seña obscena a su amiga y la jauría rio.

—Perdón si te hago sentir avergonzada de tu trasero huesudo, Danika.

Thorne ladró una carcajada.

—Al menos Danika lo compensa con su personalidad atractiva.

Bryce sonrió al guapo Omega.

—Eso debe explicar por qué yo tengo una cita y ella no ha salido con nadie en… ¿cuánto tiempo llevas ya? ¿Tres años?

Thorne parpadeo; sus ojos azules se enfocaron en la cara molesta de Danika.

—Eso debe ser.

Danika se dejó caer en su silla y subió los pies descalzos a la mesa de centro. Cada una de las uñas de sus pies estaba pintada de un color diferente.

—Sólo han sido dos años —murmuró—. Pendejos.

Bryce dio unas palmadas en la cabeza sedosa de Danika al pasar. Danika le tiró un mordisco a los dedos y mostró los dientes.

Bryce rio y se metió a la cocina angosta. Buscó entre las cosas de los gabinetes superiores haciendo sonar los vasos mientras buscaba la…

Ah. La ginebra.

Se tomó un trago. Luego otro.

—¿Esperas una noche difícil? —preguntó Connor desde donde estaba recargado en la puerta de la cocina con los brazos cruzados frente a su pecho musculoso.

Una gota de ginebra había aterrizado en su barbilla. Bryce se limpió con el dorso de la mano y casi hizo que se le corriera el labial color rojo pecado, por lo que optó mejor por limpiarse con una servilleta sobrante de la pizzería. Como una persona decente.

Ese color debería llamarse Rojo Mamador había dicho Danika la primera vez que Bryce se lo puso. Porque es lo único que cualquier hombre va a pensar cuando lo uses. Y así era, porque la mirada de Connor descendió directamente a sus labios. Así que Bryce dijo de la manera más despreocupada que pudo:

—Sabes que me gusta disfrutar mis noches de jueves. ¿Por qué no empezar temprano?

Se puso de puntas para devolver la ginebra en la repisa superior de la alacena y el borde de su vestido se levantó con precariedad. Connor dirigió su mirada hacia el techo como si fuera superinteresante y no volvió a verla a los ojos hasta que ella dejó la botella. En la otra habitación, alguien subió el volumen de la televisión tanto que hacía vibrar el departamento.

Gracias, Danika.

Ni siquiera el oído de un lobo podría detectar algo a través de esa cacofonía.

Las comisuras de los labios sensuales de Connor se movieron un poco hacia arriba, pero se quedó en la puerta.

Bryce tragó saliva y se preguntó qué tan asqueroso sería pasarse el ardor de la ginebra con la cerveza que había dejado calentándose sobre el mueble.

Connor dijo:

—Mira. Tenemos ya bastante tiempo de conocernos…

—¿Esto es un discurso preparado?

Él se enderezó, ruborizándose de inmediato. El Segundo en el rango de la Jauría de Diablos, el más temido y letal de todas las unidades Auxiliares, estaba sonrojándose.

—No.

—Eso me sonó como un preámbulo ensayado.

—¿Puedes permitirme invitarte a salir o vamos a discutir sobre mi construcción gramatical primero?

Ella rio, pero el estómago se le hizo nudos.

—Yo no salgo con lobos.

Connor le sonrió engreído.

—Haz una excepción.

—No.

Pero Bryce sonrió apenas.

Con la arrogancia inmutable que sólo un depredador inmortal puede lograr, Connor dijo:

—Me deseas. Yo te deseo. Así ha sido ya desde hace tiempo y jugar con estos machos humanos no te ha servido de nada para olvidarlo, ¿o sí?

No, no le había servido. Pero a pesar de lo desbocado de su corazón, logró responder con voz tranquila:

—Connor, no voy a salir contigo. Danika ya es bastante mandona. No necesito otro lobo, sobre todo si es un lobo macho, intentando controlar mi vida. No necesito más vanir metiéndose en mis asuntos.

Los ojos dorados de Connor se opacaron.

—Yo no soy tu padre.

No se refería a Randall.

Se apartó con brusquedad del mueble y se dirigió hacia él. Y hacia la puerta del departamento más allá. Iba a llegar tarde.

—Eso no tiene nada que ver con esto… contigo. Mi respuesta es no.

Connor no se movió y ella se detuvo a unos cuantos centímetros de distancia. Incluso con los zapatos de tacón, y a pesar de que ella era un poco más alta que el promedio, él era mucho más alto. Dominaba todo el espacio a su alrededor sólo con respirar.

Como cualquier alfadejo lo haría. Igual a lo que su padre hada había hecho a Ember Quinlan cuando ella tenía diecinueve años; cuando la persiguió, la sedujo, trató de conservarla y se adentró tanto en territorio posesivo, que al momento de enterarse de que estaba embarazada de su hijo, de Bryce, Ember corrió antes de que él lo supiera y la encerrara en su villa de CiRo hasta que fuera demasiado vieja como para seguirle interesando.

Lo cual era algo que Bryce no se permitía considerar. No hasta después de salir del consultorio de la medibruja con los resultados de las pruebas sanguíneas que establecerían si se parecía a su padre hada en más que el cabello rojo y las orejas puntiagudas.

Algún día tendría que enterrar a su madre. Enterrar a Randall también. Eso era más que predecible para un humano. Pero el hecho de que ella viviría por unos cuantos siglos, sólo con fotografías y videos para recordar sus voces y sus rostros, hacía que se le anudara el estómago.

Debió beber otro trago de ginebra.

Connor permaneció inmóvil en la puerta.

—Una cita no me va a provocar una rabieta territorial. Ni siquiera tiene que ser una cita. Sólo… pizza —terminó de decir viendo las cajas apiladas.

—Tú y yo salimos bastante.

Así era, en las noches que Danika debía reunirse con Sabine o con los otros comandantes del Aux, él con frecuencia llevaba comida o se veía con ella en alguno de los muchos restaurantes de la manzana donde vivían.

—Si eso no es una cita, ¿entonces cómo sería diferente? —preguntó ella.

—Sería un ensayo. Un ensayo para una cita —dijo Connor entre dientes.

Ella arqueó la ceja.

—¿Una cita para decidir si quiero salir contigo en una cita?

—Eres imposible —respondió él y dejó de recargarse en el marco de la puerta—. Luego nos vemos.

Sonriendo, salió detrás de él de la cocina y casi sintió dolor por el volumen demasiado alto de la televisión que los lobos veían con mucha, mucha atención.

Incluso Danika estaba consciente que había límites respecto a cuánto podía presionar a Connor sin que hubiera consecuencias serias.

Por un instante, Bryce dudó si debía tomar al Segundo del rango por el hombro para explicarle que le iría mejor si buscaba una loba linda y dulce que quisiera tener una camada de cachorros, y que él en realidad no quería estar con alguien tan jodido de tantas maneras, alguien a quien todavía le gustaba salir de fiesta hasta lograr un estado similar al de los estudiantes de la UCM que vomitaban en el callejón, y que no estaba del todo segura de que pudiera amar a alguien, no cuando Danika era lo único que en realidad necesitaba de cualquier manera.

Pero no tomó a Connor del hombro y, para cuando Bryce recogió sus llaves del tazón junto a la puerta, él ya estaba echado en el sillón, de nuevo en su lugar, y miraba atento la pantalla.

—Adiós —dijo Bryce a nadie en particular.

Danika la miró a los ojos desde el otro lado de la habitación, con precaución pero ligeramente divertida. Le guiñó.

—Préndete, perra.

—Préndete, pendeja —contestó Bryce. La frase se deslizó de su lengua con la facilidad que le daban los años de uso.

Pero fue el «te amo» que agregó Danika cuando Bryce salía al pasillo sucio lo que la hizo dudar con la mano en la perilla.

Le había tomado a Danika unos cuantos años decir esas palabras y hasta la fecha las usaba pocas veces. Danika había odiado la primera vez que Bryce se las dijo, incluso cuando Bryce le explicó que había pasado la mayor parte de su vida diciéndolo en caso de que fuera la última vez. En caso de que no pudiera decir adiós a las personas que le importaban más. Y tuvieron que vivir una de sus aventuras más jodidas —una motocicleta destrozada y pistolas apuntándoles a la cabeza— para que Danika pronunciara las palabras, pero al menos ahora las decía. A veces.

El asunto de Briggs era lo de menos. Tal vez Sabine había hecho pedazos a Danika.

Los tacones de Bryce sonaban con fuerza en el piso de loseta desgastada mientras avanzaba hacia las escaleras al final del pasillo. Quizá debería cancelar la cita con Reid. Podría ir por unos contenedores de helado a la tienda de la esquina y acurrucarse en la cama con Danika mientras veían sus comedias absurdas favoritas.

Podría llamar a Fury para que le hiciera una visita a Sabine.

Pero… nunca le pediría eso a Fury. Fury mantenía su mierda profesional fuera de sus vidas y ellas sabían que no debían hacer demasiadas preguntas. Sólo Juniper podía hacerlo.

Para ser honesta, no tenía sentido que fueran amigas: la futura Alfa de todos los lobos, una asesina al servicio de clientes adinerados que estaban en guerra al otro lado del mar, una bailarina por demás talentosa, la única fauna que había pisado el escenario del Ballet de Ciudad Medialuna y… ella.

Bryce Quinlan. Asistente de hechicera. Aspirante, con el cuerpo equivocado, a bailarina. Pareja crónica de hombres humanos frágiles y vanidosos que no tenían idea de qué hacer con ella. Eso sin contar que tampoco sabían qué hacer con Danika si alguna vez avanzaban lo suficiente en el reto de las citas.

Bryce bajó las escaleras haciendo ruido y con el ceño fruncido ante el efecto creado por una de las esferas de luzprístina: hacía que la pintura gris y descascarada luciera con relieve parpadeante. El casero ahorraba lo más posible con la luzprístina, tal vez porque la robaba de la red en vez de pagarle a la ciudad por ella como todos los demás.

Todo en este edificio de departamentos era una mierda, para ser honestos.

Danika podía pagar algo mejor. Bryce ciertamente no podía. Y Danika la conocía lo bastante bien como para ni siquiera sugerir que ella sola pagara un departamento lujoso en los rascacielos a la orilla del río o en el DCN para las dos. Así que después de la graduación, sólo buscaron lugares que Bryce podía pagar con su salario y este agujero de mierda en particular fue el menos miserable de todos.

A veces, Bryce deseaba haber aceptado el dinero de su monstruoso padre; deseaba no haber decidido desarrollar una especie de moral en el momento exacto en que el patán le había ofrecido montañas de marcos de oro a cambio de su eterno silencio sobre él. Al menos si hubiera aceptado estaría ahora tumbada al lado de una terraza con piscina en la parte superior de un edificio, admirando ángeles aceitados caminando por ahí, y no estaría evadiendo al conserje lujurioso de su edificio que le miraba fijamente el pecho cada vez que se quejaba porque el ducto de la basura estaba tapado de nuevo.

La puerta de cristal al fondo de las escaleras conducía a la calle oscurecida por la noche, llena de turistas, personas celebrando y residentes con cara de sueño intentando regresar a casa entre la multitud después de un largo y caluroso día de verano. Un draki ataviado con traje y corbata pasó apresurado, con una maleta de mensajero rebotando en su cadera mientras esquivaba a una familia de metamorfos con aspecto equino —tal vez caballos, a juzgar por sus olor sugerente a cielos despejados y praderas verdes—, tan ocupados tomando fotografías de todo que no se daban cuenta si alguien quería llegar a otra parte.

En la esquina, una pareja de malakim aburridos vestidos con la armadura negra de la 33ª mantenía sus alas muy pegadas a sus poderosos cuerpos, sin duda para evitar que algún trabajador apresurado o un idiota borracho las tocara. Tocar las alas de un ángel sin permiso podía significar, mínimo, la pérdida de una mano.

Bryce cerró con firmeza la puerta de cristal y disfrutó el enjambre de sensaciones que era esta ciudad antigua y vibrante: el calor seco del verano que amenazaba con hornearla hasta los huesos; el sonido de las bocinas de los automóviles que cortaba la música proveniente de los salones de fiestas; el viento del río Istros, a tres cuadras de distancia, moviendo las palmeras y cipreses; el toque de sal en el aire por el cercano mar color turquesa; el perfume seductor y suave como la noche de la enredadera de jazmín envuelta en la cerca de hierro del parque; el olor penetrante de vómito, orina y cerveza rancia; el atrayente aroma de las especias ahumadas que cubrían el cordero asado en la carreta del vendedor de la esquina… Percibió todo en forma de un beso que la despertó.

Intentó no romperse los tobillos con las piedras del camino e inhaló lo que Ciudad Medialuna tenía que ofrecerle, lo bebió profundamente y desapareció por las calles repletas de gente.