Hunt comía porque su cuerpo lo exigía, dormía porque no había otra cosa que hacer y veía la pantalla de la televisión en el pasillo al otro lado de los barrotes de su celda porque él se había buscado esto junto con Vik y Justinian, y no había manera de deshacerlo.
Micah había dejado el cuerpo de Justinian crucificado y estaría ahí colgado siete días completos antes de que lo bajaran del crucifijo y luego lo tirarían al Istros. No habría Travesías para los traidores. Sólo los estómagos de las bestias del río.
La caja de Viktoria ya había sido lanzada a la fosa Melinoë.
Pensar en ella atrapada en el fondo del mar, el sitio más profundo de Midgard, nada salvo oscuridad y silencio en ese espacio tan, tan reducido…
Hunt había tenido sueños de su sufrimiento que lo habían llevado a vomitar todo lo que tenía en el estómago.
Y luego empezó la comezón. Profunda en su espalda, le quemaba por el marco que empezaba a crecer, picaba y picaba y picaba. Sus alas incipientes seguían adoloridas y rascarlas resultaba en un dolor que casi lo cegaba, y con el paso de las horas, cada nuevo crecimiento lo obligaba a apretar la mandíbula.
Un desperdicio, le dijo en silencio a su cuerpo. Un puto desperdicio volver a crecer sus alas si estaba a horas o días de una ejecución.
No había tenido visitas desde Isaiah hacía seis días. Había medido el tiempo viendo la luz en el atrio de la transmisión de la televisión.
Ni una palabra de Bryce. No que se atreviera a tener esperanza de que encontrara la manera de verlo, aunque fuera sólo para permitirle arrodillarse para suplicarle que lo perdonara. Para decirle lo que tenía que decir.
Tal vez Micah lo dejaría pudrirse aquí abajo. Lo dejaría enloquecer como Vik, enterrado debajo de la superficie, incapaz de volar, sin sentir el aire fresco en su cara.
Escuchó la puerta al fondo del pasillo. Hunt parpadeó y espabiló de su silencio. Incluso sus miserables alas que picaban detuvieron su tortura.
El aroma femenino que le llegó un instante después no era el de Bryce.
Era un aroma que conocía igual de bien, que no olvidaría en toda su vida. Un aroma que lo atormentaba en sus pesadillas, que animaba su rabia para convertirla en algo que le hacía imposible pensar.
La arcángel del noroeste de Pangera sonrió cuando apareció frente a su celda. Nunca se acostumbraría: lo mucho que se parecía a Shahar.
—Esto me resulta familiar —dijo Sandriel.
Su voz era suave, hermosa. Como una melodía. Su rostro también.
Y sin embargo sus ojos, del color de tierra recién arada, la delataban. Eran afilados, perfeccionados a lo largo de milenios de crueldad y poder casi sin límites. Ojos que se deleitaban ante el dolor y el derramamiento de sangre y la desesperanza. Esa siempre había sido la diferencia entre ella y Shahar, sus ojos. Calidez en una; muerte en la otra.
—Supe que querías matarme, Hunt —dijo la arcángel y cruzó sus brazos delgados. Chasqueó la lengua—. ¿Ya estamos otra vez con ese viejo juego?
Él no dijo nada. Se quedó sentado en su catre y le sostuvo la mirada.
—Sabes, cuando te confiscaron tus bienes, encontraron algunas cosas interesantes que Micah tuvo la amabilidad de compartirme —sacó un objeto de su bolsillo. Su teléfono—. Esto en particular.
Ella movió una mano y la pantalla de su teléfono apareció en la televisión a sus espaldas. Su conexión inalámbrica mostraba cada movimiento de sus dedos en las diversas aplicaciones.
—Tu correo, por supuesto, aburridísimo. ¿Nunca borras las cosas? —no esperó a que él le respondiera. Continuó—: Pero tus mensajes de texto… —curvó los labios y abrió la cadena más reciente.
Bryce había cambiado el nombre de su contacto una última vez, por lo visto.
Bryce piensa que Hunt es el mejor había escrito:
Sé que no vas a ver esto. Ni siquiera sé por qué te estoy escribiendo.
Había enviado otro mensaje un minuto después, Solo… Luego otra pausa. No importa. Quien sea que esté leyendo esto, no importa. Ignoren esto.
Luego nada. Su mente se quedó en blanco.
—¿Y sabes qué es lo que me parece absolutamente fascinante? —dijo Sandriel mientras se salía de los mensajes e iba a las fotografías—. Éstas —rio—. Mira todo esto. ¿Quién diría que podías actuar de manera tan… común?
Presionó el botón de la función de presentación. Hunt se quedó sentado al ver las fotografías que iban apareciendo en la pantalla.
Nunca las había visto todas. Las fotografías que él y Bryce habían tomado en esas semanas.
Ahí estaba, bebiendo cerveza en su sillón, acariciando a Syrinx y viendo un partido de solbol.
Ahí estaba, haciéndole el desayuno porque disfrutaba sabiendo que podía cuidarla así. Ella le había tomado otra fotografía trabajando en la cocina: de su trasero. Con su propia mano haciendo una señal de pulgares arriba.
Él habría reído, tal vez podría haber sonreído, si la siguiente fotografía no hubiera aparecido. Una foto que él había tomado en esta ocasión, de ella a media oración.
Luego una de los dos en la calle, Hunt con aspecto obviamente molesto porque le estaba tomando una fotografía mientras ella sonreía orgullosa.
La fotografía que le había tomado, sucia y empapada junto a la alcantarilla, furiosa.
Una fotografía de Syrinx dormido de espaldas con las patas abiertas. Una fotografía de Lehabah en la biblioteca, posando como chica de calendario en su pequeño diván. Luego una fotografía que había tomado del río al atardecer cuando iba volando. Una fotografía de la espalda tatuada de Bryce en el espejo del baño mientras ella le guiñaba por encima del hombro, provocadora. Una fotografía que había tomado de una nutria con su chaleco amarillo, luego una que había logrado capturar un segundo después de la cara deleitada de Bryce.
No escuchó lo que Sandriel estaba diciendo.
Las fotografías habían empezado como una broma, pero se habían convertido en algo real. Agradable. Había más de los dos juntos. Y más fotografías que Hunt había tomado. De la comida que habían comido, grafiti interesante en los callejones, de nubes y cosas que él normalmente no se molestaba en notar pero que de pronto había querido capturar. Y luego unas en las que él veía a la cámara y sonreía.
Unas donde la cara de Bryce parecía brillar más, su sonrisa más suave.
Las fechas se fueron acercando al presente. Ahí estaban, en su sillón, ella con la cabeza en su hombro, sonriendo de oreja a oreja mientras él ponía los ojos en blanco. Pero la estaba abrazando. Sus dedos estaban enredados en su cabello. Luego una fotografía que él le había tomado con la gorra de solbol. Luego una mezcla ridícula que había tomado de Jelly Jubilee y Peaches and Dreams y Princess Creampuff en su cama. Posando en su vestidor. En su baño.
Y luego otras junto al río otra vez. Tenía un vago recuerdo de ella pidiéndole a un turista que les sacara algunas. Una por una, las diferentes fotografías fueron apareciendo.
Primero, una fotografía con Bryce todavía hablando y él haciendo muecas.
Luego una de ella sonriendo y Hunt mirándola.
La tercera era de ella todavía sonriendo… y Hunt todavía mirándola. Como si fuera la única persona en el planeta. En la galaxia.
Su corazón latió con fuerza. En las siguientes fotografías, ella estaba volteando a verlo. Se veían a los ojos. Su sonrisa había titubeado.
Como si se estuviera dando cuenta de cómo la estaba viendo él.
En la siguiente estaba sonriendo al piso, él todavía la miraba. Una sonrisa secreta y suave. Como si ella supiera y no le importara para nada.
Y luego en la última, ella tenía la cabeza recargada contra su pecho y lo abrazaba de la cintura. Él tenía su brazo y ala alrededor de ella. Y ambos habían sonreído.
Sonrisas auténticas y amplias. Pertenecientes a la gente que podrían haber sido sin el tatuaje en su frente y el dolor en su corazón y todo este estúpido puto mundo a su alrededor.
Una vida. Éstas eran las fotografías de alguien con una vida feliz. Un recordatorio de cómo se había sentido tener un hogar y alguien a quien le importaba si él vivía o moría. Alguien que lo había hecho sonreír sólo por entrar a una habitación.
Él nunca lo había tenido. Con nadie.
La pantalla se oscureció y luego volvió a mostrar las fotografías.
Y lo pudo ver esta vez. Cómo sus ojos habían estado tan fríos al principio. Cómo incluso en sus fotografías y poses ridículas, esa sonrisa no le llegaba a la mirada. Pero con cada foto, iba entrando luz a sus ojos. Los iba haciendo más brillantes. También los de él. Hasta esas últimas fotos. Donde Bryce casi brillaba de dicha.
Ella era lo más hermoso que él había visto jamás.
Sandriel estaba sonriendo como gato.
—¿De verdad eso era lo que querías al final, Hunt? —hizo un ademán hacia las fotos, hacia la cara sonriente de Bryce—. ¿Ser libre un día, casarte con la chica y vivir una vida ordinaria y básica? —rio—. ¿Qué diría Shahar?
El nombre no le hizo efecto. Y la culpa que él pensaba que lo desgarraría ni siquiera se hizo presente.
Los labios carnosos de Sandriel formaron una sonrisa, una burla de la de su gemela.
—Deseos tan simples y dulces, Hunt. Pero así no resultan estas cosas. No para la gente como tú.
Él sintió que el estómago se le hacía un nudo. Las fotografías eran tortura, se dio cuenta. Para recordarle la vida que podría haber tenido. Lo que había probado la otra noche en el sillón con Bryce. Lo que había tirado a la basura.
—Sabes —dijo Sandriel—, si hubieras continuado en tu papel de perro obediente, Micah hubiera solicitado tu libertad —las palabras lo golpearon—. Pero no podías ser paciente. No podías ser inteligente. No podías elegir esto —señaló hacia las fotografías— por encima de tu propia venganza patética —otra sonrisa de serpiente—. Así que aquí estamos. Aquí estás —estudió una fotografía que Hunt había tomado de Bryce con Syrinx, los dientes de la quimera parecían sonreír—. Es probable que esa chica llore un rato. Pero luego te olvidará y encontrará a alguien más. Tal vez haya un hombre hada que pueda soportar a una pareja inferior.
Los sentidos de Hunt empezaron a despertar y su temperamento se agitó.
Sandriel se encogió de hombros.
—O terminará en un basurero con los demás mestizos.
Él enroscó los dedos para formar puños. No había tono de amenaza en las palabras de Sandriel. Sólo la terrible practicidad de cómo trataba este mundo a la gente como Bryce.
—El punto es —continuó Sandriel— que ella seguirá adelante. Y tú y yo seguiremos adelante, Hunt.
Al fin, al fin, él apartó la mirada de Bryce y las fotos de la vida, del hogar que habían formado. La vida que él desesperada y estúpidamente todavía quería. Sus alas empezaron a picarle de nuevo.
—Qué.
La sonrisa de Sandriel se pronunció.
—¿No te lo dijeron?
Lo invadió el terror al ver su teléfono en sus manos. Cuando se dio cuenta de por qué lo habían dejado vivir y por qué le habían permitido a Sandriel llevarse sus pertenencias.
Eran de ella ahora.
Bryce entró al bar casi vacío justo después de las once. La falta de una presencia masculina malhumorada cuidándole las espaldas se sentía como un miembro fantasma, pero ella no le hizo caso y se obligó a olvidarlo al ver a Ruhn sentado en la barra, bebiendo su whisky.
Sólo Flynn estaba con él, pero estaba muy ocupado seduciendo a la mujer que jugaba billar con él para dedicarle a Bryce algo más que un movimiento de cabeza receloso y con lástima. Ella no le hizo caso y se sentó junto a Ruhn. Su vestido rechinó contra el cuero.
—Hola.
Ruhn la miró de lado.
—Hola.
El cantinero se acercó y arqueó las cejas a modo de pregunta silenciosa. Bryce negó con la cabeza. No planeaba quedarse a beber, ni agua ni nada. Quería que esto terminara lo más pronto posible para regresar a su casa, quitarse el sostén y ponerse sus pants.
Bryce dijo:
—Quería venir a agradecerte —Ruhn se le quedó mirando. Ella vio el partido de solbol en la televisión sobre la barra—. Por el otro día. Noche. Por cuidarme.
Ruhn miró hacia el techo.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Estoy revisando si se va a caer el cielo porque me estás agradeciendo algo.
Ella le dio un empujón en el hombro.
—Idiota.
—Podrías haber hablado o enviado un mensaje —dijo Ruhn y dio un sorbo a su whisky.
—Pensé que sería más adulto hacerlo cara a cara.
Su hermano la miró con cuidado.
—¿Cómo estás?
—He estado mejor —admitió ella—. Me siento como una verdadera idiota.
—No lo eres.
—¿Ah, no? Media docena de personas me advirtieron, incluido tú, que fuera cuidadosa con Hunt y me reí en todas sus caras —exhaló—. Debí haberlo anticipado.
—En tu defensa, yo no pensaba que Athalar siguiera siendo tan despiadado —le brillaron los ojos azules brillaron—. Pensé que sus prioridades se habían modificado.
Ella le hizo una cara molesta.
—Sí, tú y nuestro querido papá.
—¿Te visitó?
—Sí. Me dijo que era una mierda igual que él. De tal padre, tal hija. Que lo mismo llama a lo mismo o algo así.
—No te pareces nada a él.
—No le mientas a una mentirosa, Ruhn —dio unos golpes en la barra—. De cualquier manera, eso fue lo que vine a decir —notó la Espadastral que colgaba a su lado, su empuñadura negra no reflejaba las lucesprístinas de la habitación—. ¿Estás de guardia esta noche?
—No hasta la media noche.
Con su metabolismo hada el whisky estaría fuera de su sistema mucho antes.
—Bueno… buena suerte.
Se bajó del taburete, pero Ruhn la detuvo con una mano en su codo.
—Voy a invitar a algunas personas a mi casa en un par de semanas a ver el partido de solbol. ¿Por qué no vienes?
—Paso.
—Ven sólo para el primer periodo. Si no es lo tuyo, no hay problema. Puedes irte cuando quieras.
Ella estudió su cara y sopesó la oferta que le estaba haciendo con la mano extendida.
—¿Por qué? —preguntó en voz baja—. ¿Por qué seguirme molestando?
—¿Por qué seguirme alejando, Bryce? —su voz se sintió tensa—. No fue sólo sobre esa pelea.
Ella tragó saliva y le molestó la garganta.
—Eras mi mejor amigo —dijo—. Antes de Danika, tú eras mi mejor amigo. Y yo… No importa ya —se dio cuenta entonces de que la verdad no importaba, que no se permitiría que importara. Se encogió de hombros, como si eso ayudara a aligerar el peso que le aplastaba el pecho—. Tal vez podamos volver a empezar. Pero sólo como un periodo de prueba.
Ruhn empezó a sonreír.
—¿Entonces vendrás a ver el partido?
—Se suponía que Juniper iría a casa ese día, pero veré si quiere ir —los ojos de Ruhn brillaron como estrellas pero Bryce interrumpió—. No prometo nada.
Él seguía sonriendo cuando ella se volvió a parar del taburete.
—Te guardaré un lugar.