Los rayos dorados del amanecer sacaron a Bryce de su sueño. Las mantas estaban cálidas y la cama suave, y Syrinx seguía roncando…
Estaba en su recámara. En su cama.
Se sentó y el movimiento despertó a Syrinx, que aulló para demostrar su molestia y se metió más dentro de las mantas, no sin antes patearla en las costillas con las patas traseras.
Bryce lo dejó ahí y, en cuestión de segundos, salió de la cama y de su recámara. Hunt debió haberla movido en algún momento. No había estado en condiciones para hacerlo y si, por alguna razón, lo habían obligado a salir de nuevo…
Suspiró al ver el ala gris sobre la cama de la recámara de visitas. La piel dorada de la espalda musculosa. Subiendo y bajando. Todavía dormido.
Gracias a los dioses. Se frotó la cara con las manos porque sabía que no tenía caso intentar volver a dormir y se dirigió a la cocina a hacer café. Necesitaba una taza de café fuerte y luego salir a correr. Permitió que la memoria muscular tomara el control y, mientras la cafetera hacía sus zumbidos y traqueteos, tomó el teléfono del mueble.
Casi todos sus avisos eran de mensajes de Ruhn. Los leyó todos dos veces.
Él habría dejado cualquier cosa que estuviera haciendo para venir a verla. Habría mandado a sus amigos a buscar a Hunt. Lo habría hecho sin cuestionarlo. Ella lo sabía, aunque se había obligado a olvidarlo.
Sabía por qué, también. Había estado muy consciente de que su reacción a la discusión con Ruhn de años atrás había sido justificada pero exagerada. Él había intentado disculparse y ella sólo lo había utilizado en su contra. Y él debía haberse sentido culpable y nunca le cuestionó por qué lo había sacado de su vida. Él nunca se había dado cuenta de que no había sido sólo una ofensa leve la que la había obligado a sacarlo, sino miedo. Terror absoluto.
Él la había lastimado y le asustaba mucho que él tuviera tal poder. Que ella quisiera tanto de él, se había imaginado tantas cosas con su hermano, aventuras y días festivos y momentos ordinarios, y que él tuviera la capacidad de arrebatarle todo eso.
Los pulgares de Bryce se quedaron inmóviles sobre el teclado de su teléfono, como si estuvieran buscando las palabras indicadas. Gracias, sería bueno. O siquiera Te llamo después sería suficiente, porque tal vez debía pronunciar esas palabras en voz alta.
Pero dejó los dedos inmóviles sobre el teléfono, las palabras esquivas y escurridizas.
Así que las dejó escapar y se concentró en el otro mensaje que había recibido: de Juniper.
Madame Kyrah me dijo que nunca fuiste a su clase. ¿Qué demonios, Bryce? Tuve que rogarle que te guardara el lugar. Estaba muy enojada.
Bryce apretó los dientes. Respondió, Perdón. Dile que estoy trabajando en algo con el gobernador y que me llamaron.
Bryce dejó el teléfono y se dirigió a la cafetera. El teléfono vibró un segundo después. Juniper seguro iba de camino a su ensayo matutino.
Esta mujer no acepta excusas. Me costó mucho trabajo empezar a agradarle, Bryce.
June estaba enojada si le decía Bryce en vez de B.
Bryce le contestó, Lo siento, ¿está bien? Te dije que tal vez. No debías haberle dicho que era seguro.
Juniper respondió, Como sea. Tengo que irme.
Bryce exhaló y se obligó a aflojar los dedos que tenía apretados alrededor del teléfono. Tomó la taza de café caliente entre sus dos manos.
—Hola.
Se dio la vuelta y vio a Hunt con la cadera apoyada en la isla de mármol. Para ser alguien tan musculoso y alado, el ángel era sigiloso, debía admitirlo. Se había puesto una camisa y pantalones pero todavía estaba despeinado.
Ella carraspeó y las rodillas se le doblaron un poco.
—¿Cómo te sientes?
—Bien.
La palabra no era agresiva, sólo indicaba una resignación silenciosa y la petición de no insistir. Así que Bryce sacó otra taza, la puso en la cafetera y presionó los botones para que preparara otra taza.
La mirada de Hunt le recorrió todo el cuerpo como si la estuviera tocando físicamente. Ella se vio y se dio cuenta de por qué.
—Perdón, tomé una de tus camisetas —dijo mientras arrugaba la tela blanca en su mano. Dioses, no tenía ropa interior. ¿Él lo sabía?
Él bajó la mirada a sus piernas desnudas y sus ojos se ensombrecieron. Por supuesto que sabía.
Hunt se separó de la isla para acercarse y Bryce se preparó. No sabía para qué, pero…
Él sólo pasó a su lado. Directo al refrigerador, de donde sacó huevos y el trozo de tocino.
—Aunque puede sonar a cliché de un alfadejo —dijo sin verla mientras ponía la sartén sobre la estufa—. Me gusta verte con mi camiseta.
—Total cliché de alfadejo —dijo ella pero enroscó los dedos de sus pies sobre el piso de madera clara.
Hunt rompió los huevos en un tazón.
—Siempre parecemos terminar en la cocina.
—No me importa —dijo Bryce dando un sorbo a su café— siempre y cuando estés cocinando.
Hunt resopló y luego se quedó inmóvil.
—Gracias —dijo en voz baja—. Por lo que hiciste.
—Ni lo menciones —le dijo ella y dio otro sorbo al café.
Recordó entonces el que le había preparado a él y tomó la taza que ya estaba llena.
Hunt volteó de la estufa cuando ella le pasó el café. Miró la taza y luego su cara.
Y cuando su mano grande tomó la taza, se inclinó hacia ella y llenó el espacio que los separaba. Le rozó la mejilla con la boca. Breve, suave y dulce.
—Gracias —repitió y se volvió a alejar para devolver la atención a la estufa.
Como si no pudiera notar que ella no podía mover un solo músculo, no podía encontrar ni una sola palabra.
Las ganas de tomarlo entre sus manos, de acercar su cara a la de ella y probar todas las partes de su cuerpo casi la cegaron. Los dedos le temblaban y casi podía sentir esos músculos duros debajo de ellos.
Él tenía un amor perdido de hacía muchos años por el cual seguía sufriendo. Y ella llevaba mucho tiempo sin tener sexo. Por las tetas de Cthona, habían pasado semanas desde ese encuentro casual con el metamorfo de león en el baño del Cuervo. Y con Hunt ahí, no se había atrevido a abrir su buró para encargarse de las cosas por su propia mano.
Sigue tratando de convencerte de eso, dijo una pequeña voz.
Los músculos de la espalda de Hunt se tensaron. Sus manos dejaron de hacer lo que hacían.
Carajo, él podía oler ese tipo de cosas, ¿no? La mayoría de los vanir podían hacerlo. Los cambios en el aroma de una persona: miedo y excitación eran dos de los más importantes.
Él era el Umbra Mortis. Fuera de su alcance de diez millones de maneras. Y el Umbra Mortis no salía con mujeres… no, con él sería todo o nada.
Hunt preguntó con voz rasposa:
—¿En qué estás pensando?
No volteó de la estufa.
En ti. Como una pinche idiota, estoy pensando en ti.
—Hay una venta de muestras en una de las tiendas de diseñador esta tarde —mintió.
Hunt volteó a verla por encima del hombro. Carajo, tenía la mirada ensombrecida.
—¿Ah, sí?
¿Eso fue un ronroneo en su voz?
No pudo evitar dar un paso atrás y chocó con la isla de la cocina.
—Sí —alcanzó a decir pero no pudo apartar la mirada.
Los ojos de Hunt se ensombrecieron aún más. No dijo nada.
No podía respirar bien con esa mirada sobre ella. Esa mirada que le decía que podía oler todo lo que estaba pasando en su cuerpo.
Sus pezones se endurecieron bajo esa mirada.
Hunt se quedó tan quieto que era sobrenatural. Bajó la mirada. Vio sus senos. Los muslos que ahora tenía apretados, como si eso fuera a detener la pulsación que empezaba a torturarla entre ellos.
El rostro de Hunt adquirió un aspecto animal. Un gato montés listo para atacar.
—No sabía que la venta de ropa te excitaba tanto, Quinlan.
A ella casi se le escapó un gemido. Se obligó a permanecer quieta.
—Los pequeños placeres de la vida, Athalar.
—¿En eso piensas cuando abres el buró izquierdo en las noches? ¿En ventas de ropa?
La estaba viendo de frente ahora. Ella no se atrevió a bajar la mirada.
—Sí —exhaló ella—. Toda esa ropa, por todo mi cuerpo.
No tenía idea de qué carajos estaba diciendo.
¿Cómo era posible que todo el aire del departamento, de la ciudad, hubiera desaparecido?
—Tal vez deberías comprar ropa interior nueva —murmuró él con un gesto hacia sus piernas desnudas—. Parece que ya no tienes.
Ella no pudo detenerlo… la imagen que arrasó con sus sentidos: Hunt poniendo esas manos grandes en su cintura y levantándola hacia el mueble que estaba presionando su espalda, luego levantándole la camiseta, su camiseta, de hecho, por arriba de la cintura y abriéndole las piernas. Metiéndole la lengua y luego el pene, hasta que ella terminara llorando de placer, gritando, no le importaba siempre y cuando la estuviera tocando, estuviera dentro de ella…
—Quinlan.
Él parecía estar temblando ahora. Como si lo único que lo estuviera manteniendo bajo control fuera un hilo delgado de pura fuerza de voluntad. Como si hubiera visto la misma imagen ardiente y sólo estuviera esperando que ella asintiera.
Eso complicaría todo. La investigación, lo que él sentía por Shahar, su propia vida…
A la mierda con todo. Lo resolverían después. Lo…
El espacio se llenó de humo. Humo molesto y picante.
—Carajo —gritó Hunt y se dio la vuelta para quitar el huevo que había dejado sobre la estufa.
Como si se hubiera acabado el hechizo de una bruja, Bryce parpadeó y el calor abrasador desapareció. Dioses. Anoche Hunt seguro se había sentido muy voluble, y las emociones de ella eran de por sí un lío en un buen día y…
—Tengo que vestirme para el trabajo —logró decir y salió rápido hacia su recámara antes de que él apartara su atención del desayuno quemado.
Había perdido la cabeza, se dijo en la regadera, en el baño, en la caminata demasiado silenciosa con Syrinx al trabajo, mientras Hunt sobrevolaba por lo alto. Mantenía su distancia. Como si él se hubiera dando cuenta de lo mismo.
Si dejas entrar a alguien, si le das el poder de lastimarte, lo terminarán haciendo.
No podía hacerlo. No podía soportarlo.
Bryce ya se había resignado para cuando llegó a la galería. Levantó la vista y vio que Hunt ya estaba descendiendo y Syrinx ladró feliz ante el prospecto de pasar el día en un espacio cerrado con él y sólo Lehabah como distractor…
Gracias a la puta Urd, su teléfono sonó en cuanto abrió la puerta de la galería. Pero no era Ruhn llamando para ver cómo estaba, ni Juniper para gritarle por no haber ido a la clase de baile.
—Jesiba.
La hechicera no se molestó en ser amable.
—Abre la puerta trasera. Ahora.
—Oh, es horrible, BB —susurró Lehabah en la oscuridad de la biblioteca—. Es horrible.
Bryce levantó la vista al enorme acuario poco iluminado y sintió escalofrío en los brazos al ver la más reciente adquisición que estaba explorando su entorno. Hunt se cruzó de brazos y se asomó a la oscuridad. Toda idea de desnudarse con él había desaparecido hacía una hora.
Una mano oscura y con escamas chocó contra el vidrio grueso y las garras de marfil rasguñaron la superficie. Bryce tragó saliva.
—Quiero saber en dónde encontraron un nøkk en estas aguas.
Por lo que sabía, sólo existían en los mares helados del norte y sobre todo en Pangera.
—Prefiero al kelpie —dijo Lehabah en voz baja y se escondió detrás de su pequeño diván. Su flama se volvió amarilla y temblorosa.
Como si el nøkk las hubiera escuchado, se detuvo frente al vidrio y sonrió.
Medía más de dos metros y medio y bien podría ser el hermano gemelo infernal de un mer macho. Pero en vez de tener facciones humanoides, el nøkk tenía la mandíbula inferior saliente con una boca demasiado ancha y sin labios llena de dientes como agujas. Sus ojos demasiado grandes eran lechosos, como algunos peces de las profundidades. Su cola era casi toda translúcida, huesuda y afilada, y encima de ella surgía un torso retorcido y musculoso.
No tenía pelo en el pecho ni en la cabeza y sus manos de cuatro dedos terminaban en garras como puñales.
El acuario abarcaba una de las alas de la biblioteca, así que no había manera de escapar a su presencia, a menos que el nøkk se ocultara en el conjunto de rocas oscuras del fondo. La criatura arrastró las garras por el vidrio de nuevo. El SPQM tatuado en su muñeca gris verdosa brillaba con un blanco contrastante.
Bryce se llevó el teléfono al oído. Jesiba respondió al primer timbrazo.
—¿Sí?
—Tenemos un problema.
—¿Con el contrato Korsaki? —preguntó Jesiba en voz baja, como si no quisiera que la escucharan.
—No —dijo Bryce con gesto molesto hacia el nøkk—. El monstruo del acuario debe irse.
—Estoy en una junta.
—Lehabah está aterrada.
El aire era letal para los nøkks… si quedaban expuestos a él más de unos segundos, sus órganos vitales empezaban a apagarse y su piel a pelarse como si se hubieran quemado. Pero de todas maneras Bryce subió por la pequeña escalera a la derecha del tanque para asegurarse de que la puerta para alimentación de la rejilla sobre el agua estuviera bien cerrada. La puerta en sí era una plataforma cuadrada que podía elevarse y bajarse al agua, se operaba desde un panel de controles en la parte trasera del espacio sobre el tanque y Bryce revisó tres veces que la maquinaria estuviera completamente apagada.
Cuando regresó a la biblioteca, vio a Lehabah hecha un ovillo detrás de un libro con su llama parpadeante amarilla.
Lehabah susurró desde su diván:
—Es una criatura odiosa y horrible.
Bryce la calló.
—¿No se lo puedes regalar a algún macho perdedor en Pangera?
—Voy a colgar.
—Pero él…
La llamada se cortó. Bryce se dejó caer en su silla frente a la mesa.
—Ahora se lo va a quedar para siempre —le dijo a la duendecilla.
—¿Qué le vas a dar de comer? —preguntó Hunt mientras el nøkk volvía a poner a prueba la pared de vidrio, sintiéndola con esas manos terribles.
—Le encantan los humanos —murmuró Lehabah—. Arrastran a los nadadores de la superficie de los estanques y lagos y los ahogan, luego se comen el cadáver despacio a lo largo de días y días…
—Res —dijo Bryce y sintió que el estómago se le revolvía al mirar la pequeña puerta de acceso a la escalera hacia la parte superior del acuario—. Comerá unos trozos de carne de res al día.
Lehabah se ocultó más.
—¿No podemos poner una cortina?
—Jesiba la arrancaría.
Hunt sugirió:
—Podría hacer una torre de libros en la mesa, bloquearlo de tu vista.
—Él seguiría sabiendo dónde estoy —dijo Lehabah con un mohín a Bryce—. No puedo dormir con él aquí.
Bryce suspiró.
—¿Qué tal si finges que es un príncipe encantado o algo?
La duendecilla señaló el tanque. Al nøkk que flotaba en el agua moviendo la cola con fuerza. Sonriéndoles.
—Un príncipe del Averno.
—¿Quién querría un nøkk como mascota? —preguntó Hunt y se sentó frente a Bryce en el escritorio.
—Una hechicera que eligió unirse a Flama y Sombra y que convierte a sus enemigos en animales.
Bryce señaló todos los pequeños tanques y terrarios integrados a las repisas a su alrededor y luego se frotó el dolor persistente del muslo debajo de su vestido rosado. En la mañana, cuando al fin se había animado a salir de su recámara tras el fiasco de la cocina, Hunt se le quedó viendo un rato. Pero no dijo nada.
—Deberías ver una medibruja para esa pierna —le dijo ahora.
Hunt no levantó la vista de lo que estaba leyendo, un informe que le había enviado Justinian en la mañana para que le diera una segunda opinión. Bryce le había preguntado qué era pero le había dicho que era clasificado y eso fue todo.
—Mi pierna está bien.
No se molestó en voltear desde donde ya estaba empezando a trabajar llenando los detalles del contrato Korsaki que Jesiba tenía tanta urgencia por finalizar. Era trabajo tedioso y rutinario pero que de todas maneras tenía que hacerse en algún momento.
En especial porque ya habían llegado de nuevo a un callejón sin salida. No habían sabido nada de Viktoria y las pruebas Mimir. Por qué Danika había robado el Cuerno, quién tenía tanto interés en conseguirlo que la mataría por ello… Bryce seguía sin tener idea de cómo responder a esto. Pero si Ruhn tenía razón sobre un método para sanar el Cuerno… Todo debía estar ligado de alguna manera.
Y ella sabía que aunque habían matado a un demonio kristallos, había otros kristallos esperando en el Averno que todavía podían ser invocados para buscar el Cuerno. Y si su especie no lo había logrado, cuando los príncipes del Averno lo habían diseñado para rastrearlo… ¿Qué esperanza podía tener ella de hallarlo?
Después estaba el asunto de esos asesinatos terribles, las víctimas hechas puré… que no había cometido el kristallos. Hunt ya había solicitado que se volvieran a revisar las grabaciones pero no había aparecido nada.
El teléfono de Hunt vibró y lo sacó de su bolsillo, vio la pantalla y lo volvió a guardar. Desde el otro lado del escritorio ella apenas alcanzaba a distinguir la burbuja del mensaje de texto.
—¿No vas a contestar?
Él torció un poco la boca.
—Es uno de mis colegas, fastidiando.
Pero sus ojos brillaron un poco cuando la vio. Y cuando ella le sonrió y se encogió de hombros, él tragó saliva, con discreción.
Hunt dijo con un poco de aspereza:
—Tengo que salir un rato. Naomi vendrá a vigilar. Pasaré por ti cuando estés lista para irte.
Antes de que ella pudiera preguntar, él ya se había marchado.
—Sé que ya pasó tiempo —dijo Bryce con el teléfono entre el hombro y la oreja.
Hunt la había estado esperando cuando ella cerró la galería, sonriéndole a Syrinx que rascaba la puerta. La quimera aulló en protesta cuando se dio cuenta de que Bryce no se lo llevaría todavía y Hunt se agachó para acariciarle la cabeza dorada antes de que Bryce lo encerrara.
—Tendré que revisar mi calendario —estaba diciendo Bryce y le asintió a Hunt como saludo.
Se veía hermosa con su vestido rosado, aretes de perlas y el cabello peinado hacia atrás con peinetas de perlas a juego.
Carajo, hermosa no era siquiera la palabra correcta.
Había salido de su recámara y él se había quedado anonadado.
Ella no pareció darse cuenta de que él lo había notado, aunque supuso que sabía que se veía increíble todos los días. Sin embargo, hoy tenía cierta luz, un color que no había tenido, un brillo en los ojos ámbar y un ligero rubor en la piel.
Pero ese vestido rosado… Llevaba todo el día distrayéndolo.
Igual que su encuentro en la cocina esa mañana. Él había hecho lo posible por ignorarlo, por olvidar lo cerca que estuvo de rogarle que lo tocara, que le permitiera tocarla. No dejó de estar en un estado de semiexcitación todo el día.
Tenía que recuperar la cordura. Considerando que la investigación se había frenado la última semana, no podía darse el lujo de distraerse. No se podía dar el lujo de voltearla a ver cada vez que ella se volteaba. Esta tarde, ella se había puesto de puntas y estiraba el brazo para tomar un libro de los estantes superiores de la biblioteca y era como si ese color rosado fuera el puto Cuerno y él fuera el demonio kristallos.
Se paró de su silla en un instante y llegó a su lado un parpadeo después para ayudarle a bajar el libro.
Ella se quedó ahí parada cuando él le dio el libro. No retrocedió un paso y lo vio a la cara y vio el libro que él sostenía en su mano. Él sintió que la sangre se le agolpaba en las orejas, que su piel empezaba a tensarse. Igual que en la mañana cuando vio sus pezones firmes y pudo olfatear lo sucios que se habían vuelto sus pensamientos.
Pero ella tomó el libro y se alejó. Sin alterarse y totalmente ajena a su estupidez.
Las cosas no mejoraron con el paso de las horas. Y cuando ella le sonrió… Él casi se sintió aliviado de que lo hubieran llamado un minuto antes. Cuando iba de camino y respiraba el aire fresco del Istros, Viktoria le envió un mensaje: Encontré algo. Ven a verme en Munin y Hugin en 15.
Dudó qué debía responderle a la espectro. Retrasar las inevitables malas noticias, pasar unos días más con la hermosa sonrisa de Bryce y ese deseo que empezaba a arder en sus ojos… pero las advertencias de Micah hacían eco en sus oídos. La Cumbre todavía estaba a dos semanas de distancia, pero Hunt sabía que la presencia de Sandriel estaba poniendo a prueba la paciencia de Micah. Que si se atrasaba mucho más, su oferta quedaría anulada.
Así que, la información que tuviera Vik, por mala que fuera… tendría que encontrar una manera de lidiar con ella. Llamó a Bryce es genial y le dijo que saliera a verlo.
—No sé, mamá —estaba diciendo Bryce a su teléfono cuando empezó a caminar al lado de Hunt por la calle. El sol se estaba poniendo y bañaba la ciudad en dorados y naranjas, convirtiendo hasta los charcos de agua sucia en pozos de oro—. Por supuesto que te extraño pero, ¿qué te parece el mes entrante?
Pasaron por un callejón a unas cuadras de distancia. Los letreros de neón apuntaban a las diferentes tiendas donde servían té y antiguos puestos de comida atiborrados a lo largo de toda la calle. Había varios salones de tatuajes salpicados por ahí y algunos de los artistas o clientes estaban fumando afuera antes de que llegara la hora pico de idiotas borrachos.
—¿Qué… este fin de semana? Bueno, es que tengo un invitado… —chasqueó la lengua—. No, para no hacerte el cuento largo es como… ¿un compañero de departamento? ¿Su nombre? Eh, Athie. No, mamá —suspiró—. Este fin de semana de verdad no puedo. No, no los estoy evitando otra vez —apretó los dientes—. ¿Qué tal si hacemos una videollamada? Ajá, sí, por supuesto que encontraré el tiempo —volvió a hacer una mueca—. Está bien, mamá. Adiós.
Bryce lo volteó a ver con un gesto de dolor.
—Tu mamá parece… insistente —dijo Hunt con cuidado.
—Voy a tener una videollamada con mis padres a las siete —suspiró hacia el cielo—. Quieren conocerte.
Viktoria estaba en el bar cuando llegaron, con un vaso de whisky enfrente. Sonrió con seriedad y luego les deslizó un expediente por la barra cuando se sentaron a su izquierda.
—¿Qué encontraste? —preguntó Bryce y abrió el fólder color crema.
—Léelo —dijo Viktoria y luego volteó a ver las cámaras del bar. Que grababan todo.
Bryce asintió al entender la advertencia y Hunt se acercó más cuando ella se agachó para leer. No podía evitar extender un poco el ala, ligeramente, alrededor de su espalda.
Pero se le olvidó cuando leyó los resultados de la prueba.
—Esto no puede estar bien —dijo en voz baja.
—Es lo que yo dije —respondió Viktoria con el rostro angosto impasible.
Ahí, en la prueba Mimir de las hadas, estaban los resultados: pequeños restos de algo sintético. No orgánico, no tecnológico, no mágico… sino una combinación de las tres cosas.
Lee entre líneas había dicho Aidas.
—Danika trabajaba como independiente para Industrias Redner —dijo Bryce—. Ellos hacen toda clase de experimentos. ¿Ésa podría ser la explicación?
—Podría ser —dijo Viktoria—. Pero estoy haciendo el Mimir en todas las otras muestras que tenemos… de los demás. Las pruebas iniciales también dieron positivas en la ropa de Maximus Tertian —el tatuaje de la frente de Viktoria se arrugó cuando frunció el ceño—. No es magia pura, ni tecnología, ni orgánico. Es un híbrido y sus otros rastros cancelan las otras categorías. Casi como un mecanismo de ocultamiento.
Bryce arrugó el entrecejo.
—¿Qué es, exactamente?
Hunt conocía a Viktoria lo suficiente como para detectar la cautela en su mirada. Le dijo a Bryce:
—Es una especie de… droga. Por lo que pude averiguar, parece que se usa casi siempre con fines medicinales en dosis muy bajas pero podría haber salido a las calles y eso hizo que las dosis se hicieran mucho más altas e inseguras.
—Danika no hubiera usado una droga así.
—Por supuesto que no —se apresuró a decir Viktoria—. Pero estuvo expuesta a la sustancia; toda su ropa lo estuvo. No nos queda claro si fue al momento de morir o antes. Estamos por hacer una prueba en las muestras que tomamos de la Jauría de Diablos y dos de las víctimas más recientes.
—Tertian estaba en el Mercado de Carne —murmuró Hunt—. Es posible que él la haya usado.
Pero Bryce quiso saber.
—¿Cómo se llama? ¿Esta cosa?
Viktoria señaló los resultados.
—Tal como suena. Sinte.
Bryce volteó a ver a Hunt.
—Según Ruhn la medibruja mencionó un compuesto de sanación sintético que tal vez podía reparar… —no terminó de decirlo.
Los ojos de Hunt estaban oscuros como el Foso y su mirada atormentada.
—Probablemente sea lo mismo.
Viktoria levantó las manos al aire.
—De nuevo, estoy haciendo pruebas todavía en las otras víctimas pero… pensé que debía avisarles.
Bryce se bajó del taburete de un salto.
—Gracias.
Hunt dejó que llegara a la entrada del lugar antes de decirle a la espectro:
—Que no se sepa, Vik.
—Ya borré los archivos de la base de datos de la legión —dijo Vik.
Apenas hablaron mientras iban de regreso a la galería a recoger a Syrinx y luego durante el regreso a casa. Cuando llegaron a la cocina, Hunt se recargó contra el mueble y dijo:
—Las investigaciones pueden tomar tiempo. Nos estamos acercando. Es algo bueno.
Ella sirvió comida en el plato de Syrinx con expresión ilegible.
—¿Qué piensas sobre este sinte?
Hunt consideró sus palabras con cautela.
—Como dices, podría ser la exposición de Danika en Redner. Tertian podría haberla usado como droga recreativa justo antes de morir. Y seguimos esperando los resultados para ver si está en la ropa de las otras víctimas.
—Quiero saber más sobre la sustancia —dijo ella.
Sacó su teléfono y empezó a marcar.
—Tal vez no valga la…
Ruhn contestó.
—¿Sí?
—Esa droga sanadora sintética que te mencionó la medibruja, ¿qué sabes de ella?
—Me envió la investigación hace un par de días. El documento tiene muchas partes censuradas por Industrias Redner, pero lo estoy revisando. ¿Por qué?
Bryce miró en dirección a la recámara abierta de Hunt, hacia la foto de ella y Danika sobre el vestidor, se pudo percatar Hunt.
—Había rastros de algo llamado sinte en la ropa de Danika, es una medicina sintética relativamente nueva. Y parecería que se filtró a las calles y está siendo usada en concentraciones más altas como sustancia ilegal. Me pregunto si será lo mismo.
—Sí, lo que está en este documento es sobre sinte —se escuchó el movimiento de papel al fondo—. Puede lograr cosas bastante sorprendentes. Tiene una lista de ingredientes aquí… de nuevo, mucho está censurado, pero…
El silencio de Ruhn fue como una bomba al caer.
—¿Pero qué? —dijo Hunt al teléfono, tan cerca que podía escuchar el corazón desbocado de Bryce.
—Uno de los ingredientes listados es sal de obsidiana.
—Sal de obsidiana —Bryce parpadeó cuando miró a Hunt—. ¿Se podría usar el sinte para invocar a un demonio? Si alguien no tuviera el poder necesario, ¿la sal de obsidiana de la droga le podría permitir invocar algo como el kristallos?
—No estoy seguro —dijo Ruhn—. Leeré todo el documento y les aviso qué averiguo.
—Está bien —exhaló Bryce y Hunt se apartó un paso cuando ella se volvió a poner en movimiento—. Gracias, Ruhn.
La pausa de Ruhn fue distinta en esta ocasión.
—No hay problema, Bryce.
Colgó el teléfono.
Hunt la miró a los ojos. Bryce dijo:
—Necesitamos averiguar quién está vendiendo esta sustancia. Tertian debe haberlo sabido antes de morir. Iremos al Mercado de Carne.
Porque si había un lugar en esta ciudad donde estaría disponible una droga así, sería en esa cloaca.
Hunt tragó saliva.
—Necesitamos ser cuidadosos…
—Quiero respuestas —dijo ella y se dirigió al clóset.
Hunt se paró frente a ella.
—Iremos mañana —ella se detuvo en seco y abrió la boca. Pero Hunt sacudió la cabeza—. Descansemos esta noche.
—No puede…
—Sí, sí puede esperar, Bryce. Habla con tus padres esta noche. Yo iré a ponerme ropa de verdad —dijo señalando su traje de batalla—. Y luego, mañana, iremos al Mercado de Carne a preguntar. Puede esperar —Hunt, a pesar de intentar no hacerlo, la tomó de la mano. Le acarició el dorso con el pulgar—. Disfruta de la plática con tus padres, Bryce. Están vivos. No te pierdas un momento de esto. No por este motivo —ella seguía con aspecto de objetar, de insistir en salir a buscar el sinte. Hunt agregó—: Desearía poderme dar ese lujo.
Ella le miro la mano, cómo sostenía la de ella, por un segundo… por toda una vida. Preguntó:
—¿Qué le pasó a tus padres?
Él respondió con un nudo en la garganta:
—Mi madre nunca me dijo quién era mi padre. Y ella… Ella era un ángel de baja categoría. Limpiaba las villas de algunos ángeles poderosos porque ellos no confiaban en los humanos u otros vanir para ese trabajo.
Hunt sintió que le dolía el pecho al recordar la cara hermosa y amable de su madre. Su sonrisa suave, sus ojos angulares y oscuros. Las canciones de cuna que todavía podía escuchar, más de doscientos años después. Luego continuó:
—Trabajaba día y noche para darme de comer y jamás se quejó porque sabía que si lo hacía se quedaría sin trabajo y tenía que hacerse cargo de mí. Cuando era soldado raso y le enviaba cada moneda de cobre que ganaba, ella se negaba a gastarlas. Al parecer, alguien se enteró, pensó que tenía toneladas de dinero oculto en su departamento, y se metió a robar una noche. La mataron y se llevaron el dinero. Los quinientos marcos de plata que había ahorrado a lo largo de su vida y los cincuenta marcos de oro que yo había logrado enviarle tras cinco años en el servicio.
—Lo siento tanto, Hunt.
—Ninguno de los ángeles, los ángeles poderosos y adorados, para quienes trabajaba mi madre se preocuparon por su muerte. Nadie investigó quién la había matado y nadie me dio unos días de duelo. No era nada para ellos. Pero ella era… era todo para mí —le ardía la garganta—. Hice el Descenso y me uní a la causa de Shahar poco después. Luché en el monte Hermon ese día por ella, por mi madre. En su memoria.
Shahar había tomado esos recuerdos y los había convertido en armas.
Los dedos de Bryce presionaron los suyos.
—Por lo que dices, era una persona increíble.
—Lo era —dijo él y al fin le soltó la mano.
Pero ella siguió sonriéndole e hizo que el pecho se le contrajera aún más, al punto de dolerle, cuando dijo:
—Está bien. Haré la videollamada con mis padres. Jugar a los legionarios contigo puede esperar.
Bryce pasó la mayor parte de la tarde limpiando. Hunt le ayudó y ofreció volar al apotecario más cercano para conseguir un hechizo de limpieza instantánea pero Bryce no lo permitió. Su madre era una obsesa con la limpieza, dijo, y podía notar la diferencia entre los baños que se habían limpiado con magia y los que se habían tallado a mano. Incluso en una videollamada.
Ese olor de cloro me dice que el trabajo está bien hecho, Bryce la imitó para Hunt en una voz llana y seria que lo ponía un poco nervioso.
Bryce usó su teléfono durante todo el proceso, le tomó fotos mientras limpiaba, a Syrinx cuando sacó los rollos de papel de baño de su contenedor y los destrozó en la alfombra que acababan de aspirar, de ella con Hunt agachado sobre la taza del baño cepillando el interior.
Para cuando él le arrebató el teléfono de las manos enguantadas, ella ya había vuelto a cambiar el nombre de su contacto, esta vez por Bryce es más cool que yo.
Pero a pesar de la sonrisa que eso le provocó, Hunt seguía oyendo la voz de Micah, las amenazas explícitas e implícitas. Encuentra quién está detrás de esto. Termina. Él. Trabajo. No me hagas reconsiderar mi oferta. Antes de que te retire del caso. Antes de que te vuelva a vender Sandriel. Antes de que haga que tú y Bryce Quinlan se arrepientan.
Cuando resolviera el caso, todo acabaría, ¿no? Le quedarían diez asesinatos que cometer por Micah, lo cual podría tomar años. Tendría que regresar al Comitium. A la 33ª.
Se dio cuenta de que la estaba viendo mientras limpiaban. Él también sacó el teléfono y le tomó fotografías.
Sabía demasiado. Había averiguado demasiado. Sobre todo. Sobre lo que podría haber tenido, sin el halo y los tatuajes de esclavo.
—Puedo abrir una botella de vino, si necesitas algo de valor líquido —decía Bryce cuando se sentaron frente a su computadora en la isla de la cocina y empezaron a marcarle a sus padres.
Había comprado una bolsa de pan dulce en el mercado de la esquina de camino de regreso, un mecanismo para lidiar con el estrés, asumió él.
Hunt simplemente la observó. Esto… llamar a sus padres, sentarse muslo con muslo con ella… Carajo.
Iba directo a un choque frontal. No podría evitarlo.
Antes de que Hunt pudiera abrir la boca para sugerir que esto podría ser un error, una voz femenina dijo:
—¿Y exactamente por qué podría necesitar valor líquido, Bryce Adelaide Quinlan?