C75

Ruhn había anticipado que la Cumbre sería intensa, violenta y sin duda peligrosa, que pasaría cada momento preguntándose si alguien decapitaría a alguien más. Justo como había sucedido en todas las Cumbres a las que había asistido.

Esta vez, su único enemigo parecía ser el aburrimiento.

Sandriel había tardado dos horas en decirles que los asteri habían ordenado que más tropas de todas las casas fueran al frente. Que no tenía caso discutir. Que no cambiaría nada. La orden venía de los asteri.

La conversación entonces pasó a las nuevas propuestas comerciales. Y luego empezó a dar vueltas y vueltas y vueltas, incluso Micah se quedó atrapado en la semántica de quién hizo qué y qué obtuvo y así hasta el cansancio hasta que Ruhn se estaba preguntando si los asteri habían inventado esta junta como una especie de tortura.

Se preguntó cuántos de los miembros de la Guardia Asteriana estarían dormidos detrás de sus máscaras. Había descubierto a algunos de los miembros menores de varias delegaciones cabeceando. Pero Athalar estaba alerta, cada minuto, el asesino parecía estar escuchando. Observando.

Tal vez eso era lo que querían los gobernadores: que todos estuvieran tan aburridos y desesperados por terminar con la reunión que accederían a pactos que no les fueran ventajosos.

Había algunos que todavía se resistían. Entre ellos, el padre de Ruhn, junto con los mer y las brujas.

Una bruja en particular.

La reina Hypaxia hablaba poco, pero notó que ella, también, escuchaba cada una de las palabras que se pronunciaban, sus ojos castaños profundos revelaban mucha inteligencia a pesar de su juventud.

Había sido una sorpresa verla el primer día, el rostro familiar en este entorno, con su corona y vestimenta real. Saber que había estado hablando con su posible prometida durante semanas y no tenía ni puta idea.

Había logrado escabullirse entre dos de las brujas de su aquelarre cuando avanzaban hacia el comedor el primer día y, como un pendejo, exigió:

—¿Por qué no me dijiste nada? ¿Sobre quién eres en realidad?

Hypaxia sostenía su bandeja de comida con una gracia digna de sostener un cetro.

—No preguntaste.

—¿Qué carajos estabas haciendo en ese consultorio? Cerró los ojos oscuros.

—Mis fuentes me informaron que una maldad se levantaba en la ciudad. Fui a ver por mí misma, con discreción —por eso había estado en la escena del asesinato del guardia del templo, se dio cuenta él. Y la noche que atacaron a Athalar y Bryce en el parque—. También quería ver cómo era ser… ordinario. Antes de esto —hizo un ademán con la mano hacia su corona.

—¿Sabes lo que mi padre espera de ti? ¿Y de mí?

—Tengo mis sospechas —dijo ella con tranquilidad—. Pero no estoy considerando esos… cambios en mi vida en este momento —lo miró y asintió antes de marcharse—. Con nadie.

Y eso fue todo. Lo había puesto en su lugar.

Hoy, al menos, había intentado poner atención. No ver a la bruja que no tenía ningún interés en casarse con él, gracias al puto cielo. Con sus dones de sanación, ¿ella podría percibir lo que estaba mal con él, aquello que explicaba que él sería el último de su linaje? No quería averiguarlo. Ruhn apartó el recuerdo de la profecía del Oráculo. Al menos no era el único que ignoraba a Hypaxia. Jesiba Roga no le había dirigido la palabra.

Claro, la hechicera no había dicho gran cosa, aparte de afirmar que la Casa de Flama y Sombra florecía con la muerte y el caos y que ella no tenía ningún problema con una guerra larga y devastadora. A los segadores siempre les gustaba llevarse las almas de los muertos, dijo. Incluso los arcángeles se habían visto desconcertados ante sus palabras.

Cuando el reloj dio las nueve y todos se sentaron en la habitación, Sandriel anunció:

—Micah tuvo que irse y regresará más tarde.

Sólo una persona, bueno seis, podían mandar llamar a Micah de esta reunión. Sandriel parecía satisfecha de controlar la orden del día y declaró:

—Empezaremos con los mer que van a explicar su miope resistencia frente a la construcción de un canal para el transporte de nuestros tanques y la continuación de las líneas de abastecimiento.

La hija de la Reina del Río se mordió el labio, titubeando. Pero el Capitán Tharion Ketos le dijo a Sandriel:

—Yo diría que cuando tus máquinas de guerra destrocen nuestras zonas de crianza de ostiones y nuestros bosques de kelp, no es miope decir que destrozará nuestra industria pesquera.

A Sandriel le brillaron los ojos. Pero dijo con dulzura:

—Se les compensará.

Tharion no se retractó.

—No se trata del dinero, sino del cuidado de este planeta.

—La guerra requiere sacrificios.

Tharion se cruzó de brazos y sus músculos se alcanzaban a ver en movimiento debajo de su camisa negra de manga larga. Después del desfile inicial y ese primer día de juntas interminables, casi todos estaban usando ropa menos formal para el resto de las pláticas.

—Conozco los costos de la guerra, gobernadora.

Hombre valiente al atreverse a decir eso y a ver a Sandriel directo a los ojos.

La reina Hypaxia dijo, con voz suave pero decidida:

—La preocupación de Tharion tiene mérito. Y precedente. —Ruhn se enderezo y todos los ojos voltearon a ver a la reina bruja. Ella tampoco se retractó al ver las tormentas en los ojos de Sandriel—. A lo largo de las fronteras orientales del mar Rhagan, los arrecifes de coral y los bosques de kelp que fueron destruidos en las Guerras Sorvakkian hace dos mil años todavía no se han recuperado. Los mer que vivían de esas tierras fueron compensados, como dices. Pero sólo por unas cuantas temporadas —silencio absoluto en la sala de juntas—. ¿Pagarán, gobernadora, por mil temporadas? ¿Dos mil temporadas? ¿Qué hay de las criaturas que construyeron sus hogares en los sitios que proponen destruir? ¿Cómo les pagarán a ellas?

—Ellos son Inferiores. Menos que los Inferiores —dijo Sandriel con frialdad, sin conmoverse.

—Son hijos de Midgard. Hijos de Cthona —dijo la reina bruja.

Sandriel sonrió, con todos los dientes.

—Ahórrate tus tonterías sensibleras.

Hypaxia no le sonrió. La miró fijamente. No estaba desafiándola sino evaluando lo que veía.

Para la eterna sorpresa de Ruhn, Sandriel fue la primera en apartar la vista. Puso los ojos en blanco y empezó a ordenar sus papeles. Incluso el padre de Ruhn parpadeó al ser testigo de esto. Y consideró a la joven bruja con los ojos entrecerrados. Sin duda se estaba preguntando cómo una bruja de veintiséis años se había atrevido. O bien, consideraba lo que Hypaxia podría saberle a Sandriel para hacer que una arcángel cediera ante ella.

Se estaría preguntando si la reina bruja sería en realidad una buena esposa para Ruhn o una constante molestia.

Del otro lado de la mesa, Jesiba Roga le sonrió con discrección a Hypaxia. Su primer reconocimiento de la joven bruja.

—El canal —dijo Sandriel con seriedad y colocando sus papeles sobre la mesa— lo discutiremos después. Las líneas de abastecimiento…

La arcángel empezó otro discurso sobre sus planes para perfeccionar el sistema de la guerra.

Hypaxia devolvió su atención a los documentos que tenía frente a ella. Pero levantó la mirada para ver hacia el segundo círculo de mesas.

A Tharion.

El mer le sonrió ligeramente, una sonrisa secreta: gratitud y reconocimiento.

La reina bruja asintió, apenas un ligero movimiento descendente de la barbilla.

El mer levantó su papel con indiferencia, y se pudo ver lo que parecían veinte hileras de marcas… como si estuviera llevando la cuenta de algo.

Hypaxia abrió los ojos como platos, con reproche e incredulidad y Tharion bajó el papel antes de que alguien más se diera cuenta. Agregó otra marca.

Las mejillas de la reina bruja se ruborizaron.

El padre de Ruhn, sin embargo, empezó a hablar así que Ruhn dejó de prestar atención a lo que estaban haciendo, se enderezó y se esforzó por simular estar prestando atención. Como si le importara.

Nada de eso importaría al final. Sandriel y Micah harían lo que quisieran.

Y todo seguiría igual.


Hunt estaba tan aburrido que honestamente pensaba que le iba a sangrar el cerebro por las orejas.

Pero intentó saborear estos últimos días de tranquilidad y confort relativo, a pesar de que Pollux monitoreaba todo desde el otro lado de la habitación. Estaba esperando a poder dejar de aparentar ser civilizado. Hunt sabía que Pollux estaba contando las horas para que lo dejaran hacer con él lo que quisiera.

Así que cada vez que el pendejo le sonreía, Hunt le sonreía.

Al menos, las alas de Hunt ya habían sanado. Las había estado probando todo lo posible, estirándolas y doblándolas. Si Sandriel le permitía volar, sabía que lo aguantarían. Tal vez.

Parado contra esa pared, analizando cada una de las palabras que se decían, era una forma particular de tortura, pero Hunt escuchaba. Prestaba atención incluso cuando parecía que tantos más estaban batallando contra el sueño.

Él esperaba que las delegaciones que resistían, las hadas, los mer, las brujas, duraran hasta el final de la Cumbre antes de recordar que el control era una ilusión y que los asteri podían emitir un edicto con las nuevas leyes comerciales. Igual que habían hecho con la información sobre la guerra.

Unos días más, era todo lo que quería Hunt. Eso era lo que se decía a sí mismo.