C54

Hunt ingresó a la torre por una entrada trasera y fue cuidadoso para evitar cualquier área que pudiera frecuentar Sandriel. Isaiah no le había contestado el teléfono y él sabía que no debía seguir llamando hasta que contestara.

Micah estaba viendo por la ventana cuando llegó y su poder ya estaba generando una tormenta en la habitación.

—¿Por qué —preguntó el arcángel— estás haciendo pruebas hada en evidencias viejas en el laboratorio?

—Teníamos buenos motivos para pensar que el demonio que identificamos no es el responsable de la muerte de Danika Fendyr. Si podemos encontrar qué la mató, podría conducirnos a quién lo invocó.

—La Cumbre es en dos semanas.

—Lo sé. Estamos haciendo todo lo posible.

—¿De verdad? ¿Beber en un bar de whisky con Bryce Quinlan cuenta como trabajo?

Idiota.

—Estamos trabajando. No te preocupes.

—Sabine Fendyr me habló a la oficina, sabes. Para gritarme porque se le considera sospechosa.

No había nada compasivo detrás de esos ojos. Sólo un frío depredador.

—Fue un error y lo aceptamos, pero teníamos suficientes motivos para creer…

—Hagan. Él. Trabajo.

Hunt dijo entre dientes:

—Lo haremos.

Micah lo miró con frialdad. Luego dijo:

—Sandriel ha estado preguntando por ti, y también por la señorita Quinlan. Me ha hecho algunas ofertas generosas para hacer un intercambio de nuevo —a Hunt se le convirtió el estómago en plomo—. Hasta el momento las he rechazado. Le dije que eras demasiado valioso para mí.

Micah lanzó un expediente a la mesa y luego volvió a mirar por la ventana.

—No me obligues a reconsiderar, Hunt.


Hunt leyó el expediente, la orden silenciosa que transmitía. Su castigo. Por Sabine, por tardar demasiado, sólo por existir. Una muerte por una muerte.

Se detuvo en las barracas para recoger su casco.

Micah había escrito una nota en el margen de la lista de víctimas y sus crímenes. Sin pistola.

Así que Hunt tomó algunas de sus dagas de empuñadura negra y su cuchillo de empuñadura larga también.

Cada uno de sus movimientos fue cuidadoso. Deliberado. Cada cambio en su cuerpo mientras se ponía el traje negro de batalla acallaba su mente y lo apartaba más y más de sí mismo.

Su teléfono sonó sobre el escritorio y cuando volteó alcanzó a ver que Bryce es una reina le había escrito: ¿Todo bien?

Hunt se puso los guantes negros.

Su teléfono volvió a sonar.

Voy a ordenar sopa de bolitas de masa para comer. ¿Quieres?

Hunt volteó el teléfono para no tener que ver la pantalla. Como si eso hiciera que ella no se enterara de lo que estaba haciendo. Tomó sus armas con siglos de eficiencia. Y luego se puso su casco.

El mundo se convirtió en cálculos fríos, con colores tenúes.

En ese momento tomó el teléfono y le contestó a Bryce, Estoy bien. Nos vemos más tarde.

Ella ya le había respondido para cuando llegó a la terraza de aterrizaje de las barracas. Vio que la burbuja de escribir apareció, desapareció y luego volvió a aparecer. Como si hubiera escrito diez distintas respuestas antes de decidirse por Okey.

Hunt apagó su teléfono y se abrió paso hacia las puertas y al aire libre.

Era una mancha contra el resplandor. Una sombra frente al sol.

Un aleteo y salió por los aires. Y no miró atrás.


Algo andaba mal.

Bryce lo supo en cuanto se dio cuenta de que no había sabido nada de él después de una hora en el Comitium.

La sensación había empeorado con la vaga respuesta a su mensaje. No mencionó por qué lo habían llamado, qué estaba haciendo.

Como si alguien más hubiera contestado en su lugar.

Le había escrito una docena de respuestas a ese mensaje que no parecía ser de Hunt.

Por favor dime que todo está bien.

Escribe 1 si necesitas ayuda.

¿Hice algo para molestarte?

¿Pasa algo?

¿Necesitas que vaya al Comitium?

Rechazar una oferta de sopa de bolitas de masa, ¿alguien se robó este teléfono?

Y así, siguió escribiendo y borrando, hasta que escribió, Estoy preocupada. Por favor llámame. Pero no tenía derecho a estar preocupada, a pedirle esas cosas.

Así que se decidió por un patético Okey.

Y no había sabido nada de él. Estuvo revisando su teléfono con obsesión todo el día.

Nada.

La preocupación era un nudo viviente en su estómago. Ni siquiera ordenó la sopa. Un vistazo a las cámaras de la azotea mostraba que Naomi llevaba ahí todo el día con el rostro serio.

Bryce había subido como a las tres.

—¿Tienes idea de dónde podría haber ido? —preguntó abrazándose con fuerza.

Naomi la miró con cuidado.

—Hunt está bien —dijo—. Él… —se detuvo al leer algo en el rostro de Bryce. Su mirada reflejó su sorpresa—. Está bien —dijo el ángel con suavidad.

Para cuando Bryce llegó a su casa, con Naomi apostada en la azotea del edificio frente al suyo, ya le había dejado de creer.

Así que decidió mandarlo todo al Averno. Al demonio con la precaución o con fingir despreocupación o lo que fuera.

Desde su cocina, mientras el reloj avanzaba hacia las ocho, le escribió a Hunt:

Por favor llámame. Estoy preocupada por ti.

Listo. Que saliera al éter o donde fuera que flotaran los mensajes.

Sacó a Syrinx a caminar una última vez por el día con el teléfono apretado en la mano. Como si al apretarlo con más fuerza fuera más probable que él respondiera.

A las once ya no pudo más y llamó a un número familiar. Ruhn contestó de inmediato.

—¿Qué pasa?

Cómo sabía, no le importaba.

—Yo… —tragó saliva.

—Bryce —dijo Ruhn con la voz alerta.

Se escuchaba música al fondo pero empezó a disminuir, como si se estuviera moviendo a una parte más silenciosa en el sitio donde estaba.

—¿Has visto a Hunt hoy? —su voz sonaba estridente, aguda.

En el fondo, Flynn preguntó:

—¿Todo bien?

Ruhn sólo le preguntó a ella:

—¿Qué pasó?

—Mira, ¿has visto a Hunt en el campo de tiro o en alguna parte…?

La música desapareció y una puerta se cerró.

—¿Dónde estás?

—En casa.

En ese momento se dio cuenta de lo estúpido que era esto, llamar a Ruhn, entre toda la gente, para preguntarle si sabía qué estaba haciendo el asesino personal del gobernador.

—Dame cinco minutos…

—No, no necesito que vengas. Estoy bien. Sólo… —le quemaba la garganta—. No lo encuentro.

¿Y si Hunt estaba hecho una pila de huesos y carne y sangre?

Cuando su silencio se prolongó, Ruhn dijo con intensidad sigilosa:

—Le diré a Dec y Flynn que salgan de inmediato…

Los encantamientos zumbaron y se abrió la puerta principal.

Bryce se quedó inmóvil mientras la puerta se abría despacio. Mientras entraba Hunt, vestido con su traje negro de batalla y el famoso casco.

Parecía como si cada uno de sus pasos requiriera toda su concentración. Y su olor…

Sangre.

No de él.

—¿Bryce?

—Ya llegó —dijo con una exhalación al teléfono—. Te marco mañana —le dijo a su hermano y colgó.

Hunt se detuvo en el centro de la habitación.

Tenía sangre en las alas. Brillaba en su traje de cuero. Salpicada en el visor de su casco.

—¿Qué… qué pasó? —logró decir ella.

Él empezó a caminar de nuevo. Pasó a su lado y el olor de toda esa sangre, varios distintos tipos de sangre, manchó el aire. No dijo una palabra.

—Hunt.

Todo el alivio que le había recorrido el cuerpo ahora se estaba transformando en algo más intenso.

Él se dirigió a su recámara y no se detuvo. Ella no se atrevió a moverse. Él era un espectro, un demonio, una… una sombra de la muerte.

A este hombre, con casco y en su ropa de batalla… no lo conocía.

Hunt entró a su recámara y ni siquiera la miró al cerrar la puerta.


No podía soportarlo.

No podía soportar la mirada de alivio puro, del que dobla las piernas, que había visto en su cara cuando entró al departamento. Había regresado directo a su casa al terminar porque había creído que ella estaría dormida y que él podría limpiarse la sangre sin tener que regresar a las barracas del Comitium, pero estaba en la sala. Esperándolo.

Y en cuanto entró al departamento ella había visto y olido la sangre…

Él tampoco pudo soportar el terror y el dolor de su cara.

¿Ves lo que esta vida me ha hecho?, quería preguntarle. Pero estaba más allá de las palabras. Sólo había habido gritos. De los tres hombres que había estado aniquilando durante horas, todo siguiendo las especificaciones de Micah.

Hunt fue al baño y abrió la regadera a la temperatura más alta. Se quitó el casco y la luz brillante le lastimó los ojos al cambiar de los tonos fríos del visor. Luego se quitó los guantes.

Ella se veía horrorizada. No era sorpresa. En realidad no podía entender qué era él, quién era, hasta ahora. Por qué la gente se alejaba de él. Por qué no lo miraban a los ojos.

Hunt se quitó el traje, su piel golpeada ya estaba sanando. Los narcotraficantes a quienes había matado esta noche habían logrado darle algunos golpes antes de que él los sometiera. Antes de que los lograra sostener en el suelo y empalarlos con sus cuchillos.

Y los dejó ahí, gritando de dolor, horas.

Desnudo, se metió a la regadera cuyos mosaicos blancos ya sudaban por el vapor.

El agua hirviendo le golpeó la piel como si fuera ácido.

Él se tragó su grito, su sollozo, su llanto y no se movió del chorro hirviendo.

No hizo nada y dejó que quemara todo hasta eliminarlo.


Micah lo había enviado a una misión. Le había ordenado que matara a alguien. A varias personas, por los diferentes olores que se percibían en él. ¿Cada una de esas vidas contaría para su horrible deuda?

Era su trabajo, su camino a la libertad, lo que hacía por el gobernador, sin embargo… Sin embargo, en el fondo Bryce nunca lo había considerado. Lo que le hacía a él. Las consecuencias.

Esto no era un camino a la libertad. Era un camino al Averno.

Bryce se quedó un rato en la sala, esperando que terminara de ducharse. El agua seguía saliendo. Veinte minutos. Treinta. Cuarenta.

Cuando el reloj llegó a una hora, ella se acercó a tocar en su puerta.

—¿Hunt?

No hubo respuesta. El agua continuaba cayendo.

Abrió la puerta un poco y se asomó a la recámara casi a oscuras. La puerta del baño estaba abierta y salía vapor. Tanto vapor que la recámara se sentía bochornosa.

—¿Hunt?

Avanzó y se asomó hacia el baño iluminado. No se veía en la regadera…

Un fragmento de ala gris empapada salía detrás del vidrio de la regadera.

Ella se movió sin pensar. Sin que le importara.

Entró al baño en un segundo con el nombre de él en los labios, preparándose para lo peor, deseando haber traído su teléfono que había dejado en la cocina…

Pero ahí estaba él. Sentado desnudo en el piso de la regadera con la cabeza inclinada entre las rodillas. El agua le golpeaba la espalda, las alas, goteaba de su cabello. Su piel morena dorada brillaba de un color rojo intenso.

Bryce dio un paso a la regadera y se quejó de dolor. El agua estaba hirviendo. Quemaba.

—Hunt —dijo ella. Él ni siquiera parpadeó.

Lo vio a él y después la regadera. El cuerpo de Hunt estaba sanando las quemaduras; sanando y luego quemándose, sanando y quemándose. Debía ser una tortura.

Ella se mordió el labio para no gritar al meter la mano al chorro del agua casi hirviendo que le empapó la blusa y los pantalones y bajó la temperatura.

Él no se movió. Ni siquiera la volteó a ver. Bryce se dio cuenta de que tal vez él había hecho esto muchas veces. Cada vez que Micah lo enviaba a un trabajo y también en los casos de todos los demás arcángeles con quienes había servido antes.

Syrinx se acercó a investigar, olisqueó la ropa ensangrentada y luego se echó en el tapete del baño con la cabeza entre las patas delanteras.

Hunt no dio ninguna señal de saber que ella estaba ahí.

Pero su respiración se hizo más profunda. Un poco más relajada.

Y ella no podría explicar por qué lo hizo pero tomó una botella de champú y el jabón de lavanda del agujero entre las losetas. Luego se arrodilló frente a él.

—Te voy a limpiar —dijo en voz baja—. Si estás de acuerdo.

La única respuesta de él fue un ligero pero evidente movimiento de la cabeza. Como si las palabras todavía fueran demasiado difíciles.

Así que Bryce se puso champú en las manos y luego le pasó los dedos por el cabello. Los mechones gruesos eran pesados y ella lo frotó con suavidad para después moverle la cabeza hacia atrás y enjuagarlo. Al fin él levantó la vista. La miró a los ojos y dejó que su cabeza quedara en el chorro del agua.

—Te ves como yo me siento —dijo ella con la garganta cerrada—. Todos los días.

Él parpadeó, la única señal de que la había escuchado.

Ella retiró las manos de su pelo y tomó la barra de jabón. Por alguna razón había olvidado que él estaba desnudo. Completamente desnudo. No se permitió pensar en eso mientras empezaba a enjabonarle el cuello, los hombros poderosos, los brazos musculosos.

—Dejaré que disfrutes de tu mitad inferior —le dijo sonrojada.

Él sólo la miraba con esa honestidad absoluta. Más íntima que cualquier roce de sus labios en el cuello. Como si de verdad viera todo lo que era, lo que había sido y en lo que aún podía convertirse ella.

Le talló la parte superior del cuerpo lo mejor que pudo.

—No puedo lavarte las alas si estás recargado contra la pared.

Hunt se puso de pie con un impulso poderoso y grácil.

Ella apartó la vista de lo que ese movimiento ponía directamente en su línea de visión. Aquello muy considerable que él no parecía notar ni importarle.

Así que ella tampoco se fijaría en eso. Se puso de pie y el agua la salpicó mientras le daba la vuelta al Ángel. No se permitió admirar la vista trasera tampoco. Los músculos y su perfección.

Tu trasero es perfecto, le había dicho él.

Igualmente, podía responder ahora.

Le enjabonó las alas que ahora habían adquirido un tono más oscuro por el agua.

Él era mucho más alto que ella, tanto que tenía que pararse de puntas para alcanzar la parte superior de sus alas. Lo lavó en silencio y Hunt apoyó las manos contra la pared, con la cabeza colgada. Necesitaba descansar y olvidar. Así que Bryce lo enjuagó y se aseguró de que cada pluma estuviera limpia y luego se estiró para cerrar la regadera.

Lo único que llenaba ya el baño vaporoso era el agua que desaparecía por la coladera.

Bryce tomó una toalla, sin bajar la vista cuando Hunt volteó a verla. Se la puso alrededor de la cadera, sacó una segunda toalla de la barra justo al lado de la regadera y la pasó por su piel bronceada. Secó sus alas con suavidad. Luego le secó un poco el pelo.

—Vamos —murmuró—. A la cama.

El rostro de Hunt se puso más alerta pero no objetó cuando ella lo sacó de la regadera, empapada y con la ropa goteando. No objetó tampoco cuando lo llevó a la recámara, hacia el cajón donde tenía sus cosas.

Sacó unos calzones negros y se agachó con la mirada fija en el piso al estirar el elástico de la cintura.

—Métete.

Hunt obedeció, primero un pie y luego el otro. Ella se puso de pie y subió los calzones por sus muslos poderosos para luego soltar el elástico con un suave chasquido. Bryce tomó una camiseta blanca de otro cajón, frunció el ceño al ver las aberturas complejas de la espalda para ajustarse a las alas, y la volvió a dejar.

—Te quedarás entonces en ropa interior —dijo y abrió la cama que él tendía con diligencia todas las mañanas. Dio un golpe sobre el colchón—. Duerme un poco, Hunt.

De nuevo, él obedeció y se metió entre las mantas con un suave gemido.

Ella apagó la luz del baño, lo cual oscureció la recámara, y regresó a donde lo había dejado acostado, todavía la miraba fijamente. Se atrevió a acariciarle el pelo húmedo para apartárselo de la frente y sus dedos rozaron el terrible tatuaje. Él cerró los ojos.

—Estaba tan preocupada por ti —susurró y le volvió a acariciar el cabello—. Yo… —no pudo terminar la frase.

Así que empezó a retroceder para dirigirse a su recámara, ponerse ropa seca y tal vez también dormir un poco.

Pero una mano cálida y fuerte la tomó de la muñeca. La detuvo.

Ella lo miró y vio que Hunt estaba viéndola fijamente.

—¿Qué?

Un ligero tirón de la muñeca le dijo todo.

Quédate.

Ella sintió que el pecho se le comprimía tanto que le dolía.

—Está bien —dijo e inhaló—. Está bien, claro.

Y por algún motivo, la idea de regresar a su recámara, dejarlo aunque fuera sólo un momento, parecía demasiado arriesgada. Como si pudiera volver a desaparecer si ella se iba a cambiar.

Así que tomó la camiseta blanca que le iba a dar a él, se quitó la ropa y el brasier empapados y los aventó al baño. Aterrizaron con un golpe húmedo sobre la loseta y opacaron el suave sonido de su camiseta cuando se la puso. Le llegaba a las rodillas y cubría suficiente para que se pudiera quitar los pantalones y ropa interior mojada y también los lanzó al baño.

Syrinx se había subido a la cama y se acurrucó a sus pies. Y Hunt se movió a un lado para hacerle espacio.

—Está bien —dijo ella otra vez, más para sí misma.

Las sábanas estaban tibias y olían a él: cedro bajo la lluvia. Intentó no ser demasiado obvia al inhalar y se quedó sentada, recargada contra la cabecera. Intentó no verse demasiado sorprendida cuando él recargó la cabeza en su muslo y su brazo sobre ella para descansar en la almohada.

Un niño que recarga su cabeza en el regazo de su madre. Un amigo en busca de cualquier tipo de contacto tranquilizador que le recuerde que es un ser vivo. Una buena persona, sin importar lo que lo obligaran a hacer.

Bryce le quitó el cabello de la frente con cuidado otra vez.

Hunt cerró los ojos pero se acercó un poco a su mano. Una petición silenciosa.

Así que Bryce continuó acariciándole el pelo, una y otra vez, hasta que su respiración se hizo más profunda y regular, hasta que el cuerpo poderoso se relajó por completo a su lado.


Olía al paraíso. Como el hogar y la eternidad, tal como si estuviera donde debía estar.

Hunt abrió los ojos y vio la suavidad y calidez femeninas acompañadas de una respiración suave.

En la media luz, notó que estaba recostado en el regazo de Bryce, ella dormía profundamente recargada contra la cabecera y con la cabeza de lado. Tenía la mano todavía en su pelo y la otra en las mantas junto a su brazo.

El reloj indicaba que eran las tres treinta. No le sorprendió la hora sino el hecho de que su mente estuviera despejada lo suficiente como para notarlo.

Ella lo había cuidado. Lo lavó y lo vistió y lo tranquilizó. Él no recordaba la última vez que alguien había hecho eso.

Hunt separó la cara de su regazo y se dio cuenta de que ella tenía las piernas desnudas. Que no llevaba nada debajo de la camiseta. Y su rostro había estado a pocos centímetros de distancia.

Sus músculos protestaron un poco cuando se levantó. Bryce apenas se movió.

Le había puesto la ropa interior, carajo.

Sintió que las mejillas se le sonrojaban pero se levantó de la cama y Syrinx abrió un ojo para ver qué estaba sucediendo. Él le hizo un ademán a la bestiecilla y se acercó al lado del colchón donde estaba Bryce.

Ella se movió apenas un poco cuando él la tomó entre sus brazos y la cargó hacia su propia recámara. La recostó en su cama y ella protestó por las sábanas frescas, pero él la tapó con el cobertor y salió antes de que despertara.

Iba a medio camino de regreso por la estancia cuando el teléfono de Bryce, que estaba sobre el mueble de la cocina, se encendió. Hunt lo vio, no pudo evitarlo.

Una cadena de mensajes de Ruhn llenaba la pantalla. Todos de las últimas horas.

¿Athalar está bien? Más tarde, ¿Tú estás bien?

Luego, de hacía una hora, Llamé al portero de tu edificio y me dijo que ambos estaban arriba, así que asumo que los dos están bien. Pero llámame en la mañana.

Y después, hacía treinta segundos como si se le acabara de ocurrir, Me alegra que me llamaras hoy. Sé que las cosas están jodidas entre nosotros y sé que en buena parte por mi culpa pero, cuando me necesites, aquí estoy. En cualquier momento, Bryce.

Hunt miró hacia el pasillo de su recámara. Ella le había hablado a Ruhn… con él había estado al teléfono cuando él había llegado. Se frotó el pecho.

Se quedó dormido en su propia cama, donde el olor a ella permanecía como un suave roce fantasma.