C36

El campo de tiro de tres niveles en Moonwood servía a una clientela creativa y letal. Ocupaba el espacio de una bodega convertida que se extendía a lo largo de cuatro cuadras de la ciudad a orillas del Istros y tenía la única galería para francotiradores en la ciudad.

Hunt iba cada cierto número de semanas para mantener sus habilidades en forma, por lo general a media noche cuando nadie podía pasmarse ante la presencia del Umbra Mortis con orejeras y lentes protectores caminando por los pasillos de concreto hacia una de sus galerías privadas.

Ya era tarde cuando pensó en la idea de esta reunión, y luego al día siguiente Jesiba le había asignado demasiado trabajo a Quinlan, por lo que pensaron que era mejor esperar hasta la noche para ver dónde los conducía su presa. Hunt le había apostado a Bryce un marco de oro que sería un salón de tatuajes y ella le apostó dos marcos de oro que sería un bar de rock falso. Pero cuando recibió la respuesta a su mensaje, los llevó a este sitio.

La galería de práctica de francotirador estaba en el extremo norte del edificio, accesible a través de una pesada puerta de metal que aislaba todo sonido. Al entrar tomaron sus orejeras electrónicas que ahogarían el estallido de las pistolas, pero que les seguían permitiendo oír sus voces. Antes de ingresar a la galería, Hunt miró a Bryce por encima del hombro para comprobar que tuviera puestas las orejeras.

Ella notó su atención y rio.

—Mamá gallina.

—No quisiera que te reventaran esas orejas bonitas, Quinlan.

No le dio oportunidad de responder al abrir la puerta. El ritmo a todo volumen de la música les dio la bienvenida y vieron a tres hombres formados en una barrera de vidrio que llegaba a la altura de la cintura.

Lord Tristan Flynn tenía el rifle de francotirador apuntando hacia un blanco en forma de persona al extremo más, más lejano del espacio, tan lejos que un mortal apenas lo podría distinguir. Había optado por no usar la mira y valerse sólo de su aguda vista de hada. Danaan y Declan Emmet estaban cerca de él con sus rifles colgados al hombro.

Ruhn asintió hacia ellos y les hizo una señal de que esperaran un momento.

—Va a fallar —dijo Emmet por encima del retumbar del bajo de la música y sin prestar mucha atención a Hunt y Bryce—. Por un centímetro.

—Vete al carajo, Dec —dijo Flynn y disparó.

El disparo explotó por todo el espacio, pero el material aislante de las paredes y el techo absorbió el sonido. Al fondo de la galería, el pedazo de papel se meció y el torso onduló.

Flynn bajó el rifle.

—Directo a los huevos, pendejos —extendió la mano abierta hacia Ruhn—. Paguen.

Ruhn hizo un gesto de fastidio y le colocó una moneda de oro en la mano. Luego volteó a ver a Hunt y Bryce.

Hunt vio a los dos amigos del príncipe que ahora estaban estudiándolo mientras se quitaban las orejeras y los lentes. Él y Bryce hicieron lo mismo.

No esperaba sentir un toque de envidia en la boca del estómago al ver juntos a los amigos. Una mirada a los hombros tensos de Quinlan le sugirió que tal vez ella estaba sintiendo lo mismo, que estaba recordando las noches con Danika y la Jauría de Diablos cuando no tenían otra cosa que hacer que fastidiarse mutuamente por tonterías.

Bryce se sacudió la sensación más rápido que Hunt y dijo despacio:

—Perdón por interrumpir su jueguito de comandos, chicos, pero los adultos tenemos unas cosas que discutir.

Ruhn colocó su rifle en la mesa de metal a su izquierda y se recargó contra la barrera de vidrio.

—Podrían haber llamado.

Bryce se acercó a la mesa para estudiar la pistola que su primo había dejado ahí. Sus uñas brillaron contra el negro mate. Armas furtivas diseñadas para perderse en las sombras y no delatar a su portador con un destello.

—No quería que esta información se difundiera por las redes.

Flynn le sonrió.

—Como espías. Qué bien —se acercó a ella en la mesa, tanto que Hunt se empezó a tensar—. Me siento intrigado.

Por lo general, el don de Quinlan de ver con menosprecio a los hombres mucho más altos que ella irritaba mucho a Hunt. Pero verla usar este gesto con alguien más era un verdadero deleite.

Sin embargo, esa mirada imperiosa pareció servir para hacer que Flynn sonriera aún más, en especial cuando Bryce dijo:

—No vine aquí a hablar contigo.

—Me lastimas, Bryce —dijo Flynn.

Declan Emmet rio.

—¿Estás dispuesto a hacer mierdas de hackeo? —le preguntó Quinlan.

—Vuelve a decir que es mierda y a ver si me dan ganas de ayudarte, Bryce —dijo Declan con frialdad.

—Perdón, perdón. Tus… cosas de tecnología —movió una mano—. Necesitamos analizar parte de las grabaciones del Templo de Luna de la noche que se robaron el Cuerno.

Ruhn se quedó inmóvil y sus ojos azules brillaron cuando le dijo a Hunt.

—¿Tienen una pista sobre el Cuerno?

Hunt dijo:

—Nada más estamos viendo las piezas del rompecabezas.

Declan se frotó el cuello.

—De acuerdo. ¿Qué están buscando exactamente?

—Todo —dijo Hunt—. Lo que sea que surja en audio o en térmico, o si no hay alguna manera de hacer más claro el video a pesar del apagón.

Declan dejó su rifle junto al de Ruhn.

—Tal vez tenga algún software que ayude, pero no puedo prometer nada. Si los investigadores no encontraron nada hace dos años, son pocas las probabilidades de que yo encuentre alguna anomalía ahora.

—Lo sabemos —dijo Bryce—. ¿Cuánto tiempo necesitas para ver con cuidado?

Él pareció hacer unos cálculos mentales.

—Dame unos días. Veré lo que puedo encontrar.

—Gracias.

Flynn fingió ahogar un grito.

—¡Creo que es la primera vez que nos dices esas palabras, B!

—No te acostumbres —los miró de nuevo con esa indiferencia fría y burlona que hacía que el pulso de Hunt empezara a acelerarse tanto como el ritmo de la música que salía por las bocinas del lugar—. ¿Por qué están ustedes tres aquí?

—Tenemos trabajo en el Aux, Bryce. Eso requiere de algunos entrenamientos ocasionales.

—¿Entonces dónde está el resto de su unidad? —hizo los movimientos de estar buscando a su alrededor. Hunt no se molestó en ocultar su diversión—. ¿O esto es algo de compañeritos de habitación?

Declan rio.

—Ésta fue una sesión sólo con invitación.

Bryce puso los ojos en blanco y le dijo a Ruhn.

—Estoy segura de que el Rey del Otoño te dijo que quiere informes sobre todos nuestros movimientos —se cruzó de brazos—. Mantengan esto —le hizo una señal a todos— en secreto por unos días.

—Me estás pidiendo que le mienta a mi rey —dijo Ruhn con el ceño fruncido.

—Te estoy pidiendo que no le informes esto por el momento —dijo Bryce.

Flynn arqueó la ceja.

—¿Estás diciendo que el Rey del Otoño es uno de tus sospechosos?

—Estoy diciendo que quiero que esto se mantenga en silencio.

Le dirigió una sonrisa a Ruhn y le mostró todos los dientes, la expresión más salvaje que divertida.

—Estoy diciendo que si ustedes tres idiotas filtran algo de esto a sus amigos del Aux o a sus novias borrachas, voy a estar muy decepcionada.

Hunt de verdad hubiera querido tener unas palomitas de maíz y una cerveza, sentarse en una silla y verla hacer pedazos verbalmente a estos pendejos.

—Suena como mucha palabrería —dijo Ruhn y señaló el blanco al fondo de la habitación—. ¿Por qué no haces un show para Athalar, Bryce?

Ella sonrió.

—No tengo que demostrarle que puedo usar una pistola grande para andar en el club de los niños.

Hunt sintió que la piel se le tensaba al ver el deleite feroz de sus ojos al decir pistola grande. Otras partes de él también se tensaron.

Tristan Flynn dijo:

—Veinte marcos de oro a que nosotros disparamos mejor que tú.

—Sólo unos pendejos ricos tienen veinte marcos para desperdiciar en concursos idiotas —dijo Bryce.

Sus ojos de ámbar bailaban divertidos y le guiñó a Hunt. Él sintió que la sangre se le agolpaba en el cuerpo y se tensaba igual que si ella lo hubiera agarrado del pene. Pero su mirada ya se dirigía al blanco distante.

Ella se puso las orejeras encima de las orejas arqueadas.

Flynn se frotó las manos.

—Sí, carajo, ahí vamos.

Bryce se puso los lentes, se ajustó la coleta de caballo y levantó el rifle de Ruhn. Sintió su peso en los brazos y Hunt no pudo separar la vista de cómo sus dedos rozaban el chasis, acariciando toda el arma hasta la culata.

Él tragó saliva con dificultad, pero ella sólo se acomodó el arma en el hombro, cada movimiento tan seguro como lo que esperaría de alguien criado por un francotirador. Liberó el seguro y no se molestó en usar la mirilla y dijo:

—Permítanme demostrarles por qué todos ustedes pueden besarme el trasero.

Tres disparos sonaron sobre la música, uno tras otro. El cuerpo de Bryce absorbía el retroceso de la pistola como los mejores. A Hunt se le secó la boca por completo.

Todos se asomaron a la pantalla con la imagen del blanco.

—Nada más diste uno —rio Flynn al ver el agujero a través del corazón del blanco.

—No —murmuró Emmet al mismo tiempo que Hunt veía lo mismo también: el círculo no era perfecto. No, tenía dos bultos a los lados, apenas distinguibles.

Tres tiros, tan precisos, que habían pasado por el mismo espacio.

Un escalofrío, que no tenía nada que ver con el miedo, recorrió el cuerpo de Hunt. Bryce puso de nuevo el seguro al arma, colocó el rifle sobre la mesa y se quitó las orejeras y los lentes.

Dio la vuelta y miró de nuevo a Hunt, una nueva especie de vulnerabilidad brillando debajo de esa mirada satisfecha. Un desafío. Esperando a ver cómo reaccionaba él.

¿Cuántos hombres habían huido de esta parte de ella, sus egos de alfadejos amenazados? Hunt los odió a todos por siquiera provocar esa pregunta en la mirada de Bryce.

No escuchó lo que fuera que estuviera diciendo Flynn cuando se puso las orejeras y los lentes y tomó el rifle que ella acababa de dejar y cuyo metal seguía tibio por el contacto de su cuerpo. No escuchó a Ruhn preguntándole algo mientras se preparaba para disparar.

No, Hunt miró a Bryce a los ojos y liberó el seguro.

El sonido vibró entre ambos, fuerte como un trueno. Él tragó saliva.

Hunt apartó su mirada de la de ella y disparó una vez. Con su vista de águila, no necesitaba la mirilla para ver que la bala había pasado por el agujero que había hecho ella.

Cuando bajó el arma, vio que Bryce tenía las mejillas sonrojadas y los ojos como whiskey tibio. Brillaban con una especie de luz silenciosa.

Todavía no escuchaba nada de lo que estaban diciendo los demás hombres, sólo tenía una ligera noción de que Ruhn estaba maldiciendo con admiración. Hunt le sostuvo la mirada a Bryce.

Te veo, Quinlan le dijo sin pronunciar palabra. Y me gusta todo.

Igual parecía decir ella con su media sonrisa.

El teléfono de Hunt sonó y tuvo que obligarse a apartar la mirada de esa sonrisa que hacía que el piso se sintiera ondulado. Lo sacó de su bolsillo con dedos sorprendentemente temblorosos. La pantalla decía Isaiah Tiberian. Contestó de inmediato.

—¿Qué pasó?

Hunt sabía que Bryce y las hadas podían escuchar cada una de las palabras de Isaiah:

—Vengan en este momento a Prados de Asfódelo. Hubo otro asesinato.