C83

Bryce vio la Puerta del Corazón en la Vieja Plaza y corrió a su casa con Syrinx en brazos.

Micah había usado el cuerno con éxito. Y había abierto un portal justo en la entrada de la Puerta del Corazón valiéndose de la magia de sus muros de cuarzo. Bryce vio lo que volaba suspendido en el vacío en la Puerta del Corazón y supo que Micah no había abierto un portal a mundos desconocidos como pretendía. Este portal llevaba directo al Averno.

La gente gritaba al ver salir demonios alados y con escamas por la Puerta, demonios provenientes del Foso.

En su edificio, le gritó a Marrin que se fuera al sótano con todos los inquilinos que pudiera. Y que llamara a su familia y amigos para advertirles que se fueran a un sitio seguro, los refugios antibombas si era posible, y se quedaran ahí con todas las armas que pudieran conseguir.

Dejó a Syrinx en el departamento, puso un tazón enorme de agua y le quitó la tapa al contenedor de comida. Él se podía alimentar. Apiló mantas en el sillón y lo arropó. Le besó la cabeza peluda antes de tomar lo que necesitaba y salir corriendo de nuevo por la puerta.

Corrió hacia la azotea mientras se ponía la chamarra de Danika y luego se puso la espada de la familia Fendyr a la espalda. Se guardó una de las pistolas de Hunt en la cintura de los pantalones, se puso el rifle al hombro y metió todos los paquetes de balas que pudo a sus bolsillos. Vio la ciudad y su sangre se heló. Era peor… tanto peor de lo que había imaginado.

Micah no sólo había abierto un portal al Averno en la Puerta del Corazón. Había abierto uno en todas las Puertas.


Cada uno de los siete arcos de cuarzo era un portal al Averno.

Los gritos de la gente ascendían mientras los demonios salían corriendo del vacío hacia la ciudad indefensa.

Se escuchó una sirena. Un grito de advertencia… y una orden.

Se abrieron los refugios antibombas, se abrieron sus puertas automáticas de treinta centímetros de espesor para dejar pasar a los que ya estaban ahí esperando. Bryce se llevó el teléfono al oído.

Juniper, por una vez en la vida, respondió de inmediato.

—Oh, dioses, Bryce…

¡Ve a algún sitio seguro!

—Ya estoy, ya estoy —lloró Juniper—. Estábamos en un ensayo general con algunos donadores importantes y todos estamos en el refugio de la cuadra y —otro sollozo—. Bryce, dicen que van a cerrar la puerta pronto.

Se sintió horrorizada.

—La gente tiene que entrar. Necesitan cada instante que puedas darles.

Juniper lloró.

—Se los dije, pero están frenéticos y no me escuchan. No dejarán entrar a los humanos.

—Malditos bastardos —exhaló Bryce y miró el refugio que seguía abierto en su propia cuadra, la gente que entraba. Los refugios podían cerrarse manualmente en cualquier momento, pero todos se cerrarían en una hora. Sellados hasta que hubiera pasado la amenaza.

La voz de Juniper se quebró.

—Los obligaré a mantener las puertas abiertas. Pero, Bryce, es… —la recepción falló porque seguro se adentró más en el refugio, y Bryce miró hacia el norte, hacia los teatros. A pocas cuadras de la Puerta del Corazón—. Desorden de… —más estática—. ¿Segura?

—Estoy a salvo —mintió Bryce—. No salgas del refugio. Mantén las puertas abiertas todo el tiempo que puedas.

Pero Juniper, dulce y decidida y valiente, no podría tranquilizar a una multitud en pánico. En especial una multitud de gente vestida con ropa elegante y convencida de su derecho a vivir por encima del de los demás.

Se volvió a cortar la llamada, así que Bryce dijo:

—Te amo, June.

Y colgó.

Le envió un mensaje a Jesiba para contarle del Averno literal que se había liberado y cuando no recibió una respuesta instantánea agregó otro diciéndole que se dirigiría a la ciudad. Porque alguien tenía que hacerlo.

Los demonios volaban por los cielos desde la Puerta Moonwood. Bryce sólo podía rezar que la Madriguera estuviera ya sellada. Pero la Madriguera tenía docenas de guardias y encantamientos poderosos. Había partes de la ciudad que no tenían ninguna protección.

Fue suficiente para hacerla bajar corriendo de la azotea por las escaleras. Bajar por el edificio.

Y hacia las calles caóticas de abajo.


—Los demonios están entrando por todas las Puertas —reportó Declan entre el clamor de varios líderes y sus equipos que gritaban a los teléfonos. Las Puertas ahora tenían un vacío negro bajo sus arcos. Como si un conjunto invisible de puertas se hubiera abierto en su interior.

Él alcanzaba a ver seis en las pantallas porque el Sector de los Huesos no tenía cámaras, pero Declan supuso que era razonable asumir que la Puerta de los Muertos del otro lado del Istros tenía la misma oscuridad. Jesiba Roga no hizo ningún intento por ponerse en contacto con el Rey del Inframundo, pero permaneció con la mirada fija en las transmisiones de las cámaras. Tenía el rostro pálido.

No importaba, pensó Hunt, al ver por encima del hombro de Declan. Los habitantes del Sector de los Huesos ya estaban muertos.

Estaban haciéndose llamadas y muchas de ellas no estaban siendo contestadas. Sabine le gritó órdenes a Amelie. Ambas tenían el teléfono al oído e intentaban localizar a los Alfas de las jaurías de la ciudad.

En todas las pantallas del centro de conferencias, las cámaras de toda Ciudad Medialuna revelaban un paisaje de pesadilla. Hunt no sabía hacia donde ver. Cada imagen era más horrible que la anterior. Los demonios que reconocía con claridad escalofriante, los peores de los peores, salían a la ciudad por todas las Puertas. Demonios que a él le había costado un mucho trabajo matar. Los ciudadanos de Lunathion no tenían ninguna posibilidad.

No eran demonios urbanos y astutos como Aidas. No, estos eran del nivel más bajo. Las bestias del Foso. Sus perros salvajes, hambrientos por una presa fácil.

En CiRo, ya se veían las burbujas iridiscentes de los encantamientos defensores de las villas. Dejaron a los pobres o desafortunados en las calles. Ahí, frente a los muros impermeables de los ciudadanos más ricos de la ciudad, habían ordenado que fuera el Aux. Para proteger a los que ya estaban seguros.

Hunt le gritó a Sabine.

—Dile a tus jaurías que hay casas indefensas en donde los necesitan…

—Estos son los protocolos —le contestó Sabine.

Amelie Ravenscroft, por lo menos, tuvo la decencia de ruborizarse con vergüenza y bajar la cabeza. Pero no se atrevió a hablar fuera de turno.

Hunt gruñó:

—A la mierda con los protocolos —señaló las pantallas—. Esos pendejos tienen encantamientos y habitaciones de pánico en sus villas. La gente en las calles no tiene nada.

Sabine lo ignoró. Pero Ruhn le ordenó a su padre:

—Saca nuestras fuerzas de CiRo. Envíalos a donde se necesitan.

El Rey del Otoño movió la mandíbula. Pero dijo:

—Los protocolos existen por una razón. No los ignoraremos para descender en el caos.

Hunt exigió saber:

—¿Es una puta broma?

El sol de la tarde se acercaba al horizonte. No quería pensar cuánto empeoraría la situación cuando cayera la noche.

—No me importa si no quieren —le gritaba Tharion al teléfono—. Diles que vayan a la costa —una pausa—. ¡Entonces diles que lleven a todos los que puedan cargar bajo la superficie!

Isaiah estaba al teléfono del otro lado de la habitación.

—No, esa deformación del tiempo sólo fue un hechizo que salió mal, Naomi. Sí, hizo que las Puertas se abrieran. No, que la 33ª vaya a la Vieja Plaza. Que vayan a la Vieja Plaza en este momento. No me importa si todos terminan hechos pedazos…

Isaiah apartó el teléfono de su oído, viendo la pantalla.

Los ojos de Isaiah se encontraron con los de Hunt.

—El DCN está sitiada. Están masacrando a la 33ª —no aclaró si Naomi estaba con ellos o si había perdido su teléfono en la pelea.

Ruhn y Flynn marcaban número tras número. Nadie contestaba. Como si todos los líderes hada de la ciudad estuvieran también muertos.

Sabine logró comunicarse.

—Ithan, informe.

Declan conectó la llamada de Sabine a las bocinas de la sala. La voz jadeante de Ithan Holstrom se escuchó en la sala, su ubicación indicaba que estaba en la parte exterior de la encantada e impenetrable Madriguera. Unos gruñidos sobrenaturales y feroces que no pertenecían a los lobos interrumpían sus palabras.

—Están en todas putas partes. Apenas logramos mantenerlos fuera…

—Mantengan sus posiciones —ordenó Sabine—. Mantengan sus posiciones y esperen órdenes.

Humanos y vanir por igual estaban corriendo, con niños en sus brazos, a cualquier refugio abierto que pudieran encontrar. Muchos ya estaban cerrados, sellados por la gente frenética del interior.

Hunt le preguntó a Isaiah:

—¿Cuánto tiempo para que la 32a baje de Hilene?

—Una hora —repuso el ángel con la mirada en la pantalla. En la masacre, en la ciudad arrasada por el pánico—. Llegarán demasiado tarde.

Y si Naomi estaba fuera, herida o muerta… Carajo.

Flynn le gritó a alguien al teléfono.

—Rodeen la Puerta de la Rosa, ahora. Les están entregando la ciudad.

Hunt miró el derramamiento de sangre y consideró las pocas opciones que tenía la ciudad. Necesitarían ejércitos que rodearan todas las puertas que abrían al Averno y encontrar una manera de cerrar esos portales.

Hypaxia se había levantado de su asiento. Estudió las pantallas con seria determinación y dijo con calma a su teléfono:

—Prepárense y salgan. Vamos a entrar.

Todos voltearon a verla. La joven reina no pareció darse cuenta. Sólo le ordenó a quien estaba al otro lado de la línea:

—A la ciudad. Ahora.

Sabine se quejó:

—Serán todas masacradas.

Y llegarán tarde, pensó Hunt pero no lo dijo.

Hypaxia terminó la llamada y señaló la pared de la izquierda con la transmisión de la Vieja Plaza.

—Preferiría morir como ella que ver inocentes morir aquí sentada.

Hunt volteó a ver donde estaba señalando y el vello de la nuca se le erizó. Como si supiera lo que iba a ver.

Ahí, corriendo por las calles con la chamarra de Danika, con una espada en una mano y una pistola en la otra, iba Bryce.

Corriendo no del peligro, sino hacia él.

Ella gritaba algo una y otra vez. Declan se concentró en las transmisiones e iba cambiando de cámara a cámara para seguirla por las calles.

—Creo que puedo obtener el audio y aislar su voz contra el ruido de fondo —le dijo a nadie en particular. Y entonces…

¡Vayan a los refugios! —gritaba. Sus palabras hacían eco en todos los rincones de la habitación.

Esquivar, cortar, disparar. Se movía como si hubiera entrenado con el Aux toda su vida.

¡Adentro, ahora! —gritaba y giraba para dispararle a un demonio alado que tapaba el sol dorado de la tarde con gesto burlón. Disparó y la criatura gritó y cayó en un callejón. Los dedos de Declan volaban por el teclado para mantenerla en la pantalla.

—¿A dónde carajos está yendo? —dijo Fury.

Bryce siguió corriendo. Siguió disparando. No fallaba.

Hunt miró a su alrededor y se dio cuenta de a dónde se dirigía.

A la parte más indefensa de Ciudad Medialuna, llena de humanos sin magia. Sin dones sobrenaturales ni fuerza.

—Va a los Prados —dijo Hunt.


Era peor de lo que Bryce podía imaginar.

Tenía el brazo adormecido por el golpeteo de la pistola cada vez que la disparaba, estaba cubierta de sangre maloliente y no había fin de los dientes que lanzaban mordidas, las alas de cuero, los ojos furiosos y sin luz. La tarde empezó a sangrar a medida que se ponía un sol muy vivo y el cielo pronto hizo juego con la sangre de las calles.

Bryce corrió, jadeando, su respiración era como un cuchillo en su pecho.

Su pistola se quedó sin balas. No desperdició tiempo buscando balas que ya no tenía. No, le arrojó la pistola a un demonio de alas negras que volaba hacia ella y lo desequlibró. Se quitó el rifle del hombro. El rifle de Hunt, la envolvió su aroma a cedro y lluvia cuando cortó cañón y, para cuando el demonio se volvía a acercar a ella con la mandíbula batiente, ella disparó.

Le voló la cabeza y le brotó un chorro rojo.

Siguió corriendo, avanzando hacia la ciudad. Más allá de los refugios que seguían abiertos, cuyos ocupantes estaban haciendo lo mejor que podían para defender las entradas. Para hacer tiempo y que los demás entraran.

Otro demonio bajó desde una azotea con las garras curvas apuntadas hacia ella…

Bryce levantó la espada de Danika y le abrió la piel gris moteada al demonio desde el abdomen hasta el cuello. Cayó en el pavimento detrás de ella, aún movía las alas de cuero, pero ella ya se había alejado corriendo.

Seguir. Debía seguir avanzando.

Todo su entrenamiento con Randall, cada hora que habían pasado entre rocas y pinos en las montañas alrededor de su casa, cada hora en el salón del poblado, todo había sido para esto.