En la azotea de la galería un momento después, con Isaiah en silencio a su lado, Hunt observó la luz del sol de la mañana teñir de dorado las impecables alas blancas de Micah y hacer que los mechones de oro de su cabello casi se encendieran mientras el arcángel inspeccionaba la ciudad amurallada que se extendía a su alrededor.
Hunt, por su parte, estudiaba la azotea plana, interrumpida sólo por equipo y por la puerta que daba a la galería de abajo.
Las alas de Micah se movieron como la única advertencia de que estaba a punto de decir algo.
—El tiempo no está de nuestra parte.
Hunt sólo dijo:
—¿De verdad piensas que Quinlan podrá encontrar al responsable?
Dejó que su pregunta transmitiera cuánta fe tenía en ella.
Micah ladeó la cabeza. Un depredador antiguo y letal que analiza a su presa.
—Creo que es una cuestión que requiere el uso de todas las armas disponibles en nuestro arsenal, sin importar qué tan poco ortodoxas sean —dijo con un suspiro y volvió a mirar la ciudad.
Lunathion fue construida como el modelo de las antiguas ciudades costeras alrededor del Mar de Rhagan, casi una réplica exacta que incluía sus muros de arenisca, el clima árido, los huertos de olivos y las pequeñas granjas que decoraban las colinas distantes más allá de los límites al norte de la ciudad, incluso el gran templo a la diosa patronal en el centro. Pero a diferencia de aquellas ciudades, a esta se le había permitido adaptarse: las calles estaban construidas en una cuadrícula ordenada, no eran una maraña; y los edificios modernos surgían como lanzas en el corazón del DCN, mucho más altos que las alturas permitidas en Pangera.
Micah era el responsable de esto, de ver esta ciudad como un tributo al viejo modelo pero también como el lugar para que floreciera el futuro. Incluso había favorecido el nombre de Ciudad Medialuna en vez de Lunathion.
Un hombre de progreso. De tolerancia, se decía.
Hunt se preguntaba con frecuencia qué se sentiría arrancarle la garganta.
Lo había contemplado tantas veces que ya había perdido la cuenta. Había contemplado lanzarle un relámpago en la apuesta cara, esa máscara perfecta para el bastardo brutal y exigente que estaba detrás.
Tal vez era injusto. Micah había nacido en el poder, nunca había conocido la vida como otra cosa que no fuera una de las mayores fuerzas del planeta. Como un casi dios que no está acostumbrado a que se le cuestione su autoridad y que aplasta todas las amenazas contra ella.
Una rebelión dirigida por otro arcángel y tres mil guerreros fue justo eso. A pesar de que casi todos sus triarii ahora estaban compuestos por los miembros de los Caídos. Al parecer les ofrecía una segunda oportunidad. Hunt no podía comprender por qué se molestaba con ser tan misericordioso.
Micah dijo:
—Seguro Sabine ya está enviando a su gente para que investiguen este caso y visitará mi oficina para decirme con exactitud lo que piensa sobre el asunto de Briggs —una mirada helada entre ellos—. Quiero que nosotros encontremos al asesino, no los lobos.
Hunt preguntó con frialdad.
—¿Muerto o vivo?
—Vivo, de preferencia. Pero muerto es mejor que dejarlo libre por ahí.
Hunt se atrevió a preguntar:
—¿Y esta investigación también cuenta en mi cuota? Podría durar meses.
Isaiah se tensó. Pero la boca de Micah sonrió. Durante un momento, no dijo nada. Hunt ni siquiera parpadeó.
Luego Micah dijo:
—¿Qué te parece esto como incentivo, Athalar? Tú resuelves el caso rápido, antes de la Cumbre, y yo bajaré tus deudas a diez.
El mismo viento pareció detenerse.
—¿Diez —logró decir Hunt— misiones más?
Era inconcebible. Micah no tenía ninguna razón para ofrecerle nada. No cuando su palabra era lo único que Hunt necesitaba para obedecer.
—Diez misiones más —dijo Micah, como si no acabara de soltar una puta bomba en medio de la vida de Hunt.
Podría ser un engaño. Micah podría hacer que esas diez misiones duraran décadas, pero… Puto Solas flamígero.
El arcángel agregó:
—No le puedes decir a nadie esto, Athalar.
Que no se molestara en siquiera advertirle a Isaiah sugería cuánto confiaba en su comandante.
Hunt dijo, con la mayor tranquilidad posible:
—Está bien.
La mirada de Micah se volvió inmisericorde. Miró a Hunt de pies a cabeza. Luego la galería debajo de sus botas. La asistente que estaba ahí dentro. Micah gruñó:
—Mantén tu pene en tus pantalones y tus manos cerca de ti. O podrías perderlos durante un largo rato.
Hunt podía volver a hacer crecer esas partes, por supuesto. Cualquier inmortal que hiciera el Descenso podía volver a regenerar casi cualquier parte si no lo decapitaban o lo mutilaban severamente, con las arterias que se desangraran, pero… la recuperación sería dolorosa. Lenta. Y no tener pene, aunque fuera por unos meses, no era una de las prioridades de Hunt.
Pero ponerse a hacer tonterías con asistentes medio humanas era lo último que le interesaba, de cualquier manera, si su libertad estaba a diez asesinatos de distancia.
Isaiah asintió por ambos.
—Mantendremos esto profesional.
Micah volteó hacia el DCN, evaluó la brisa del río y movió un poco las alas. Le dijo a Isaiah:
—Nos vemos en mi oficina en una hora.
Isaiah hizo una reverencia doblando la cintura hacia el arcángel, un gesto Pangerano que le ponía los pelos de punta a Hunt. Lo habían obligado a hacerlo bajo el riesgo de que le arrancaran las plumas, las quemaran, las partieran. Esas décadas iniciales después de la Caída no habían sido buenas.
Las alas que sabía estaban montadas en la pared de la sala del trono de los asteri eran una prueba.
Pero Isaiah siempre había sabido jugar el juego, cómo soportar sus protocolos y jerarquías. Cómo vestirse, comer y coger como ellos. Había caído y había vuelto a ascender al rango de comandante por ese motivo. No le sorprendería a nadie si Micah recomendaba que se retirara el halo de Isaiah en el siguiente Consejo de Gobernadores con los asteri después del Solsticio de Invierno.
Sin que se requirieran asesinatos, carnicerías ni torturas.
Micah no se molestó en voltear a verlos antes de salir volando hacia el cielo. En cuestión de segundos se había convertido en un punto blanco en el mar de azul.
Isaiah exhaló con el ceño fruncido hacia los capiteles sobre las cinco torres del Comitium, una corona de vidrio y acero que se elevaba desde el corazón del DCN.
—¿Crees que hay alguna trampa? —le preguntó Hunt a su amigo.
—Él no hace ese tipo de planes.
Como Sandriel y la mayoría de los demás arcángeles.
—Él lo dice de verdad. Debe estar desesperado si quiere darte ese tipo de motivación.
—Es mi dueño. Sus palabras son órdenes.
—Con Sandriel en camino, tal vez se dio cuenta de que sería ventajoso si tú te sintieras inclinado a ser… leal.
—De nuevo: soy esclavo.
—Entonces no tengo ni puta idea, Hunt. Tal vez sólo se sentía generoso.
Isaiah movió la cabeza.
—No cuestiones la jugada que te concedió Urd.
Hunt exhaló con fuerza.
—Lo sé.
Las probabilidades eran que la verdad fuera una combinación de esas cosas.
Isaiah arqueó la ceja.
—¿Crees que puedas encontrar al responsable?
—No tengo alternativa.
No la tenía ahora que esta nueva oferta surgía sobre la mesa. Sintió el viento seco en su boca, escuchando al fondo su canción áspera entre los cipreses sagrados que flanqueaban la calle abajo, los miles de cipreses en esta ciudad plantados en honor a su diosa patronal.
—Los vas a encontrar —dijo Isaiah—. Sé que lo harás.
—Si logro dejar de pensar en la visita de Sandriel —dijo Hunt con una exhalación y se pasó las manos por el cabello—. No puedo creer que vendrá aquí. Con ese pedazo de mierda de Pollux.
Isaiah dijo con cautela:
—Dime que te das cuenta de que Micah te lanzó otro pinche hueso justo ahora dejándote aquí para proteger a Quinlan en vez de hacer que te quedaras en el Comitium con Sandriel de visita.
Hunt sabía eso, sabía que Micah estaba muy consciente de lo que él sentía por Sandriel y Pollux, pero no quiso reconocerlo.
—Como sea. Haz todo el escándalo que quieras sobre lo fantástico que es Micah pero recuerda que el bastardo le va a dar la bienvenida con los brazos abiertos.
—Los asteri le ordenaron a ella que viniera a la Cumbre —lo contradijo Isaiah—. Es normal para ellos enviar a uno de los arcángeles como su emisario a estas reuniones. El gobernador Ephraim atendió la última. Micah también le dio la bienvenida.
Hunt dijo:
—De todas maneras, el asunto es que ella estará aquí todo el mes. En ese puto complejo —señaló a los cinco edificios del Comitium—. Lunathion no es su escena. No hay nada aquí para que ella se divierta.
Con la mayoría de los Caídos muertos o dispersos a los cuatro vientos, a Sandriel le gustaba caminar por los calabozos de su castillo, llenos de humanos rebeldes, y seleccionar uno, dos o tres a la vez. La arena en el corazón de su ciudad existía para saciar el placer de destruir de diversas maneras a estos prisioneros. Batallas hasta la muerte, tortura pública, liberar a los Inferiores y animales básicos contra ellos… No había fin a su creatividad. Hunt lo había visto y lo había soportado todo.
Con el conflicto que estaba surgiendo en la actualidad, esos calabozos sin duda estarían a reventar. Era seguro que Sandriel y Pollux estaban disfrutando el dolor que fluía de esa arena.
La idea hizo que Hunt se tensara.
—Pollux será una puta amenaza en esta ciudad —el Martillo era bien conocido por sus actividades favoritas: matanza y tortura.
—Ya lidiaremos con Pollux. Micah sabe cómo es, lo que hace. Los asteri tal vez le hayan ordenado que le diera la bienvenida a Sandriel, pero no va a permitir que ceda todas las libertades a Pollux —dijo Isaiah y luego hizo una pausa con la mirada distante, como si estuviera sopesando algo en su interior—. Pero puedo hacer que tú no estés disponible durante la visita de Sandriel, de manera permanente.
Hunt arqueó una ceja.
—Si te refieres a la promesa de Micah de dejarme sin pene, yo paso.
Isaiah rio en voz baja.
—Micah te dio la orden de investigar con Quinlan. Son órdenes que te mantendrán muy, muy ocupado. En especial si él quiere que protejas a Bryce.
Hunt le sonrió a medias.
—¿Tan ocupado que no tendré tiempo de estar en el Comitium?
—Tan ocupado que te vas a quedar aquí en la azotea al otro lado del edificio de Quinlan para monitorearla.
—He dormido en peores condiciones —dijo Hunt. Isaiah también lo había hecho.
—Y sería una buena manera de ocultarme para mantener vigilada a Quinlan y así ofrecer mayor protección.
Isaiah frunció el ceño.
—¿De verdad la consideras sospechosa?
—No lo he descartado —dijo Hunt encogiéndose de hombros—. Micah tampoco la descartó. Así que hasta que demuestre lo contrario, no la eliminaré de mi lista.
Hunt se preguntaba quién demonios podría terminar en la lista de sospechosos de Quinlan. Al ver que Isaiah sólo asentía, Hunt preguntó:
—¿Vas a decirle a Micah que la estoy vigilando todo el día?
—Si nota que no estás durmiendo en las barracas, le diré. Mientras tanto, lo que no sepa no le hace daño.
—Gracias.
Esa palabra no formaba parte del vocabulario normal de Hunt, especialmente dirigida a alguien con alas, pero la dijo con sinceridad. Isaiah siempre había sido el mejor de todos ellos, el mejor de los Caídos y de todos los legionarios con los que había servido Hunt. Isaiah debería estar en la Guardia Asteriana con esas habilidades y sus alas blancas impecables pero, como Hunt, Isaiah había salido de la alcantarilla. Sólo los nacidos en altas posiciones eran suficiente para pertenecer a la legión privada de élite de los asteri. Incluso si eso significaba pasar por alto a buenos soldados como Isaiah.
Hunt, con sus alas grises y su sangre común, a pesar de sus relámpagos, nunca había sido considerado. Ya era suficiente privilegio que lo invitaran a unirse a la 18ª de élite de Shahar. La había amado a ella casi de inmediato por haber visto su valor y el de Isaiah. Todos los miembros de la 18ª habían sido así: soldados que ella había seleccionado no por su estatus sino por sus habilidades. Su verdadero valor.
Isaiah hizo un ademán en dirección del DCN y el Comitium dentro de él.
—Ve por tu equipo a las barracas. Necesito pasar ahí antes de reunirme con Micah.
Isaiah vio a Hunt parpadear y agregó un poco incómodo:
—Le debo una visita al príncipe Ruhn para confirmar la coartada de Quinlan.
Era la última puta cosa que quería hacer Hunt, y sabía que era la última puta cosa que quería hacer Isaiah, pero los protocolos eran los protocolos.
—¿Quieres que vaya contigo? —ofreció Hunt. Era lo menos que podía ofrecer.
La comisura de los labios de Isaiah se levantó un poco.
—Considerando que le rompiste la nariz a Danaan la última vez que estuvieron juntos en una habitación, voy a decir que no.
Sabia decisión. Hunt dijo con voz lenta:
—Se lo merecía.
A Micah, por fortuna, todo el evento (el Incidente como lo llamaba Naomi) le pareció divertido. No cualquier día alguien hacía ver su suerte a las hadas, así que incluso el gobernador celebró con discreción aquel altercado durante las celebraciones del Equinoccio de Primavera del año anterior. Le había dado a Hunt toda una semana libre por ello. Una suspensión, dijo Micah, pero esa suspensión vino con un cheque más grande de lo normal. Y tres muertes menos que pagar.
Isaiah dijo:
—Te llamaré después para ver cómo estás.
—Buena suerte.
Isaiah lo miró con una sonrisa cansada y desgastada, el único indicio de la rutina de todos esos años con los dos tatuajes, y salió a buscar a Ruhn Danaan, el Príncipe Heredero de las hadas.
Bryce recorrió la sala de exhibiciones una vez, soltó un leve quejido por el dolor de su pierna y se quitó los tacones con tanta fuerza que uno chocó contra la pared e hizo que temblara un jarrón antiguo.
Una voz tranquila preguntó a sus espaldas:
—Cuando claves los huevos de Hunt Athalar a la pared, ¿me podrías hacer un favor y tomar una fotografía?
Ella volteó a la pantalla de video que se había vuelto a encender… y la hechicera seguía ahí.
—¿En serio quieres involucrarte en esto, jefa?
Jesiba se recargó en su silla dorada, una reina sin preocupaciones.
—¿La venganza tradicional no es atractiva?
—No tengo idea de quién podría desear la muerte de Danika y la jauría. Ninguna.
Tenía sentido cuando parecía que Briggs era el responsable de invocar al demonio para que lo hiciera: ese mismo día salió. Danika estaba nerviosa y alterada por eso y luego había muerto. Pero si no había sido Briggs, y ahora con el asesinato de Maximus Tertian… No sabía dónde empezar.
Pero lo haría. Encontraría al responsable. Una pequeña parte de ella quería hacer que Micah Domitus se comiera sus palabras por haber implicado que ella podría ser una persona de interés para el caso pero… Apretó los dientes. Encontraría al responsable y lo haría arrepentirse de haber nacido.
Bryce avanzó hacia el escritorio intentando controlar su cojeo. Se recargó en el borde del mueble.
—El gobernador debe estar desesperado.
Y loco, si estaba pidiéndole ayuda a ella.
—No me importan las intenciones del gobernador —dijo Jesiba—. Puedes jugar a la detective vengadora todo lo que quieras, Bryce, pero recuerda que tienes un trabajo. Las juntas con los clientes no pueden pasar a un segundo plano.
—Lo sé —respondió Bryce mientras se mordía el interior de la mejilla—. Si la persona que está detrás de esto tiene la fuerza suficiente para invocar a un demonio como ése para que haga su trabajo sucio, tal vez yo también muera.
Era muy probable, dado que no había decidido si haría el Descenso o no.
Esos ojos grises y brillantes recorrieron la cara de la joven.
—Entonces mantén a Athalar cerca.
Bryce se irritó un poco. Como si ella fuera una pequeña mujercita que necesitara un gran guerrero fuerte para protegerla.
Aunque en esencia eso era cierto. Casi cierto del todo.
Total y definitivamente cierto, en caso de que ese demonio fuera invocado de nuevo.
Pero haría su lista de sospechosos. Y la otra tarea que le había dado, hacer una lista de los últimos lugares que Danika visitó… Su cuerpo se tensó sólo de pensarlo.
Tal vez aceptaría la protección de Athalar, pero no tenía que ponérsela fácil al pendejo presuntuoso.
Sonó el teléfono de Jesiba. La mujer volteó a ver la pantalla de su aparato.
—Es el padre de Tertian —le lanzó una mirada de advertencia a Bryce—. Si empiezo a perder dinero porque estás jugando a la detective con el Umbra Mortis, te convertiré en una tortuga.
Se llevó el teléfono a la oreja y la transmisión terminó.
Bryce exhaló largo y profundo antes de presionar el botón para cerrar la pantalla de la pared.
El silencio de la galería se enredó a su alrededor, carcomiéndole los huesos.
Lehabah, por una vez, no parecía haber escuchado. No había sonidos de golpeteo en la puerta de hierro que llenaran el gran silencio. No había ni un susurro de la pequeña e irremediablemente entrometida duendecilla de fuego.
Bryce apoyó el brazo en la superficie fresca del escritorio y se sostuvo la frente con la mano.
Danika nunca había mencionado que conociera a Tertian. Nunca habían siquiera hablado de él, ni una sola vez. ¿Y eso era lo que tenía para empezar su investigación?
Sin Briggs como el invocador-asesino, el asesinato no tenía sentido. ¿Por qué el demonio había elegido su departamento cuando estaba tres pisos arriba y localizado en un edificio que en teoría tenía vigilancia? Tenía que ser intencional. Danika y los demás, incluido Tertian, debían ser los objetivos y la conexión de Bryce con el vamp una terrible coincidencia.
Bryce tocó el amuleto que colgaba de su cadena dorada y lo movió hacia adelante y hacia atrás en la cadena.
Más tarde. Pensaría en esto en la noche, porque… miró el reloj. Mierda.
Tenía otro cliente en cuarenta y cinco minutos, lo cual significaba que tendría que terminar el tsunami de papeleo para el grabado en madera de Svadgard comprado el día anterior.
O tal vez debería ponerse a trabajar en la solicitud de empleo que había mantenido en secreto en su computadora, en un documento con el título falso de Hojas de cálculo de proveedor de papelería.
Jesiba, que la dejó a cargo de todo, desde surtir de papel de baño hasta ordenar papel para la impresora, nunca abriría ese archivo. Nunca vería que entre los documentos reales que Bryce había guardado ahí había una carpeta, Facturas de marzo de insumos de oficina, que no contenía una hoja de cálculo. Tenía una carta, un currículum y unas solicitudes a medio completar para buscar empleo en unos diez diferentes lugares.
Algunos eran muy improbables. Curadora Asociada del Museo de Arte de Ciudad Medialuna. Como si fuera posible que ella consiguiera ese empleo cuando no tenía un título ni de arte ni de historia. Y cuando la mayoría de los museos pensaban que los sitios como Antigüedades Griffin deberían ser ilegales.
Otras posiciones (Asistente personal de la Señorita Abogada Muy importante) serían más de lo mismo. Diferente entorno y jefe, pero el mismo tipo de mierda.
Pero eran una salida. Sí, tendría que negociar un acuerdo con Jesiba respecto a sus deudas y evitar averiguar si tan sólo mencionar que pensaba irse la dejaría convertida en algún animal rastrero, pero al menos trabajar en las solicitudes y reajustar su currículo una y otra vez la hacía sentir mejor. Algunos días.
Pero si el asesino de Danika había vuelto a aparecer, si estar en este empleo sin salida podía ayudar… Esos currículums eran una pérdida de tiempo.
La pantalla oscura de su teléfono apenas reflejaba las luces altas, altas en el techo.
Bryce suspiró otra vez, tecleó su clave en el aparato y abrió los mensajes.
No te arrepentirás de esto, he tenido mucho tiempo para decidir las maneras en que voy a mimarte. Y todo lo que nos vamos a divertir.
Podría haber recitado los mensajes de Connor de memoria, pero era más doloroso verlos. Dolía lo suficiente para sentirlo en todas las partes de su cuerpo, los restos oscuros de su alma. Así que siempre los veía.
Ve a divertirte. Nos veremos en unos días.
La pantalla blanca le quemaba los ojos. Mándame un mensaje cuando llegues a tu casa.
Cerró el mensaje. Y no se atrevió a abrir sus mensajes de voz. Por lo general tenía que estar en una de sus espirales emocionales de la muerte para hacer eso. Volver a oír la voz de Danika riendo.
Bryce exhaló largo y profundo, luego otra vez, luego otra.
Encontraría al responsable. Por Danika, por la Jauría de Diablos, lo haría. Haría cualquier cosa.
Abrió otra vez su teléfono y empezó a escribir un mensaje de grupo a Juniper y Fury. Fury jamás respondía, en realidad la conversación era entre Bryce y June. Había escrito la mitad de su mensaje: Philip Briggs no mató a Danika. Los asesinatos están empezando otra vez y yo… y luego lo borró. Micah le había dado la orden de no hablar de esto y si alguien hackeaba su teléfono… No se arriesgaría a que la sacaran de la investigación.
Fury tenía que saber ya de esto. Que su supuesta amiga no la hubiera contactado… Bryce apartó ese pensamiento de su mente. Se lo diría a Juniper frente a frente. Si Micah tenía razón y había alguna conexión entre Bryce y cómo habían seleccionado a las víctimas, no podía arriesgarse a dejar a Juniper sin saberlo. No perdería a nadie más.
Bryce miró hacia la puerta de hierro sellada. Se frotó el dolor profundo en la pierna una vez antes de ponerse de pie.
El silencio caminó a su lado durante todo el recorrido por las escaleras hacia el piso de abajo.