Cuando Danika salió al piso de exhibición de la galería, Bryce ya había recibido una llamada de atención algo amenazadora de Jesiba debido a su ineptitud. Todo surgió por el correo electrónico de una cliente exigente que le solicitó a Bryce acelerar el papeleo de una urna antigua que había comprado para poder presumirla a sus amigos igualmente quisquillosos en su coctel del próximo lunes, y para rematar dos mensajes de los miembros de la jauría de Danika que preguntaban si su Alfa estaba a punto de matar a alguien por la liberación de Briggs.
Nathalie, la Tercera en el rango de Danika, fue directamente al grano: ¿Ya perdió la cabeza por la situación de Briggs?
Connor Holstrom, el Segundo en el rango de Danika, fue un poco más cuidadoso con lo que envió al éter. Siempre cabía la posibilidad de una filtración. ¿Ya hablaste con Danika? Fue lo único que preguntó.
Bryce estaba respondiéndole a Connor, Sí, lo tengo bajo control, cuando una loba gris del tamaño de un caballo pequeño cerró la puerta de hierro de los archivos con una pata y sus garras sonaron contra el metal.
—¿Tanto odiaste mi ropa? —preguntó Bryce y se levantó de la silla.
Lo único que permanecía de Danika en esta forma eran sus ojos color caramelo, y eran lo que suavizaba la gracia, y amenaza pura que irradiaba de la loba con cada paso que daba hacia el escritorio.
—La traigo puesta, no te preocupes —los colmillos largos y afilados sobresalían con cada palabra. Danika movió sus orejas peludas y observó la computadora apagada, el bolso que Bryce había puesto sobre el escritorio.
—¿Vas a salir conmigo?
—Tengo que hacer algo de investigación para Jesiba —respondió Bryce, y tomó el llavero que traía las llaves para abrir puertas de varias partes de su vida—. Me ha insistido que encuentre el Cuerno de Luna otra vez. Como si no hubiera estado intentando encontrarlo toda la semana.
Danika miró hacia una de las cámaras visibles en la sala de exhibición, montada detrás de la estatua decapitada de un fauno bailarín que databa de hacía diez mil años. Su cola esponjada se movió una vez.
—¿Por qué lo quiere?
Bryce se encogió de hombros.
—No tengo los huevos para preguntarle.
Danika caminó hacia la puerta principal cuidando que sus garras no se atoraran en los hilos de la alfombra.
—Dudo que lo devuelva al templo sólo por la bondad de su corazón.
—Yo tengo la impresión de que Jesiba sacaría algún provecho de devolverlo —dijo Bryce.
Caminaron hacia la calle tranquila a una cuadra del Istros mientras el sol de mediodía horneaba el empedrado. Danika era un muro sólido de pelaje y músculos que separaba a Bryce y la acera.
El robo del cuerno sagrado durante el apagón había sido la mayor noticia del desastre: los saqueadores habían aprovechado la oscuridad para meterse al Templo de Luna y robar la antigua reliquia de las hadas del sitio donde reposaba sobre el regazo de una enorme deidad en un trono.
El arcángel Micah había ofrecido personalmente una cuantiosa recompensa por cualquier información que condujera a su devolución y prometió que el infeliz sacrílego que lo había robado sería presentado ante la justicia.
Lo que también se conocía como crucifixión pública.
Bryce siempre se aseguraba de no acercarse a la plaza en el DCN, donde por lo general se realizaban. En ciertos días, dependiendo del viento y del calor, el olor de la sangre y la carne podrida podía percibirse a varias cuadras de distancia.
Bryce empezó a caminar junto a Danika mientras la gran loba estudiaba la calle, olfateando para localizar cualquier indicio de amenaza. Bryce, como media hada, podía oler a la gente con mucho mayor detalle que el humano promedio. Cuando era niña, brindaba horas de entretenimiento a sus padres describiendo los olores de cada persona en su pequeño poblado de montaña, Nidaros. Los humanos no tenían esta manera de interpretar el mundo. Pero sus habilidades no se acercaban a las de su amiga.
Mientras Danika olfateaba la calle, su cola se movió una vez, y no fue de felicidad.
—Calma —dijo Bryce—. Presentarás tu caso a los Líderes y ellos se harán cargo.
Las orejas de Danika se aplastaron.
—Todo está jodido, B. Todo.
Bryce frunció el ceño.
—¿De verdad me estás diciendo que alguno de los Líderes quiere libre a un rebelde como Briggs? Encontrarán algún tecnicismo para volver a refundirlo en la cárcel —dijo. Luego agregó, porque Danika seguía sin verla:
—No hay manera de que la 33ª no esté monitoreando todos sus movimientos. Basta que Briggs parpadee mal y verá el tipo de dolor que los ángeles pueden dejarnos caer encima. Demonios, el gobernador podría incluso mandar al Umbra Mortis por él.
El asesino personal de Micah, con el raro don de tener el poder de los relámpagos en las venas, podía eliminar casi cualquier amenaza.
Danika gruñó y sus dientes brillaron.
—Yo sola puedo encargarme de Briggs.
—Sé que puedes. Todo el mundo sabe que puedes, Danika.
Danika estudió la calle delante de ellas, su mirada pasó por el cartel de los seis asteri sentados en sus tronos, y el trono vacío para honrar a su hermana caída, que estaba pegado a la pared. Dejó escapar un suspiro.
Ella siempre tendría que soportar cargas y expectativas que Bryce nunca experimentaría, y Bryce agradecía al Averno por ese privilegio. Cuando Bryce la cagaba, Jesiba solía quejarse durante unos minutos y eso era todo. Cuando Danika la cagaba, aparecía en todos los noticieros y en las redes.
Sabine se aseguraba de ello.
Bryce y Sabine se odiaron desde el instante de aquel primer día de clases en la UCM cuando la Alfa se burló de la compañera de cuarto inadecuada y mestiza de su única hija. Y Bryce amó a Danika desde el momento en que la saludó delante de su madre de todos modos, y le dijo que Sabine estaba enojada porque tenía la esperanza de que ella fuera un vampiro musculoso para poder babear sobre él.
Danika rara vez permitía que las opiniones de otros, en especial la de Sabine, le restaran seguridad y alegría; sin embargo, en días como éste… Bryce levantó una mano y acarició las costillas musculosas de Danika, una caricia amplia y reconfortante.
—¿Crees que Briggs irá por ti o por la jauría? —preguntó Bryce y sintió un nudo en el estómago. Danika no había capturado a Briggs sola, él tenía una cuenta pendiente con todos ellos.
Danika arrugó el hocico.
—No lo sé.
Las palabras resonaron entre ellas. En combate mano a mano, Briggs nunca sobreviviría contra Danika. Pero una de esas bombas podría cambiar todo. Si Danika hubiera hecho el Descenso hacia la inmortalidad probablemente sobreviviría. Pero como no la había hecho… como ella era la única de la Jauría de Diablos que no lo había hecho todavía… a Bryce se le secó la boca.
—Ten cuidado —dijo con voz baja.
—Lo tendré —dijo Danika con los ojos cálidos todavía llenos de sombras. En ese momento sacudió la cabeza, como si se estuviera sacudiendo agua, un movimiento puramente canino. Bryce solía sentirse maravillada de esto, que Danika pudiera despejar sus miedos, o al menos enterrarlos, lo suficiente para seguir adelante. Efectivamente, Danika cambió de tema:
—Tu hermano estará hoy en la junta.
Medio hermano. Bryce no se molestó en corregirla. Hermano a la mitad, pero hada e hijo de puta completo.
—¿Y?
—Sólo pensé que debía advertirte que lo veré —la cara de la loba se suavizó ligeramente—. Va a preguntarme cómo estás.
—Dile a Ruhn que estoy ocupada haciendo cosas importantes y que se puede ir al Averno.
Danika trató de controlar su carcajada.
—¿Dónde, exactamente, estás haciendo estas importantes investigaciones para el Cuerno?
—En el templo —suspiró Bryce—. Honestamente, he estado investigando esto desde hace días y no logro entender nada. No hay sospechosos, en el Mercado de Carne no corren rumores de que esté a la venta, ningún motivo para que alguien se tome la molestia de hacerlo. Es suficientemente famoso como para que quien lo tenga lo tenga guardado celosamente —frunció el ceño hacia el cielo despejado—. Casi me pregunto si el apagón estuvo ligado con eso, si alguien deliberadamente cortó la energía de la ciudad para cometer el robo en medio del caos. Hay unas veinte personas en esta ciudad capaces de ser así de hábiles y la mitad de ellas tienen los recursos para lograrlo.
La cola de Danika se movió involuntariamente.
—Si pueden hacer algo así, sugeriría mantener tu distancia. Invéntale algo a Jesiba, que piense que lo estás buscando, y luego olvídalo. El Cuerno aparecerá o ella se concentrará en su siguiente misión estúpida.
Bryce aceptó:
—Es que… sería bueno encontrar el Cuerno. Para mi propia carrera.
Qué carrera, sólo el Averno lo sabía. Tras un año de trabajar en la galería no había logrado nada más que sentir asco ante las cantidades obscenas de dinero que los ricos gastaban en porquerías antiguas.
Los ojos de Danika centellearon.
—Sí, lo sé.
Bryce empezó a jugar con un dije pequeño y dorado, un nudo de tres círculos entrelazados, a lo largo de la cadena delicada que colgaba de su cuello.
Danika salía a patrullar armada de garras, espada y pistolas, pero la armadura diaria de Bryce consistía solamente en esto: un amuleto arquesiano apenas del tamaño de su uña pulgar, un regalo de Jesiba en su primer día de trabajo.
Un traje de protección contra materiales peligrosos pero en un collar, se maravilló Danika cuando Bryce le mostró las numerosas protecciones que tenía el amuleto contra la influencia de varios objetos mágicos. Los amuletos arquesianos no eran baratos, pero Bryce no se molestó en engañarse pensando que el regalo de su jefa era algo más que interés personal. Hubiera sido una pesadilla de seguros si Bryce no lo tuviera.
Danika hizo un ademán hacia el collar.
—No te lo quites. En especial si estás buscando cosas como el Cuerno.
Aunque los grandes poderes del Cuerno habían cesado hacía mucho tiempo, Bryce necesitaría todas las defensas mágicas posibles en caso de que alguien poderoso hubiera sido responsable del robo.
—Sí, sí —dijo Bryce, aunque sabía que Danika tenía razón. Nunca se había quitado el collar desde que lo recibió. Si Jesiba alguna vez la despedía, sabía que tendría que encontrar la manera de irse con todo y el collar. Danika le había dicho eso varias veces, incapaz de contener su instinto de Alfa de protección ininterrumpida. Era una de las razones por las cuales Bryce la amaba, y por lo cual se le apretaba el pecho en ese momento con el mismo amor y gratitud.
El teléfono de Bryce vibró en su bolso y lo sacó. Danika echó un vistazo para ver quién llamaba, movió la cola y sus orejas se pararon.
—No digas nada sobre Briggs —advirtió Bryce y aceptó la llamada—. Hola, mamá.
—Hola, corazón —la voz clara de Ember Quinlan inundó su oído, lo que provocó una sonrisa en Bryce a pesar de los quinientos kilómetros que las separaban.
—Quería confirmar si está bien que te vaya a visitar el próximo fin de semana.
—¡Hola, mami! —ladró Danika hacia el teléfono.
Ember rio. Ember siempre había sido mami para Danika, desde la primera vez que se vieron. Y Ember, que no había tenido más hijos aparte de Bryce, estaba más que contenta de tener una segunda hija igual de obstinada y difícil.
—¿Danika está contigo?
Bryce hizo un gesto de hartazgo y le pasó el teléfono a su amiga. Entre un paso y el siguiente, Danika se transformó con un destello de luz; la loba enorme se encogió y retomó la forma grácil y humanoide.
Danika le arrebató el teléfono a Bryce y lo sostuvo entre su oreja y su hombro mientras se ajustaba la blusa de seda blanca que Bryce le había prestado y se la fajaba en sus jeans manchados. Había logrado limpiar una buena cantidad de la porquería del merodeador nocturno de sus pantalones y chamarra de cuero, pero al parecer la camiseta había sido una causa perdida. Danika dijo al teléfono:
—Bryce y yo estamos caminando.
Las orejas arqueadas de Bryce le permitían escuchar perfectamente a su madre, que preguntó:
—¿Dónde?
Ember Quinlan había convertido a la sobreprotección en un deporte competitivo.
Mudarse aquí, a Lunathion, había sido una prueba de voluntades. Ember cedió sólo cuando supo quién era la compañera de habitación de primer año de Bryce, y luego le soltó un sermón a Danika sobre cómo asegurarse de que Bryce se mantuviera a salvo. Randall, el padrastro de Bryce, cortó la llamada por compasión después de treinta minutos.
Bryce sabe defenderse le recordó Randall a Ember. Nosotros nos aseguramos de eso. Y Bryce seguirá con su entrenamiento mientras esté allá, ¿no es así?
Bryce sin duda lo había hecho. Había ido al campo de tiro apenas hacía unos días, repasando todos los movimientos que Randall, su verdadero padre en lo que a ella le concernía, le había enseñado desde que era niña: armar una pistola, apuntar al blanco, controlar su respiración.
La mayoría de los días, las pistolas le parecían máquinas de matar brutales y agradecía que la República las tuviera altamente reguladas. Pero como tenía poco para defenderse aparte de la velocidad y una que otra maniobra bien estudiada, había entendido que una pistola podía significar la diferencia entre la vida y la aniquilación para un humano.
Danika mintió:
—Vamos a uno de los puestos callejeros de la Vieja Plaza; teníamos antojo de una kofta de cordero.
Antes de que Ember pudiera continuar con el interrogatorio, Danika agregó:
—Oye, creo que a B se le olvidó decirte que vamos a ir a Kalaxos el próximo fin de semana. Ithan tiene un juego de solbol allá y vamos a ir a echarle porras.
Era una verdad a medias. El partido se llevaría a cabo, pero no habían acordado ir a ver al hermano menor de Connor, jugador estrella de la UCM. Esa tarde, la Jauría de Diablos iría a la arena de la UCM para apoyar a Ithan, pero Bryce y Danika no se habían molestado en asistir a ningún juego de visitantes desde el segundo año, cuando Danika se acostaba con uno de los jugadores defensivos.
—Qué mal —dijo Ember. Bryce casi podía escuchar el ceño fruncido en el tono de voz de su madre—. Teníamos mucha ilusión de ir.
Solas flamígero, esta mujer era una maestra para hacer sentir culpable a los demás. Bryce se encogió un poco y le quitó el teléfono a su amiga.
—Nosotras también, pero reprogramemos para el próximo mes.
—Pero falta mucho tiempo todavía…
—Mierda, ahí viene un cliente —mintió Bryce—. Tengo que irme.
—Bryce Adelaide Quinlan…
—Adiós, ma.
—¡Adiós, ma! —repitió Danika justo en el momento que Bryce colgó.
Bryce suspiró hacia el cielo, sin hacer caso de los ángeles que se elevaban y volaban por encima de sus cabezas, sus sombras bailando sobre las calles bañadas por la luz del sol.
—Mensaje entrante en tres, dos…
El teléfono vibró.
Ember escribió: Si no te conociera, pensaría que estás evadiéndonos, Bryce. Tu papá se va a sentir muy ofendido.
Danika soltó un silbido.
—Oh, es buena.
Bryce suspiró.
—No voy a permitir que vengan a la ciudad si Briggs está suelto.
La sonrisa de Danika se desvaneció.
—Lo sé. Seguiremos evadiéndolos hasta que esto esté resuelto.
Gracias a Cthona por Danika, ella siempre tenía un plan para todo.
Bryce metió el teléfono de vuelta en su bolso y dejó el mensaje de su madre sin responder.
Cuando llegaron a la Puerta en el corazón de la Vieja Plaza, con su arco de cuarzo tan claro como un estanque congelado, el sol estaba llegando justo al borde superior y la luz se refractaba en pequeños arcoíris sobre uno de los edificios contiguos. En el Solsticio de Verano, cuando el sol se alineaba perfectamente con la Puerta, llenaba toda la plaza con arcoíris, tantos que era como caminar dentro de un diamante.
Algunos turistas recorrían la zona, merodeando por la plaza esperando la oportunidad de tomarse una fotografía con el monumento de siete metros.
La Puerta de la Vieja Plaza, una de las siete en esta ciudad, todas talladas a partir de bloques enormes de cuarzo extraídos de las montañas Laconian al norte, se conocía como la Puerta del Corazón, gracias a su ubicación justo en el centro de Lunathion, mientras que las otras seis Puertas estaban localizadas en sitios equidistantes y cada una daba hacia una de las calles que salían de la ciudad amurallada.
—Deberían hacer un carril especial de acceso para que los residentes puedan cruzar la plaza —murmuró Bryce mientras esquivaban a los turistas y vendedores ambulantes.
—Y ponerles multas a los turistas por caminar lento —murmuró Danika en respuesta, pero mostró una rápida sonrisa lupina a una pareja joven de humanos que la reconoció con ferviente admiración y empezaron a sacar fotos.
—Me pregunto qué pensarían si supieran que estás llena de salsa especial de merodeador nocturno —murmuró Bryce.
Danika le dio un codazo.
—Pendeja.
Saludó a los turistas con amabilidad y continuó su camino.
Al otro lado de la Puerta del Corazón, entre un pequeño ejército de vendedores de comida y porquerías para los turistas, una segunda fila de personas esperaba acercarse al bloque dorado que surgía de su lado sur.
—Tendremos que meternos por aquí para cruzar —dijo Bryce, con un gesto de desaprobación hacia los turistas que esperaban bajo el calor intenso.
Pero Danika se detuvo y giró su rostro anguloso hacia la Puerta y la placa.
—Pidamos un deseo.
—No voy a formarme en esa fila —respondió Bryce. Por lo general, sólo pedían deseos en la madrugada, gritándolos hacia el éter, cuando regresaban borrachas del Cuervo Blanco y la plaza estaba vacía. Bryce revisó la hora en su teléfono—. ¿No tienes que ir ya al Comitium?
La fortaleza de cinco torres del gobernador estaba al menos a quince minutos caminando.
—Tengo tiempo —dijo Danika y tomó a Bryce de la mano, tirando de ella entre la multitud para ir a la verdadera atracción turística de la Puerta.
Saliendo del cuarzo como a un metro del suelo había un disco: un bloque de oro sólido incrustado con siete gemas diferentes, cada una para un barrio diferente de la ciudad, con la insignia de cada distrito grabada debajo.
Esmeralda y una rosa para Cinco Rosas. Ópalo y un par de alas para el DCN. Rubí y un corazón para la Vieja Plaza. Zafiro y roble para Moonwood. Amatista y una mano humana para Prados de Asfódelo. Ojo de tigre y una serpiente para el Mercado de Carne. Y ónix, tan negro que se tragaba la luz, y un conjunto de cráneo y huesos cruzados para el Sector de los Huesos.
Debajo del arco de piedras y emblemas grabados, había un disco pequeño y redondo, ligeramente sobresaliente. El metal estaba desgastado por el roce de incontables manos, patas, aletas y toda clase de extremidades.
Junto había un letrero donde se leía:
Toque bajo su propio riesgo. No usar entre la puesta y la salida del sol. Los infractores serán multados.
La gente de la fila, esperando el acceso al disco, parecía no tener problemas con los riesgos.
Un par de metamorfos adolescentes reían entre ellos, por su olor eran alguna especie de felinos, y se empujaban uno al otro hacia adelante, se daban codazos y se retaban, desafiándose uno al otro a tocar el disco.
—Patético —dijo Danika, mientras caminaba a lo largo de la fila. Cruzó las sogas de división, pasó junto a la guardia de aspecto aburrido, un hada joven, y llegó hasta el frente. Tomó una placa del interior de su chamarra de cuero y se la mostró a la guardia, quien se tensó al darse cuenta de quién se había metido en la fila. Ni siquiera miró el emblema dorado con el arco de luna creciente y la flecha cruzada antes de dar un paso atrás.
—Asunto oficial del Aux —declaró Danika con una expresión completamente seria—. Tomará sólo un minuto.
Bryce controló su risa, muy consciente de cómo la gente formada miraba fijamente sus espaldas.
Danika les dijo con lentitud a los adolescentes:
—Si no lo van a hacer, háganse a un lado.
Ellos voltearon a verla y se apartaron, pálidos como la muerte.
Danika sonrió y mostró casi todos sus dientes. No era una vista agradable.
—Mierda —susurró uno de ellos.
Bryce también ocultó su sonrisa. La admiración nunca le aburría. Principalmente porque sabía que Danika se la había ganado. Cada maldito día, Danika se ganaba esa admiración que florecía entre los rostros de extraños cuando veían su cabello de color maíz y el tatuaje en el cuello. Además del miedo que hacía que los malvivientes de la ciudad pensaran dos veces antes de meterse con ella y la Jauría de Diablos.
Excepto por Philip Briggs. Bryce envió una oración a las profundidades azules de Ogenas para que la diosa del mar susurrara su sabiduría a Briggs y lo mantuviera lejos de Danika si en realidad salía libre algún día.
Los chicos se apartaron y les tomó unos milisegundos notar a Bryce también. La admiración de sus rostros se convirtió en descarado interés.
Bryce resopló. En sus sueños.
Uno de ellos tartamudeó y volteó de Bryce a Danika:
—Mi… mi maestra de historia dice que las Puertas originalmente eran aparatos de comunicación.
—Apuesto a que consigues a muchas novias con esos datos increíbles —dijo Danika sin siquiera voltearlos a ver, nada impresionada y nada interesada.
Mensaje recibido, los chicos regresaron a la fila. Bryce sonrió y se paró junto a su amiga, mirando hacia el disco.
Pero el adolescente tenía razón. Las siete Puertas de esta ciudad, todas colocadas a lo largo de una línea ley que recorría todo Lunathion, habían sido diseñadas hacía siglos como una manera rápida para que los guardias de los diferentes distritos pudieran hablar entre ellos. Cuando alguien tocaba el centro del disco dorado y hablaba, la voz viajaba a las otras Puertas y se iluminaba la gema con el distrito de donde se originaba la voz.
Por supuesto, requería de una gota de magia para lograrlo. Literalmente la succionaba como un vampiro directo de las venas de las personas que tocaban el disco, una descarga de poder que se perdía para siempre.
Bryce levantó la mirada a la placa de bronce que estaba por encima de su cabeza. Las Puertas de cuarzo eran monumentos, aunque no sabía por cuál conflicto o guerra. Sin embargo, todas tenían la misma placa: El poder siempre pertenece a quienes dan su vida por la ciudad.
En vista de que era una afirmación que podía interpretarse como un agravio al gobierno de los asteri, Bryce siempre se sorprendía de que dejaran las Puertas intactas. Pero después de volverse obsoletas con la llegada de los teléfonos, las Puertas encontraron una segunda vida cuando niños y turistas empezaron a usarlas; les decían a sus amigos que fueran a las otras Puertas de la ciudad para poder susurrar alguna grosería o para maravillarse ante la novedad de este método tan anticuado de comunicación. Por supuesto, durante los fines de semana, algunos borrachos estúpidos (una categoría a la cual Bryce y Danika pertenecían firmemente) se convertían en una molestia tan grande gritando por las Puertas que la ciudad se vio obligada a poner un horario de operación.
Y luego empezaron a crecer las supersticiones tontas, por ejemplo que la Puerta podía cumplir deseos y que darle una gota de tu poder era hacer una ofrenda a los cinco dioses.
Era pura pendejada, Bryce lo sabía, pero si eso hacía que Danika no se sintiera tan estresada por la liberación de Briggs, pues entonces valía la pena.
—¿Qué vas a desear? —preguntó Bryce cuando Danika miró el disco y las gemas oscuras encima de él.
La esmeralda de CiRo se encendió y se escuchó una voz joven y femenina que gritó:
—¡Tetas!
La gente rio a su alrededor y el sonido parecía ser agua cayendo sobre rocas. Bryce rio.
Pero la cara de Danika se volvió solemne.
—Tengo demasiadas cosas que desear —dijo. Antes de que Bryce pudiera preguntarle, Danika se encogió de hombros—. Pero creo que voy a desear que Ithan gane su partido de solbol esta noche.
Con esas palabras, puso la palma sobre el disco. Bryce vio cómo un escalofrío la recorrió y luego rio en voz baja y dio un paso atrás. Sus ojos color caramelo brillaron.
—Te toca.
—Sabes que apenas tengo magia, pero bueno —respondió Bryce. No se dejaría superar, ni siquiera por una loba Alfa. Habían hecho todo juntas desde el momento en que Bryce entró a su habitación el primer año de la universidad. Solamente ellas dos, como sería siempre.
Incluso habían planeado hacer el Descenso juntas: congelarse en la inmortalidad en el mismo instante, con miembros de la Jauría de Diablos como sus Anclas.
Técnicamente no era una inmortalidad de verdad. Los vanir sí envejecían y morían, de causas naturales o de otras maneras, pero el proceso de envejecimiento era tan lento después del Descenso que, dependiendo de la especie, podían pasar siglos antes de tener la primera arruga. Las hadas podían vivir mil años, los metamorfos y las brujas por lo general cinco siglos, los ángeles algo intermedio. Los completamente humanos no hacían el Descenso porque no tenían nada de magia. Y en comparación con los humanos, sus vidas ordinarias y su proceso lento de sanación, los vanir eran esencialmente inmortales. Algunas especies producían hijos que ni siquiera llegaban a la madurez hasta que tenían más de ochenta años. Y la mayoría eran muy, muy difíciles de matar.
Pero Bryce rara vez pensaba dónde quedaría ella en ese espectro, si su sangre mitad hada le daría cien años o mil. No importaba, siempre y cuando Danika estuviera ahí. Empezando por el Descenso. Harían el salto mortal juntas hacia su poder maduro, enfrentarían lo que hubiera en el fondo de sus almas y luego correrían de regreso a la vida antes de que la falta de oxígeno les provocara muerte cerebral. O sólo la muerte.
Sin embargo, mientras que Bryce heredaría apenas suficientes poderes para hacer trucos en una fiesta, se esperaba que Danika adquiriera un mar de poder que la colocaría muy por arriba de Sabine, quizás igual a la realeza hada, tal vez incluso más allá del mismo Rey del Otoño.
No se conocía ningún otro metamorfo que tuviera ese tipo de poder, pero todas las pruebas estándar durante su niñez lo confirmaban: cuando Danika hiciera el Descenso, se convertiría en un poder notable entre los lobos, algo que no se había visto desde hacía muchísimo tiempo, al otro lado del mar.
Danika no sólo se convertiría en la Premier de los lobos de Ciudad Medialuna. No. Ella tenía el potencial de ser la Alfa de todos los lobos. Del puto planeta.
Danika nunca pareció darle demasiada importancia a esto. No planeaba su futuro con base en ello.
Después de años de juzgar sin piedad a los diversos inmortales que marcaron sus vidas durante siglos y milenios, ambas llegaron a la conclusión que veintisiete era la edad ideal para el Descenso. Justo antes de que aparecieran líneas permanentes, arrugas o canas. Solían contestar a quien preguntara: ¿Cuál es el punto de ser perras inmortales si se nos cuelgan las tetas?
Idiotas vanidosas, siseó Fury cuando le explicaron la primera vez.
Fury, quien había hecho su Descenso a los veintiuno, no había seleccionado la edad. Sólo sucedió, o fue forzada a hacerlo, no sabían con certeza. La inscripción de Fury en la UCM había sido sólo una fachada para realizar una misión; la mayor parte de su tiempo lo pasaba haciendo cosas verdaderamente jodidas en Pangera por cantidades repugnantes de dinero. Siempre se esmeraba en no dar ningún detalle.
Asesina, dijo Danika. Incluso la dulce Juniper, la fauna que ocupaba la cuarta arista de su pequeño cuadrilátero de amistad, admitió que lo más probable era que Fury fuese una mercenaria. Tampoco les quedaba claro si Fury trabajaba ocasionalmente para los asteri y su Senado Imperial títere. Pero a ninguna de ellas le importaba porque Fury siempre las había respaldado cuando lo necesitaban. E incluso cuando no.
La mano de Bryce se detuvo sobre el disco dorado. La mirada de Danika era un peso frío sobre ella.
—Vamos, B. No seas cobarde.
Bryce suspiró y colocó la mano en el disco.
—Deseo que Danika se haga una manicura. Sus uñas se ven asquerosas.
Una descarga la recorrió, un ligero vacío alrededor del ombligo, y luego Danika reía, empujándola.
—Maldita perra.
Bryce pasó un brazo por los hombros de Danika.
—Te lo merecías.
Danika agradeció a la guardia de seguridad, quien se vio muy orgullosa por la atención, e hizo caso omiso de los turistas que seguían sacando fotografías. No volvieron a hablar hasta que llegaron al extremo norte de la plaza, donde Danika podría dirigirse hacia los cielos llenos de ángeles y las torres del DCN, hacia el enorme complejo del Comitium en su centro, y Bryce podría ir al Templo de Luna, a tres cuadras de distancia.
Danika movió la barbilla hacia las calles a espaldas de Bryce.
—Te veo en casa, ¿de acuerdo?
—Ten cuidado —dijo Bryce sin aliento, intentando deshacerse de su inquietud.
—Sé cómo cuidarme, B —respondió Danika, pero se podía ver el amor brillar en sus ojos; una gratitud que aplastaba el pecho de Bryce, sólo por el hecho de que a alguien le importara si ella vivía o moría.
Sabine era una mierda. Nunca había confesado ni insinuado quién podría ser el padre de Danika, así que Danika había crecido sin nadie excepto su abuelo, quien era demasiado viejo y retraído como para evitarle a Danika la crueldad de su madre.
Bryce inclinó la cabeza hacia el DCN.
—Buena suerte. No hagas enojar a demasiada gente.
—Sabes que lo haré —respondió Danika con una sonrisa que no le llegó a los ojos.