Sandriel miró a Hunt, Bryce e Isaiah al mismo tiempo que Micah. El reconocimiento se encendió en los ojos de la mujer de cabello oscuro cuando su mirada se posó en Hunt, se saltó a Bryce por completo y terminó centrada en Isaiah.
Bryce la reconoció, por supuesto. Estaba en la televisión con tanta frecuencia que nadie en el planeta fallaría en reconocería.
Un paso más adelante en relación a la posición de los demás, Hunt temblaba como un alambre por el que pasa corriente. Nunca lo había visto así.
—Al suelo —murmuró Isaiah y se arrodilló.
Hunt no se movió. Bryce se dio cuenta de que no lo haría. La gente miró por encima de sus hombros sin levantarse.
Isaiah dijo entre dientes:
—Pollux no está con ella. Sólo arrodíllate de una puta vez.
Pollux, el Martillo. Un poco de tensión se evaporó de Hunt pero permaneció de pie.
Se veía perdido, abandonado, varado entre la rabia y el terror. No había un solo chispazo de relámpagos en las puntas de sus dedos. Bryce se acercó a él y se echó la coleta por encima del hombro. Tomó su nuevo teléfono y se aseguró de que el volumen estuviera al máximo.
Para que todos pudieran escuchar el fuerte clic, clic, clic cuando tomó fotos a los dos arcángeles. Al terminar se dio la vuelta y se acomodó frente al teléfono para salir ella y los gobernadores al fondo…
La gente murmuró sorprendida. Bryce ladeó la cabeza, sonrió de oreja a oreja y tomó otra fotografía.
Luego volteó a ver a Hunt, que seguía temblando, y dijo con tanta ligereza como pudo:
—Gracias por traerme a verlos, ¿nos vamos?
No le dio a Hunt la oportunidad de hacer nada más y lo tomó del brazo para sacar una foto con él, los arcángeles petrificados y la multitud impactada en el fondo. Luego lo llevó de regreso hacia los elevadores.
Por eso los legionarios se apresuraban a subir. Para huir.
Tal vez había otra salida detrás de las puertas del muro de cristal. La multitud se puso de pie.
Ella presionó el botón y rezó que le diera acceso a cualquiera de los pisos de la torre. Hunt seguía temblando. Bryce lo tomó del brazo con fuerza mientras daba golpecitos con el pie en las losetas…
—Explícate.
Micah estaba parado detrás de ellos, bloqueando a la multitud de la zona de elevadores.
Hunt cerró los ojos.
Bryce tragó saliva y volteó. Por poco volvió a pegarle a Hunt en la cara con el pelo.
—Bueno, es que oí que tenían una invitada especial así que le pedí a Hunt que me trajera para poder sacar una foto…
—No mientas.
Hunt abrió los ojos y volteó a ver al gobernador despacio.
—Necesitaba algunas cosas y ropa. Isaiah me autorizó traerla acá.
Como si al decir su nombre lo hubiera invocado, el Comandante de la 33ª llegó y se abrió paso por la fila de guardias.
Isaiah dijo:
—Es verdad, Su Alteza. Hunt tuvo que venir a recoger algunos artículos personales y no quise arriesgarme a que la señorita Quinlan se quedara sola mientras venía.
El arcángel miró a Isaiah, luego a Hunt. Luego a ella.
La mirada de Micah le recorrió el cuerpo. Su rostro. Ella conocía esa mirada, ese lento estudio.
Qué puta mala suerte que Micah era tan cálido como un pez al fondo de un lago de montaña.
Qué puta mala suerte que había usado a Hunt como arma, que se valía de ofrecerle su libertad como si ofreciera una golosina frente a un perro.
Qué puta mala suerte que él trabajaba con frecuencia con su padre en asuntos de la ciudad y en asuntos de Casa también… qué puta mala suerte que le recordaba a su padre.
Bu, bu, bu.
Le dijo a Micah:
—Fue un gusto verlo de nuevo, Su Alteza.
Entonces se abrieron las puertas del elevador, como si un dios hubiera querido que ellos hicieran una buena salida.
Empujó a Hunt al interior y se iba a meter después de él cuando sintió una mano fría y fuerte tomarla del codo. Le pestañeó a Micah, quien la detenía entre las puertas del elevador. Hunt parecía no respirar.
Como si estuviera esperando que el gobernador le retirara el trato.
Pero Micah ronroneó:
—Me gustaría invitarte a cenar, Bryce Quinlan.
Ella se separó de él y entró al elevador con Hunt. Y cuando las puertas se estaban cerrando miró al arcángel de Valbara directamente a los ojos.
—No me interesa —le dijo.
Hunt sabía que Sandriel vendría, pero encontrarla hoy… Debió querer sorprender a todos si Isaiah no estaba al tanto de su visita. Quería encontrar desprevenidos tanto al gobernador como a la legión y ver cómo era este lugar antes de que la pompa y circunstancia hicieran ver más fuertes sus defensas, más profunda su riqueza. Antes de que Micah pudiera llamar a una de sus otras legiones para hacerlos ver mucho más impresionantes.
Qué puta mala suerte que se la habían encontrado.
Pero al menos Pollux no estaba ahí. Todavía no.
El elevador volvió a subir y Bryce permaneció en silencio. Abrazándose.
No me interesa.
Él dudaba que Micah Domitus hubiera escuchado esas palabras alguna vez en su vida.
Dudaba que alguien le hubiera tomado fotos a Sandriel de esa manera.
Lo único que había podido pensar mientras miraba a Sandriel era en el peso del cuchillo que traía a su lado. Y lo único que podía oler era la peste de su arena, sangre, mierda, orina y polvo…
Entonces Bryce había hecho su movimiento. Había representado a esa chica fiestera superficial e irreverente que quería que pensaran que era, la que él creía que era, tomando fotos y dándole una salida…
Hunt puso su mano en el disco al lado del panel de botones y presionó el botón de otro piso. Eso tomó prioridad sobre el piso al que iban antes.
—Podemos salir de la zona de aterrizaje.
Su voz sonaba como grava. Siempre se le olvidaba lo similares que se veían Sandriel y Shahar. No eran gemelas idénticas, pero su color y su complexión eran casi iguales.
—Pero te tendré que cargar.
Ella se enredó el cabello de la coleta alrededor de la muñeca sin darse cuenta que con ese movimiento le había mostrado la columna dorada de su garganta.
No me interesa.
Sonaba segura. No contenta ni haciendo alarde sino… firme.
Hunt no se atrevió a considerar cómo podría afectar este rechazo su trato con Micah… a preguntarse si Micah de alguna forma culparía a Hunt por ello.
Bryce preguntó:
—¿No hay puerta trasera?
—Sí, pero tendríamos que volver a bajar.
Él podía sentir que ella tenía muchas preguntas y, antes de que le pudiera hacer una, le dijo:
—El Segundo al rango de Sandriel, Pollux, es todavía peor que ella. Cuando llegue, evítalo a toda costa.
No podía obligarse a recordar la lista de horrores que Pollux había provocado en gente inocente.
Bryce chasqueó la lengua.
—Como si mi camino se fuera a cruzar con el de ellos si puedo evitarlo.
Después del show en el vestíbulo, podría suceder. Pero Hunt no le dijo que Sandriel no estaba por encima de venganzas mezquinas por desprecios y ofensas menores. No le dijo que Sandriel no olvidaría la cara de Bryce. Tal vez ya le estaba preguntando a Micah quién era ella.
Las puertas se abrieron en un nivel silencioso de los pisos superiores. Los pasillos tenían iluminación tenue y eran tranquilos. La llevó por un laberinto de aparatos de gimnasio. Un camino amplio cortaba entre el equipo directamente al muro de ventanas y hacia el balcón de despegue. No había barandal, sólo una saliente de piedra. Ella retrocedió.
—Nunca he tirado a nadie —prometió él.
Ella lo siguió hacia afuera con cuidado. El viento seco los golpeaba. Muy abajo, la calle de la ciudad estaba llena de curiosos y camionetas de noticieros. Sobre ellos volaban ángeles; algunos estaban huyendo descaradamente y otros daban vueltas sobre los cinco capiteles del Comitium para ver si veían a Sandriel de lejos.
Hunt se inclinó y pasó una mano por debajo de las rodillas de Bryce, la otra por su espalda y la levantó. Su olor le llenó los sentidos y le lavó el recuerdo restante de ese calabozo maloliente.
—Gracias —dijo él y la vio a los ojos—. Por salvarme allá abajo.
Ella se encogió de hombros lo mejor que pudo entre sus brazos pero volvió a sentir miedo cuando él se acercó a la orilla.
—Pensaste rápido —continuó él—. Fue ridículo en muchos niveles pero te debo una.
Ella le pasó los brazos alrededor del cuello y lo apretó tanto que casi lo estrangulaba.
—Tú me ayudaste anoche. Estamos a mano.
Hunt no le dio oportunidad de cambiar de parecer y empezó a batir sus alas con un salto poderoso y salieron de la plataforma. Ella se aferró a él, tanto que le dolía, y él la sostuvo con firmeza. Traía el bolso con sus cosas cruzado en el pecho y venía dándole golpes contra el muslo.
—¿Estás mirando siquiera? —le preguntó para que escuchara a pesar del viento porque iban volando muy rápido y muy alto, alto, alto por uno de los lados del rascacielos que estaba junto en el Distrito Central de Negocios.
—Por supuesto que no —le dijo ella al oído.
Él rio mientras llegaban a la altura deseada y volaban por encima de las torres del DCN; el Istros como un brillo serpenteante a su derecha, la isla cubierta de niebla del Sector de los Huesos detrás. A la izquierda se podían ver los muros de la ciudad y luego la tierra extensa y abierta más allá de la Puerta de los Ángeles. No había casas ni edificios ni carreteras allá. Nada salvo el puerto aéreo. Pero una vez en la Puerta, a la derecha de ambos —la Puerta de los Comerciantes del Mercado de Carne— se podía apreciar que la línea ancha y clara de la carretera Occidental se extendía hacia las colinas llenas de cipreses.
Una ciudad agradable y hermosa, en medio de un paisaje agradable y hermoso.
En Pangera, las ciudades eran poco más que rediles para que los vanir atraparan y se alimentaran de humanos… y de sus hijos. No era sorpresa que los humanos se hubieran rebelado. No era sorpresa que estuvieran destrozando esos territorios con sus bombas químicas y sus máquinas.
Un escalofrío de rabia le recorrió la columna vertebral a Hunt al pensar en esos niños y se obligó a volver a mirar hacia la ciudad. El Distrito Central de Negocios estaba separado de la Vieja Plaza por la clara línea divisoria de la Avenida Ward. La luz del sol se reflejaba en las piedras blancas del Templo de Luna y, como si fuera el reflejo de un espejo directamente enfrente, parecía que el domo negro del Templo del Oráculo la absorbía por completo. Su destino mañana por la mañana.
Pero Hunt se fijó más allá de la Vieja Plaza, hacia el sitio donde el verdor de Cinco Rosas brillaba en la niebla húmeda. Los grandes cipreses y palmeras se elevaban junto con brillantes explosiones de magia. En Moonwood había más robles, menos adornos mágicos. Hunt no se molestó en mirar hacia otra dirección. Prados de Asfódelo no tenía mucho para admirar. Sin embargo, los Prados era un desarrollo de lujo comparado con los distritos humanos en Pangera.
—¿Por qué querrías vivir en la Vieja Plaza? —preguntó después de varios minutos de volar en silencio y de escuchar sólo la canción del viento.
Ella todavía seguía sin ver y él empezó a descender con cuidado en su pequeña sección de la Vieja Plaza, a una cuadra del río y a unas cuadras de la Puerta del Corazón. Incluso a la distancia podía observar el cuarzo transparente brillando como una flecha helada hacia el cielo gris.
—Es el corazón de la ciudad —dijo ella—. Por qué no ahí.
—CiRo es más limpio.
—Y está lleno de hadas que son como pavorreales y cuyo pasatiempo es burlarse de las mestizas —dijo y escupió el término.
—¿Moonwood?
—¿El territorio de Sabine?
Rio con aspereza y se apartó un poco para verlo. Sus pecas se arrugaron cuando frunció el gesto.
—Creo que la Vieja Plaza es casi el único lugar seguro para alguien como yo. Además, está cerca del trabajo y tengo mucha variedad de restaurantes, salas de conciertos y museos. Nunca tengo que irme.
—Pero sí te vas… recorres toda la ciudad en tus carreras matutinas. ¿Por qué tomas una ruta diferente con tanta frecuencia?
—Mantiene las cosas frescas y divertidas.
Su edificio empezó a verse con más claridad. La azotea estaba vacía. Había lugar para encender una fogata, también había sillas y un asador. Hunt se acercó, dio una vuelta, aterrizó sin dificultades y con cuidado dejó a Bryce en el piso. Ella se quedó colgada de él hasta que sintió que sus piernas estaban estables y luego dio un paso atrás.
Él se acomodó el bolso de ropa y se dirigió hacia la entrada de la azotea. La mantuvo abierta para ella y sintieron la luzprístina que calentaba la escalera adentro.
—¿Lo que dijiste a Micah fue en serio?
Ella bajó las escaleras y su coleta iba meciéndose.
—Por supuesto que sí. ¿Por qué demonios querría salir con él?
—Es el gobernador de Valbara.
—¿Y? Nada más porque le salvé la vida eso no quiere decir que estoy destinada a ser su novia. Sería como coger con una estatua, de todas maneras.
Hunt sonrió.
—Para ser justos, las mujeres que han estado con él dicen lo contrario.
Ella abrió su puerta con la boca torcida.
—Como ya lo dije, no me interesa.
—Estás segura de que no es porque estás evadiendo…
—Ves, ése es justo el problema. Tú y el resto del mundo parecen pensar que yo existo sólo para encontrar alguien como él. Que por supuesto no puedo estar no interesada, ¿por qué no querría un hombre grande y fuerte que me proteja? Seguro si soy bonita y soltera, en cuanto cualquier vanir poderoso muestre interés yo sin duda dejaré caer mi ropa interior. De hecho, ni siquiera tenía una vida hasta que él apareció, nunca tuve buen sexo, nunca me sentí viva…
Demonios del Averno con esta mujer.
—Tienes un resentimiento por ahí, sabes.
Bryce rio.
—Ustedes me la ponen muy pinche fácil, sabes.
Hunt se cruzó de brazos. Ella también.
La estúpida puta coleta parecía también cruzarse de brazos.
—Entonces —dijo Hunt entre dientes mientras dejaba caer su bolso en el piso. La ropa y las armas hicieron un sonido fuerte—. ¿Mañana vendrás conmigo a ver al Oráculo o qué?
—Oh, no, Athalar —ronroneó ella. Sus palabras le recorrieron la piel y su sonrisa era pura maldad. Hunt se preparó para lo que fuera a salir de su boca. Hasta lo anticipaba un poco—. Tú tendrás que lidiar con ella solo.