¿Hay que tenerle miedo a la Fed?
9 de noviembre de 2010
El nuevo plan de acción anunciado la última semana por la Reserva Federal norteamericana despertó viejos fantasmas y generó confusión intelectual. Sobre todo, en los medios hiperrepublicanos, eternos enemigos del gobierno federal. Los partidarios del Tea Party llegaron a reclamar la supresión de la Fed y ¡el regreso al patrón oro! Más sorprendente aún: registramos una inquietud apenas más medida en ciertos observadores europeos normalmente mejor informados. Para los más extremistas, este regreso de la «máquina de hacer billetes» amenazaría el equilibrio mundial. En el diario Le Monde del último fin de semana, Pierre-Antoine Delhommais llegó a cuestionar la salud mental del presidente de la Fed, Ben Bernanke. Caramba. Intentemos ver más claro. Y digámoslo de una vez: hoy el mundo no se encuentra amenazado en lo más mínimo por el regreso de la inflación, inferior al 1% tanto en los Estados Unidos como en Europa. El programa de compra de bonos del Tesoro anunciado por la Fed asciende a un total de 600 000 millones de dólares (431 000 millones de euros), es decir, menos del 5% del PBI del país. Afirmar que una emisión monetaria de esta naturaleza podría hacernos caer en la hiperinflación no tiene ningún sentido. Generará, como mucho, algún porcentaje de inflación, lo cual sería una excelente noticia. El riesgo es más bien el de un largo estancamiento deflacionario, agravado por las políticas de ajuste presupuestario. En este contexto, es perfectamente legítimo que la Fed y el Banco Central Europeo (BCE) presten dinero a los Estados, cuyas finanzas públicas quedaron devastadas por la crisis financiera y la recesión. La acción de los bancos centrales permite reducir las tasas de interés de los títulos de la deuda pública y aliviar un poco las obligaciones presupuestarias de los Estados, algo muy bueno para los tiempos que corren. Esto permite poner freno a la especulación de los mercados, como pudo verse con la crisis griega. Por supuesto, es necesario reducir el déficit público. Pero hacerlo demasiado rápido y sin la ayuda de los bancos centrales sería una locura. No haría más que agravar la recesión, lo cual iría en contra del objetivo inicial.
Curiosamente, hace dos años todo el mundo defendía a los bancos centrales cuando se trataba de reflotar el sector financiero privado, responsable sin embargo de la crisis mundial. Es obvio que varias décadas de desprestigio del sector público han dejado huellas, y nos hicieron olvidar que la función de los bancos centrales no era simplemente ver pasar los trenes: en períodos de crisis graves, desempeñan el rol fundamental de prestamistas de último recurso. Este rol podría adquirir una importancia aún mayor durante los próximos años.
Por fortuna, esta idea comienza a aceptarse en Europa. El consejo de banqueros centrales europeos, que difícilmente puede ser acusado de tener un excesivo cariño por la inflación, aprobó de manera masiva la decisión del presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, de continuar con su política de compra de títulos de deuda pública. La voz disidente, expresada por Axel Weber, presidente del Banco Central de Alemania, recibió severas críticas, incluso en Alemania. No es el momento de criticar a la Fed: vamos a necesitar del BCE para hacer lo mismo en los próximos meses y años.
Ahora bien, que los bancos centrales tengan parte de la solución de la crisis actual no significa que debamos exagerar su poder. Ni ellos ni nadie pueden cambiar el hecho de que estamos en un período histórico de acercamiento entre países ricos y países pobres. Es decir, un período en el que Europa y los Estados Unidos crecen al 1 o 2% anual, mientras que China, India o Brasil tienen tasas de crecimiento anuales del 5 o el 10%. Esta situación continuará sin duda hasta que los segundos alcancen a los primeros, y luego es probable que todo el mundo crezca de manera relativamente lenta. Más vale habituarse a esta realidad inevitable, en lugar de culpar al resto del mundo.