Desigualdades olvidadas
9 de junio de 2009
El Informe Cotis[47] sobre la distribución del valor agregado y la brecha entre las remuneraciones no presenta novedades muy conmovedoras. Pero al menos tiene el mérito de recordar, de manera muy clara, las cuestiones esenciales. En particular, el hecho de que la estabilidad aparente, desde hace veinte años, en lo referido a la distribución del patrimonio entre masa salarial y beneficios no debe ocultar la profundización de las desigualdades y el estancamiento del poder adquisitivo de la mayoría. Por un lado, los altísimos salarios experimentan, desde la década de 1990, progresiones claramente superiores a la media de la masa salarial. Este fenómeno tiene un impacto psicológico desastroso y amenaza, si la tendencia continúa, con adquirir la importancia macroeconómica que finalmente tuvo en los Estados Unidos. Por otro lado, el crecimiento escaso fue ampliamente absorbido por el aumento continuo de las cargas sociales y otras deducciones que pesan sobre el salario, que por su parte, en cuanto salario medio, prácticamente se estancó en los últimos veinte años, mientras que los ingresos del patrimonio conocieron progresiones sustanciales.
El director del Instituto Nacional de Estadísticas (INSEE) no puede formularlas de manera descarnada, pero de estas constataciones se deducen diversas implicaciones políticas. Más que lanzar cortinas de humo sobre la distribución primaria del valor agregado, es necesario utilizar la herramienta fiscal: reducciones fiscales para aquellos cuyo poder adquisitivo se estancó, endurecimiento para aquellos que más se beneficiaron con el crecimiento. Es decir, todo lo contrario de la política actual del gobierno, que manipuló las reducciones en dirección de los salarios más altos y de los patrimonios: redujo la franja superior del impuesto a los ingresos, diseñó el llamado escudo fiscal, aplicó una quita de tasas a los dividendos y las sucesiones, bajó el impuesto a las fortunas. Y como la tasa global de deducciones obligatorias claramente está lejos de bajar, el resto de la población terminará pagando esta generosidad de manera discreta pero inevitable.
Si bien el análisis general es claro, hay sin embargo un punto extrañamente silenciado por el Informe Cotis: las empresas mimaron a sus accionistas estos últimos años, lo cual explica el descenso inquietante de los beneficios consagrados a las inversiones. Esta realidad queda oculta por el hecho de que el informe elige concentrarse en los beneficios brutos, en lugar de tomar en cuenta la depreciación del capital. Pues bien, como el capital productivo se deprecia continuamente, es necesario reemplazar los equipos usados antes de realizar nuevas inversiones: las computadoras se cambian regularmente, los edificios y otros equipamientos deben ser mantenidos y reparados, etc. Desde un punto de vista económico, como también desde un punto de vista fiscal, el concepto pertinente es el de «beneficio neto», es decir, el beneficio luego de la deducción de esta depreciación. Estos beneficios netos son más difíciles de estimar pero, dado que el INSEE procura producir las mejores estimaciones posibles de esta depreciación, es preferible que en lugar de silenciarlas las utilice lo mejor posible. Sobre todo porque la visión global que uno puede hacerse del reparto de los beneficios cambia completamente cuando se pasa de beneficios brutos a beneficios netos. El Informe Cotis nos dice que los beneficios brutos representan entre un 32 y un 33% del valor agregado de las empresas desde hace veinte años, contra un 67 o 68% para la masa salarial, lo cual es cierto. Pero la depreciación del capital de las empresas siempre representó entre un 15 y un 16% del valor agregado, es decir, grosso modo, la mitad de los beneficios brutos. Dicho de otro manera, cuando se presentan simpáticos gráficos que afirman que las empresas consagran generosamente la mitad de sus beneficios brutos a la inversión, la verdad nos obliga a decir que se están burlando un poco de todo el mundo. De hecho, esto significa que las empresas reemplazan los equipamientos usados antes de remunerar a sus accionistas; por supuesto, esto es lo mínimo que pueden hacer. Si razonamos en términos de beneficios netos, entonces constatamos que las empresas distribuyeron siempre casi la totalidad de sus beneficios a sus propietarios, bajo la forma de intereses y dividendos. El ahorro neto de las empresas, es decir, lo que les queda luego de haber remunerado a sus propietarios, pagado sus impuestos y reemplazado el equipamiento usado, no representó nunca más que algunos puntos de valor agregado. Es el ahorro neto de los hogares, completado por el del resto del mundo en épocas de déficit comercial, el que financia siempre lo esencial de la inversión de las empresas. La inquietante evolución de los últimos años es que el ahorro neto de las empresas, que se volvió negativo en 2004, representaba cerca de un 1% a 1,5% de valor agregado entre 2005 y 2007. En los años noventa, mientras la parte de beneficios en el valor agregado era la misma que hoy, las empresas lograban producir un ahorro neto positivo de más o menos el 1,5 o el 2%. Esta transferencia del orden de los 3 o 4 puntos de valor agregado en detrimento de la inversión y en beneficio de los accionistas es considerable: ¡las empresas comenzaron a distribuir a sus propietarios más beneficios de los que tenían en caja! Siempre según las cuentas nacionales del INSEE, tal fenómeno no se había producido históricamente, a excepción de la época que va de fines de los años setenta a comienzos de los ochenta, período en el que la parte de los beneficios en el valor agregado fue anormalmente baja. Y según las últimas cifras publicadas, no hay que contar demasiado con la crisis para calmar el juego: el ahorro neto negativo de las empresas francesas alcanzó el 2% del valor agregado en 2008.
En un contexto como este, es tentador recomendar un aumento de impuestos a los beneficios distribuidos, por ejemplo, para financiar la reducción de las cargas sociales que pesan sobre el trabajo.