¡Ciudadanos: a las urnas!
20 de mayo de 2014
El próximo domingo, los ciudadanos europeos podrán cambiar el destino de Europa si eligen a Martin Schultz como presidente de la Comisión. En todo caso, es lo que proclaman con orgullo las profesiones de fe de los candidatos socialistas, aunque olvidan rápidamente que ellos ya están en el poder en Francia. Entonces, ¿Europa cambiará realmente el domingo[77]?
Es indudable que esta elección contiene en sí un potencial de cambio y de transformación más importante que todas las elecciones europeas precedentes. Tal vez por primera vez el voto tenga un impacto directo sobre la elección del presidente de la Comisión. Si las listas socialistas logran un claro triunfo, los jefes de Estado no tendrán más opción que proponer a Martin Schultz para que sea aprobado por el Parlamento europeo. En cambio, si ganan las listas de derecha y centro-derecha, el designado será Jean-Claude Juncker. Schultz, socialdemócrata sólido y sincero, frente a Juncker, exdirigente inamovible de Luxemburgo, paraíso fiscal escondido en el corazón de Europa, y que bloquea desde hace años toda tentativa de poner en marcha la transmisión automática de información bancaria. En el fondo, la opción es bastante simple y amerita ampliamente que vayamos a votar el domingo. Salvo que tengamos que hacer cosas muy importantes.
Sin embargo, será necesario mucho más que un voto a Schultz para cambiar el rumbo de Europa. El balance de la gestión de la crisis es calamitoso: en el bienio 2013-2014 el crecimiento en la zona euro ha sido casi nulo, mientras que ha quedado claramente repartido entre los Estados Unidos y el Reino Unido. ¿Por qué transformamos una crisis de la deuda pública, que al comienzo era tan elevada aquí como del otro lado del Atlántico y de la Mancha, en una crisis de desconfianza hacia la zona euro, crisis que amenaza con encerrarnos en un largo estancamiento? Porque nuestras instituciones comunes son deficientes. Para retomar el crecimiento y el progreso social en Europa, es necesario replantearlas completamente.
Este es el sentido del Manifiesto por una unión política del euro, que ha sido traducido y publicado en seis idiomas europeos (pouruneunionpolitiquedeleuro.eu). La idea central es simple: una moneda única con 18 deudas públicas diferentes sobre las que el mercado puede especular libremente y 18 sistemas fiscales y sociales en competencia desenfrenada unos con otros no funciona, y no funcionará nunca. Los países de la zona euro eligieron compartir su soberanía monetaria y renunciar por lo tanto al arma de la devaluación unilateral, sin dotarse sin embargo de nuevos instrumentos económicos, sociales, fiscales y presupuestarios comunes. Esta situación indefinida es la peor de todas.
Más allá de la buena voluntad de Martin Schultz, más allá de cuál sea la mayoría de la que disponga en el Parlamento europeo, enfrentará bloqueos producto de la omnipotencia del Consejo de los jefes de Estado y los ministros. Para salir de la regla de unanimidad, es preciso instituir una verdadera Cámara parlamentaria de la zona euro, donde cada país pueda estar representado por diputados de todas las tendencias políticas, y no por una sola persona. Sin esto, la inercia continuará: la misma que nos obligó a esperar las sanciones estadounidenses contra los bancos suizos para hacer algunos progresos en materia de transparencia financiera en Europa; la misma que nos empuja a reducir cada vez más el impuesto a las empresas y permite a las grandes multinacionales no pagar impuestos en ningún lado.
Para ilustrar la grave disfuncionalidad de las instituciones europeas actuales, se podría citar la lamentable deducción proporcional sobre los depósitos chipriotas, votada por unanimidad en la opacidad del Consejo de ministros de finanzas en marzo de 2013, antes de advertir que nadie estaba dispuesto a defenderla. Si una nueva crisis se produce a una escala más amplia, podemos esperar lo peor. Proclamar que la opinión pública no quiere a la Europa de hoy y concluir que no hay que modificar nada esencial de su funcionamiento es una incoherencia notable. Los tratados se reforman de manera permanente, y así seguirá siendo en el futuro. Más que esperar de brazos cruzados las futuras propuestas de Angela Merkel, es mejor prepararse y proponer una verdadera democratización de Europa.
Para cambiar el destino de Europa, también será necesario tomar las riendas del tratado euro-americano. La Unión Europea y los Estados Unidos representan la mitad del PBI mundial. Sus responsabilidades y sus opiniones no pueden reducirse a la liberalización de los intercambios comerciales. Al apoyarse en el Parlamento europeo y los parlamentos nacionales, es posible imponer en este tratado el desarrollo de normas exigentes en el plano social, medioambiental y fiscal. La Unión Europea y los Estados Unidos tienen el peso necesario para imponer a sus empresas y a los paraísos fiscales nuevas reglas: una base fiscal consolidada del impuesto a las sociedades, un registro mundial —o al menos euro-norteamericano— de títulos financieros. En este movimiento, Martin Schultz puede desempeñar un rol central. Así que soñemos un poco y votemos.