Discusiones franco-alemanas
14 de febrero de 2012
Acaban de publicarse las cifras correspondientes al año 2011. El inquietante déficit comercial francés ya alcanza los 70 000 millones de euros (más del 3% del PBI francés), mientras que el colosal excedente de los alemanes ronda los 160 000 millones de euros (más del 6% del PBI alemán). Nunca, desde 1950, el déficit francés fue tan alto —el récord anterior data del período 1980-1982: 2% del PBI—. Nunca, desde 1950, el excedente alemán fue tan alto —recordemos que el superávit chino es del 3%—.
Sin embargo, cuando la derecha volvió al poder en 2002, ambos países tenían un excedente comercial comparable (2% del PBI), el mismo índice de desempleo (8%) y un déficit público similar (2% del PBI). En el período 1980-2010, la balanza comercial francesa, en promedio, se mantuvo equilibrada. Hoy el índice de desempleo trepó al 10% en Francia (6% en Alemania), y el déficit presupuestario representa el 5% del PBI (1% al otro lado del Rin).
La derecha, que adora presentarse como una buena gestora, ha permanecido en el poder en Francia durante diez años. Su balance económico es realmente calamitoso. El aparato productivo se encuentra en un estado penoso, la formación y la innovación quedaron relegadas en favor de subvenciones ridículas para las horas extra, y hemos asistido a un despilfarro sin precedentes del dinero público mediante beneficios fiscales insensatos para los financiadores del partido gobernante, la Unión por un Movimiento Popular (UMP). El impuesto a la riqueza (ISF) aportará dos veces menos dinero en 2012 que en 2007, mientras que los patrimonios aumentaron un 20% en plena crisis de las finanzas públicas. Y como las excusas habituales ya no funcionan (¡es culpa del gobierno anterior!), el poder de turno acusa a los desempleados (cerca de 5 millones de inscriptos en la Agencia Nacional para el Empleo —ANPE—, otro récord) y a los inmigrantes, que se han transformado en los blancos del ajusticiamiento público. Si sumamos a esto que tenemos un presidente fabulador, que pasa su tiempo relatando mentiras en lugar de hechos delante de decenas de millones de franceses, la conclusión es contundente: la alternancia política es una cuestión de salud pública.
Pero esta preocupante situación económica exige audacia e imaginación de parte de la izquierda. Primero, en el nivel de la política europea. Alemania tiene su parte de responsabilidad en esta seria divergencia entre los dos países. Al comprimir excesivamente su demanda interna (la parte de los salarios ha bajado el equivalente al 5% del PBI del otro lado del Rin desde 2002), apostó por una estrategia que no es generalizable al conjunto de la Unión Europea. Con ese excedente comercial del 6% del PBI anual, Alemania podría comprar en 5 años la capitalización total del CAC 40[56], o bien la totalidad de la plaza inmobiliaria parisina (cerca de 800 000 millones de euros cada lote). ¡Alemania no necesita tantas reservas! Y la unión monetaria no puede funcionar con esos desequilibrios. Por el contrario, Francia y Alemania necesitan una Europa fuerte y unida que permita retomar el control de un capitalismo financiero mundializado que ha enloquecido. Para ello, es imprescindible contar con un nuevo tratado europeo basado en una estrategia de crecimiento, una deuda pública común y la unión de los parlamentos nacionales de los países que deseen encontrar soluciones. Alemania, que ha avanzado más que nosotros en esta reflexión sobre la unión política, debe y puede entender este mensaje.
Francia también debe asumir su parte de responsabilidad en esta divergencia franco-alemana. En esta campaña electoral, el mérito de Hollande es que dice de dónde sacará los 30 000 millones de euros de ingresos suplementarios que permitirán reequilibrar nuestras finanzas públicas. Pero las reformas estructurales están por ahora casi ausentes de su programa. El financiamiento de nuestra seguridad social, que se apoya demasiado en el trabajo, requiere una reforma profunda. A grandes rasgos, de los cuarenta puntos de cotizaciones patronales que pesan sobre los salarios brutos, solo la mitad puede justificarse (cotizaciones previsionales y de desempleo) y el resto (salud, familia, educación, construcción, etc.) debe provenir de ingresos fiscales más amplios. La solución correcta pasa por implementar una verdadera Contribución Social Generalizada (CSG) progresiva, que sea a la vez justa y más eficaz que el denominado IVA social. En términos generales, nuestro sistema fiscal es arcaico, complejo e imprevisible para los actores económicos. Simplificarlo y modernizarlo resulta imperioso. Por ejemplo, somos el único país que no ha adoptado la deducción en origen. Pues bien, el ministro de Presupuesto de François Hollande, Jérôme Cahuzac, acaba de explicar con orgullo que durante el quinquenio no habrá novedades en ese sentido, y que hacen falta varios mandatos para encarar una reforma de este tipo, ¡mientras que todos nuestros vecinos lo hicieron en un año, en épocas en que la informática no existía! Un discurso que no está a la altura de la situación. Se podrían multiplicar los ejemplos. En cuanto a las jubilaciones, el conjunto del sistema requiere una revisión exhaustiva, que incluya la unificación de los diferentes regímenes para asegurar y dinamizar las trayectorias profesionales complejas e implementar cuentas individuales que reconozcan el derecho a la capacitación. La alternancia en el poder no debería vestirse con el ropaje del mal menor.