Europa contra los mercados
18 de mayo de 2010
Los países europeos implementan un plan de ajuste tras otro. Las medidas drásticas se multiplican, como las reducciones de los salarios de los funcionarios, algo que habíamos olvidado desde los famosos decretos-ley Laval de 1935[72]. Y en la facultad aprendimos que esas medidas terminan siempre en desastre. Al exacerbar la recesión con este tipo de medidas, lo más probable es que tengamos déficit aún más elevados que cuando comenzaron los problemas.
¿Cómo llegamos a una situación tan absurda? Y sobre todo, ¿qué hacer? La prioridad absoluta debe ser la constitución de un poder público europeo capaz de luchar con armas de jerarquía similar a las de los mercados financieros. Si esto exige el examen de proyectos de ley de finanzas nacionales por parte de instituciones europeas, en principio el Parlamento Europeo, hagámoslo. ¡Qué estamos esperando!
No tiene ningún sentido dejar que los mercados, que ni siquiera saben ponerles precio a los productos financieros que ellos mismos crearon, especulen con los títulos de la deuda pública de veintisiete Estados europeos. Al crear el euro, se pensó que se reducirían esos márgenes de maniobra. De hecho, la situación sería hoy peor si los mercados pudieran jugar con las tasas de cambio del franco, del marco y de la lira.
Pero ya es necesario pasar a la etapa siguiente, a saber, la emisión de una verdadera deuda pública europea. La Unión Europea (UE) podría así retomar por su cuenta el excedente del endeudamiento creado por la crisis del trienio 2008-2010, es decir, entre 20 y 30 puntos del PBI, según los países. Esto permitiría que cada Estado miembro pudiera sanear de manera perdurable sus finanzas públicas, para volver a empezar con el pie derecho.
De a poco, nos encaminamos hacia esa solución más que evidente. Los dirigentes europeos parecen por fin dispuestos a abandonar el tecnicismo jurídico y dar muestras de flexibilidad en la interpretación de los tratados, que en realidad autorizan casi todo ante circunstancias excepcionales. Pero las cosas van demasiado lentas. Hubo un entusiasmo un poco rápido con el plan de 750 000 millones de euros anunciado el 10 de mayo que, en realidad, representa apenas algo más del 5% del PBI europeo. Sin contar con que suelen ser compromisos extremadamente vagos. El único caso más o menos claro corresponde a los 50 000 millones de euros (menos de 0,5 puntos de PBI europeo) que la Comisión tendrá derecho a pedir prestado directamente en nombre de la UE. Restan también vagas promesas sobre eventuales préstamos bilaterales entre Estados, impulsadas posiblemente por el FMI, que podríamos dejar de lado sin el menor inconveniente. No vamos a calmar la especulación con estas bombas de tiempo.
Habrá que clarificar también la cuestión del financiamiento. Supongamos que la UE retoma por su cuenta 20 puntos de PBI de deuda pública nacional. ¿Con qué recursos devolverá esa deuda? Si cada país contribuye al presupuesto europeo en proporción a su PBI, podríamos pensar que la serpiente se morderá la cola y que no hemos resuelto nada. En lugar de tener que fundamentar los impuestos nacionales, habría que crear un impuesto europeo, lo que ya sería un progreso (por ejemplo, una tasa del 10% sobre los beneficios de las sociedades europeas sería ampliamente suficiente). Sobre todo, el punto clave es que una deuda pública europea permite tomar préstamos a tasas más bajas. Tanto más cuanto que el Banco Central Europeo (BCE), que ya comenzó a ganar con la deuda pública nacional, no tendrá más opción que apoyar la operación comprando la deuda europea a una tasa baja. Es exactamente lo que hace la Reserva Federal norteamericana (Fed) desde comienzos de 2009: comprando al 0% centenas de miles de millones de bonos del Tesoro, aligera el fardo de los contribuyentes norteamericanos, y permite salir más rápido de la recesión que en Europa. En las circunstancias actuales, no existe otra solución más que monetizar una parte de la deuda pública.
Y, contrariamente a una idea que persiste, la emisión de billetes no se traducirá en una inflación galopante: cuando se está al borde de la depresión, hay que evitar sobre todo una espiral deflacionista. Entre septiembre y diciembre de 2008, el BCE y la Fed crearon cerca de 2 billones de euros en moneda nueva (10 puntos del PBI europeo y estadounidense), para prestarlos al 0% a los bancos privados. Esto permitió evitar una seguidilla de quiebras sin inflación suplementaria. Hoy hace falta lo mismo para salvar a los Estados. Esperemos llegar finalmente a esta solución, aunque todavía haga falta un poco de tiempo.