Beneficio récord de los bancos: una cuestión pública

23 de febrero de 2010

Así es: BNP Paribas, el primer banco francés y europeo, acaba de anunciar 8000 millones de euros de ganancias para el año 2009, lo cual supera su récord de 2007. Algunos ya comienzan a cacarear: después de todo, ¿no es preferible tener bancos que gocen de buena salud que tener bancos quebrados? Seguramente.

Pero vale la pena intentar comprender de dónde vienen estas ganancias. Los beneficios de los diez bancos europeos más grandes rondaron los 50 000 millones de euros en 2009. Si sumamos los diez bancos estadounidenses más grandes, alcanzamos los 100 000 millones. ¿De dónde provienen semejantes beneficios, cuando el conjunto de la zona estaba en recesión en 2009? La explicación más evidente es que, durante la crisis, los bancos centrales prestaron dinero a los bancos a tasas muy bajas, y estos últimos pudieron utilizarlo luego para prestar a tasas muy elevadas a otros actores: a los hogares, a las empresas y, sobre todo, a los Estados.

Ensayemos un pequeño cálculo, aproximativo e imperfecto, pero que tiene al menos el mérito de ilustrar la magnitud de las sumas en juego. Entre septiembre y diciembre de 2008, el Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal estadounidense (Fed) lanzaron préstamos por unos 2 billones de euros de dinero fresco (cerca de 10 puntos del PBI norteamericano y europeo). Este dinero fue prestado a los bancos a tasas del orden del 1% por períodos de tres a seis meses. Los préstamos fueron, grosso modo, renovados a lo largo de 2009: los balances de la Fed y del BCE se ubican, en febrero de 2010, en niveles apenas más bajos que el récord alcanzado a comienzos de 2009.

Supongamos que estos 2 billones prestados a los bancos les aportaron en promedio un 5%, porque prestaron al 5% a otros actores o porque esto les permitió devolver deudas que les hubieran costado 5%, lo que sería lo mismo. El margen obtenido sería entonces de 80 000 millones (4% de 2 billones), es decir, el equivalente al 80% de los beneficios obtenidos por los bancos en 2009. Se explicaría así una buena parte de las ganancias, incluso suponiendo una brecha más pequeña entre las tasas.

Sin embargo, esto no significa que los bancos centrales hayan actuado mal: no caben dudas de que la nueva liquidez permitió evitar una seguidilla de quiebras y la transformación de la recesión en depresión. Pero ahora los gobiernos deberían imponer regulaciones financieras estrictas que permitan evitar que semejantes desastres se reproduzcan, exigir cuentas (e impuestos) a los bancos y, además, deshacerse de la deuda que contrajeron con ellos.

Si esto no sucede, los ciudadanos podrán concluir que toda esta secuencia es parte de una economía absurda: las ganancias y los bonos bancarios vuelven a subir, las ofertas de empleo y los salarios permanecen a media asta, y ahora hay que ajustarse el cinturón para devolver la deuda pública. La misma deuda creada para lavar las locuras financieras de los banqueros que, además, comienzan a especular nuevamente, ahora en detrimento de los Estados, con tasas de interés que rondan el 6% en el caso de los contribuyentes irlandeses y griegos. Los contribuyentes griegos, por su parte, desembolsaron sin saberlo 300 millones de euros en concepto de honorarios a Goldman Sachs para maquillar sus propias cuentas públicas.

¿Demagogia? No. Simplemente, una constatación: para reconciliar a los ciudadanos con los bancos, hace falta algo más que grandes discursos. Obama lo entendió cuando anunció en enero, por fin, un plan más ambicioso de regulación fiscal. Pero está debilitado políticamente. En Europa, el hecho de que el Banco Central Europeo continúe apoyándose en las agencias de calificación para comprar títulos públicos (anuncio que precipitó la crisis griega), cuando en su estatuto nada lo obliga a hacerlo, no tiene sentido en el contexto actual.

Gracias a esta crisis, el BCE convenció a los europeos de su utilidad: todo el mundo entiende que si los mercados hubieran especulado con el franco, el marco alemán o la lira italiana las cosas no habrían marchado mejor. Ahora debería adquirir autonomía en relación con los mercados financieros, apoyándose en un verdadero gobierno económico europeo.

Del otro lado del Atlántico, el poder público perdió el pudor: desde hace un año, la Fed imprimió 300 000 millones de dólares para adquirir bonos del Tesoro sin pedir permiso a los mercados. Europa deberá aceptar también que una inflación del 4% o el 5% es la manera menos negativa de deshacerse de la deuda. Sin medidas de este tipo, los ciudadanos europeos deberán pagar las cuentas otra vez. No se da por sentado que esta vez se dejen robar.