¿Hay que eliminar el impuesto a las sucesiones?
28 de agosto de 2006
El impuesto a las sucesiones, monumento venerado y reformado una o dos veces por siglo, podría volverse uno de los puntos centrales del debate presidencial de 2007 en Francia. Desde hace veinte años, frente al temor que despierta el envejecimiento generalizado de los dueños de los patrimonios, las discusiones vienen concentrándose sobre todo en el impuesto a las donaciones, es decir, las cesiones que las personas realizan en vida y no en el momento de su muerte. Tanto la derecha como la izquierda implementaron diversas desgravaciones fiscales específicas, con el fin de incitar a los padres a transmitir sus bienes a sus hijos antes de que estos últimos se jubilen.
El debate está a punto de dar un giro muy diferente y claramente más radical. Luego de haber disminuido fuertemente el impuesto a las sucesiones durante su paso por el Ministerio de Economía en 2004, Nicolas Sarkozy defiende desde entonces su supresión total. Último episodio hasta el momento: la nueva propuesta de disminuirlo, formulada hace dos semanas por el ministro de Presupuesto y apoyada por el partido gobernante —la Unión por un Movimiento Popular (UMP)— fue, al parecer, rechazada por el primer ministro.
La orientación radical declamada por el presidente de la UMP molesta incluso a la mayoría gobernante, ya que ignora las evoluciones que se produjeron en el pasado. Alan Lambert, antiguo ministro de Presupuesto de la UMP, señala por ejemplo que sin el estímulo proveniente de los derechos de sucesión, el Estado no dispondría de herramientas para estimular la transmisión anticipada del patrimonio, y agrega que «lo aterra la idea de que el patrimonio francés sea mañana propiedad de una mayoría de nonagenarios». De manera más clásica, varios responsables de la mayoría, entre los cuales se cuenta el primer ministro, se preocupan por el camino que se despeja a la izquierda: resulta difícil pretender defender la igualdad de oportunidades y reclamar al mismo tiempo la abolición de los derechos de sucesión, que desempeñan un rol esencial en la limitación de la reproducción social desde la Revolución Francesa, y más aún desde la Tercera República, que los volvió progresivos en 1901. En los Estados Unidos y en Italia los intentos de Bush y de Berlusconi de abolir el impuesto a las sucesiones suscitaron fuertes resistencias, incluso entre millonarios como Warren Buffert o Bill Gates, quienes se consideran self-made men y no quieren que sus hijos se transformen en rentistas.
De hecho, en oposición a una idea falsa pero necesariamente popular, el problema del impuesto a las sucesiones no es su nivel. Los ingresos actuales, algo más de 7000 millones de euros en 2006, es decir, 0,4 puntos del PBI, se sitúan en realidad en niveles relativamente bajos en términos históricos, a pesar de la insolente salud que conservan los dueños de dichos patrimonios. Estos últimos ciertamente aumentan, como maníaca consecuencia de la suba continua de los activos inmobiliarios y bursátiles, así como del lento proceso de reconstitución del patrimonio de los hogares luego de los impactos sufridos durante las dos guerras mundiales. Los ingresos por el impuesto a las sucesiones pasaron así de apenas 0,2 puntos del PBI en 1950 a 0,3-0,4 puntos del PBI en los años 1990-2000. Sin embargo, permanecieron levemente por debajo de los valores de 1900, otro período afortunado para los activos inmobiliarios y financieros. Por entonces significaban para el Estado cerca de 1 punto del PBI, antes incluso de la aplicación de la progresividad. Y esto, pese a que el patrimonio total de los hogares franceses recobró en los años 1990-2000 el nivel anterior a 1914, y se sitúa en 2006 como el equivalente de cerca de cuatro o cinco años de PBI, igual que hace un siglo. Dicho de otro modo, en 2006 los hogares poseen en promedio patrimonios equivalentes a cuatro o cinco años de ingreso anual (es decir, por ejemplo, 160.000-200 000 euros de patrimonio para un ingreso anual de 40 000 euros; esto depende, claro, de la edad, de las herencias recibidas, etc.), al igual que los hogares de la belle époque. Que los ingresos no hayan recobrado nunca su nivel anterior se explica por una serie de factores: múltiples exenciones y nichos fiscales acumulados durante décadas; envejecimiento constante de la población y por lo tanto aumento de la duración media entre transmisiones, etc.
Para resumir, los patrimonios se portan hoy de maravillas y no existe ninguna justificación económica sólida para reducir masivamente un impuesto a las sucesiones, que ya aporta muy poco: entre dos y tres veces menos que hace un siglo, mientras que el peso global de las deducciones se triplicó a lo largo del mismo período, pasando de 15 a 45 puntos del PBI (solo las cargas al trabajo representan más de 20 puntos, y reducirlas de alguna manera sería más urgente si los márgenes de maniobra presupuestarios lo permitieran). El impuesto a las sucesiones merece ser debatido con seriedad, en particular para abordar la cuestión de la prolongación de la expectativa de vida y la extrema rigidez de las leyes de sucesión francesas (el impuesto es leve en línea directa, pero excesivo para los que no son padres, lo cual no facilita en absoluto la circulación de las fortunas). Reducir masivamente su peso solo dará más consistencia a la idea de que en el siglo XXI se afirma un hipercapitalismo que ni siquiera aplica los impuestos al capital vigentes en el siglo XIX.