¿Quiénes ganarán con la crisis?
1º de diciembre de 2009
¿Qué efectos tendrá la crisis financiera mundial del trienio 2007-2009 sobre la distribución de la riqueza? A contramano de lo que se escucha a menudo, es poco probable que la crisis conduzca a una disminución duradera de las desigualdades. Sin duda, la caída de los valores bursátiles y de los precios inmobiliarios afecta en primer lugar a los que tienen patrimonios. Pero los que solo poseen su trabajo también se ven golpeados duramente por la degradación del empleo. Esto ocurre en todas las recesiones. En general, el efecto inmediato es a la vez una reducción de las desigualdades entre el nivel medio y el alto de la distribución (reducción de las ganancias y de las primas de los superejecutivos) y un crecimiento de las desigualdades entre el nivel medio y el bajo de la distribución (aumento del desempleo). Sin embargo, si examinamos los efectos a mediano y largo plazo, las cosas son aún más complejas.
En realidad, a la crisis de 1929 le siguió una fase de reducción histórica de las desigualdades en todos los países desarrollados. En los Estados Unidos, en 1928 la parte del ingreso nacional captada por el 10% de los ingresos más elevados alcanzaba el 50%, y luego, en las décadas de 1950 y 1960, el 35%. Habría que esperar a 2007 para alcanzar, incluso superar levemente, el récord de desigualdad de 1928. Pero no hay ninguna razón para que este escenario se reproduzca hoy en forma mecánica. Las series históricas que hemos establecido con Tony Atkinson, y que describen la evolución anual de las desigualdades en 23 países a lo largo del siglo XX, demuestran sin ambigüedades que las crisis financieras en tanto tales no tienen ningún efecto duradero sobre las desigualdades: todo depende de la respuesta política que se aporte. Por ejemplo, la crisis financiera sueca del período 1991-1993 no cambió en nada la tendencia de concentración creciente de los ingresos y patrimonios que se produce en Suecia desde la década de 1980. En los años que siguieron a la crisis financiera asiática de 1997-1998, tanto en Singapur como en Indonesia se observa incluso un aumento repentino de la parte del patrimonio y del ingreso nacional que queda en manos del 10% más favorecido. Aun cuando los datos disponibles todavía son imperfectos, la explicación más probable es que los más acomodados consiguieron sacar un mejor partido del caos financiero, al comprar los bonos activos en el momento correcto. Los patrimonios más elevados tienen una proporción mayor de inversiones de riesgo, lo que los sitúa en condiciones de aprovechar mejor los períodos de expansión y, a priori, de perder más en momentos de crisis. Pero cuando se posee 1 millón de euros en activos (con mayor razón si se dispone de 10 o 100 millones), se poseen también más recursos para pagar a los intermediarios y asesores financieros que cuando se poseen 50 000 o 100 000 euros. En promedio, este segundo efecto parece haber dominado en la coyuntura de la crisis sueca y, más aún, en las crisis asiáticas. Y es muy posible que este mismo mecanismo esté en marcha actualmente. La verdad es que no se sabe gran cosa, porque nuestro dispositivo estadístico no está adaptado para estudiar en tiempo real los fenómenos complejos de redistribuciones financieras. Lo cual es aún más lamentable porque estas redistribuciones desempeñan hoy un rol central —para confirmarlo basta con analizar las respuestas políticas a la crisis—. En 1929 los gobiernos dejaron que las quiebras se multiplicaran, lo cual generó pérdidas netas de patrimonio.
Hoy, los gobiernos realizan salvatajes de bancos y grandes empresas, lo que permite evitar la depresión. Pero este rapto de generosidad pública favorece en muchos casos redistribuciones a la inversa. Luego de 1929, los gobiernos les pasaron la factura a los que se habían enriquecido mientras conducían el mundo al borde del precipicio: fuerte alza de impuestos a las ganancias y fiscalidad progresiva sobre los ingresos y patrimonios más elevados, control del capital bajo todas sus formas (estricta regulación financiera, bloqueo de alquileres, nacionalizaciones, etc.). Fueron esas respuestas políticas las que condujeron a una reducción histórica de las desigualdades, no la crisis financiera en tanto tal. Hoy, las dificultades se plantean de manera diferente desde un punto de vista técnico (stock-options, paraísos fiscales, etc.), pero son en esencia las mismas. Librado a sí mismo, el capitalismo nos lleva con naturalidad a las catástrofes, ya que es profundamente inestable y antiigualitario. Lamentablemente, parecería que hacen falta más crisis para que los gobiernos tomen plena conciencia de ello.