Nunca más

10 de mayo de 2007

¿Qué lecciones debe aprender la izquierda a partir de la derrota electoral del domingo[53]? Para algunos, era evidente desde hacía tiempo: Francia se había derechizado y soñaba con Sarkozy, nada podía evitarlo. Es un argumento poco convincente: todos los estudios demuestran que la mayoría de los franceses siempre tuvo miedo de Sarkozy y de sus desvíos. Los votos que obtuvo Bayrou[54] expresan con claridad los temores que suscita el nuevo presidente, incluso en la derecha.

Para otros, la derrota se explicaría por un error de casting: Ségolène Royal, sin mucha experiencia, poco creíble, en especial en temas económicos, no tenía peso propio. El argumento no se sostiene: la candidata socialista mostró que tenía capacidad y, sobre todo, voluntad de renovar el programa económico de la izquierda, desplegó un discurso positivo sobre la prioridad que le otorgaba a la inversión en educación e investigación, insistió en la necesidad de responsabilizar a los actores, en el valor de la descentralización y en el rechazo del puro Estado, así como en la necesidad de un equilibrio entre derechos y deberes. Es probable que solo Ségolène Royal, gracias a su exterioridad respecto del PS y a la legitimidad que le confirió el voto de los militantes, hubiera sido capaz de realizar un llamado al diálogo con Bayrou antes de la segunda vuelta, imperativo político y democrático evidente que condiciona las victorias futuras (cómo pretender tomar en cuenta las aspiraciones populares simulando ignorar que Buffet, la candidata del PC, reunió 1,9% de los votos y Bayrou el 19%).

En verdad, la izquierda tuvo, ante todo, un problema de timing. Hubiera hecho falta más que algunos meses para elaborar un programa presidencial bien constituido. Para desarrollar posiciones socialdemócratas fuertes y convincentes sobre los grandes temas económicos y sociales (enseñanza superior e investigación, jubilaciones, salud, fiscalidad, mercado de trabajo, etc.), que en todos los casos exigirían dolorosos ajustes intelectuales en numerosos simpatizantes de izquierda, eran necesarios muchos años de debates y paciente trabajo de persuasión. Al haber sido designada en noviembre, Ségolène Royal se vio imposibilitada, más allá de su pragmatismo y energía, de finalizar esta tarea en el mes de marzo, sobre todo luego de que sus simpáticos competidores internos le hubieran embarrado la cancha acusándola de incompetencia económica.

El error fundamental que cometió el PS entre 2002 y 2007 es haber creído —o haber fingido creer, pues nadie lo creía en verdad— que era posible aplazar la elección del candidato para después de la redacción del programa. El resultado objetivo es que durante cuatro años, de 2002 a 2006, los socialistas no hablaron de nada. Por una simple razón: era inconcebible para cualquiera tomar una posición fuerte en un tema difícil por miedo de que al día siguiente los camaradas presidenciables lo linchasen. Resultado de la carrera: el programa adoptado por el PS en 2006 es una fuente de agua tibia, en la que todas las cuestiones molestas fueron cuidadosamente evitadas. Los nuevos colores que Ségolène dio a este programa no podían alcanzar para hacerla creíble ante los ojos de los franceses.

Ejemplo evidente que ilustra este punto: la terrible secuencia del debate televisivo sobre las jubilaciones, en el que Sarkozy condujo a la candidata socialista a proponer un impuesto a la renta financiera. No es que una tasa de este tipo sea, en cuanto tal, inconcebible: el fondo de reserva para las jubilaciones ya se alimenta en parte de una (modesta) contribución social procedente de los ingresos devengados por inversiones, contribución que nada impide incrementar en el marco del necesario reequilibrio trabajo-capital de nuestro sistema fiscal. Pero esta respuesta, un poco breve por cierto, recordó a millones de franceses que durante años los socialistas se contentaron con impulsar la futura anulación de la ley Fillon sobre la extensión de la edad jubilatoria, cuando la inmensa mayoría de la opinión pública sabe desde hace años que la perennidad de nuestro sistema previsional exige reformas precisas y valientes.

Hoy la prioridad es hacer todo lo posible para evitar repetir este error en la etapa 2007-2012. Es necesario un voto militante (que eventualmente se extienda a los simpatizantes) antes de que termine 2007. A él deberían someterse todos los que aspiren a llevar adelante el proyecto socialista, lo cual permitirá designar un líder indiscutido hasta 2012. Ya podemos imaginar los argumentos falaces que expliquen que una personalización de este tipo sería contraria a la identidad colectiva del partido, etc. En verdad, es exactamente lo contrario: hay que apresurarse a decidir sobre las personas para pasar a las ideas, precisamente porque las cuestiones relativas a las personas son por completo secundarias en relación con las cuestiones programáticas y con el debate de ideas (contrariamente a una creencia muy difundida, muchas personas están calificadas para asumir la presidencia de la República, incluso Sarkozy).

Para salir lo más rápido posible de la pelea entre jefes y evitar que la catástrofe se reproduzca, es urgente una fuerte movilización de militantes y simpatizantes.