¿Con o sin programa?
29 de diciembre de 2009
¿Se puede ganar una elección sin ningún programa? Seguramente. La historia electoral está llena de episodios en los que los partidos políticos consiguen victorias o llegan al poder no porque sus propuestas hayan entusiasmado a las masas, sino gracias a los errores que comete el adversario y al sentimiento de rechazo que este suscita. El problema es que necesariamente siempre se termina pagando un precio.
Tomemos como ejemplo la victoria socialista de 1997. Con la propuesta de la semana laboral de 35 horas y los denominados empleos jóvenes, se podría decir que la izquierda tenía algo que se parecía a un programa. Pero no faltaríamos a la verdad si recordáramos que estas medidas se emparcharon en pocas semanas para lograr unir lo más rápido posible a los demás partidos que conformaron la coalición de la izquierda plural, luego de la disolución sorpresiva del Parlamento decidida brutalmente por el presidente de ese momento[55]. La victoria se basó principalmente en el rechazo al adversario.
Y el precio se pagó a partir de 2000. Una vez que se implementaron estas dos medidas emblemáticas, la izquierda plural ya no supo qué hacer o proponer al país, simplemente porque no estaban de acuerdo en nada. Jubilaciones, fiscalidad, enseñanza superior, mercado de trabajo: sobre ninguno de estos temas claves existía siquiera el esbozo de un programa mínimamente preciso. La opinión pública acabó por darse cuenta de esto, lo que contribuyó muy probablemente a las derrotas de 2002 y 2007. Además, las medidas pegoteadas a las apuradas a veces son bombas políticas que en algún momento explotan. No deberíamos dejar de ver en el reciente triunfo del lema «trabajar más para ganar más» que impulsó Sarkozy una victoria póstuma sobre las treinta y cinco horas, reforma excelente en el largo plazo, pero poco adaptada a la fase de gran estancamiento salarial en la que Francia y los países ricos se enredaron desde los años ochenta.
Crucemos ahora el Atlántico. Para muchos observadores norteamericanos, la causa es simple: si Barack Obama tuvo que ceder a todos los lobbies privados y desnaturalizar la reforma del sistema de salud, se debe a que no se habían asumido compromisos lo suficientemente precisos antes de las elecciones. No fue elegido por un verdadero programa, de allí su debilidad actual. Visto desde Europa, donde se es más sensible a la dimensión mundial de la elección de Obama, se puede ser más clemente con el presidente estadounidense. Por supuesto, Obama podría haber evitado adoptar un acento republicano en el momento de las primarias para criticar el programa de salud de Hillary Clinton, más ambicioso que el suyo. Esto probablemente le habría dado mayor peso hoy frente al Congreso y a la industria médica.
Sin embargo, ¿quién puede afirmar que Obama tendría que haber asumido el riesgo, en la recta final, de asustar al electorado proponiendo un programa completo de seguro de salud público, y comprometer así su apretada victoria histórica? Los 160 millones de estadounidenses que disponen de una cobertura de salud privada sencillamente no estaban listos para un seguro público que, en su país, solo podrá implementarse poco a poco. No olvidemos que los electores a veces le prestan más atención a una visión general del mundo y a una capacidad para adaptarse al entorno fluctuante que a un catálogo genial de medidas que no entienden…
La política no es una ciencia exacta, tampoco la economía, y la frontera entre compromisos y concesiones es siempre difícil de trazar. Entonces, ¿qué va a suceder con la elección presidencial de 2012? Es muy tentador para la izquierda francesa apostar todo a una decadencia gradual del poder sarkozista que, ya rechazado por buena parte del centro y de la derecha, parece ahora relanzarse en una carrera hacia la extrema derecha. Salvo que la derrota de Sarkozy, por más deseable que sea, no implica en ningún caso el mismo desafío internacional que la de Bush, y no podría ser un fin en sí mismo. Por otra parte, si bien es totalmente posible que la izquierda gane en 2012 sin un verdadero programa, y con un candidato designado a último momento, por el simple rechazo del adversario, el escenario inverso, lamentablemente, sigue siendo el más probable.
Así que esperemos el programa y ¡buen 2010!