Zonas de educación prioritaria: discriminación positiva a la francesa

5 de diciembre de 2005

En pocas semanas, la ola de violencia en las periferias reavivó el debate sobre las zonas de educación prioritaria (ZEP) y lo ubicó en el centro de la actualidad. Para algunos, la razón es simple: llegó el momento de «decretar la quiebra» de las ZEP. Esta medida, que agradaría a todos aquellos que consideran que ya se les ha dado demasiado a los barrios menos favorecidos, es tanto más desafortunada cuanto que lo que el ministro del Interior aparentemente quiso decir en su discurso es que la razón del fracaso de las ZEP es la escasez de recursos que se les asigna.

De hecho, el problema de las ZEP no es su existencia, sino más bien su no existencia. Más de veinte años después de su creación, la verdad es que las escuelas clasificadas como ZEP no han recibido recursos suplementarios. En las escuelas primarias de las ZEP, las clases tienen apenas un alumno menos que las que están fuera, y esta diferencia es aún menos significativa en las clases pequeñas. A partir de los datos del último censo de alumnos de escuelas primarias realizado por el ministerio, constatamos, por ejemplo, que el tamaño medio de las clases en primer grado es de 21,7 en las ZEP (13% de los alumnos), contra 22,4 fuera de las ZEP (87% de los alumnos), y la media general es de 22,3. Al mismo tiempo, existe una brecha media considerable —del orden de los 10 puntos— entre los territorios ZEP y los no ZEP en cuanto al nivel de los exámenes de competencia en el ingreso a primer grado, es decir, sensiblemente la misma brecha que separa los dos extremos de la pirámide social, a los hijos de altos ejecutivos de los hijos de obreros.

Estas cifras revelan además con mucha claridad la magnitud de la segregación territorial en Francia y demuestran que el procedimiento de clasificación en ZEP, a pesar de todas sus imperfecciones, logra identificar de manera adecuada las zonas desfavorecidas. Pero ¿cómo podríamos corregir esas fallas iniciales con 0,7 de alumnos menos por clase? Si agregamos a esto que los maestros de las ZEP suelen tener menos experiencia, trabajan en condiciones más precarias, etc., y que la simple clasificación de una escuela como ZEP produce en general el efecto de estigmatizarla y provocar la huida de numerosos padres (sobre todo si ningún recurso real compensa el anuncio de la clasificación), es difícil sorprenderse por el fracaso de las ZEP.

Frente a esta situación, diversas estrategias complementarias son posibles. Una consiste en desarrollar, en las carreras del nivel superior en las que se lleva a cabo una selección, dispositivos de admisión preferencial para los alumnos de secundario provenientes de las ZEP, como se hace en la escuela universitaria Sciences Po desde hace algunos años, o como se hará en la clase preparatoria[58] reservada a los alumnos secundarios de las ZEP, que abrirá el Colegio Henri-IV para el ingreso 2006. Tales dispositivos se asemejan a los mecanismos de discriminación positiva que se aplican desde hace tiempo en el ingreso a las universidades estadounidenses, con la pequeña pero notable diferencia de que las categorías beneficiadas con una admisión preferencial aquí se definen sobre una base territorial y no étnica. Suscitarán de todos modos los mismos debates que han suscitado del otro lado del Atlántico: por una parte, estas políticas permiten dar una chance a jóvenes sin esperanzas, que nunca habrían osado postularse en estas carreras. Pero, por otra, existe el riesgo de que los alumnos que habrían podido ser admitidos de todas maneras deban soportar el prejuicio de haber realizado un ingreso «tramposo». En este caso en particular, es probable que prevalezcan los efectos positivos, y que el aumento de estudiantes secundarios de las ZEP que sigan con éxito sus estudios en carreras elitistas (actualmente infinitesimal) tenga un impacto psicológico importante. Pero los debates resurgirían si tales dispositivos se extendieran más allá de medidas que no fueran puramente simbólicas y se generalizaran al conjunto de las grandes escuelas y universidades.

Sobre todo, esta estrategia, por sí sola, no permite corregir los considerables retrasos escolares acumulados en la adolescencia. Para lograrlo, hace falta actuar a una edad mucho más temprana, desde los primeros grados de la escuela primaria, donde se conforman las desigualdades duraderas. Según las últimas estimaciones disponibles a partir de los informes del ministerio, disminuir el tamaño de las clases a 18 alumnos en los dos primeros grados del primario en las ZEP permitiría reducir cerca de un 40% la brecha que existe en los exámenes de competencia para el ingreso al tercer grado entre ZEP y no ZEP. Ningún estudio puede predecir cuál sería el impacto en la edad adulta, pero todo hace pensar que podría ser del mismo orden. No nos engañemos: una política de este tipo representaría una reorganización considerable de los recursos. Si se deseara ponerla en marcha de manera permanente (el primario está por lo general bien provisto de recursos en Francia), se requeriría también un leve aumento de la cantidad de maestros en zonas no ZEP, lo que no tendría un impacto real en los niños concernidos, pero haría reaccionar positivamente a sus padres. En particular, exigiría un rediseño completo de los procedimientos de afectación de recursos que actualmente aplica la administración. Aunque difícil de llevar a cabo, esa política tendría sin embargo el mérito de diseñar una forma de discriminación positiva al estilo francés, fundada no solo sobre la mera lógica de la admisión preferencial, sino sobre el otorgamiento de recursos suplementarios reales en los territorios que enfrentan las desventajas más evidentes.