Merkhollande y la zona euro: un egoísmo miope
18 de diciembre de 2012
¿Por qué Francia y Alemania no promueven la unión política y presupuestaria de la zona euro? Por una simple razón: hoy en día, los dos gozan de tasas de interés extremadamente bajas (menos del 1%) y se lavan las manos cuando Italia y España pagan tasas superiores al 5% y se hunden en la crisis. Se trata de un egoísmo miope: todos vamos a sufrir la recesión que se instala en la zona euro. Además, nadie puede prever las violentas reacciones políticas que todo esto podría llegar a producir en Europa del sur o en otra parte.
En el mejor de los casos, Europa habrá perdido una década discutiendo y sin invertir en el futuro. Incluso, si consideramos que tenemos el mejor modelo social del mundo, y que deberíamos tener las mejores universidades del planeta, para ganar así la batalla de la inteligencia y del desarrollo sustentable en el siglo XXI.
En el jueguito de los egoísmos nacionales es difícil descifrar quién es más culpable. Alemania acumula excedentes comerciales demasiado elevados: nadie tiene necesidad de tales reservas, y por definición una estrategia de este tipo no podría funcionar si la siguiera todo el mundo. Pero Francia, además de mostrarse incapaz de reformar y modernizar su sistema económico, fiscal y social, no formuló ninguna propuesta precisa que permitiera mutualizar las deudas públicas.
La única propuesta concreta hasta hoy es la de los fondos de rescate, formulada hace exactamente un año por el consejo de economistas alemanes que asesoran al gobierno. La idea consiste en reunir todas las deudas nacionales que excedan el 60% del PBI. La propuesta dista de ser perfecta. Sobre todo, le falta una vertiente política: una vez constituido el fondo, el déficit anual y el ritmo de desendeudamiento y de emisión de deuda común deberían ser fijados por un parlamento presupuestario de la zona euro, luego de una deliberación pública y democrática —es decir, lo contrario de las cumbres de jefes de Estado y ministros que constituye hoy el modelo de gobernabilidad de Europa—. Como sea, la propuesta tiene el mérito de existir, y Francia ni siquiera se ha dignado a responder y formular su propia versión.
¿Qué hacer entonces? Primero, decir nuevamente que una moneda única con 17 deudas públicas diferentes no puede funcionar. La pérdida de soberanía monetaria debe ser compensada por el acceso a una deuda pública mutualizada y a una tasa de interés baja y previsible. Hay que darse cuenta de que, con una deuda pública del orden del 100% del PBI, las olas especulativas sobre las tasas de interés tienen efectos enormes y devastadores sobre las finanzas públicas. Italia tiene actualmente un excedente primario del 2,5% del PBI (los impuestos superan el gasto público en un 2,5% del PBI), pero solo los intereses de la deuda alcanzan para hundir al país en el déficit y la espiral de la deuda. A título de comparación, el presupuesto total de todas las universidades, grandes escuelas e institutos superiores en Francia y en Italia es del orden del 0,5% del PBI.
Cualesquiera que hayan sido los errores de la gestión pasada —y hubo muchos—, no tiene sentido imponerles a Italia, España y Grecia tal costo, y tal imposibilidad de invertir en el futuro. Nadie puede reformar su país con semejante incertidumbre pesando sobre su cabeza.
La unión política y fiscal de la zona euro es la única manera de repartir equitativamente los esfuerzos. Uno de los efectos de la crisis fue el gran retorno del impuesto al patrimonio. No hay nada de qué sorprenderse: en Europa, los patrimonios privados se sitúan hoy en niveles desconocidos desde la belle époque, mientras que los ingresos se estancan. En España, el impuesto a la fortuna, suprimido en 2008 por Zapatero, fue implementado nuevamente en 2011. En Alemania, el Partido Socialdemócrata quiere recrear un impuesto general al patrimonio. En Italia, lo esencial de los nuevos ingresos fiscales recaudados por el gobierno de Monti proviene de un aumento del impuesto a las propiedades y a los activos financieros. Incluso el FMI, cuya doctrina fiscal se resume generalmente en la promoción del IVA, aplaudió estas medidas.
El problema es que es imposible llevar adelante correctamente este tipo de reforma sin la cooperación europea, y en particular sin un intercambio automático de información sobre los activos financieros que se radican en el extranjero. Así, Italia tuvo que introducir una tasa del 0,5% sobre las propiedades (que no pueden «deslocalizarse») y de solo el 0,1% sobre los activos financieros, cuando en realidad estos últimos representan lo esencial de los patrimonios más elevados.
Por un lado, los proveedores de fondos le piden a Grecia que aumente la presión fiscal a sus ciudadanos más ricos; pero, por otro, se niegan a poner en marcha la unión fiscal que permitiría realizar este objetivo, y se fuerza a Europa del Sur a lanzarse a una gran subasta de sus activos públicos a bajo precio. La coherencia y la valentía ¿para cuándo?