No, los griegos no son vagos
23 de marzo de 2010
Se dice que los griegos son unos vagos que gastan más de lo que producen. Y que, para colmo, eligen gobiernos corruptos que manipulan las cuentas públicas para crear falsas ilusiones. Si su hermano o su vecino gasta más de lo que gana, ¿le estaría haciendo un favor si le prestara más dinero? ¿No habrá llegado la hora de que deje de despilfarrar y aprenda la dura ley del trabajo y el mérito?
Este tipo de metáfora, fundada en la moral doméstica y familiar (pereza versus trabajo, niño prodigio versus buen padre de familia) es evidentemente un clásico de la retórica reaccionaria. En todas las épocas, los ricos estigmatizaron de esta forma a los pobres. Nada nuevo bajo el sol griego. Salvo que, en el marco de la complejidad del capitalismo del siglo XXI y de sus crisis financieras, estas metáforas moralizadoras parecen extenderse más allá de los círculos habituales. Cuando ya no se entiende hacia dónde va el mundo, resulta tentador volver a ciertos principios simples. Ante la violencia extrema de los ataques en los medios, el primer ministro griego declaró durante su visita a Berlín: «No hay más vagancia en los genes de los griegos que nazismo en los genes de los alemanes». Estas declaraciones, de una dureza poco corriente entre jefes de gobierno de una unión política, deberían bastar para que se interesen en la crisis griega quienes todavía no lo han hecho.
El problema con estas metáforas de cabotaje es que a escala de los países, como también a escala de los individuos, el capitalismo no es cuestión de méritos, ni mucho menos. Por dos razones que se pueden resumir de manera muy simple: lo arbitrario de la herencia inicial y lo arbitrario de ciertos precios, sobre todo el de la rentabilidad del capital.
Arbitrariedad de la herencia inicial: Grecia forma parte de los países que siempre han estado en parte en posesión de otros países. Lo que el resto del mundo posee en Grecia (empresas, bienes raíces, activos financieros) es desde hace décadas más que lo que los griegos poseen en el resto del mundo. Consecuencia: el ingreso nacional del que los griegos disponen para consumir y ahorrar siempre fue inferior a su producción interna (una vez deducidos los intereses y dividendos pagados al resto del mundo). Esto los vuelve poco aptos para consumir más de lo que producen.
En el caso de Grecia, la brecha que existe entre producción interna e ingreso nacional ya era, antes de la crisis, de alrededor de un 5% (es decir, dos veces más que el ajuste exigido hoy a este país). En países completamente volcados a la inversión extranjera puede superar el 20% (como en el caso de Irlanda), y más aún en ciertos países del sur. Se podrá objetar que estos flujos de intereses y dividendos solo son la consecuencia de inversiones pasadas y que por lo tanto es justo y bueno que los deudores griegos y sus hijos destinen una parte de su producción a pagar a los acreedores externos. Ciertamente. Del mismo modo que es justo y bueno que los hijos de los inquilinos paguen alquileres eternamente a los hijos de los propietarios.
El debate sobre el mérito implica asumir otro punto de vista. Arbitrariedad de la rentabilidad del capital: la crisis es ante todo consecuencia de que los contribuyentes griegos de repente tuvieron que pagar tasas de interés de más del 6% de su deuda pública. La producción interna de Grecia ronda los 200 000 millones de euros. Los diez bancos más grandes del mundo manejan cada uno más de 2 billones de euros. Un puñado de operadores puede imponer, en segundos, una tasa de interés del 6% en lugar del 3% sobre un título en particular, y arrastrar así a un país a la crisis.
Este sistema nos lleva directamente al precipicio, y apelar a la moral doméstica no nos va a salvar. Al fin y al cabo, la solución es que el poder público retome con firmeza las riendas de las finanzas. En Europa debemos inventar el camino que conduzca al federalismo presupuestario. Pues bien, este camino no pasa por el FMI, sino por la emisión de obligaciones europeas. Y, algún día, por una revolución de las doctrinas monetarias. Para salvar a los bancos, las autoridades monetarias les prestaron sin dudar a tasas del 0% al 1%. Hicieron bien. Pero ahora, no es nada fácil explicarles a los contribuyentes europeos (tanto griegos como alemanes) que deben ajustarse los cinturones durante años para pagar los altos intereses de su deuda pública.