¿El crecimiento podrá salvarnos?

24 de septiembre de 2013

¿Es razonable apostar por el retorno del crecimiento para solucionar todos nuestros problemas? Es cierto, siempre es preferible que la producción y el ingreso nacional crezcan el 1% y no el 0%. Pero llegó el momento de aclarar que esto no resuelve lo esencial de los desafíos que los países ricos deben enfrentar en este comienzo del siglo XXI.

La producción puede crecer por dos razones: por el crecimiento de la población o por el crecimiento de la producción por habitante, es decir, de la productividad. Durante los tres últimos siglos, la producción mundial progresó en promedio el 1,6% anual, del que el 0,8% anual corresponde a la población y el 0,8% a la producción por habitante. Puede parecer minúsculo. Pero se trata en realidad de un ritmo muy acelerado cuando se sostiene a lo largo del tiempo. De hecho, corresponde a una multiplicación por más de 10 de la población mundial en tres siglos, que pasó de cerca de 600 millones de habitantes en 1700 a 7000 millones hoy. Parece poco probable que este ritmo de crecimiento demográfico continúe en el futuro; la población ya ha comenzado a disminuir en muchos países europeos y asiáticos y, según las previsiones de Naciones Unidas, el conjunto de la población mundial debería estabilizarse en el curso de este siglo.

En lo que respecta a la producción por habitante, podemos imaginar perfectamente que el crecimiento pasado (0,8% anual desde hace tres siglos) continuará en el futuro. No soy un defensor acérrimo del decrecimiento. Las innovaciones tecnológicas pueden continuar perfectamente y permitir un crecimiento inmaterial y no contaminante indefinido. A condición, sin embargo, de inventar energías apropiadas, lo que todavía no se ha logrado. En todo caso, el punto importante es que incluso si el crecimiento continua, no superará el 1-1,5% anual. Los crecimientos del 4% o el 5% anual observados en Europa durante la Edad de Oro del capitalismo, e incluso más en la China de hoy, corresponden siempre a situaciones puramente transitorias de recuperación de un país en relación con otros. Cuando nos situamos en la frontera tecnológica mundial, ningún país ha tenido nunca un crecimiento sostenido superior al 1-1,5% anual.

En estas condiciones, es casi inevitable que el crecimiento se estabilice en el siglo XXI en un nivel netamente inferior al rendimiento del capital, es decir, lo que aporta en promedio un patrimonio en el curso de un año (como forma de alquileres, dividendos, intereses, ganancias, plusvalía, etc.) como porcentaje de su valor inicial. Este rendimiento es en general del orden del 4-5% por año (por ejemplo, si un departamento que vale 100 000 euros tiene un valor locativo de 4000 euros por año, el rendimiento es del 4%), y puede alcanzar el 7-8% anual para las acciones y los patrimonios más elevados y mejor diversificados.

Pues bien, esta desigualdad entre rendimiento del capital (r) y crecimiento de la producción (g), que podemos escribir r g, otorga naturalmente una importancia desmesurada a los patrimonios constituidos en el pasado y conduce mecánicamente a una concentración extrema de la riqueza. Comenzamos a ver los signos de ello hace algunas décadas, en los Estados Unidos por supuesto, pero también en Europa y en Japón, donde la disminución del crecimiento (sobre todo demográfico) conduce a un alza sin precedentes de la masa de los patrimonios en relación con los ingresos.

Es importante comprender que no existe ninguna razón natural por la cual el rendimiento del capital debería reducirse al nivel de la tasa de crecimiento. La manera más simple de convencerse es constatar que el crecimiento ha sido casi nulo durante lo esencial de la historia de la humanidad, mientras que el rendimiento del capital ha sido siempre netamente positivo (por lo general entre el 4 y el 5% para el impuesto a la propiedad en las sociedades agrarias tradicionales). Esto no plantea ningún problema lógico desde un punto de vista estrictamente económico. Al contrario: cuanto más perfecto y puro es el mercado de capital, en el sentido de los economistas, más fuerte será la desigualdad r g. Pero, por supuesto, conduce a desigualdades extremas y poco compatibles con los valores meritocráticos sobre los que se fundan nuestras sociedades democráticas.

Hay varias soluciones posibles, desde la cooperación internacional más perfecta (intercambios automáticos de información bancaria, impuesto progresivo sobre el capital) hasta el repliegue nacional más absoluto. La inflación permitiría liquidar la deuda pública, pero golpearía sobre todo a los patrimonios modestos, y por lo tanto, no es una respuesta de largo plazo. Control de capitales al modo chino, oligarquía autoritaria a la rusa, crecimiento demográfico perpetuo al estilo estadounidense: cada bloque regional tiene su solución. La ventaja de Europa es su modelo social y su riqueza patrimonial, y aunque sus instituciones políticas sean hoy gravemente disfuncionales tiene los medios para ir más allá del crecimiento y permitir que la democracia retome el control del capitalismo.