Miles de millones de dólares

28 de octubre de 2008

Cuarenta mil millones para recapitalizar los bancos franceses, 320 000 millones para garantizar sus préstamos, 1,7 billones a nivel europeo: ¿quién da más? Al lanzarse a una carrera para ver quién anuncia el plan de salvataje más grande, los gobiernos de los países ricos corren grandes riesgos.

Primero, nada garantiza que esta estrategia de comunicación permita calmar la crisis y evitar una recesión dolorosa. Los mercados financieros adoran las grandes cifras. Pero también aman saber con precisión para qué servirá el dinero, quién dispondrá realmente de qué sumas, durante cuántos años, bajo qué condiciones, etc. Pues bien, desde este punto de vista, reina la opacidad. En verdad, los gobiernos se comportan igual que las peores empresas a las que deberían regular. Todas las técnicas de manipulación contable valen, con una mención especial para el presidente de nuestro país. Se mezclan flujos anuales y de stock, dinero fresco con simples garantías bancarias, se cuentan varias veces las mismas operaciones. Y se suma la totalidad: cuanto más grande, mejor. Y nos encontramos en una situación absurda en la que las autoridades estadounidenses y francesas, de manera apresurada y sin contrapartidas reales, entregan dinero público a bancos que no lo quieren. Los 10 000 millones que se prestaron la semana pasada a las grandes entidades francesas deberían relanzar el crédito, pero el compromiso es puramente verbal. Sin embargo, existe todo un arsenal legislativo y regulatorio que permite obligar a los bancos a prestar una parte de sus fondos a las pequeñas y medianas empresas que, en la crisis actual, merecía ser revisado y mejorado.

Pero además, y sobre todo, esta estrategia basada en la exhibición engañosa de cifras de centenas de miles de millones amenaza con desorientar de manera permanente a los ciudadanos. Luego de explicar durante meses que las arcas estaban vacías, y que incluso el mínimo ahorro de algunas centenas de millones de euros era imprescindible, ¡de pronto el Estado parece estar en condiciones de endeudarse de modo ilimitado para salvar a los banqueros!

La primera fuente de confusión tiene que ver con que se mezclan constantemente los flujos anuales de ingresos y de producción con los stocks de patrimonio, sin considerar que los segundos son mucho más importantes que los primeros. Por ejemplo, en Francia, el ingreso nacional anual, es decir, el PBI menos el desgaste de los equipamientos, es del orden de los 1,7 billones (30 000 euros por habitante). En cambio, el stock de patrimonio nacional alcanza los 12,5 billones (200 000 euros por habitante). Para pasar a los niveles norteamericanos o europeos, estas cifras deben ser grosso modo multiplicadas por seis: 10 billones de ingreso, 70 billones de patrimonio.

El segundo punto importante es que los ingresos y patrimonios son propiedad de los hogares en un 80%: por definición, las empresas no poseen casi nada, porque distribuyen lo esencial de lo que producen a los hogares asalariados y a los accionistas. Es lo que permite comprender por qué el impacto inicial provocado por la crisis de las hipotecas subprimes, estimado en alrededor de 1 billón de dólares (es decir, el equivalente de 10 millones de hogares norteamericanos que hubieran pedido prestado, cada uno, 100 000 dólares), aunque sea modesto en comparación con el patrimonio general de los hogares, puede hacer que se desplome todo el sistema financiero. El banco más importante de Francia, BNP Paribas, exhibe así 16,9 billones de activos para 16,5 billones de pasivos, es decir, 40 000 millones de fondos propios. Antes de la quiebra, las cuentas de Lehman Brothers eran muy parecidas, igual que las de otros bancos del mundo. El hecho central es que los bancos son organismos frágiles, y que el impacto de 1 billón de desvalorización de activos puede devastarlos.

Frente a una realidad de esta naturaleza, intervenir para evitar la crisis sistémica es legítimo, pero solo puede hacerse bajo ciertas condiciones. Primero, obtener la garantía de que los accionistas y directivos de los bancos rescatados por el contribuyente paguen el precio de sus errores, lo que no fue el caso en las intervenciones recientes. Luego, y sobre todo, poner en marcha una regulación financiera implacable que permita asegurar que ya no será posible difundir impunemente activos tóxicos en los mercados, con el mismo vigor con que las agencias de seguridad alimentaria controlan la introducción de nuevos productos. Esto no podrá hacerse nunca si se permite que se manejen 10 billones de activos desde paraísos fiscales de manera completamente opaca. Por último, es necesario terminar con las remuneraciones indecentes en el mundo de las finanzas, que contribuyeron a estimular la toma excesiva de riesgos. Esto exige mejorar la progresividad fiscal para los altos ingresos, lo cual se ubica en las antípodas de la política francesa denominada escudo fiscal, que, al contrario, apunta a exonerar por adelantado a los más favorecidos de cualquier esfuerzo por pagar los costos. Con una estrategia como esa, probablemente haya que prepararse para crisis sociales y políticas todavía más violentas.