¿Hay que bajar el IVA?

23 de diciembre de 2008

¿Qué podemos decir sobre las violentas críticas expresadas en Francia y en Alemania contra el plan de reactivación británico[68]? Primero, que a pesar de la autocelebración francesa sobre sus seis meses de presidencia europea, Europa nunca estuvo tan mal dirigida. No se trata aquí de afirmar que la reducción general de IVA decidida por Gordon Brown, del 17,5% al 15%, sea la solución milagrosa para evitar la recesión. Cada país tiene sus especificidades, y es evidente que el Reino Unido, cuyo sector financiero fue golpeado duramente por la crisis mundial, se prepara para vivir horas particularmente difíciles. Pero es lamentable que el Plan Brown haya sido rechazado de inmediato por los gobiernos franceses y alemanes sin ningún debate. Más aún teniendo en cuenta que los argumentos utilizados contra la reducción del IVA son tan contradictorios como económicamente infundados.

En primer lugar, se critica que la reducción del IVA no repercuta directamente en el descenso de los precios. Pero no existe ninguna razón para que se produzca tal repercusión integral. Desde el punto de vista económico, es perfectamente normal que la reducción del IVA se comparta entre empresas y consumidores, siguiendo la elasticidad de la oferta y la demanda de bienes en los diferentes sectores. En los sectores sobrecapacitados para la producción, la competencia conduce a una fuerte disminución de los precios y a una reactivación de la demanda. En los sectores donde se necesitan nuevas inversiones para aumentar la producción, en cambio, la reducción del IVA permite que las empresas recuperen sus márgenes, lo que está muy bien. Así, esa medida produce al mismo tiempo una reactivación de la demanda y de la inversión, de acuerdo con la teoría de la incidencia fiscal. Antes de estigmatizar el «keynesianismo» grosero de los británicos, el ministro socialdemócrata alemán de Finanzas tendría que haber releído sus manuales de economía.

El segundo reproche dirigido a la reducción del IVA es que favorecería ante todo a las importaciones. Es preferible, por cierto, que esta reducción sea coordinada, de ahí la interesante proposición del think tank Bruguel de reducir simultáneamente al menos un punto del IVA en todos los países europeos. Pero subordinar el conjunto del debate fiscal y presupuestario a esta cuestión de las importaciones carece de sentido. La totalidad de las importaciones de bienes de consumo (de los textiles al calzado, pasando por los juguetes y electrónicos) representaban apenas 70 000 millones de euros en 2007, es decir, apenas el 7% de alrededor de 1 billón de euros consumidos por los hogares franceses. El total de importaciones, por su parte, sube al 25% del PBI (de los cuales un 70% proviene del comercio intraeuropeo): como lo recordaba Philippe Martin la semana pasada, la parte de las importaciones es en realidad más importante para los bienes de inversión y de consumo intermedios que para los bienes de consumo. A fin de cuentas, el hecho mayor es que el 75% del PBI corresponde a bienes y servicios producidos en Francia y consumidos (o invertidos) en Francia. Pretender reducir el análisis de una herramienta fiscal como el IVA a la cuestión de su incidencia en los intercambios comerciales es increíblemente reduccionista. Si de veras se piensa que el bienestar de los franceses pasa por la aplicación creciente de impuestos a los bienes importados del extranjero, asumamos entonces claramente un alza de las tasas sobre las importaciones y dejemos de contaminar el conjunto del debate fiscal y político con este tema. Como mostró bien Paul Krugman en los Estados Unidos, esta obsesión por las importaciones y la «competitividad» termina por debilitar toda forma de pensamiento económico, tanto a la derecha (donde los ayatolás del IVA social parecen listos a poner nuevamente sobre la mesa sus proyectos de aumentos del IVA) como a la izquierda: ciertos socialistas franceses no están lejos de pensar lo mismo, como lo muestra su tímida proposición de disminución «orientada» del IVA (dicho claramente, no bajar la tasa general, o sea, la única que cuenta desde un punto de vista macroeconómico).

Todo esto es aún más lamentable porque una de las ventajas adicionales del plan de relanzamiento de la reducción del IVA es su eficacia inmediata (contrariamente, por ejemplo, a las inversiones públicas, que llevan años antes de realizarse, como lo saben por ejemplo todas las personas afectadas por el Plan Campus[69]) y su transparencia: cuando se baja el IVA, se inyecta dinero contante y sonante en la economía, a diferencia de todas las manipulaciones contables y otras operaciones de comunicación que se implementan actualmente. Hagamos un pronóstico y enunciemos un deseo: que el debate sobre la reactivación de la reducción del IVA se replantee en 2009.