Reforma impositiva: ¡olé!
12 de septiembre de 2005
El 14 de julio Jacques Chirac anunció que en 2006 dejaría en suspenso la baja del impuesto a las ganancias (IG) «para consagrar todos los medios disponibles a la lucha contra el desempleo». El 1º de septiembre, Dominique de Villepin[8] confesó sus intenciones de… ¡retomar la tendencia a la baja a partir de 2007! ¿Se trata de un simple manejo para recargar energías en 2006 y mejorar la relación con los electores-contribuyentes en 2007? No parece tan claro si se toman en serio las declaraciones del primer ministro. Al anunciar su objetivo de suprimir las exenciones del 10 y el 20% y de revisar completamente el cálculo para volver más legible el impuesto, Villepin abrió el camino para una reforma ambiciosa del IG, muy diferente de lo hecho estos últimos años, en los cuales simplemente se bajaron las tasas, lo que constituye un típico ejemplo de no reforma.
Recordemos los fundamentos del problema. Tras noventa años de disputas presupuestarias, el IG francés logró ser menos significativo que en cualquier otro país desarrollado (apenas más del 3% del PBI, contra el 5% de hace veinte años y el 7-8% por lo menos en cualquier otro lado), pero al mismo tiempo las tasas son incomprensibles y en apariencia muy elevadas para niveles de ingreso poco considerables: por ejemplo, el 28,26% en la franja que va de los 15 004 a los 24 294 euros; el 37,38% para la comprendida entre los 24 294 y los 39 529 euros, etc., y el 48,09% para los ingresos por encima de los 48 747 euros (cálculo de 2005). Tal proeza se debe a que estas tasas se aplican, no sobre el ingreso real, sino sobre el «ingreso imponible por partes»: se empieza por aplicar, de la mayoría de los ingresos, exenciones del 10 y del 20%, lo que da el ingreso imponible, y luego se lo divide por el número de partes: 2,5 partes para una pareja con un hijo, 4 partes para una pareja con tres hijos, etc. Además, las tasas no se aplican a la totalidad del ingreso, sino solo a la fracción comprendida en cada franja: es el oscuro sistema, fuente de incomprensiones, del cálculo llamado «en tasa marginal». Cuántas veces hemos escuchado que los contribuyentes se preocupan (equivocadamente) porque van a «saltar una franja» dentro de poco tiempo y van a ser afectados por una pérdida neta del ingreso disponible… Si agregamos a esto la inverosímil acumulación de mecanismos de reducción de impuestos y de nichos fiscales, llegamos a un sistema ilegible, por el cual los ciudadanos son incapaces de hacerse una idea simple de quién paga qué. Resultado: todo el mundo se considera víctima de un sistema opaco y sospecha que el vecino saca un mejor partido de los dispositivos en vigor. El IG atrajo fantasmas que contaminan el debate fiscal francés.
No hay duda de que, para salir de este marasmo, es necesario suprimir las exenciones del 10 y del 20% e integrarlas en el cálculo simplificándolo, como propone Villepin. Pero para reconciliar a los franceses con un impuesto al salario no alcanza con «reducir el número de escalafones de siete a cuatro». Para que por fin el IG se vuelva comprensible, resulta necesario salir del sistema en tasa marginal y expresar el cálculo en términos de un índice efectivo directamente aplicable al ingreso real. Tomemos el ejemplo de una pareja con un hijo que gana 60 000 euros por año. Su tasa efectiva es hoy del 8%, es decir, poco menos de 5000 euros de impuesto. Esta tasa es la que debe figurar en el cálculo para este nivel de ingreso, y ninguna otra. Con 130 000 euros de ingreso anual, la tasa efectiva es actualmente del 15%, luego sube al 30% para 300 000 euros, al 40% para 1 000 000 de euros, y a cerca del 50% para 5 000 000 de euros. Entre estos puntos, basta con trazar líneas rectas: por ejemplo, alcanza con decir que la tasa efectiva pasa progresivamente del 8 al 15% entre 60 000 euros y 130 000 euros, es decir, el 1% más cada 10 000 euros. Si se expresa el cálculo de este modo, cada uno podrá hacerse una idea de quién paga qué y estará en condiciones de constatar que es preciso alcanzar ingresos de varios centenares de miles de euros para hacer frente a tasas efectivas que rondan el 25 o el 30%, contrariamente a lo que el cálculo actual hace pensar.
Una reforma de esta naturaleza permitiría retomar el debate democrático: algunos juzgarán que la tasa efectiva del 50% aplicada a los ingresos de 5 000 000 de euros debe ser rebajada al 40%; otros, que la tasa del 8% aplicada a los ingresos de 60 000 euros debe ser reducida al 7%, y todos estos debates podrán llevarse a cabo con transparencia. Un sistema de cálculo de este tipo, expresado directamente en términos de tasa efectiva, ya se aplicó en varios países y, sobre todo, en Francia de 1936 a 1942. Introducido por el Frente Popular con especial énfasis en la transparencia democrática, fue suprimido durante el gobierno de Vichy, con el argumento de que era «demasiado transparente», y se pasó a los cálculos en franjas de índices marginales, a tal punto que casi hemos olvidado que existía otra manera de proceder, netamente más satisfactoria desde un punto de vista cívico. Para este primer ministro pleno de lirismo, que expresó el deseo de un IG por fin comprensible para los ciudadanos, ¡he aquí un precedente histórico capaz de ponerle un poco de sal a un ejercicio de reforma fiscal más bien gris!