François Hollande: confusión social serial

28 de enero de 2014

¿Qué pensar de la política de François Hollande? Para avanzar en esta pregunta, tendríamos que comenzar por desterrar ciertos términos vagos y complacientes que florecieron en los últimos tiempos. ¿Hollande es un socialdemócrata valiente, un orgulloso reformista social, o se volvió un tenaz socialista de la producción?

Las definiciones vacías se suceden, sin reparar ni un momento —o muy poco— en el contenido y el fondo.

En realidad, si continúa así, Hollande pasará a la historia como un prestidigitador social, adicto a la improvisación permanente, que podría haber pensado un poco mejor antes de las elecciones lo que quería hacer una vez en el poder. Y, mejor aún, podría habérselo hecho saber a sus electores.

Resumamos: cuando llega a la presidencia, Hollande anula la reducción de los aportes patronales que su predecesor acababa de implementar. Seis meses más tarde, crea la inverosímil bomba de tiempo denominada «crédito de impuesto para la competitividad y el empleo» (CICE), que busca devolver, un año después, una parte de los aportes pagados por las empresas un año antes.

Hace dos semanas, aceptó finalmente considerar la supresión del CICE, y remplazarlo, desde ahora y hasta 2017, por una reducción de los aportes patronales similar a la suprimida en el verano de 2012. ¿Tanto lío para nada, y como premio la prensa lo aplaude? ¿Estaremos soñando?

Seamos claros: en Francia, el peso de los aportes patronales sobre los salarios es excesivo y es urgente reducirlo. No para hacerles un favor a los patrones, sino porque no es justo ni eficaz que el financiamiento de nuestro modelo social repose tan fuertemente sobre la masa salarial del sector privado.

El problema de la política que lleva adelante Hollande es por lo tanto doble. En primer lugar, y luego de todas estas vacilaciones, seguimos sin saber cómo van a evolucionar las tasas de los aportes durante los próximos años. ¿Cómo se articulará la reducción de las cargas en los salarios bajos, el fin invocado —aunque lejos de ser confirmado— por el CICE, con la supresión de las contribuciones de la rama familiar? Nadie lo sabe.

Dada la imaginación desenfrenada de la que ha dado pruebas en este tema el bonachón del jefe de la Oficina de Impuestos actualmente a cargo, tenemos muchas razones para preocuparnos. Es probable que el culebrón dure hasta 2017. Cinco años de incertidumbre, cinco años perdidos. La verdadera dificultad es proponer un nuevo modelo de financiamiento de la seguridad social.

Para la Unión por un Movimiento Popular, la solución correcta es aumentar el IVA en forma indefinida. Luego de haber criticado esta opción durante diez años desde la oposición, la izquierda en el poder decidió finalmente, ella también, subir el IVA el 1º de enero. Menos que la derecha, es verdad, y recurriendo más al impuesto sobre los ingresos y el patrimonio —impuesto de solidaridad sobre la fortuna (ISF), sucesiones—, lo que no es poco. Pero de todos modos el Partido Socialista sigue sin poder articular una visión clara sobre el camino a seguir. Sin embargo, la única alternativa verdadera al denominado IVA social es evidente: tienen que contribuir todos los ingresos (salarios del sector privado, del público, pensiones de jubilación, ingresos del patrimonio), con una escala progresiva que dependa del nivel de ingreso global.

Dada la amplitud de los aportes patronales que se deben transferir (más de 5,4 puntos de cargas familiares, 12,8 puntos de seguro de salud), se trata de la única solución realista.

Si Hollande da vueltas es porque gasta toda su energía en anular y después retomar (mal) el camino de las cargas sociales ya emprendido por su predecesor, cuando existen muchas otras vías posibles. Para que Francia encuentre su lugar en la división del trabajo del siglo XXI, no alcanza con reducir el costo del trabajo. Es necesario invertir antes que nada en educación e innovación. La ausencia de un plan ambicioso para nuestras universidades, muchas de las cuales se hunden en la miseria, puede ser el fracaso más vergonzoso del quinquenio.

Pero el ejemplo más grave de la indecisión hollandesa es sin duda la política europea. Hace pocos días, Paul Krugman denunciaba los anuncios de Hollande y su responsabilidad personal en la catastrófica estrategia macroeconómica —basada en la austeridad, la recesión y el desempleo prolongado— de la zona euro: «La segunda gran depresión europea —la de la década de 2010, después de la de 1930— podrá continuar».

Lamentablemente, Paul Krugman tiene razón: el presidente simula que vuelve a negociar el tratado europeo de 2012, pero en realidad no ha propuesto nada sustancial, y refuerza la idea (falsa) de que no existe otra verdadera alternativa a la austeridad presupuestaria. La izquierda francesa intenta hacernos creer que la responsabilidad la tienen los egoísmos alemanes. Pero no ha formulado ninguna propuesta precisa de unión política y presupuestaria de la zona euro, lo único que permitiría que el Banco Central Europeo implementara una política más ofensiva para sacarnos de la deflación que se anuncia. En lugar de perder el tiempo con fórmulas vacías, Francia haría bien en asumir su responsabilidad histórica.