El escándalo del rescate de los bancos irlandeses

7 de diciembre de 2010

Primero Irlanda fue un milagro, luego se transformó en un desastre y ahora está a punto de ser un escándalo. Es increíble que la Unión Europea preste unos 90 000 millones de euros para salvar a los bancos y las finanzas públicas irlandesas sin exigir un incremento previo de los impuestos a los beneficios de las empresas, hoy en día de un 12,5%, cuando deberían ser por lo menos del 25-30%. Primero, porque los bancos y otras empresas radicadas en Irlanda volverán a obtener beneficios en algún momento gracias al plan de rescate europeo. Lo menos que se puede exigir es que estos beneficios paguen un porcentaje significativo en concepto de impuestos. En segundo lugar, y sobre todo, porque las estrategias de desarrollo fundadas en el dumping fiscal están destinadas al fracaso y son nocivas tanto para los países vecinos como para aquellos que las practican. Ya es tiempo de que la Unión Europea tome las riendas del caso y le ponga punto final, a cambio de la estabilidad financiera que aporta al conjunto de la zona; a condición, claro, de que la aporte de verdad.

En todos los países europeos, las deducciones obligatorias representan al menos entre un 30% y un 40% del PBI, y permiten financiar un nivel considerable de infraestructura, servicios públicos (escuelas, hospitales) y protecciones sociales (desempleo, jubilaciones). Si los beneficios de las empresas solo pagan un 12,5% de impuestos, esto no puede funcionar. A menos que se recargue en exceso el impuesto al trabajo, algo que no es ni justo ni eficaz, y que contribuye por otro lado a aumentar el ya considerable desempleo en Europa.

Digámoslo con claridad: dejar que los países que se enriquecieron gracias al comercio intraeuropeo dañen la base fiscal de sus vecinos no tiene nada que ver con los principios de la economía de mercado o el liberalismo: se llama robo. Y prestar dinero a personas que nos han robado sin exigir nada a cambio para que esto no se reproduzca se llama estupidez.

Lo peor es que el dumping también es nocivo para los pequeños países que lo practican. Cada país forma parte de un engranaje: como en la carrera armamentista, a los irlandeses les conviene mantener una tasa baja de impuestos a las empresas dado que los polacos, estonios, etc., mantienen baja la suya. Precisamente por eso la Unión Europea puede poner fin a este ridículo juego de suma cero. Es posible imaginar un impuesto a los beneficios totalmente europeo, o bien un sistema dual con una tasa mínima del 25% en cada país, completado por una sobretasa europea del 10%. Esto permitiría que la Unión Europea retomara el manejo del aumento del endeudamiento público creado por la crisis y diera a las finanzas públicas nacionales la posibilidad de volver a empezar con el pie derecho.

Tomar las riendas es tanto más urgente cuanto que el dumping contribuyó directamente a la burbuja irlandesa y a la crisis actual. En particular, el dumping condujo a manipulaciones contables masivas y artificiales, que tornaron totalmente ilegibles los balances bancarios y las cuentas nacionales de Irlanda. Estas últimas están ahora seriamente contaminadas por los enormes flujos de transfer pricing (que buscan localizar en Irlanda los beneficios que obtuvieron las filiales radicadas en otros países europeos) y cuya dimensión exacta nadie conoce. Esta opacidad contable adquirió proporciones todavía más elevadas que las manipulaciones griegas de los gastos de armamento y déficit público. En los dos casos, Europa debe poner orden.

Pero no debe equivocarse de herramienta. La iniciativa Merkel-Sarkozy, que consiste en suponer que ciertas deudas públicas soberanas no se pagarán íntegramente (haircut), no es una buena idea. Primero, porque si se quiere que los bancos y los tenedores de activos financieros paguen sus errores —lo que es altamente deseable—, entonces es mucho mejor proponer un haircut fiscal (se pagan las deudas, pero se grava la ganancia financiera vía un impuesto a los beneficios a nivel europeo), en lugar de un haircut salvaje basado en la quiebra estatal de los bancos, proceso incierto y con consecuencias imprevisibles que nadie sabe quién terminará pagando. Luego, y sobre todo, porque esta estrategia de los grandes países significa recrear un conjunto de tasas de interés diferenciadas sobre las 27 deudas soberanas europeas, lo que no hará más que desatar una vez más la especulación. Estas medidas cuestionan la lógica misma de la moneda única y el interés de los pequeños países en participar de ella. Es urgente que los dirigentes franceses y alemanes adopten una perspectiva europea ambiciosa para salir de la crisis actual.