CAPÍTULO VIGESIMOCUARTO,

que es el último y muestra por qué y de qué modo abandonó Simplicius nuevamente el mundo

Quédate adiós, mundo, pues no hay que fiar de ti ni tiempo para gozar de ti; porque en tu casa, oh mundo, lo pasado ya pasó, lo presente entre las manos se pasa, lo porvenir aún no comienza, lo más firme ello se cae, lo más recio muy presto se quiebra y aun lo más perpetuo luego fenece; por manera que eres más difunto que un difunto, y que en cien años de vida no dejas vivir una hora.

»Quédate adiós, mundo, pues prendes y no sueltas, atas y no aflojas, lastimas y no consuelas, robas y no restituyes, acusas sin que haya quejas, y sentencias sin oír partes, nos matas sin sentenciar y nos entierras sin morir. En ti no cabe ni hay gozo sin sobresalto, no hay paz sin discordia, no hay amor sin sospecha, no hay reposo sin miedo, no hay riqueza sin falta, no hay honra sin mácula, no hay hacienda sin consciencia, no hay estado sin queja, ni amistad sin malicia.

»Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio prometen para no dar, halagan para matar, subliman para abatir, ayudan para derrocar, prestan a luego no tornar y aun honran para infamar y castigan sin perdonar.

»Quédate adiós, mundo, pues en tu casa abaten a los privados y subliman a los abatidos, pagan a los traidores y arrinconan a los leales, libran al malicioso y condenan al inocente, despiden al más sabio y dan salario al que es más necio, confíanse de los simples y recátanse de los avisados, allí hacen todos todo lo que quieren y muy pocos lo que deben.

»Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio a nadie llaman por su nombre propio; porque al temerario llaman esforzado; al cobarde, recogido; al importuno, diligente; al descuidado, pacífico; al pródigo, magnánimo; al escaso, modesto; al hablador, elocuente; al necio, callado; al disoluto, enamorado; al entremetido, cortesano; al vindicativo, honroso; al apocado, sufrido; y al simple, necio; por manera que nos vendes, ¡oh, mundo!, el envés por revés y el revés por envés.

»Quédate adiós, mundo, pues traes a todo el mundo engañado, es a saber: que a los ambiciosos prometes honras; a los inquietos, mudanzas; a los malignos, privanzas; a los flojos, oficios; a los codiciosos, tesoros; a los voraces, regalos; a los carnales, deleites; a los enemigos, venganzas; a los ladrones, secreto; a los mancebos, tiempo; y aun a los privados, seguro.

»Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ni saben guardar verdad ni mantener fidelidad, porque en tu compañía el que te habla es más afrentado, el que en ti fía es más engañado, el que te sigue va más descaminado, el que te teme es maltratado y el que te ama es peor tratado. Para contigo ni aprovecha dones que te den, servicios que te hagan, lisonjas que te digan, regalos que te prometan, caminos que te sigan, fidelidad que te guarden, ni aun amistad que te tengan, pues a todos engañas, a todos derrocas, a todos infamas, a todos acoceas, a todos castigas, a todos lastimas, a todos atropellas, a todos amenazas, a todos enriscas, a todos despeñas, a todos enlodas, a todos acabas y aun a todos olvidas. Por ello, mundo, en tu compañía todos lamentan, todos suspiran, todos sollozan, todos gritan, todos lloran, todos se quejan, todos se mesan y aun todos se acaban, y en tu casa no aprendemos sino a aborrecer hasta matar, hablar hasta mentir, amar hasta desesperar, comer hasta regoldar, beber hasta revesar, tratar hasta robar, recuestar hasta engañar, porfiar hasta reñir y aun pecar hasta morir.

»Quédate adiós, mundo, pues andando en pos de ti, el tiempo se nos pasa en olvido; la juventud, en correrías y saltos por vallas y escaleras, caminos y sendas, montañas y valles, bosques y yermos, mares y ríos, bajo la lluvia y la nieve, en el frío y en el calor, con viento y tempestades; la virilidad se pasa en extraer y fundir minerales, cortando piedras, tallando madera, sembrando y arando, pensando, dictando consejos, comprando y vendiendo, discutiendo, peleando, mintiendo y engañando; la senectud se pasa en quejas y lamentos, el espíritu se debilita, el aliento hiede, el rostro se arruga, el cuerpo se dobla, los ojos se apagan, los miembros tiemblan y la nariz gotea; de tu palacio sale la cabeza calva y las orejas cargadas de sordedad, el olfato se pierde y con él el gusto; suspiramos y, por la pereza y la debilidad de nuestro cuerpo, apenas tenemos más que fatigas y trabajos hasta que llega la muerte.

»Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio ninguno quiere ser bueno, lo cual parece muy claro en que cada día empozan traidores, arrastran salteadores, degüellan homicianos, queman herejes, quintan a perjuros, destierran a bulliciosos, enmordazan a blasfemos, enclavan a traviesos, ahorcan a ladrones y aun cuartean a falsarios.

»Quédate adiós, mundo, pues tus criados no tienen otro pasatiempo sino ruar calles, mofar de los compañeros, recuestar damas, enviar recaudos, engañar a muchas vírgenes, ojear ventanas, escribir cartas, tratar con las alcahuetas, jugar a los dados, relatar vidas de prójimos, pleitear con los vecinos, contar nuevas, fingir mentiras, buscar regalos e inventar vicios nuevos.

»Quédate adiós, mundo, pues que en tu casa a ninguno veo contento, porque si es pobre, querría tener; si es rico, querría valer; si es abatido, querría subir; si es olvidado, querría medrar; si es flaco, querría poder; si es injuriado, querríase vengar; si es privado, querría permanecer; si es ambicioso, querría mandar; si es codicioso, querríase extender; y si es vicioso, querríase holgar.

»Quédate adiós, mundo, pues en ti no hay cosa fija ni segura, porque a los homenajes hienden los rayos, a los molinos llevan las crecientes, a la madera desentraña la carcoma, del grano comen los ratones, a las viñas taza el pulgón, a las ropas medra la polilla, a los ganados daña la roña y a los pobres hombres mata la enfermedad: uno tiene la tiña; el otro, cáncer; el tercero, lupus; el cuarto, el mal francés; el quinto, gota; el sexto, ciática; el séptimo, hidropesía; el octavo, piedra; el noveno, cálculos; el décimo, pleuresía; el undécimo, cuartana; el duodécimo, la lepra; el decimotercero, alferecía; y el decimocuarto está loco. En tu palacio, oh mundo, ninguno hace lo que otro hace, porque si uno canta, otro cabe él llora; si uno ríe, otro cabe él suspira; si uno se emborracha, otro cabe él pasa hambre; si uno ayuna, otro cabe él come a espuertas; si uno va a caballo, el otro cabe él debe andar; si uno habla, otro cabe él calla; si uno trabaja, otro cabe él huelga; y aun si uno nace, otro a pared y medio muere. Tampoco ninguno vive de lo que otro, porque unos gobiernan reinos, otros sirven señores; unos rigen a los hombres, otros cuidan de los cerdos; unos siguen la corte, otros aran los campos; unos navegan la mar, otros andan en ferias por los caminos; unos trabajan el fuego, otros cultivan la tierra; unos pescan los ríos, otros cazan los pájaros del aire; unos aprenden oficios, y aun otros roban los pueblos.

»Quédate adiós, mundo, pues en tu casa no se hallan vidas santas ni muertes conformes, porque el uno muere en la cuna; el otro, en el lecho siendo mozo; el tercero, ahorcado; el cuarto, por el hierro; el quinto, sobre el carro; el sexto, en la hoguera; el séptimo, ahogado en vino; el octavo, en un río; el noveno, ahíto; el décimo, envenenado; el undécimo, de repente; el duodécimo, en la batalla; el decimotercero, por arte de magia; y el decimocuarto, después de ahogar su pobre alma en un tintero.

»Quédate adiós, mundo, pues tu conversación me es causa de disgustos, la vida que nos das es una miserable peregrinación: es tan inestable, incierta, dura, ruda, frívola e impura, tan de miseria y desacierto plena, que antes deberíamos llamarla muerte y no vida, porque en ella morimos constantemente por los muchos ataques de la inconstancia y las muchas sendas de la muerte. No te sacia la amargura de la muerte, que te rodea y condimenta, y engañas a los hombres con tus adulaciones y tus falsas promesas, de tu cáliz dorado les das a beber amargura y falsedad, y los haces ciegos, sordos, necios, hartos e insensibles. Dichosos los que eluden tus comercios, los que desprecian tu compañía para no perecer con tan impostores, astutos y malvados ofrecimientos, porque nos precipitas a abismos insondables, a un miserable imperio terrenal hijo de la furia, a un rincón inmundo, putrefacto y cruel. Nos has mantenido engañados con tus halagos y caricias, nos has martirizado con tus amenazas y tus golpes hasta llevarnos al puesto aciago que reciben nuestro cuerpo en su tumba y nuestra alma en un destino inseguro. Pues si no hay nada tan seguro como la muerte, el hombre nunca sabe cuándo la hallará ni (lo que es más lamentable) adónde irá su alma. ¡Ay de las pobres almas que te hayan servido, obedecido y hayan perseguido tus placeres y suntuosidades, oh mundo! Porque después de que una pobre alma pecadora e impenitente como esta se separe de su miserable cuerpo con un rebato inesperado, no estará ya con servidores y amigos, como en vida, sino con una caterva de los más espantosos enemigos, que la llevarán ante el trono del juez, Jesucristo. Por ello quédate adiós, mundo, pues tengo la certeza de que también me dejarás de lado, no solo cuando mi pobre alma se presente ante el severo juez sino también cuando, con la más terrible sentencia, diga: “A todos os condeno, malditos, al fuego eterno”.

»¡Quédate adiós, mundo, mundo vil, malvado mundo, carne miserable y hedionda! Por tu culpa, por haberte perseguido, servido y obedecido, el impío e impenitente recibirá condena eterna, en la que recibirá, en vez de las alegrías pasadas, sufrimiento sin solaz; en vez de borracheras, sed inextinguible; en vez de festines, hambre insaciable; en vez de magnificencia y suntuosidad, la oscuridad de las tinieblas; en vez de placeres, dolores sin tregua; y en vez del poder y el triunfo, llantos, gritos y lamentos incesantes, calor sin refresco, fuego sin extinción, frío sin mesura y miseria sin fin.

»Quédate adiós, mundo, pues en vez de los placeres y alegrías que anunciabas, los malos espíritus se apropiarán del alma del impío y, en un instante, lo arrancarán de su ignorancia a lo más profundo de los infiernos, donde no verá ni oirá más que la espantosa figura de los demonios y de los condenados, bruma y humo, fuego sin fulgor, gritos y sollozos, el castañeteo de dientes e imprecaciones muchas. Se disipará entonces cualquier esperanza de gracia o piedad, no habrá predilecciones, y como más altos sean los pecados cometidos, más bajo deberá caer el condenado, más duros serán sus tormentos. A quien mucho se ha dado mucho se exigirá, y a quien mucho se haya regalado más aún deberá sufrir, ¡oh mundo vil y malvado!, las torturas y suplicios que exige la justicia divina.

»Quédate adiós, mundo, pues aunque el cuerpo resida contigo algún tiempo, y se corrompa, llegará el día del juicio en que deberá resucitar y tras el que será condenado al fuego eterno junto con su alma. Exclamará entonces la pobre alma: “¡Maldito seas, mundo! ¡Me hiciste caer en tus tentaciones y te seguí por los caminos de la abundancia, de la maldad, del pecado y de la deshonra que me mostraste! ¡Maldita la hora en que Dios me creó, maldito el día en que nací en ti, oh mundo malvado y cruel! ¡Caed sobre mí, montes, rocas, peñas, escondedme de las iras del cordero y del que ocupa el trono de los cielos! ¡Cuánta miseria, cuánta miseria eterna!”.

»¡Oh, mundo inmundo!, yo que fui mundano conjuro a ti, mundo, requiero a ti, mundo, ruego a ti, mundo, y protesto contra ti, mundo, no tengas ya más parte en mí; pues yo no quiero ya nada de ti ni quiero más esperar en ti, pues sabes tú mi determinación, y es que: Posui finem curis, spes et fortuna, valete».

Estas palabras me hicieron reflexionar y me llegaron tan profundamente al corazón que abandoné el mundo y me retiré a mi antigua vida de ermitaño. Gustoso habría ido a vivir junto al manantial del bosque, pero los campesinos de los alrededores no lo habrían tolerado, su temor era que delatase a las autoridades la presencia del manantial y que luego se vieran obligados a construir caminos y carreteras que condujeran a él. Me dirigí por tanto a otra selva y reanudé mi vida del Spessart. Si lograré perseverar hasta el fin de mi vida como mi padre, Dios lo haya acogido en su seno, esto lo dirá el futuro. Que Dios nos haga el don a todos de Su gracia y que todos consigamos de él lo que más ansiamos, esto es, un bienaventurado.

El aventurero Simplicissimus
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