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Los préstamos e intercambios culturales que nos han conducido hasta este momento cubren inmensas distancias y un enorme lapso de tiempo. Presentados en una panoplia tan impresionante, solo podemos inferir una sensación de gran movimiento y corrientes poderosas.

Princesa IRULAN CORRINO, En la casa de mi padre

El retorno de los héroes Atreides a su planeta natal señaló el principio de una semana de festejos. En el patio del castillo de Caladan, y a lo largo de los muelles y calles estrechas de la ciudad vieja, los vendedores ofrecían los mejores mariscos y delicias de arroz pundi. En las playas, ardían hogueras día y noche, mientras la gente bebía, bailaba y daba rienda suelta a su alegría. Los taberneros desenterraban los vinos locales más caros de sus bodegas particulares, y servían suficiente cerveza de especia para inundar una flota de botes.

Nuevas leyendas nacieron, con historias sobre Leto, el Duque Rojo, el príncipe cyborg Rhombur, el trovador y guerrero Gurney Halleck, el maestro espadachín Duncan Idaho y el mentat Thufir Hawat. La treta utilizada por Thufir para aterrar a las naves desconocidas que se acercaban a Caladan consiguió tantos vítores que el viejo mentat se quedó muy turbado.

La biografía de Leto, recién llegado de una batalla y una victoria merecida, se fue embelleciendo, gracias a la ayuda de Gurney. La primera noche de su regreso, ebrio de alcohol y buen humor, el guerrero ocupó un lugar junto a la hoguera más grande con su baliset y entonó una canción, en la mejor tradición de un Jongleur.

¿Quién puede olvidar el emocionante relato

del duque Leto el Justo y sus valientes hombres?

Rompió el bloqueo de Beakkal y burló a los Sardaukar,

guió a sus fuerzas hasta Ix y enmendó un entuerto.

Ahora os digo, y escuchad bien,

que nadie dude de sus palabras y su juramento:

¡Libertad… y justicia… para todos!

Mientras Gurney continuaba bebiendo vino, añadía versos a la canción, prestando más atención a la música que a los hechos.

El día del bautizo de su hijo, una gran multitud se congregó en los jardines del palacio contiguos a una glorieta cubierta de glicina plateada aromática y calarrosas. En una plataforma situada dentro del recinto, Leto llevaba ropas sencillas para demostrar a su pueblo que era uno más de ellos: pantalones anchos, camisa a rayas azules y blancas y gorra azul de pescador.

A su lado, lady Jessica acunaba al bebé en sus brazos. El niño iba vestido con un diminuto uniforme Atreides, mientras Jessica llevaba la indumentaria de una sencilla aldeana, falda de lino marrón y verde, y una blusa blanca de manga corta. Un broche hecho a base de madera flotante y conchas ceñía su cabello rojizo.

El duque Leto tomó al niño en sus fuertes manos y lo levantó.

—Ciudadanos de Caladan, os presento a vuestro próximo gobernante: ¡Paul Orestes Atreides!

El nombre había sido elegido en honor del padre de Leto, en tanto el segundo nombre, Orestes, conmemoraba al hijo de Agamenón, de la Casa de Atreus, de quien se creía que era el antecesor de la Casa Atreides. Jessica le miró con amor y aceptación, sonrió a su hijo y se alegró de que estuviera sano y salvo.

Cuando la multitud prorrumpió en vítores, Leto y Jessica cruzaron la plataforma y bajaron a los jardines, donde se mezclaron con los invitados.

Rhombur, que se había desplazado desde Ix, estaba sobre un montículo cubierto de hierba con su esposa Tessia. Aplaudió con más fuerza que nadie, gracias a sus manos mecánicas. Había dejado al embajador Pilru en la ciudad subterránea para que supervisara los trabajos de restauración y reconstrucción, y así el nuevo conde ixiano y su dama Bene Gesserit pudieron asistir a la ceremonia.

Cuando Rhombur escuchó que el duque describía sus esperanzas para el recién nacido, recordó algo que su padre Dominic le había dicho en cierta ocasión: «Ninguna gran victoria se consigue a cambio de nada».

Tessia frotó la nariz contra su hombro. Rhombur la rodeó con sus brazos, pero no notó su calor corporal. Era una de las deficiencias de su cuerpo cyborg. Aún se estaba acostumbrando a su mano nueva.

En apariencia, estaba feliz y contento, y había recuperado su antigua personalidad optimista. Pero en el fondo de su corazón, lamentaba todo cuanto su familia había perdido. Ahora, aunque había limpiado el nombre de sus padres y ocupado de nuevo el Gran Palacio, Rhombur sabía que sería el último del linaje Vernius. Estaba resignado al hecho, pero esta ceremonia de bautizo le resultaba muy difícil.

Miró a Tessia, y una dulce sonrisa se formó en la boca de su esposa, aunque sus ojos sepia revelaban incertidumbre, y tenues arrugas de preocupación se dibujaban en su rostro. Rhombur esperó.

—No sé cómo abordar cierto tema —dijo ella por fin—, esposo mío. Espero que lo consideres una buena noticia.

Rhombur le dedicó una sonrisa animosa.

—Bien, la verdad es que no podré soportar ninguna mala noticia más.

Ella apretó su mano nueva.

—¿Te acuerdas de cuando el embajador Pilru te habló de tu hermanastro, Tyros Reffa? Llevó a cabo toda clase de análisis genéticos para demostrar sus afirmaciones, y trató las pruebas con mucho cuidado.

Rhombur la miró sin comprender.

—Yo… conservé las muestras celulares, amor mío. El esperma es genéticamente viable.

—¿Me estás diciendo que podríamos utilizarlo, que sería posible…? —dijo Rhombur, pillado por sorpresa.

—Debido a mi amor por ti, deseo engendrar un hijo de tu hermanastro. La sangre de tu madre correría por las venas del bebé. Un hijo putativo de la rama femenina. Tal vez no fuera un verdadero Vernius, pero…

—¡Infiernos carmesíes, lo suficiente, por los dioses! Podría adoptarlo y nombrarlo heredero oficial. Ningún hombre del Landsraad osaría llevarme la contraria.

La estrechó entre sus poderosos brazos.

Tessia le dedicó una sonrisa tímida.

—Estoy dispuesta a cumplir cualquier deseo tuyo, mi príncipe. Rhombur lanzó una risita.

—Ya no solo soy un príncipe, amor mío… Soy el conde de la Casa Vernius. ¡Y la Casa Vernius no se va a extinguir! Parirás muchos hijos. El Gran Palacio se llenará de sus risas.