17

Tras dos generaciones de caos, cuando la humanidad acabó por fin con el insidioso control de las máquinas, surgió una nueva idea: «Los hombres no pueden ser sustituidos».

Preceptos de la Jihad Butleriana

El príncipe Rhombur contemplaba la sala de baile desde un balcón. Los preparativos continuaban sin respiro: criados, decoradores y proveedores se habían apoderado del castillo de Caladan. Era como ver a un ejército prepararse para la guerra.

Si bien conservaba pocos de sus sistemas orgánicos naturales, Rhombur sentía un nudo en su estómago artificial. Observaba a escondidas, porque si le veían, docenas de personas le acosarían con incesantes preguntas sobre un millar de decisiones sin importancia, y ya tenía bastantes cosas en la cabeza.

Vestía un retroesmoquin blanco confeccionado para cubrir su piel sintética y los servomecanismos que movían sus extremidades artificiales. Pese a sus numerosas cicatrices, el aspecto de Rhombur era elegante.

Como cualquier hombre el día de su boda.

Los criados obedecían las órdenes de la maestra de ceremonias, una mujer extraplanetaria vestida con suma elegancia, de cara estrecha y morena que insinuaba contrastes intrigantes, como una caladana primitiva trasplantada a la sociedad moderna. Su voz melodiosa se abrió paso entre el clamor general cuando lanzó una serie de órdenes en galach oficial.

Los criados se apresuraron a obedecer sus instrucciones, dispusieron ramos de flores y corales de colores, colocaron artículos rituales en el altar que utilizaría el sacerdote, limpiaron manchas, alisaron arrugas. En lo alto, en un recinto discreto de plaz transparente, situado entre las vigas de un techo abovedado, un equipo de holo-proyección montaba y probaba su equipo.

Inmensas arañas del cristal de Balut más puro, erizadas de velas, colgaban en hileras y arrojaban un resplandor dorado sobre los asientos dispuestos para la ceremonia. Un adorno de enredaderas exóticas se enroscaba alrededor de una columna cercana al refugio de Rhombur, y despedían un dulce perfume a violetas. El aroma era demasiado fuerte, y mediante un leve movimiento de un botón de control del panel ceñido a su cintura, ajustó su sensor olfativo para disminuir la sensibilidad.

A instancias de Rhombur, daba la impresión de que la sala de baile de Caladan hubiera sido transportada intacta desde el gran palacio de Ix. Le recordó los tiempos en que la Casa Vernius había gobernado el poderoso planeta industrial y desarrollado tecnología innovadora. Como volvería a ser…

Tomó conciencia de la actividad de sus pulmones mecánicos, del rítmico latido de su corazón artificial. Contempló la piel inorgánica de su mano izquierda, las complicadas espirales de las huellas dactilares y el dedo medio desnudo, en el que Tessia deslizaría dentro de poco una alianza.

Muchos soldados se casaban con sus novias antes de ir a la guerra. Rhombur estaba a punto de liderar la reconquista de Ix y la fortuna de su familia. ¿Qué menos que convertir a Tessia en su esposa?

Flexionó los dedos protésicos, y obedecieron los dictados de su mente, pero con cierta rigidez. En los últimos tiempos, había experimentado mejoras radicales en su control motriz, pero hoy parecía sufrir una leve regresión, tal vez debido al nerviosismo provocado por la ocasión. Esperaba no hacer nada humillante durante la ceremonia.

Sobre una plataforma montada detrás del altar, una orquesta ensayaba el Concierto Nupcial Ixiano, la música tradicional que acompañaba a todas las bodas de los nobles Vernius. Tradición que continuaría, pese a que su Casa había perdido el favor del Imperio. La emocionante música, compuesta de sonidos metálicos y rítmicos que sugerían el latido de una industria desarrollada, le embargaron de nostalgia y energía.

Kailea, la hermana de Rhombur, siempre había fantaseado con celebrar una ceremonia semejante. Ojalá estuviera a su lado, ojalá las cosas hubieran sido diferentes y ella hubiera tomado otras decisiones… ¿Tan malvada había sido? La pregunta atormentaba a Rhombur cada día, cuando pensaba en su traición. Pese al dolor que no cesaba, había tomado la decisión de perdonarla, pero el dilema no se resolvía.

Una luz destelló en el techo, los proyectores zumbaron y una holoforma sólida apareció ante él. Contuvo el aliento. Era una antigua imagen animada de su hermana, con un vestido de brocado color lavanda y adornado con diamantes, cuando aún era una adolescente…, bellísima, con su pelo rojizo destellante. La imagen osciló, como si fuera a cobrar vida, con una sonrisa en la boca felina y generosa.

La maestra de ceremonias alzó la vista hacia la proyección y habló por un holocomunicador colgado al cuello. Siguiendo las órdenes de la mujer, la imagen de Kailea puso los brazos en jarras y movió la boca.

—¿Qué estás haciendo ahí arriba? No puedes huir de tu propia boda. Ve a ponerte una flor en el ojal. Llevas el pelo despeinado.

El holograma se desplazó hacia la zona de los asientos, donde ocuparía simbólicamente una plaza en la primera fila.

Rhombur se tocó la cabeza sin querer. Pelo artificial recubría la placa metálica que protegía su cráneo. Saludó a la maestra de ceremonias y corrió a una habitación contigua, donde varios criados le ayudaron.

Poco después de que sonara la fanfarria ixiana en la sala de baile, la maestra de ceremonias apareció en la puerta.

—Os ruego que me acompañéis, príncipe Rhombur.

Sin demostrar extrañeza ni aprensión por sus extremidades artificiales, extendió la mano. Lo guió hasta un atrio decorado con flores.

Durante la última hora, los invitados habían ido llegando para acomodarse en sus asientos. Miembros con uniforme de la guardia Atreides estaban alineados ante los muros de piedra, con banderas púrpura y cobre. Las únicas ausencias llamativas eran las de Thufir Hawat y Gurney Halleck, que aún no habían regresado de su incursión en Ix.

El duque Leto Atreides, que esperaba ante el altar, vestía una chaqueta verde de etiqueta con la cadena ducal alrededor del cuello. Aunque sus ojos eran tristes y su rostro parecía destrozado por la tragedia, sonrió cuando vio a Rhombur. Duncan Idaho, el maestro espadachín, sostenía con orgullo la espada del viejo duque, dispuesto a rebanar el pescuezo a cualquiera que se opusiera al matrimonio.

Una holoimagen del padre de Rhombur, proyectada desde el techo, apareció al lado del príncipe en cuanto entró en el pasillo. Dominic Vernius lucía una amplia sonrisa bajo su espeso bigote, y su calva brillaba.

Rhombur, trastornado un momento por la visión, osciló sobre sus pies protésicos y murmuró:

—He esperado mucho tiempo, padre. Demasiado, y estoy avergonzado. Mi vida era demasiado cómoda antes del accidente que me ha convertido en lo que soy ahora. Pienso de manera diferente. Aunque parezca irónico, soy más fuerte y decidido, mejor en muchos sentidos que antes. Por ti, por nuestro pueblo que sufre, e incluso por mí mismo, reconquistaré Ix…, o moriré en el intento.

Pero la holoimagen, aunque contuviera algo del espíritu de Dominic, no lo demostró. La sonrisa permaneció, como si el patriarca ixiano no sintiera la menor preocupación el día de la boda de su hijo.

Rhombur siguió adelante para ocupar su lugar, con un suspiro de sus pulmones mecánicos. Estaba agradecido a Tessia por alentarle, por exigirle que fuera fuerte, pero ya no necesitaba que le reprendiera. A medida que su cuerpo se iba recuperando, y recordaba cada día el accidente que casi había terminado con su vida, se sentía más y más decidido. Los tleilaxu no se saldrían con la suya.

Al fijarse en la mirada del duque Leto, Rhombur comprendió que quizá estaba demasiado serio para tal ocasión, de modo que sonrió, pero sin la vacía expresión del holo de Dominic. La sonrisa de Rhombur era de felicidad, matizada por la clara conciencia de su lugar en la historia. Este día de la boda, este enlace con una increíble Bene Gesserit, era un paso adelante. Un día, Tessia y él entrarían en el gran salón de Ix como legítimos señores del planeta.

Muchos invitados iban vestidos con indumentarias ixianas para rendir homenaje a las holoformas que ocupaban los bancos. Vívidos recuerdos, tanto tristes como alegres. El ex embajador en Kaitain, Cammar Pilru, estaba presente en carne y hueso, aunque su difunta esposa S’tina solo lo estaba en holoforma. Sus hermanos gemelos, D’murr y C’tair, tenían el mismo aspecto que cuando eran jóvenes en Ix.

Rhombur recordaba olores, sonidos, expresiones, voces. Durante el ensayo del día anterior, había tocado la mano de su padre, pero no sintió nada, solo estática y electricidad proyectada. Ojalá fuera real…

Oyó un crujido de tela detrás de sí, y el público contuvo el aliento. Se volvió y vio que Tessia caminaba en su dirección, con la majestuosidad de una Bene Gesserit de alto rango. Vibrante y sonriente, parecía un ángel con su vestido largo de seda mehr perlascente, la cabeza gacha tras un exquisito velo de encaje. Por lo general de aspecto sencillo, con ojos color sepia y cabello castaño apagado, Tessia venía acompañada hoy de un aura de seguridad en sí misma y gracia que proyectaba una belleza interior. Dio la impresión de que todos los asistentes veían en ella lo que Rhombur había conocido y amado desde hacía tanto tiempo.

Una imagen de lady Shando Vernius caminaba al lado de la novia. Rhombur no había visto a su madre desde que se habían separado durante la sangrienta conquista de los tleilaxu. Ella siempre había esperado mucho de su hijo.

Los cuatro se reunieron en el pasillo central, las holoproyecciones de Dominic y Shando a los lados, Rhombur y Tessia en el centro. Tras ellos trotaba el sacerdote, cargado con una gruesa copia de la Biblia Católica Naranja. La multitud calló. Los guardias se pusieron firmes y alzaron la bandera ixiana. Duncan Idaho sonrió, y después adoptó una expresión más seria.

Sonaron las trompetas, y el Concierto Nupcial Ixiano se oyó en toda la sala de baile. La novia, el novio y el séquito avanzaron por el pasillo alfombrado. Rhombur caminaba con un paso mecánico impecable, sacando pecho como un noble orgulloso.

Aunque el espacio para el público era limitado, las imágenes de la ceremonia se transmitían a todo el planeta y capturaban cada momento. El pueblo de Caladan era muy amante de los espectáculos.

Rhombur se concentraba en mover las piernas, y en el aspecto adorable de Tessia.

Jessica estaba sentada en el primer banco, y de vez en cuando miraba a Leto, quien estaba de pie cerca del altar. Entornó los ojos e intentó dilucidar qué estaba pensando. Pese a sus poderes de observación Bene Gesserit, le costaba penetrar en la mente de Leto. ¿De quién había aprendido eso? De su padre, sin duda. Pese a que llevaba veinte años muerto, el viejo duque todavía ejercía una profunda influencia sobre su hijo.

Al llegar al altar, Rhombur y Tessia se separaron, para dejar que el sacerdote pasara entre ellos. Después, volvieron a juntarse ante él, y las holoformas de Dominic y Shando se quedaron al lado de Leto, que era el testigo. La música nupcial terminó, y se hizo el silencio en la sala.

El sacerdote cogió dos palmatorias incrustadas de joyas de una mesa dorada que había sobre el altar, y las alzó en el aire. Después de tocar un sensor oculto, un par de velas surgieron de cada base y ardieron en llamas de diferentes colores, una púrpura y otra rojiza. Mientras recitaba la fórmula matrimonial, entregó una palmatoria a Rhombur y otra a Tessia.

—Nos hemos reunido aquí para celebrar la unión del príncipe Rhombur Vernius de Ix y la hermana Tessia Yasco de la Bene Gesserit.

Pasó las páginas de la Biblia Católica Naranja, que descansaba sobre un atril ante él, y leyó varios pasajes, algunos de los cuales habían sido propuestos por Gurney Halleck.

Rhombur y Tessia se volvieron y cada uno extendió su vela hacia el otro. Las llamas se mezclaron y transformaron en una sola, púrpura y rojiza. Rhombur levantó el velo de Tessia para descubrir su rostro radiante e inteligente, henchido de bondad y amor. Su cabello castaño brillaba, y sus ojos centelleaban. Al ver a su novia, Rhombur no pudo creer que se hubiera quedado a su lado. Sintió el ardor de unas lágrimas imaginarias que su cuerpo mutilado ya no era capaz de verter.

Leto se adelantó, con los anillos sobre una bandeja de cristal. El príncipe y su prometida intercambiaron los anillos sin dejar de mirarse.

—Ha sido un camino largo y duro —dijo Rhombur con su voz electrónica—, para nosotros y para todo mi pueblo.

—Siempre estaré a vuestro lado, mi príncipe.

Comenzó el himno triunfal del Concierto Nupcial, y la pareja regresó por el pasillo, cogidos del brazo. Tessia sonrió.

—No ha sido tan difícil, ¿verdad?

—Mi cuerpo artificial es capaz de soportar hasta las torturas más refinadas.

La risa gutural de Tessia provocó que varios asistentes rieran con ella, y se preguntaran cuál había sido su respuesta.

La pareja y sus invitados bailaron, bebieron y comieron durante toda la noche. Rhombur empezó a pensar en nuevas posibilidades.

Pero aún no sabían nada de Thufir Hawat y Gurney Halleck.

La mañana después de la boda, Jessica recibió un mensaje que llevaba el sello escarlata y dorado de la Casa Corrino.

Un intrigado Leto estaba a su lado, frotándose los ojos enrojecidos. Jessica no había contado las copas de vino de Caladan que el duque había consumido durante la noche.

—No es frecuente que mi concubina reciba comunicados de la corte imperial.

Jessica cortó el sello con una uña y extrajo un rollo de pergamino imperial, escrito en el código Bene Gesserit. Jessica procuró no mostrar sorpresa cuando tradujo el texto a Leto.

—Mi duque, lady Anirul Corrino solicita oficialmente que vaya a la corte imperial. Dice que necesita una dama de compañía y… —Contuvo el aliento cuando leyó—. Mi antigua maestra Mohiam ha sido nombrada nueva Decidora de Verdad del emperador. Me ha recomendado a lady Anirul, y esta ha aceptado.

—¿Sin consultarme a mí? —dijo Leto, encolerizado—. Me parece extraño… y caprichoso.

—Estoy sujeta a las órdenes de la Hermandad, mi duque. Siempre lo habéis sabido.

Leto frunció el ceño, sorprendido consigo mismo, porque al principio se había resistido a aceptar a Jessica.

—De todos modos, no me gusta.

—La esposa del emperador piensa que podría quedarme… durante todo el embarazo.

Su rostro oval expresaba sorpresa y confusión.

Leto cogió el pergamino y lo miró, pero fue incapaz de descifrar los extraños símbolos.

—No lo entiendo. ¿Conoces a Anirul? ¿Por qué has de dar a luz en el palacio? ¿Shaddam intenta tomar como rehén a un Atreides?

Jessica volvió a leer el pergamino, como si las respuestas estuvieran escondidas en él.

—La verdad, mi duque, yo tampoco lo entiendo.

Leto estaba preocupado por una situación que no controlaba ni comprendía.

—¿Esperan que abandone mis obligaciones aquí y me traslade a Kaitain contigo? Estoy muy ocupado.

—Yo… creo que la invitación es para mí sola, mi duque.

Leto la miró, asombrado. Sus ojos grises centellearon.

—Pero no puedes dejarme. ¿Y nuestro hijo?

—No puedo rechazar esta invitación, mi duque. No solo se trata de la esposa del emperador. Anirul es una Bene Gesserit poderosa.

Y de Rango Oculto.

—Las Bene Gesserit siempre tenéis motivos secretos. —Las hermanas habían ayudado a Leto en el pasado, pero nunca había descubierto por qué. Contempló el pergamino ilegible que Jessica sostenía en su esbelta mano—. ¿Es una invitación de la Bene Gesserit, o Shaddam está tramando algo? ¿Podría estar relacionado con mi ataque a Beakkal?

Jessica cogió su mano.

—Carezco de respuestas para vuestras preguntas, mi duque. Solo sé que os echaré muchísimo de menos.

El duque sintió un nudo en la garganta. Incapaz de hablar, su única respuesta fue abrazar a Jessica.