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Hay quienes envidian a sus señores, quienes anhelan posiciones de poder, miembros del Landsraad, con fácil acceso a la melange. Esa gente no comprende cuánto le cuesta a un gobernante tomar decisiones sencillas.
Emperador SHADDAM CORRINO IV, Autobiografía (inacabada)
Pocas veces se había mostrado tan preocupado Thufir Hawat, en todos sus años de servicio a la Casa Atreides. El mentat paseaba la vista de un lado a otro, mientras los criados y los cocineros preparaban la cena.
—La situación es muy grave, mi duque. Tal vez deberíamos buscar un lugar más reservado para discutir la estrategia a seguir.
Se encontraban en las cocinas del castillo de Caladan. Leto aspiró el aroma de las especias, el pan que se cocía en el horno, las salsas y otros platos en diversos estados de preparación. El fuego de la chimenea expulsaba el frío con su fulgor anaranjado.
—Thufir, si he de pensar que hay espías Harkonnen en mi propia cocina, no deberíamos ni probar la comida.
Los cocineros y panaderos trabajaban en mangas de camisa, con delantales ceñidos alrededor de sus opulentas cinturas, mientras se concentraban en la cena, indiferentes al consejo de guerra que se celebraba en la cocina.
El mentat asintió, con el ceño fruncido, como si Leto le hubiera hecho una propuesta muy seria.
—Mi duque, siempre he dicho que deberíais utilizar un detector de venenos en cada plato.
Como de costumbre, Leto desechó el consejo con un ademán. Se detuvo ante una mesa metálica larga, rodeada de canalillos de drenaje donde jóvenes pinches limpiaban una docena de pescados llegados de los muelles aquella mañana. Leto dedicó a los pescados una breve inspección, y asintió en señal de aprobación. Observó a una joven mientras elegía hierbas y setas. La joven le dedicó una sonrisa breve y seductora, y cuando él sonrió a su vez, ella enrojeció y prosiguió sus tareas.
Duncan Idaho seguía a los dos hombres.
—Hemos de considerar todas las posibilidades del plan, Leto. Si tomamos la decisión equivocada, condenaremos a nuestra gente a una muerte segura.
Leto miró al mentat y al maestro espadachín.
—Entonces, no podemos tomar la decisión equivocada. ¿Nuestro correo todavía no ha regresado de Empalme? ¿Tenemos más información?
Duncan negó con la cabeza.
—Lo único que sabemos con seguridad es que el crucero en el que viajaban Gurney y el príncipe Rhombur se extravió durante un tiempo, pero luego regresó al cuartel general de la Cofradía. Todos los pasajeros desembarcaron y fueron retenidos para ser interrogados. La Cofradía no ha explicado si han sido enviados a sus lugares de destino.
Hawat emitió un gruñido.
—Por lo tanto, todavía podrían seguir retenidos en Empalme, aunque tendrían que haber llegado a Ix hace más de un mes. Como mínimo, Gurney y Rhombur han sufrido un retraso. El plan no transcurre tal como esperábamos.
—Suele pasar, Thufir —dijo Leto—, pero si desistimos cada vez que algo sale mal, no lograríamos nada.
Duncan sonrió.
—Un maestro espadachín me dijo algo muy parecido en Ginaz.
Thufir se humedeció sus labios manchados de safo.
—Es cierto, pero no podemos confiar en tópicos. Hay demasiadas vidas en juego. Hemos de tomar la decisión correcta.
Los panaderos dieron forma de trenza a la masa recién hecha, la untaron de mantequilla y añadieron semillas de una en una, como si depositaran joyas sobre una corona real. Leto dudaba de que los cocineros prestaran una atención especial a sus tareas porque él estuviera presente. Siempre eran muy meticulosos.
Teniendo en cuenta que Jessica, Rhombur y Gurney estaban ausentes, Leto consideraba necesario fingir que llevaba una vida normal. Se había dedicado a pasar más horas de la cuenta en el patio con sus subditos, a concentrarse en sus deberes ducales, incluso había enviado ayuda para las víctimas de Richese. Pese a los planes secretos que se extendían como un nudo alrededor del Imperio, intentaba convencer a su personal del castillo de que la vida en Caladan continuaría como de costumbre.
—Repasemos las posibilidades, mi duque —dijo el mentat. No adelantó su opinión en aquel momento. Lo haría más tarde, cuando se iniciaran las discusiones—. Supongamos que Rhombur y Gurney no llegan a Ix, y son incapaces de atizar la rebelión interna que habíamos esperado. En tal caso, si las tropas Atreides lanzan de forma prematura un ataque frontal, sin que las defensas tleilaxu hayan sido debilitadas, se podría producir una matanza entre nuestros hombres.
Leto asintió.
—¿Crees que no lo sé, Thufir?
—Por otra parte, ¿qué pasará si aplazamos nuestro ataque? Es posible que, en este momento, Rhombur y Gurney estén soliviantando al pueblo oprimido. Como saben el momento exacto de nuestra llegada, suponed que los ixianos se alzan en armas e intentan acabar con los invasores, a la espera de nuestros refuerzos…, pero las tropas de la Casa Atreides no llegan como estaba previsto.
Duncan parecía nervioso.
—Serán masacrados, y también Rhombur y Gurney. No podemos abandonarlos, Leto.
El duque, absorto en sus pensamientos, estudió a sus dos asesores. Sus hombres leales le seguirían en cualquier circunstancia. Pero ¿qué decisión debía tomar? Vio que una oronda cocinera preparaba un pastel, uno de los postres favoritos de Rhombur, cuando su cuerpo funcionaba con normalidad. Leto sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos, y dio media vuelta, sabiendo cuál era la respuesta.
—Mi padre me enseñó esto: siempre que me enfrente a una decisión difícil, he de seguir el camino del honor, dejando de lado toda otra consideración.
Permaneció inmóvil, mientras observaba a los diligentes trabajadores de la cocina. Muchas cosas dependían de su decisión. Pero para un duque Atreides no existía otra alternativa.
—Me he comprometido con el príncipe Rhombur, y por tanto, con el pueblo de Ix. He de seguir con el plan. Hemos de hacer todo lo posible por conseguir el éxito.
Se volvió y salió de la cocina, seguido del mentat y el maestro espadachín, en dirección a un lugar donde pudieran continuar su trabajo.