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La paz no equivale a la estabilidad. La estabilidad no es dinámica, y tan solo el grosor de un cabello la separa del caos.

FAYKAN BUTLER, Conclusiones del concilio post Jihad

—No os gustará oír esto, emperador.

El chambelán Ridondo hizo una rígida reverencia, mientras Shaddam bajaba del estrado en la pequeña Sala Estatal de Audiencias.

¿Es que nadie me trae buenas noticias? Se enfureció, pensando en todas las irritantes distracciones que le impedían experimentar algún momento de paz.

El delgado chambelán se apartó para dejar pasar al emperador, y luego corrió para alcanzarle.

—Ha ocurrido un… incidente en Beakkal, señor.

Aunque era a primera hora de la tarde, Shaddam había anulado las demás citas del día e informado a los señores y embajadores congregados que deberían pedir una nueva cita. Al chambelán Ridondo le correspondería la poco envidiable tarea de concertar las citas de los defraudados.

—¿Beakkal? ¿Qué me importa a mí ese lugar?

El chambelán se secó el sudor de la frente.

—Los Atreides están implicados. El duque Leto nos ha pillado por sorpresa.

Hombres y mujeres vestidos con elegancia se hallaban en la sala de audiencias, conversando entre susurros. El exótico parquet de madera facetada y conchas de kabuzu incrustadas proporcionaba a la sala un cálido resplandor, a la luz dorada de los globos luminosos de cristal de Balut. En función de su humor, el emperador prefería a veces la intimidad e informalidad de esta pequeña sala a la Sala Imperial de Audiencias.

Shaddam se había envuelto en una capa larga escarlata y oro, tachonada de esmeraldas, piedras soo y zafiros negros. Bajo la capa, llevaba un traje de baño, para dirigirse de inmediato a los canales y estanques de agua climatizados de palacio. Era su lugar favorito, donde jugaba con sus concubinas.

Suspiró cuando pasó junto a un grupo de nobles.

—¿Qué ha hecho ahora mi primo? ¿Qué tiene la Casa Atreides contra un pequeño planeta selvático?

El emperador se detuvo, con la espalda tiesa como un huso, mientras su agitado chambelán resumía el audaz ataque militar contra Beakkal, al tiempo que una multitud de cortesanos curiosos se apretujaban a su alrededor.

—Creo que el duque ha hecho lo que debía —dijo un hombre de porte digno y pelo cano, lord Bain O’Garee de Hagal—. Considero repugnante que el primer magistrado permitiera a los tleilaxu profanar un memorial que honra a héroes asesinados.

Shaddam estaba a punto de fulminar con la mirada al noble de Hagal, cuando oyó murmullos de apoyo entre los demás aristócratas. Había subestimado la antipatía general que despertaban los tleilaxu, y esta gente estaba jaleando a Leto en silencio por su audacia. ¿Por qué no me jalean a mí cuando emprendo acciones radicales y necesarias?

Otro noble intervino.

—El duque Leto tiene derecho a responder a semejante insulto. Era una cuestión de honor.

Shaddam no recordaba el nombre del individuo, ni tampoco su Casa.

—Y era una cuestión de ley imperial —interrumpió Anirul, la esposa de Shaddam, que se había deslizado sin hacer ruido entre su esposo y el chambelán Ridondo. Desde la reciente muerte de la Decidora de Verdad Lobia, Anirul había revoloteado alrededor de Shaddam, como si deseara estar a su lado en todos los acontecimientos oficiales—. Un hombre tiene el derecho moral de proteger a su familia. ¿No incluye eso también a los antepasados?

Algunos nobles asintieron, y un hombre lanzó una risita, como si Anirul hubiera dicho algo ingenioso. Shaddam tomó nota de la opinión general.

—Estoy de acuerdo —dijo, y acentuó el tono paternal de su voz. Pensó en cómo podría utilizar aquel precedente para sus propios fines—. El acuerdo bajo mano de Beakkal con los tleilaxu era claramente ilegal. Ojalá mi querido primo Leto hubiera utilizado los canales habituales, pero comprendo su impetuosa reacción. Aún es joven.

Para sus adentros, Shaddam cayó en la cuenta de que esta acción militar Atreides aumentaría el prestigio de Leto entre las Grandes Casas. Consideraban al duque un hombre que osaba llevar a la práctica aquello que otros ni siquiera se atrevían a considerar. Tal popularidad podía ser peligrosa para el Trono del León Dorado.

Levantó una mano repleta de anillos.

—Investigaremos este asunto y daremos nuestra opinión oficial a su debido tiempo.

Las acciones de Leto también abrían la puerta a los inminentes planes de Shaddam. Estos nobles respetaban una demostración de justicia rápida y firme. Un precedente intrigante, a decir verdad…

Anirul miró a su marido, intuyó sus pensamientos cambiantes. Le dirigió una mirada inquisitiva, de la que él hizo caso omiso. Su sonrisa parecía molestar a su mujer. Anirul y sus compinches Bene Gesserit le ocultaban demasiados secretos, y tenía todo el derecho a pagarles con la misma moneda.

Convocaría a su Supremo Bashar y pondría en marcha sus planes. El veterano Zum Garon sabría muy bien cómo lidiar con el problema, y agradecería una oportunidad de demostrar las proezas de los Sardaukar en algo más que un simple desfile militar.

Al fin y al cabo, el planeta Zanovar, donde vivía el bastardo Tyros Reffa, no era muy diferente de Beakkal…

En la intimidad de sus aposentos, la pluma sensora de lady Anirul creaba jeroglíficos en el aire. Una planta tropical plantada en una maceta, de flores negras como el azabache, estaba a su lado, y proyectaba perfumes eléctricos.

El diario conceptual sensorial de Anirul flotaba sobre su escritorio, mientras ella escribía en páginas sin papel, plasmaba sus pensamientos más íntimos, cosas que su marido nunca descubriría. Escribía en el idioma codificado indescifrable de la Bene Gesserit, la lengua olvidada que se había utilizado en el antiquísimo Libro Azhar.

Expresaba su tristeza por el fallecimiento de la Decidora de Verdad Lobia, el afecto que había sentido por la anciana. ¿No enarcaría sus cejas la madre superiora Harishka ante tal confesión desnuda de sentimientos? Anirul añoraba mucho a su amiga. No tenía una compañía semejante en la corte imperial, solo insufribles aduladores que buscaban su favor para ascender en la escala social.

Lobia había sido diferente. Anirul albergaba ahora en su interior la memoria y experiencias de la anciana, entre la algarabía de cientos de generaciones anteriores, un bosque de vidas demasiado espeso para ser explorado.

Te añoro, vieja amiga. Anirul se contuvo, algo avergonzada. Tocó un botón de la pluma sensorial, vio que instrumento y diario desaparecían como un hilillo de humo en el interior de su anillo de piedra soo azul claro.

Anirul realizó una serie de ejercicios respiratorios. El telón de fondo sonoro del palacio se difuminó, y solo oyó su voz interior, que susurraba:

—¿Madre Lobia? ¿Podéis oírme? ¿Estáis ahí?

La Otra Memoria podía resultar inquietante en algunos momentos, como si sus antepasadas la estuvieran espiando desde el interior de su cabeza. Si bien detestaba la pérdida de privacidad humana básica, solía encontrar consoladora su presencia. El conglomerado de vidas formaba una biblioteca interna, cuando podía acceder a ella, una reserva de sabiduría y aliento. Lobia estaba ahí, perdida entre incontables fantasmas, a la espera de poder hablar.

Anirul cerró los ojos, decidida, y juró encontrar a la Decidora de Verdad, sumergirse en el clamor hasta que localizara a Lobia. Descendió, descendió… más y más.

Era como un dique del grosor de una cascara de huevo, a la espera de ser roto. Nunca había intentado una incursión en el pasado tan radical, a sabiendas de que corría el peligro de extraviarse en el océano de voces. No obstante, era un viaje que no se podía emprender sin el apoyo y la ayuda de las demás hermanas.

Sintió una agitación, un remolino en el flujo de la Otra Memoria. Lobia, gritó con su mente. El remolino aumentó de intensidad, como si se estuviera acercando a una sala llena de gente ruidosa. Percibió velos de color remolineante, de unos tonos que jamás había imaginado posibles, alambradas etéreas que no la permitirían entrar.

¡Lobia! ¿Dónde estáis?

En lugar de obtener una respuesta de una voz solitaria, su agitación transformó las voces en una turba aullante, que avisaba a gritos de un desastre. Se quedó aterrorizada, y no tuvo otra alternativa que huir.

Anirul despertó y se encontró de nuevo en el estudio, con la visión borrosa. Era como si una parte de ella hubiera quedado atrapada en el intelecto colectivo de las Bene Gesserit. No movió un músculo mientras se retiraba de la Otra Memoria y dejaba atrás sus temibles advertencias.

Poco a poco, notó un hormigueo en su piel. Cuando por fin pudo moverse, recuperó del todo la visión.

Las voces de su interior intuían que algo terrible e inevitable estaba a punto de suceder. Algo relacionado con el anhelado Kwisatz Haderach, que llegaría dentro de una generación. La semilla ya estaba creciendo en el útero de Jessica, la cual no sospechaba nada. La Otra Memoria advertía de un desastre…

Anirul preferiría ver derrumbarse el Imperio antes que aquel niño sufriera el menor daño.

En la intimidad de sus espaciosos aposentos, la madre Kwisatz bebió té de especia y habló en susurros a la reverenda madre Mohiam.

Mohiam entornó sus ojillos de ave.

—¿Estáis segura de la visión que experimentaste? No es probable que el duque Leto deje marchar a Jessica. ¿Viajo a Caladan para protegerla? Su audaz ataque a Beakkal puede dejarle vulnerable al desquite de sus enemigos, y Jessica podría ser su objetivo. ¿Es esto lo que habéis visto?

—Nada hay seguro en la Otra Memoria, ni siquiera para la madre Kwisatz. —Anirul tomó un largo y dulce sorbo, y luego dejó su taza—. Pero no debes irte, Mohiam. Has de quedarte aquí, en el palacio. —Su expresión se endureció—. He recibido noticias de Wallach IX. La madre superiora Harishka te ha elegido para sustituir a Lobia como Decidora de Verdad del emperador.

Si Mohiam se quedó sorprendida o complacida, no reveló la menor emoción. En cambio, se concentró en el asunto del que estaban hablando.

—¿Cómo vamos a velar por la seguridad de Jessica y del bebé?

—He decidido que esta joven debe pasar en Kaitain lo que le queda de embarazo. Así solucionaremos el problema.

Mohiam se animó.

—Una excelente idea. Podremos controlar todos los pasos del embarazo. —Sonrió con ironía—. Al duque Leto no le va a gustar.

—Los deseos de un hombre no importan en este asunto. —Anirul se reclinó en la silla, oyó el crujido del almohadón. Se sentía enormemente cansada—. Jessica dará a luz a su hija aquí, en el palacio imperial.