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Los humanos son más diferentes en privado que en presencia de los demás. Si bien la persona privada se funde con la persona social en diversos grados, la unión nunca es total. Siempre se reprime algo.
Doctrina Bene Gesserit
Mientras el sol se ponía tras él, el duque Leto aguardaba flanqueado por Thufir Hawat y Duncan Idaho ante la multitud expectante que se estaba congregando en una zona rocosa paralela a la playa. Otro espectáculo para impresionar al populacho antes de que sus tropas partieran a la guerra.
Durante la ausencia de Rhombur y Gurney, la espera era lo peor.
Acompañado por guardias con librea y representantes de las principales ciudades de Caladan, miró hacia atrás y alzó la vista hacia el magnífico monumento que había encargado, el cual serviría de faro y algo más. En una lengua de tierra que limitaba una estrecha cala, la imponente imagen de Paulus Atreides se erguía como un guardián de la costa, un coloso visible para todos los barcos que se acercaran a los muelles. La estatua, resplandeciente en su atavío de matador, apoyaba una mano paternal sobre el hombro de un Victor de ojos abiertos de par en par. La otra mano de Paulus sostenía un pebetero autónomo lleno de aceites inflamables.
El viejo duque había muerto en la plaza de toros años antes de que Victor naciera, de modo que nunca se habían conocido. Aun así, habían ejercido una tremenda influencia sobre Leto. El liderazgo inflexible de su padre había forjado su filosofía política, y el amor de su hijo lo había dotado de compasión.
El corazón de Leto se sentía desconsolado. Cada día, mientras se ocupaba de los asuntos de la Casa Atreides, se sentía solo sin Jessica. Ojalá pudiera estar con él ahora, para participar en la dedicatoria oficial de este monumento espectacular, aunque suponía que ella no aprobaría aquella extravagancia en memoria de su padre…
Hasta el momento, no había recibido ningún mensaje de Rhombur y Gurney, pero a estas alturas solo podía esperar que hubieran llegado sanos y salvos a Ix y estuvieran dando inicio a su peligrosa misión. La Casa Atreides pronto se dedicaría a cosas mucho más importantes que descubrir estatuas.
Un andamio provisional se elevaba detrás de las estatuas. Dos jóvenes musculosos treparon a lo alto de la plataforma y esperaron sobre el pebetero, con antorchas preparadas. Elegidos entre los pescadores locales, los acrobáticos muchachos solían pasar sus días encaramados en el aparejo como cangrejos voladores. Los orgullosos padres, así como los capitanes de sus barcos, esperaban abajo con una guardia de honor Atreides.
Leto respiró hondo.
—Todo el pueblo de Caladan está en deuda de gratitud con los aquí inmortalizados: mi padre, el amado duque Paulus, y mi hijo Victor, cuya vida fue truncada de una manera tan trágica. He ordenado la creación de este memorial para que todos los barcos que entren y salgan de nuestro puerto recuerden a estos héroes reverenciados.
El asunto de ser duque…
Leto alzó una mano, y el sol del ocaso destelló en el anillo de sello. Desde su precaria posición, los jóvenes inclinaron sus antorchas hacia el pebetero y encendieron los aceites. Llamas azules se elevaron sin chisporrotear ni desprender humo, una antorcha silenciosa en la palma de la gigantesca mano de la estatua.
Duncan sostenía la espada del viejo duque delante de él, como si fuera un cetro real. Thufir le miraba, sombrío e indiferente.
—Que esta llama eterna no se extinga jamás. Que su recuerdo queme para siempre.
La multitud vitoreó, pero los aplausos no confortaron el corazón de Leto cuando recordó la disputa que había sostenido con Jessica sobre el nombre que quería para su futuro hijo. Ojalá hubiera podido la joven conocer al duque, tal vez incluso discutir de filosofía con él. Entonces, tal vez tendría una opinión mejor de Paulus, en lugar de concentrar su ira en la política del viejo, que Leto se negaba a cambiar.
Alzó la vista hacia el rostro idealizado de Paulus Atreides, al lado de la hermosa estatua del niño. El brillo de la antorcha eterna arrojaba un halo alrededor de sus facciones gigantes. Oh, cómo echaba de menos Leto a su padre, y a su hijo. Y sobre todo, a Jessica.
Por favor, que mi segundo hijo goce de una vida larga y plena de significado, pensó, sin saber muy bien a quién rezaba.
Al otro lado del Imperio, en otro balcón, contemplando otro ocaso, Jessica pensaba en su duque. Miró la gloriosa arquitectura de la ciudad imperial, y después alzó la vista hacia los colores del crepúsculo.
Cuánto deseaba estar con Leto. Todo su cuerpo lo deseaba.
Por la mañana, la reverenda madre Mohiam y la hermana Galena recién llegada, Yohsa, la habían sometido a diversas pruebas, y luego anunciaron a Jessica que su embarazo transcurría con normalidad a las puertas del último trimestre. Con el fin de asegurarse de que el niño se desarrollaba bien, Yohsa había querido hacer un sonograma, utilizando máquinas que enviarían pulsaciones inofensivas al útero de Jessica y tomarían holoimágenes del feto. En teoría, dichos procedimientos no violaban la prohibición Bene Gesserit de manipular niños in utero, pero Jessica se había negado de plano a la prueba, asustada de lo que revelaría.
Al ver la expresión sorprendida e irritada de la hermana Galena, Mohiam se llevó a Jessica aparte y demostró una bondad poco usual.
—No habrá sonogramas, Yohsa. Como todas nosotras, Jessica posee la capacidad de determinar por sí misma si algo ha ido mal durante el período de gestación. Confiamos en ella.
Jessica había mirado a su mentora y reprimido un escozor en los ojos.
—Gracias, reverenda madre.
La mirada de Mohiam había buscado respuestas, aunque Jessica no las dio…
Ahora, la concubina del duque estaba sentada sola en el balcón, bañada por el ocaso imperial. Pensó en los cielos de Caladan, en las tormentas que descargaban procedentes del mar. Durante los últimos meses estándar, Leto y ella habían intercambiado numerosas cartas y regalos, pero eso no era suficiente para ninguno los dos.
Aunque Kaitain albergaba muchos tesoros que asombraban a los visitantes, Jessica quería volver a su planeta oceánico con el hombre al que amaba, en paz, y seguir su vida anterior. ¿Y si la Hermandad me exilia después de que nuestro hijo haya nacido? ¿Y si matan al bebé?
Jessica continuaba escribiendo en el diario que lady Anirul le había obsequiado. Plasmaba impresiones e ideas, utilizando un lenguaje codificado que había inventado. Apuntaba sus pensamientos más íntimos, llenaba página tras página con sus planes para el niño y para su relación con Leto.
Sin embargo, evitaba escribir sobre una sensación cada vez más inquietante que no comprendía, y de la que deseaba librarse. ¿Y si había tomado una decisión terriblemente equivocada?