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Esperar. El tiempo transcurre con lentitud, se me antoja una eternidad. ¿Cuándo terminará nuestra pesadilla? Cada día es un lento discurrir, aunque la esperanza perdure…

C’TAIR PILRU, diarios personales (fragmento)

El hombre máquina se detuvo ante los escombros de la fábrica de armas ixiana. Durante los años de ocupación tleilaxu, las cadenas de montaje que habían producido maquinaria compleja y prodigios tecnológicos habían sido abandonadas o utilizadas para otros propósitos. Los invasores carecían de los conocimientos suficientes para mantener los sofisticados sistemas, y los expertos trabajadores ixianos resistían de todas las maneras posibles.

Tan solo unos días antes, las últimas terminales de la cadena de producción se habían paralizado. Los motores echaron humo, los componentes rechinaron y se averiaron. Durante la emergencia, los trabajadores se limitaron a mirar.

El mundo subterráneo se había sumido poco a poco en la decadencia. Los técnicos de mantenimiento habían retirado los componentes averiados, pero los amos tleilaxu carecían de piezas de repuesto. Los obreros atareados en otras máquinas fingían estar ocupados, mientras guardias Sardaukar y amos tleilaxu les vigilaban. Módulos de vigilancia volaban en las alturas, siempre al acecho de algo inusual.

El príncipe Rhombur se ocultaba a plena vista. Estaba inmóvil como una estatua ante la instalación. Los trabajadores ixianos le miraban, pero enseguida apartaban la vista, sin reconocerle. Años de opresión habían abotargado sus mentes y sentidos.

Llevaba al descubierto su cara surcada de cicatrices y la placa metálica craneal, como medallas honoríficas. Había desprendido la piel protésica de sus extremidades artificiales para que quedaran al descubierto poleas, componentes electrónicos y piezas metálicas, con el fin de parecerse más a las monstruosidades bi-ixianas. Gurney le había cubierto de suciedad. Si bien Rhombur no podía fingir que era completamente humano, podía alterar aún más su apariencia.

El humo procedente de los productos químicos se elevaba hacia el techo de la caverna, donde purificadores de aire absorbían y filtraban las partículas, pero ni siquiera el mejor sistema de reciclaje podía eliminar el olor de la gente inocente que vivía presa del miedo.

Los ojos de Rhombur, tanto el real como el sintético, examinaban todo cuanto le rodeaba. Sintió asco, náuseas y cólera al ver las ruinas de su maravillosa ciudad, y apenas se pudo contener. Ahora que la flota Atreides estaba a punto de llegar, confiaba en sembrar la semilla de la revolución lo antes posible.

Cuando empezó a moverse, Rhombur lo hizo con paso lento y espasmódico, como cualquier bi-ixiano. Se internó bajo un saliente que se proyectaba junto a la fábrica abandonada.

Gurney Halleck, inadvertido entre los trabajadores y los guardias, le hizo señas. A su lado se erguía la sombra de alguien a quien Rhombur recordaba de su adolescencia.

—¡C’tair Pilru! —susurró, estupefacto por la apariencia fantasmagórica del hombre.

Había sido un joven vivaz, de ojos oscuros, menudo como su hermano gemelo D’murr. Sin embargo, los cambios que había sufrido C’tair le parecían más horribles que las alteraciones del Navegante. Tenía los ojos hundidos y preñados de cansancio, el pelo corto y sucio.

—¿Mi… príncipe? —murmuró con voz insegura. Había sufrido demasiadas alucinaciones y pesadillas. C’tair, consternado al ver los horripilantes cambios padecidos por el heredero de la Casa Vernius, parecía a punto de venirse abajo.

Gurney estrujó su brazo.

—Id con cuidado los dos. No debemos atraer la atención. No podemos permanecer a la vista de todo el mundo durante mucho rato.

—Tengo… un lugar —dijo C’tair—. Varios lugares.

—Hemos de difundir la noticia —dijo Rhombur, en voz baja y decidida—. Informa a los que se han rendido y a los que han conservado una chispa de esperanza durante todos estos años. Incluso recabaremos la ayuda de los suboides. Di a todo el mundo que el príncipe de Ix ha vuelto. La libertad ya no es solo una esperanza. El momento ha llegado. Que no quepa la menor duda: estamos a punto de reconquistar Ix.

—Es muy peligroso para cualquiera decir esas cosas en voz alta, mi príncipe —dijo C’tair—. La gente vive aterrorizada.

—De todos modos, comunica la noticia, aunque eso provoque que los monstruos salgan en mi busca. Mi pueblo ha de saber que he regresado, y que la larga pesadilla de Ix pronto terminará. Diles que estén preparados. Las fuerzas del duque Leto no tardarán en llegar.

Rhombur extendió el fuerte brazo protésico y abrazó al demacrado resistente. Hasta los torpes sensores nerviosos del príncipe notaron que C’tair estaba en los huesos. Confió en que Leto llegaría a tiempo.